Monday, May 11, 2009


Eloísa Carreras y Armando Hart
El Correo desde la Isla de la Dignidad


El pasado 5 de mayo se cumplieron 191 años del natalicio de Carlos Marx. En 1842 había conocido a Federico Engels y dos años más tarde decidieron trabajar juntos e iniciaron una fructífera colaboración que se prolongó más allá de la muerte de Marx, ocurrida en Londres, el 14 de marzo 1883. Sobre este hecho encontramos unas líneas de José Martí, con fecha 29 de marzo de ese mismo año, en sus Escenas Norteamericanas, en las que nos dice:
Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño.




[…] Ved esta sala: la preside, rodeado de hojas verdes, el retrato de aquel reformador ardiente, reunidor de hombres de diversos pueblos, y organizador incansable y pujante. La Internacional fue su obra: vienen a honrarlo hombres de todas las naciones.
[…] Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos.
[…] Aquí están buenos amigos de Karl Marx, que no fue sólo movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien. Él veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha.

Carlos Marx y José Martí representan –en nuestra opinión–, los planos más altos del saber filosófico y humanista de la cultura europea y latinoamericana del siglo XIX, respectivamente. El acento científico predomina en los análisis de Marx, el sentido utópico y poético en los de Martí, pero en ambos hay utopía y hay ciencia, y, sobre todo, en ambos se aspira a la liberación universal del hombre y a desarrollar formas colectivas de organización de los hombres para lograrla.
Martí nos habló de la necesidad de una filosofía de las relaciones. La tradición intelectual anterior al Apóstol nos planteó a su vez el método electivo que comporta una elección a favor de la justicia, que Luz y Caballero caracterizó como “el sol del mundo moral”. Para la cultura cubana esto no resulta antagónico con el pensar materialista dialéctico de Marx, muy por el contrario, se complementa, a partir de asumir el ideal de redención del hombre en la tierra, el más alto desde el punto de vista ético. Por ello está presente en la obra de estos gigantes de la historia no sólo la posibilidad, sino la necesidad de transformar el mundo en favor de la justicia.
Las diferencias entre la forma de presentar las cuestiones entre Marx, Engels y Martí está determinada por el espacio geográfico y la tradición cultural que cada uno de ellos vivió. Marx y Engels son la expresión del movimiento redentor del siglo XIX en la Europa donde el capitalismo había alcanzado su más alto desarrollo, incluyendo las contradicciones clasistas que le son inherentes. Martí asume y representa la tradición emancipadora de nuestra América; durante su estancia como emigrado en los Estados Unidos analizó el drama que se incubaba en el seno de esa sociedad en las últimas décadas de ese siglo, es decir, cuando se gestaba el imperio estadounidense. En Norteamérica llegó a su completa formación como revolucionario, asumiendo lo mejor del pensamiento moderno europeo y la tradición bolivariana; y recogió la tradición ética de la cultura de raíz cristiana en su acepción más pura y original.
Marx y Engels, forjadores de las ideas socialistas, asumieron el pensamiento de liberación y de la modernidad sobre el fundamento de la larga evolución intelectual y filosófica que culminó en Hegel. Ellos lo trascienden y lo sitúan en una escala superior, lo llevan a la acción, pero enfrentándose a las concepciones reaccionarias que sobre la espiritualidad venían de la peor herencia medieval y de la Inquisición y, por tanto, de las concepciones metafísicas conservadoras que trazaban radical divorcio entre lo que llamamos materia y lo que denominamos espíritu.
Es bueno puntualizar que la idea del socialismo con este nombre o aquél no surgió con Marx. El mérito del autor de El Capital consistió en darle contenido y proyección científico-social a una antigua aspiración utópica presente en diversas etapas de la historia de la humanidad. Ejemplos sobresalientes los tenemos en el cristianismo durante sus inicios y en la utopía socialista que podemos representarnos, entre otros muchos, en Tomás Moro.
