Monday, April 13, 2009



Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Cuando niño desarrollé un interés absorbente por cómo funcionan las cosas, y cada vez que un electrodoméstico dejaba de funcionar como era debido, lo desarmaba y anotaba dónde iba cada parte y qué función tenía en el artefacto. Gracias a ese interés, descubrí que muchos artefactos son construidos de manera que no sólo fallen prematuramente, sino que sea imposible repararlos, lo que me condujo a desarrollar un sólido escepticismo sobre la honestidad de la empresa estadounidense. (Vea mi artículo "America on the Dulling Edge.") Décadas más tarde, cuando era estudiante universitario, descubrí que ese método de aprender cómo funcionan las cosas también era útil para adquirir una comprensión de teorías y doctrinas comúnmente aceptadas. Como resultado, descubrí que al analizar muchas de éstas, tenían poco, si algún, contenido significativo. La Ley de Oferta y Demanda es una doctrina semejante.

La Ley de Oferta y Demanda es usualmente presentada en los libros de texto en asociación con un gráfico compuesto de dos líneas cruzadas, pero los gráficos incluidos no son idénticos. Algunos muestran líneas rectas con inclinaciones opuestas; otros muestran líneas curvas, una en algún tipo de relación inversa con la otra. Una línea representa la oferta, la otra la demanda, y el punto de intersección el precio. A los lectores se les dice que imaginen el movimiento de las líneas a la derecha o a la izquierda y que observen cómo cambia el punto de intersección. Si la línea de la oferta es movida a la izquierda (disminuyendo la oferta), el punto de intersección (el precio) aumenta; si la línea de la oferta es movida a la derecha, (aumentando la oferta), el punto de intersección cae. Resultados similares pero opuestos son generados si la línea de la demanda es movida de la misma manera. Se induce a los estudiantes a que concluyan que a medida que la demanda cae, o la demanda crece, los precios aumentan, y si la oferta sube o la demanda cae, los precios bajan. Esencialmente, es todo el contenido de esa doctrina.

Sin embargo, si uno desarma esa doctrina, aparecen cosas importantes. Los gráficos a veces muestran líneas rectas, a veces líneas curvas. Pero cualesquiera dos líneas cruzadas producen el mismo resultado. La naturaleza de las líneas en los gráficos es irrelevante. Ya que las líneas están hechas de secuencias de puntos de datos, los datos también son irrelevantes. Ya que las líneas son arbitrarias, no se puede escribir ninguna fórmula que las relacione entre ellas y, por lo tanto, la doctrina no permite que alguien haga algún cálculo. Es decir, el precio no puede ser calculado reemplazando las variables de precio y demanda con números, y la demanda no puede ser calculada reemplazando las variables de precio y oferta con números. Aunque el gráfico da la impresión de que la relación es matemática, la doctrina no tiene aplicaciones matemáticas.

Me sorprende que ningún economista haya encontrado que esto es curioso, especialmente ya que el modelaje matemático es tan omnipresente en la actual doctrina ortodoxa. Por ejemplo, Dani Rodrik [http://rodrik.typepad.com/dani_rodriks_weblog/2009/03/the-sorry-state-of-macroeconomics.html] ha escrito: “Las ciencias económicas no toman un argumento en serio hasta que el argumento puede ser presentado con un modelo bien especificado que respete estándares aceptados de modelaje…” Pero si un modelo bien especificado que respeta estándares aceptados de modelaje es necesario para que la economía tome algo en serio, la Ley de Oferta y Demanda debiera haber sido descartada hace mucho tiempo.

Alguien podrá objetar que no he enunciado con precisión la doctrina, y es verdad. De modo que examinemos sus términos.

