Sunday, April 19, 2009



The Nation

Traducido para Rebelión por S. Seguí


No todo va de maravilla en Obamafanland, y no está muy claro a qué puede ser debido el cambio de humor. Quizás sea debido al rancio aroma que emana del último rescate bancario realizado por el Departamento del Tesoro. O a la noticia de que el principal asesor económico del presidente, Larry Summers, ganó millones de dólares con los mismos bancos y fondos de alto riesgo de Wall Street a los que ahora protege de una nueva regulación. O quizás comenzó antes, con el silencio de Obama durante el ataque de Israel a Gaza.

Sea cual sea la gota que colmó el vaso, un creciente número de entusiastas seguidores de Obama están comenzando a entrever la posibilidad de que su hombre no vaya, en realidad, a salvar el mundo, por mucha esperanza que pongamos en ello.

Lo que, después de todo, es una buena cosa. Si la cultura de superfans que llevó a Obama al poder ha de transformarse en un movimiento político independiente con suficiente fuerza para producir programas capaces de hacer frente a la actual crisis, vamos a tener que dejarnos, todos, de esperanzas y comenzar con las demandas.

No obstante, un primer paso consiste en comprender totalmente esa tierra de nadie en que se hallan muchos movimientos progresistas estadounidenses. Para conseguirlo, necesitamos una serie de nuevos términos, específicos para este momento de Obama. Ahí van unos cuantos.

Resaca de esperanza. Al igual que la otra, la resaca de esperanza proviene de un exceso de alguna sustancia que en su momento tenía buen sabor, pero que a fin de cuentas no era muy saludable, y que ha llevado a sentimientos de remordimiento e incluso de vergüenza. Frase tipo: “Cuando escuché el discurso económico de Obama el corazón me arrebató. Pero más tarde, cuando intenté contarle a un amigo los planes del presidente para los millones de despidos y ejecuciones hipotecarias me di cuenta de que no tenía nada que decir. Tengo una resaca de esperanza de mil demonios.”

Montaña rusa de esperanza. Como las otras montañas rusas, ésta describe las emocionantes subidas y bajadas de la era de Obama, los virajes que llevan de la alegría de tener un presidente que promueve la educación sobre sexo seguro al desaliento de ver que se ha descartado la posibilidad de alcanzar un sistema de salud de pagador único, precisamente en un momento en que podría hacerse realidad. Frase tipo: “Flipé cuando Obama dijo que iba a cerrar Guantánamo, pero ahora quieren asegurarse de que los prisioneros de Bagram no disfrutan de ningún derecho. ¡Paren esta montaña rusa que me apeo!”

Nostalgia de esperanza. Como en la más corriente, la gente afectada por la nostalgia de esperanza es intensamente nostálgica. Echa a faltar el subidón de optimismo de la campaña electoral y sigue intentando volver a capturar ese cálido y esperanzado sentimiento; generalmente, utiliza para ello la exageración del significado de acciones decentes relativamente leves realizadas por Obama. Frase tipo: “Estaba realmente afectado de nostalgia de esperanza por la escalada en Afganistán, cuando vi un vídeo de YouTube con Michelle en su huerto de cultivo orgánico y tuve la sensación de que estábamos de nuevo en el día de toma de posesión. Pero unas horas más tarde, cuando me enteré de que el gobierno de Obama iba a boicotear una importante conferencia de las Naciones Unidas sobre el racismo, la nostalgia de esperanza regresó con toda su fuerza. Así que me dediqué a mirar fotos de Michelle vestida con ropas diseñadas por modistas independientes de diferentes orígenes étnicos. Algo de ayuda sí fue.”

Colgados de la esperanza. A medida que retrocede la esperanza, el colgado de la esperanza, como el colgado de la droga, vive en el recogimiento, intentando cualquier cosa para apartarse de la sustancia en cuestión. (Se trata de un estado relacionado con la nostalgia de la esperanza, pero más grave y que afecta sobre todo a varones de mediana edad). Frase tipo: “Joe me ha dicho que está convencido de que Obama metió a Summers deliberadamente en todo esto para que meta la pata con lo del plan de salvamento bancario, lo que dejaría a Obama con la excusa que necesita para hacer lo que realmente quiere hacer: nacionalizar los bancos y convertirlos en cooperativas de crédito. Está realmente colgado (de la esperanza), este Joe.”