En el viaje hacia la inmortalidad Marx y su gran compañero Engels, encontraron un camino hacia la redención universal del hombre; forjaron la filosofía de la práctica y descubrieron el método científico para promover la mejor tradición intelectual europea en la búsqueda de la justicia universal; crearon las bases de las modernas ciencias económicas y sociales, rebasando el espacio y el tiempo histórico en que nació y comenzó a crecer esta inmensa sabiduría.
La introducción de la cuestión social como objetivo central de la cultura es relativamente reciente en la historia de Occidente; a partir de ésta, Marx y Engels arribaron a la verdad filosófica más provechosa para el hombre en su milenaria historia: la necesidad de que la Filosofía orientara la transformación revolucionaria de la sociedad.
Si el estudio de sus textos se hace desprejuiciadamente, quedará revelado que el curso de los procesos sociales y políticos confirmó que la historia de la sociedad hasta nuestros días sigue siendo la lucha entre opresores y oprimidos. Hay una importante advertencia para todos los seres humanos que pueblan la Tierra: esas luchas han terminado siempre con el triunfo de una de las clases beligerantes o con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna. Esta advertencia martilla nuestra mente y se presenta como la gran interrogante del mundo en este siglo XXI.
Sin embargo, para promover las ideas redentoras contenidas en el pensamiento de Marx y Engels es necesario estudiar lo que resultó diferente a los presupuestos en que se fundaron éstas. Ellos estaban conscientes de que sus valoraciones tenían como base, esencialmente, la realidad europea y que si se fuera a interpretar más allá de aquel espacio geográfico, había que estudiar los tiempos y espacios históricos de otras regiones para luego hacer las comparaciones. No podía exigírseles otra cosa, precisamente de la visión eurocéntrica no se libró lo más elevado del pensamiento revolucionario europeo del siglo XIX.
Uno de los rasgos esenciales del pensamiento de Marx está precisamente en la importancia decisiva de la práctica humana. Ahí nace la vida espiritual y adquiere una categoría social de enorme peso histórico. Pero se ignoró que el materialismo de Marx encerraba una noción ética y una valoración de los factores volitivos en los procesos históricos y económicos. El déficit no es de ellos, sino de la historia de las ideas de Occidente. El divorcio entre lo material y la vida espiritual fue un gravísimo error de incalculables consecuencias prácticas arrastrado desde antaño hasta nuestros días.
Lo ético fue lo que alentó los análisis críticos de Marx con relación a la historia y a los fundamentos económicos de la acción social del hombre. No se entiende bien la esencia de su pensamiento filosófico, si el análisis se queda reducido exclusivamente al comportamiento y movimiento de la mercancía en la economía social. En lo que hay que insistir es en las consecuencias culturales y morales de ese movimiento y en cómo enfrentarlo.
La esencia del problema se halla en que si no hubieran asumido la más elevada cultura ética de la historia de Occidente, les habría sido imposible descubrir la plusvalía, su naturaleza impulsora del capitalismo y de la maldad que origina, encierra y desencadena cruelmente. Tampoco hubieran descubierto las leyes esenciales de la historia social sin los fundamentos e inspiración de una ética de valor universal.
La búsqueda de la ética en tanto que la justicia, “sol del mundo moral”, está presente en los métodos del conocimiento e interpretación de la dialéctica de Marx y de Engels. Sólo a partir de sus ideas fue factible encontrar la moral como tendencia viva presente en el movimiento de la realidad; y facilitar la posibilidad de que el hombre pudiera sentir felicidad en actuar moralmente en el curso histórico.