La oferta parece ser lo más fácil de comprender. Digamos que significa la cantidad de unidades de un producto disponibles para la venta, aunque no estoy seguro de que esa definición sea exacta. Pero el concepto de demanda es algo completamente diferente. Ante todo, utilizar la palabra demanda en este contexto es un horror lingüístico. Cuando un ladrón entra a un banco, apunta una pistola a un cajero, y dice: “¡dame el dinero!”, está formulando una demanda. Las demandas son expresadas en imperativos. No es lo que pasa en el mercado. Por lo tanto ¿qué puede significar demanda en ese contexto? Una posibilidad es la cantidad de personas que necesitan un producto, como por ejemplo la cantidad de personas que necesitan una cierta medicina para mantener sus vidas. Otra es la cantidad de gente que desea un producto, como por ejemplo, la cantidad de niños que quieren un juguete específico para Navidad. Otra más es la cantidad de personas que se pueden permitir la compra del producto. Pero ninguna de ellas forma parte de la doctrina tal como fue declarada precisamente. La definición precisa de demanda es la cantidad de personas dispuestas a comprar un producto a un precio específico. Pero esa definición destruye la doctrina, porque sólo el precio determina la demanda, la oferta ya no es relevante a pesar de que la oferta puede influenciar el precio del vendedor. La doctrina se convierte en una simple tautología vacía. Además ¿es sinónima con compras la disposición a comprar? ¿No es posible que una persona diga: “estaba dispuesto a comprar, pero estaba demasiado ocupado para llegar a hacerlo?” Pero la verdadera palabra equívoca es precio.

La Ley de Oferta y Demanda es probablemente el principio económico más frecuentemente citado por la prensa estadounidense; es citada cada vez que una compañía petrolera aumenta los precios de la gasolina. Pero la definición precisa de precio en la doctrina es “precio de equilibrio” que es un concepto puramente teórico. La relación que tiene con el precio real es un misterio.

Cuando una compañía petrolera o un economista afirman que el precio de la gasolina aumenta por el aumento en la demanda, están siendo ambiguos. La afirmación precisa debería ser que el precio de equilibrio está subiendo por aumento en la demanda, pero nunca se afirma eso, y aunque lo fuera, no tendría relevancia a menos que se especificara la relación entre el precio de equilibrio y el precio real. Todo lo que significa el precio de equilibrio es el precio al cual la cantidad de unidades en venta es igual a la cantidad de unidades que compran los consumidores. Pero el equilibrio es una fantasía. Nunca es logrado en la realidad, el logro es puramente accidental. Por lo tanto la Ley de la Oferta y la Demanda no tiene lugar en el mercado.

Es verdad, por cierto, que los comerciantes al detalle a veces bajan los precios durante las “ventas” para librarse de productos en exceso. Pero no aumentan los precios cuando la cantidad de ítems disponibles disminuye. Los productos son vendidos al precio fijado hasta que se han acabado o son reabastecidos. Incluso las compañías petroleras funcionan de esta manera en el ámbito minorista. Después que un suministro de gasolina es entregado a una gasolinera, el precio es fijado e incluso si se forma una larga fila de coches ante la estación de servicio, el propietario no sale corriendo y aumenta el precio para que algunos de los que están en la fila se vayan. Lo mismo vale para los fabricantes de juguetes para Navidad. A menudo un juguete nuevo llega a ser muy popular entre los niños y sus padres tratan de comprarlo. Pero las jugueterías no aumentan el precio cuando notan la inesperada demanda; simplemente venden el juguete a los que llegan primero, hasta que se acaba. De modo que la Ley de la Oferta y la Demanda es un principio sin práctica.

La fijación de precios no es el único método para distribuir productos. En tiempos de crisis, como en guerras, los productos son a menudo simplemente racionados. Todo el que necesita un producto recibe una parte de los que están disponibles. El fabricante obtiene un beneficio y los consumidores por lo menos reciben algunos de los que necesitan. Otro método de distribución es el descrito en el párrafo anterior. Los productos son distribuidos a los consumidores que llegan primero. De nuevo los fabricantes obtienen un beneficio y los consumidores que llegan suficientemente rápido al comerciante minorista obtienen lo que desean, los que no lo hacen no reciben nada. ¿Pero qué pasaría si la Ley de Oferta y Demanda fuera aplicada en el mercado? El vendedor aumentaría el precio al disminuir la oferta, los consumidores que logran adquirir el producto pagarían más que de otra manera, y los otros consumidores no recibirían nada, no importa cuán esencial haya sido para ellos conseguir algo. El panorama es idéntico al anterior con la excepción que el vendedor consigue un beneficio mayor a costa del consumidor. Es simplemente un método de transferir riqueza de los consumidores a los vendedores sin suministrar a los consumidores una ventaja adicional. En otras palabras, transfiere riqueza de los más necesitados a los sin necesidades.

