Monday, July 06, 2009


Sólo en el Zócalo capitalino se realizaron abiertamente manifestaciones por la jornada electoral


Es casi un domingo cualquiera. La tranquilidad imperante a lo largo del día no se corresponde con los jaloneos y golpes bajos que se dieron partidos y candidatos durante las campañas electorales. Después de las luchas en lodo, tanta calma resulta anticlimática. ¿Síntoma de civilidad o de apatía? ¿Expresión de una madurez ciudadana que pasa con normalidad por los trámites de la democracia?

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Armado de urnas en un domingo más tranquilo de lo esperadoFoto José Antonio López
Arturo García Hernández

Un recorrido por algunos puntos de la ciudad inabarcable permite suponer que la jornada electoral apenas altera la cotidianidad dominguera de los chilangos.

Sorprende un poco la presencia tempranera de votantes en la colonia Portales. Todavía no son las nueve de la mañana y en las casillas 4484 y 4521 ya hay entre 10 y 15 personas haciendo fila para votar. Cerca de ahí, en una conversación de banqueta, una ciudadana anulista instruye con vehemencia a un vecino: “Acuérdese, hay que poner en el espacio de hasta abajo ‘Quiero vivir en un México mejor’. No se le olvide”

La actividad ciudadana en los primeros minutos de la votación parece prometer una participación intensa... Es un espejismo que pronto se esfuma.

En el centro de Coyoacán las calles y los cafés bullen de gente, pero las elecciones no son el principal tema de conversación. Con excepciones. Por ahí, de pasada, dos ciclistas domingueros se encuentran e incluyen las elecciones en su saludo.

–¿Ya fuiste a votar?

–No, güey. ¿Y tú?

–Al rato voy... Oye, si quieres violencia, ya sabes por quién votar, ¿eh?

El acertijo y el eco de una carcajada se quedan en el aire y los amigos se despiden.

Los artesanos, que defendieron con tanta combatividad su derecho a ofrecer su mercancía en el remozado Jardín Centenario, ya están instalados, como cada semana. El vendedor de muñequeras de piel pregunta a su compañera, vendedora de aretes y gargantillas, si ya votó. Ella dice que no porque perdió su credencial.

La alegre cotidianidad de la zona, acentuada por el sol, es fugazmente alterada por un coche con altavoz, desde el cual se hace un llamado a no abstenerse ni anular el voto. Es un Tsuru, placas MAN-9908, con logos de una organización sindical.

El llamado no tiene mucho efecto, a juzgar por la escasa afluencia que se observa en la casilla 0709, de avenida Hidalgo.

Quizás haya más movimiento y participación en Iztapalapa. Es uno de los focos rojos después de la esperpéntica disputa sostenida por los dos grupos que pretenden controlar la delegación. El de los chuchos, encabezado por Jesús Ortega, y el que lidera Andrés Manuel López Obrador. De hecho la disputa continúa en los pendones que aún cuelgan de postes y bardas. En uno, la repentinamente célebre –querida y odiada– niña Mariana, con delantal y gorro de chef, dice: Por Iztapalapa, yo me quedo en el PRD.

Para hacer más confuso el juego de máscaras, en otro pendón López Obrador aparece abrazado con Rafael Acosta, candidato a delegado por el Partido del Trabajo. Al pie de la foto se lee: Un voto por Rafael Acosta es un voto por Clara Brugada.

Los demás partidos prácticamente no existen.

A los pies del cristo metálico colocado sobre un puente peatonal en la avenida Ermita Iztapalapa, cerca del Foro Quetzalcóatl, se lee un llamado a la sensatez: La gente de Iztapalapa no vende su voto. No a la delincuencia electoral.

Con todo, el día transcurre sin novedad en el centro de la demarcación. El tianguis se instala como cada semana. Como cada domingo, en el kiosco, los bailadores de danzón le dan gusto al cuerpo. Y cerca de ahí, en la casilla 2049, ubicada en la escuela primaria Enrique Laubscher, al mediodía hay más camarógrafos a la caza de algún altercado que votantes.

El incidente más llamativo fue la petición del representante de uno de los partidos de retirar la propaganda que colgaba de un poste frente a la escuela. El reportero de Telesur dice que así ha estado todo el día. Y uno de Tv Azteca asegura que hubo rumores tempranos sobre la toma de casillas. Resultaron falsas alarmas. Ambos se aburren, junto con su colega del Canal del Congreso.

Donde más evidente resulta lo inalterable de la cotidianidad es en zonas como La Merced, la Alameda Central o la Plaza Garibaldi (empolvada por la remodelación de que es objeto). En los tres lugares la prioridad es la lucha por el sustento o de plano por la sobrevivencia. No hay tregua para nadie: los vendedores ambulantes de Circunvalación, las sexoservidoras de San Pablo, los mariachis toreros de coches sobre el Eje Lázaro Cárdenas; los artistas callejeros y merolicos malhablados de la Alameda.

Del recorrido, el Zócalo es el único lugar donde se observan clara y abiertamente las manifestaciones propias de una jornada que sin duda tendrá repercusiones en el futuro, y en la vida cotidiana de los que habitamos esta ciudad.

Frente a Palacio Nacional se ha instalado un grupo de anulistas. Jóvenes. Enjundiosos. Pertenecen a un colectivo llamado Mexicanos al grito de guerra. Han tendido mantas y pancartas sobre el piso: Anular es sólo el inicio; Hoy anulé a los partidos, pero voté por México. ¡Comencemos la lucha!

Provocan simpatía y sonrisas en los transeúntes que se aproximan.

En otro punto de la plancha, del lado que da hacia la Catedral Metropolitana, se manifiesta solitaria una anulista sui generis. Es una mujer de entre 60 y 65 años. Pelo cano, expresión de mártir. Es originaria de Puebla, pero vive en el DF desde hace 20 años. Sus padres la bautizaron como Dolores Soledad. Al crecer –dice– descubrió su verdadero nombre y con él su verdadera identidad: María Magdalena, la esposa de Cristo. Afirma con sonrisa orgullosa que tiene una hermosa misión.

Sostiene una pancarta que dice: Éste es una aviso de parte de la Santa Madre Iglesia para todos los políticos que quieren llegar a la Presidencia, que les quede claro que no se votará el 5 de julio, quedará suspendido el voto, no podemos votar por partidos que no conocemos.

Y de viva voz añade: Si quieren llegar al poder que les cueste, que empiecen desde abajo, ya basta de estar robe y robe y robe.

Frente a la entrada a la Catedral, la lucha por la sobrevivencia continúa. Una joven con garfios en vez de manos, elabora –cruel término– manualidades de estambre, a la vista de los peatones. Una cicatriz de quemadura le cubre el rostro con una máscara inexpresiva. También tiene extensas cicatrices en las piernas.

Casi toda la gente que pasa le deja una moneda.

Son más de las seis de la tarde. La jornada electoral ha terminado. Ya empezó el partido de futbol entre la selección de México y la de Nicaragua. Hay prioridades.

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