Marx sitúa en el sujeto y en la sensorialidad en el punto de partida de toda su investigación, lo principal está, pues, en el hombre, en el sujeto que existe, el que puede transformar la realidad. Pero, además, relaciona la actividad práctica del hombre con la necesidad de cambios sociales. El hombre se halla en el centro de su pensamiento. Hay que acabar de entender que lo espiritual y lo ético están insertados en la naturaleza humana de manera inseparable y que sólo a partir de ella se puede transformar al hombre y a la sociedad. Es necesario superar, en el terreno filosófico, la dicotomía entre factores morales y materiales para llegar a la conclusión de que ambos están vivos en la realidad, en los sujetos.
Las ideas de Marx mantienen validez no sólo porque descubrió verdades científicas, sino porque éstas se enlazan con su enorme significado ético. La lógica y la dialéctica de sus razones y descripciones de procesos históricos, expresan el más alto valor ético que se alcanzó en las ciencias humanistas y sociales de la civilización occidental. La conjugación de la ética humanista universal y la validez de sus conclusiones científico-sociales están en el nudo de su sabiduría y sensibilidad. Es decir, llegó a “profundizar en los males del hombre” porque era un hombre “comido del ansia de hacer el bien”.
Por esto, cualquiera que haya sido el cambio de realidades sociales y económicas con respecto a su tiempo histórico y los errores y horrores cometidos en nombre de sus ideas, la certeza esencial de sus descubrimientos y análisis está en la síntesis de ciencia y ética. Nadie lo aventajó científicamente en sembrar la semilla de la verdad y de la justicia (ambas son piedras angulares de la filosofía de la ética) en un terreno donde se mueven los intereses inmediatos y concretos de los hombres.
Sólo sobre el reconocimiento de las altas escalas éticas que fundamentan el saber de Marx y Engels, podemos reconocer y aceptar los límites que por esencia tiene toda obra intelectual, sobre todo cuando se analiza a más de cien años de distancia. Ha de entenderse que la razón de su trascendencia en el tiempo está en la síntesis entre ética y proyección científica. Sin lo primero no existe lo segundo; en ellos como en Martí, ciencia y ética alcanzan una síntesis de saber y amor que quien no la respete tiene limitaciones en ambos planos de la cultura.
Extraigamos todas las consecuencias que supone mostrar que la fuerza creadora de Marx está en el amor, la solidaridad y la virtud. Hoy constituye un compromiso moral y científico de los socialistas, colocar las más nobles aspiraciones éticas y espirituales como un producto de la creación humana y social, inspirados en la filosofía de Carlos Marx que tiene profundos fundamentos culturales, porque –como ya hemos dicho–, colocó la cuestión moral en el centro de su quehacer político y científico.
Marx y Engels no elaboraron un sistema de valores éticos, porque no fue esta la misión que se habían planteado ni, incluso, la que objetivamente podían abordar en la Europa de esa época. Lo ético en ellos hay que buscarlo en el sentido de sus vidas, en su pasión por la verdad científica y la justicia entre los hombres.
El valor ético del pensamiento de estos sabios nos obliga a marchar hacia una nueva y radical interpretación de la historia que resultará válida en la medida en que responda a los intereses de toda la humanidad. Para asumirlos e, incluso, captar sus más puras esencias hay que hacerlo desde la práctica, es decir, desde la vida. Sólo cuando unamos nuestros sentimientos, emociones y acciones estaremos en aptitud de entender el mensaje de liberación humana de estos pensadores revolucionarios.
Tiene razón Frei Betto cuando caracteriza el socialismo como “la fórmula política del amor”. Si no se alcanza esta comprensión y no se asume como dialéctica entre las voluntades individuales y sociales, la civilización moderna continuará en la grave crisis por la que atraviesa.
Por todas estas buenas razones Marx ha permanecido, y sus ideas continuarán perdurando por los siglos, como proclamó ante su tumba su ilustre amigo Federico Engels.

Nota

1. Martí, J. Obras Completas. Editorial Ciencias Sociales, 1991. T 9, p. 388.
* Este texto es una versión breve realizada para Por Esto!, en la que han tomado parte diversos trabajos ya publicados.


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