Esto, desde luego, provoca una pregunta importante: ¿Por qué propugnarían los economistas un método de distribución que enriquece a los vendedores a costa de los consumidores? ¿Por qué propugnan un principio económico que reduce la riqueza de los consumidores para aventajar a los vendedores? ¿Para quién existe exactamente la economía? Después de todo, el aumento de la riqueza de los pocos acaudalados a costa de los muchos, viola todo principio ético, moral y humanista jamás proclamado. ¿Por qué propugnaría cualquier ser humano decente un sistema semejante?

La Ley de Oferta y Demanda es una doctrina vacía, tautológica, que no es apoyada por observaciones en el mercado y que simplemente sirve como excusa utilizada por algunos productores para aumentar precios en detrimento de los consumidores. No es una ley económica; es un error económico. No es ni siquiera una idea legítima; es una simple noción. ¿Son por lo tanto simplemente gente perversa los economistas ortodoxos que propugnan esta “ley”? Tal vez no; tal vez exista otra explicación.

Consideremos esta analogía. Recientemente acompañé a mi mujer a una clase de la escuela dominical. El texto del día era “Hechos 2” donde se afirma que Pedro predicó y tres mil fueron convertidos. Mientras iba a casa dije a mi mujer: “Me pregunto qué sistema de altavoces utilizó Pedro.” Ella vio rápidamente lo absurdo del pasaje y respondió diciendo: “Nunca pensé en considerarlo de esa manera.” El punto es que una vez que una persona adopta una ideología, pocas veces se le ocurre cuestionarla. Si se logra persuadir a una persona para que la cuestione, el desatino se hace evidente rápidamente. La falla, claro está, reside en la educación de la gente de maneras que no alientan el cuestionamiento de la ortodoxia. Sin embargo, el conocimiento sólo avanza en una cultura iconoclasta. Hal R. Varian ha escrito: “Por cierto, cuando son presionados, la mayoría de los teóricos de la economía admiten que hacen economía porque es divertido.” [http://people.ischool.berkeley.edu/~hal/Papers/theory.pdf] Uno juega por diversión; el pensamiento serio no lo es, y lo lúdico no es iconoclasta. Nadie que juega cuestiona las reglas del juego. El cuestionamiento de las reglas ni siquiera se les ocurre a los participantes en un juego, tal como pocas veces se les ocurre a los verdaderos creyentes ideológicos. La falta de una cultura iconoclasta en la economía clásica es su talón de Aquiles.

A menudo he pensado que la economía clásica es una cierta variación del juego llamado Monopoly. Los datos utilizados, por defectuosos que sean a menudo, pueden ser asemejados a la suma de los puntos mostrados después de lanzar los dados, y el dinero sin cobertura que usan para medir el valor es exactamente como el dinero de Monopoly ya que no tiene un valor intrínseco. La riqueza que según los economistas es creada a menudo desaparece en una orgía de destrucción. Y mientras esos economistas se divierten, la gente sufre y a menudo muere.

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John Kozy es profesor en retiro de filosofía y lógica que bloguea sobre temas sociales, políticos y económicos. Después de servir en el Ejército de EE.UU. durante la Guerra de Corea, pasó 20 años como profesor universitario y otros 20 trabajando como escritor. Ha publicado comercialmente un libro de texto de lógica formal, en revistas académicas y una pequeña cantidad de revistas comerciales, y ha escrito una serie de editoriales como invitado en periódicos. Sus artículos en línea se encuentran en http://www.jkozy.com/ y

se le puede escribir por correo electrónico a través de ese sitio en Internet.

© Copyright John Kozy, Global Research, 2009

http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=13081


The Flaw of Supply and Demand


Global Research, April 7, 2009

As a boy, I developed an absorbing interest in how things work, and every time a household gadget failed to work properly, I dismantled it, noting where each part went and what function it played in the device. In pursuing this interest, I discovered that many devices were engineered in ways that made them not only fail prematurely but impossible to repair which led me to develop a robust skepticism of the honesty of American business. (See my piece, "America on the Dulling Edge.") Decades later, when I was a college student, I found that this method of learning how things work was also useful in acquiring an understanding of theories and commonly accepted doctrines. As a result, I found that many of these, upon analysis, had little if any significant content. The Law of Supply and Demand is one such doctrine.

The Law of Supply and Demand is usually presented in textbooks in association with a graph made up of two intersecting lines, but the graphs displayed are not identical. Some show straight lines with opposite slopes; some show curved lines, one being is some sort of inverse relationship to the other. One line represents supply, the other, demand, and the point of intersection, price. Readers are told to imagine moving one of the lines to the right or left and observe how the point of intersection changes. If the supply line is moved to the left (decreasing supply), the point of intersection (price) rises; if the supply line is moved to the right, (increasing supply), the point of intersection falls. Similar but opposite results are generated if the line of demand is similarly moved. Students are induced to conclude that as supply falls or demand rises, prices increase, and as supply rises or demand falls, prices fall. Essentially, that's all there is to this doctrine.

However, if one disassembles this doctrine, important things are revealed. The graphs sometimes show straight, sometimes curved lines. But any two intersecting lines produce the same result. The nature of the lines on the graphs is irrelevant. Since lines are made of sequences of data points, data is also irrelevant. Since the lines are arbitrary, no formula can be written that relates them to each other and, therefore, the doctrine doesn't allow anyone to make any calculations. That is, the price cannot be calculated by replacing the supply and demand variables with numbers. The supply cannot be calculated by replacing the price and demand variables with numbers, and the demand cannot be calculated by replacing the price and supply variables with numbers. Although the graph gives the impression that the relationship is mathematical, the doctrine has no mathematical applications.

I am surprised that no economist has found this curious, especially since mathematical modeling is so pervasive in today's orthodox theory. For instance, Dani Rodrik [http://rodrik.typepad.com/dani_rodriks_weblog/2009/03/the-sorry-state-of-macroeconomics.html] has written, "The economics profession doesn't take an argument seriously until the argument can be laid out with a well-specified model that respects accepted standards of modeling. . . ." But if a well-specified model that respects accepted standards of modeling is necessary for economics to take something seriously, the Law of Supply and Demand should have been jettisoned a long time ago.

Someone may object that I have not stated the doctrine precisely, and that's true. So let's examine its terms.

Supply seems to be the easiest to understand. Let's say it means the number of units of a product available for sale, although I'm not certain that this definition is accurate. But the concept of demand is another matter altogether. First of all, using the word demand in this context is a linguistic howler. When a robber walks into a bank, points a gun at a teller, and says, "Give me the money!", s/he is making a demand. Demands are expressed in imperatives. That's not what happens in the marketplace. So what can demand mean in this context? One possibility is the number of people who need a product, as for example, the number of people who need a specific drug to maintain their lives. Another is the number of people who want a product, as for instance, the number of children who want a specific toy for Christmas. Still another is the number of people who can afford to purchase the product. But none of these is part of the doctrine as precisely stated. The precise definition of demand is the number of people who are willing to purchase a product at a specific price. But this definition destroys the doctrine, because if price alone determines the demand, supply is no longer relevant even though the supply may influence the vendor's pricing. The doctrine becomes a mere empty tautology. Furthermore is willingness to buy synonymous with buys? Isn't it possible for a person to say, "I was willing to buy it, but I was too busy to get around to it"? But the real weasel word is price.

The Law of Supply and Demand is perhaps the most frequently cited economic principle by the American press; it is cited every time an oil company raises gasoline prices. But the precise definition of price in the doctrine is "equilibrium price" which is a purely theoretical concept. What relation it has to the actual price is a mystery.

When an oil company or an economist claims that the price of gasoline is rising because of increased demand, it/he/she is weaseling. The precise claim should be that the equilibrium price is rising because of increased demand, but that is never claimed, and even if it were, it would have no relevance unless the relationship between the equilibrium price and the actual price were specified. All equilibrium price means is the price at which the number of units for sale is equal to the number of units consumers buy. But equilibrium is a fantasy. If it is ever attained in reality, the attainment is purely accidental. So the Law of Supply and Demand plays no place in the marketplace.