Esperanza destrozada. Como el amante que está con el corazón destrozado, la fan de Obama con la esperanza destrozada no está enfadada, sino terriblemente triste. Proyectó en su ídolo una serie de poderes mesiánicos y ahora está desconsolada en su desencanto. Frase tipo: “Creía sinceramente que Obama nos obligaría, por fin, a hacer frente al legado del esclavismo en este país, y a iniciar una conversación nacional seria sobre cuestiones de raza. Pero, ahora, resulta que nunca menciona el tema, y está utilizando argumentos legales bastante retorcidos para no afrontar siquiera los crímenes de los años de Bush. Cada vez que lo oigo decir “Sigamos adelante”, me destroza la esperanza otra vez.”

Retroceso de la esperanza. Como cualquier otro retroceso mecánico, se trata de un cambio de dirección de 180o de todo lo relacionado con Obama. Los que sufren esta dolencia fueron en su día los evangelistas más apasionados de Obama, y hoy son sus más acerbos críticos. Frase tipo: “Por lo menos, con Bush todos sabíamos que era un cretino. Ahora tenemos las mismas guerras, las mismas cárceles sin ley, la misma corrupción en Washington, pero todos estamos tan pirados como esos personajes de The Stepford Wives. Vaya un retroceso de la esperanza.”

Al comentar estas dolencias relacionadas con la esperanza, me pregunto qué diría el recientemente fallecido Studs Terkel de nuestra resaca de esperanza. Sin duda nos hubiera recomendado no ceder al desánimo. Hace poco eché mano de uno de sus libros, Hope Dies Last (La esperanza es lo último que muere), y no tuve que ir muy lejos: el libro comienza con estas palabras: “La esperanza nunca ha goteado desde arriba, siempre ha surgido de la base.”

Con esto queda todo dicho. La apelación a la esperanza fue un lema estupendo para un candidato presidencial que no contaba entre los favoritos. Pero como postura del presidente del país más poderoso de la tierra, es peligrosamente deferente. La tarea que tenemos a medida que seguimos adelante –como le gusta decir a Obama– no es abandonar la esperanza, sino encontrar lugares más apropiados para ella: fábricas, vecindarios y escuelas, lugares en los que las tácticas de las sentadas (sit-ins) y las ocupaciones de instalaciones están viviendo un resurgimiento.

El politólogo Sam Gindin escribía hace poco que el movimiento obrero puede hacer algo más que proteger el statu quo. Puede exigir, por ejemplo, que las fábricas de automóviles que han sido cerradas se conviertan en futuras fábricas verdes, en las que se puedan fabricar vehículos de transporte público basados en sistemas de energía renovables. Gidin escribe: “Ser realista implica retirar la esperanza de los discursos y ponerla en las manos de los trabajadores.”

Lo cual me lleva a la última entrada de este glosario:

Esperanza por la base: Frase tipo: “Ya va siendo hora de dejar de creer que la esperanza nos vendrá dada desde arriba, y comenzar a impulsarla desde abajo, por la base.”

http://www.thenation.com/doc/20090504/klein?rel=hp_currently

S. Seguí pertenece a los colectivos de Tlaxcala, Rebelión y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.


A Lexicon of Disappointment

Lookout

By Naomi Klein

This article appeared in the May 4, 2009 edition of The Nation.

April 15, 2009



All is not well in Obamafanland. It's not clear exactly what accounts for the change of mood. Maybe it was the rancid smell emanating from Treasury's latest bank bailout. Or the news that the president's chief economic adviser, Larry Summers, earned millions from the very Wall Street banks and hedge funds he is protecting from reregulation now. Or perhaps it began earlier, with Obama's silence during Israel's Gaza attack.


Whatever the last straw, a growing number of Obama enthusiasts are starting to entertain the possibility that their man is not, in fact, going to save the world if we all just hope really hard.

This is a good thing. If the superfan culture that brought Obama to power is going to transform itself into an independent political movement, one fierce enough to produce programs capable of meeting the current crises, we are all going to have to stop hoping and start demanding.