It is true, of course, that retailers sometimes lower prices during "sales" to rid themselves of excess products. But they do not raise prices when the number of items available decreases. The products are sold at the fixed price until they are gone or are restocked. Even oil companies function this way at the retail level. After a supply of gasoline is delivered to a filling station, the price is set and even if a long line of automobiles forms at the station, the proprietor does not dash out and increase the price to get some of the people lined up to drive away. The same is true of toy makers at Christmas. Often one new toy becomes very popular with children whose parents attempt to buy it. But toy stores do not increase the price when they notice the unexpected demand; they merely sell the toy first come, first acquired until the toy is sold out. So the Law of Supply and Demand is a principle without a practice.

Pricing is not the only method of distributing products. In times of crisis, such as wartime, products are often merely rationed. Everyone who needs a product gets a share of those available. The manufacturer makes a profit and consumers get at least some of what they need. Another distribution method is the method described in the previous paragraph. Products are distributed to consumers first come. Again the manufacturers make a profit and those consumers who get to the retailer soon enough get what they want, those who do not get none. But what would happen if the Law of Supply and Demand were applied in the market place? The vendor would raise the price as the supply diminished, the consumers who managed to acquire the product would pay more for it than they would otherwise, and the other consumers would get none no matter how essential getting some was. This scenario is identical to the previous one except that the vendor makes a larger profit at the expense of the consumer. It is merely a method of transferring wealth from consumers to vendors without providing consumers with an additional benefit. In other words, it transfers wealth from the neediest to the neediless.

This, of course, raises an important question: Why would economists advocate a method of distribution that enriches vendors at the expense of consumers? Why would they advocate an economic principle that reduces the wealth of consumers to advantage vendors? Exactly for whom does the economy exist? After all, increasing the wealth of the wealthy few at the expense of the many violates every ethical, moral, and humanistic principle ever proclaimed. Why would any decent human being advocate such a system?

The Law of Supply and Demand is an empty, tautological doctrine that is not supported by observations of the marketplace and merely serves as an excuse used by some producers to increase prices to the detriment of consumers. It is not an economic law; it is an economic flaw. It is not even a legitimate idea; it is a mere notion. So are orthodox economists who advocate this "law" merely bad people? Perhaps not; perhaps another explanation exists.

Consider this analogy. Recently I accompanied my wife to a Sunday school class. The text of the day was Acts 2 where the claim is made that Peter preached and three thousand were converted. While driving home, I said to my wife, "I wonder what kind of sound system Peter used." She quickly saw the passage's absurdity and replied by saying, "I never thought of looking at it that way." The point is that once a person adopts an ideology, questioning it rarely occurs to him/her. If such a person can be persuaded to question it, the foolishness quickly becomes evident. The fault, of course, lies in educating people in ways that do not encourage questioning orthodoxy. Yet knowledge only advances in a culture of iconoclasm. Hal R. Varian has written, "Indeed, when pressed, most economic theorists admit that they do economics because it is fun." [http://people.ischool.berkeley.edu/~hal/Papers/theory.pdf] Games are played for fun; serious thinking is not, and game playing is not iconoclastic. No one who plays a game questions its rules. Questioning the rules never even occurs to game players, just as it rarely occurs to ideological true believers. The lack of an iconoclastic culture in classical economics is its Achilles heel.

I have often thought that classical economics is some variation of the game named Monopoly. The data used, faulty as it often is, can be likened to the sum of the dots shown after the dice are thrown, and the fiat money they measure value by is exactly like Monopoly money since it has no intrinsic value. The wealth that economists claim is created often vanishes in an orgy of destruction. And while these economists are having fun, people suffer and often die.


John Kozy is a retired professor of philosophy and logic who blogs on social, political, and economic issues. After serving in the U.S. Army during the Korean War, he spent 20 years as a university professor and another 20 years working as a writer. He has published a textbook in formal logic commercially, in academic journals and a small number of commercial magazines, and has written a number of guest editorials for newspapers. His on-line pieces can be found on http://www.jkozy.com/ and he can be emailed from that site's homepage.


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