The first stage, however, is to understand fully the awkward in-between space in which many US progressive movements find themselves. To do that, we need a new language, one specific to the Obama moment. Here is a start.

Hopeover. Like a hangover, a hopeover comes from having overindulged in something that felt good at the time but wasn't really all that healthy, leading to feelings of remorse, even shame. It's the political equivalent of the crash after a sugar high. Sample sentence: "When I listened to Obama's economic speech my heart soared. But then, when I tried to tell a friend about his plans for the millions of layoffs and foreclosures, I found myself saying nothing at all. I've got a serious hopeover."

Hoper coaster. Like a roller coaster, the hoper coaster describes the intense emotional peaks and valleys of the Obama era, the veering between joy at having a president who supports safe-sex education and despondency that single-payer healthcare is off the table at the very moment when it could actually become a reality. Sample sentence: "I was so psyched when Obama said he is closing Guantánamo. But now they are fighting like mad to make sure the prisoners in Bagram have no legal rights at all. Stop this hoper coaster--I want to get off!"

Hopesick. Like the homesick, hopesick individuals are intensely nostalgic. They miss the rush of optimism from the campaign trail and are forever trying to recapture that warm, hopey feeling--usually by exaggerating the significance of relatively minor acts of Obama decency. Sample sentences: "I was feeling really hopesick about the escalation in Afghanistan, but then I watched a YouTube video of Michelle in her organic garden and it felt like inauguration day all over again. A few hours later, when I heard that the Obama administration was boycotting a major UN racism conference, the hopesickness came back hard. So I watched slideshows of Michelle wearing clothes made by ethnically diverse independent fashion designers, and that sort of helped."

Hope fiend. With hope receding, the hope fiend, like the dope fiend, goes into serious withdrawal, willing to do anything to chase the buzz. (Closely related to hopesickness but more severe, usually affecting middle-aged males.) Sample sentence: "Joe told me he actually believes Obama deliberately brought in Summers so that he would blow the bailout, and then Obama would have the excuse he needs to do what he really wants: nationalize the banks and turn them into credit unions. What a hope fiend!"

Hopebreak. Like the heartbroken lover, the hopebroken Obama-ite is not mad but terribly sad. She projected messianic powers onto Obama and is now inconsolable in her disappointment. Sample sentence: "I really believed Obama would finally force us to confront the legacy of slavery in this country and start a serious national conversation about race. But now he never seems to mention race, and he's using twisted legal arguments to keep us from even confronting the crimes of the Bush years. Every time I hear him say 'move forward,' I'm hopebroken all over again."

Hopelash. Like a backlash, hopelash is a 180-degree reversal of everything Obama-related. Sufferers were once Obama's most passionate evangelists. Now they are his angriest critics. Sample sentence: "At least with Bush everyone knew he was an asshole. Now we've got the same wars, the same lawless prisons, the same Washington corruption, but everyone is cheering like Stepford wives. It's time for a full-on hopelash."

In trying to name these various hope-related ailments, I found myself wondering what the late Studs Terkel would have said about our collective hopeover. He surely would have urged us not to give in to despair. I reached for one of his last books, Hope Dies Last. I didn't have to read long. The book opens with the words: "Hope has never trickled down. It has always sprung up."

And that pretty much says it all. Hope was a fine slogan when rooting for a long-shot presidential candidate. But as a posture toward the president of the most powerful nation on earth, it is dangerously deferential. The task as we move forward (as Obama likes to say) is not to abandon hope but to find more appropriate homes for it--in the factories, neighborhoods and schools where tactics like sit-ins, squats and occupations are seeing a resurgence.

Political scientist Sam Gindin wrote recently that the labor movement can do more than protect the status quo. It can demand, for instance, that shuttered auto plants be converted into green-future factories, capable of producing mass-transit vehicles and technology for a renewable energy system. "Being realistic means taking hope out of speeches," he wrote, "and putting it in the hands of workers."

Which brings me to the final entry in the lexicon.

Hoperoots. Sample sentence: "It's time to stop waiting for hope to be handed down, and start pushing it up, from the hoperoots"


No comments: