“Yo soy mi propia esposa”
ROBERTO PEREA
MÉXICO, D.F., 16 de septiembre (apro).- Ser travesti, homosexual, bisexual, lesbiana o cualquier otra posibilidad de preferencia diferente a la heterosexualidad, sigue siendo problemático en nuestras sociedades machistas y prejuiciosas, aun en este siglo XXI. Mucho más difícil debe haberlo sido en la Alemania de 1928, año en que nació Lotear Berfelde, mejor conocido como Charlotte von Mahlsdorf.
De este sui géneris, controvertido y complejo personaje, figura histórica del activismo transgénero, nos habla Yo soy mi propia esposa, obra del escritor estadunidense Doug Wright, recientemente estrenada en el teatro Rafael Solana, en un espectáculo unipersonal de Héctor Bonilla.
Se trata, sin duda, del trabajo más arriesgado de Bonilla en su ya larga trayectoria artística; un ejercicio histriónico extraordinario en el que no sólo aborda la muy compleja personalidad de Von Mahlsdorf, sino que, además, interpreta a más de 30 diferentes personajes, en un tránsito que le exige sacar a flote toda su experiencia y amor por el teatro.
El origen de este trabajo está en las entrevistas realizadas por Doug Wright a Charlotte von Mahlsdorf entre agosto de 1992 y enero de 1994, en el largo intercambio epistolar que ambos sostuvieron hasta la muerte de Charlotte, en 2002; en su expediente del Servicio Secreto (SS) nazi y, por supuesto, en la imaginación creativa del dramaturgo.
De esta forma Wright nos permite vislumbrar lo que fue la vida de este personaje que, como se dice en algún momento de la obra, transitó con tacones altos entre dos de los regímenes más homofóbicos en la historia de la humanidad: el nazismo y el comunismo.
Las acciones se desarrollan fundamentalmente en la "recreación" de su famoso Museo Grûnderzeit, en el que hasta la fecha se conservan libros, relojes, candelabros, mesas, armarios, escaparates, gramófonos, vestidos, carteras, baúles y muchos otros objetos que nazis y comunistas consideraban decadentes.
En medio de esta escenografía --creada por Sergio Villegas--, Héctor Bonilla, caracterizado con el vestido negro y el collar de perlas, al estilo de los años 20 que distinguió a Charlotte von Mahlsdorf, nos habla de su padre déspota, con ideas nacionalsocialistas, que lo quería convertir en soldado del reich, el mismo al que tuvo que matar en defensa propia a los 16 años de edad.
La obra es compleja por los saltos en el tiempo, los numerosos personajes incidentales y la gran cantidad de información, sobre todo para quien no tiene ningún antecedente de la vida de Mahlsdorf. Poco a poco la historia va subiendo de intensidad conforme los espectadores van descubriendo las circunstancias de vida del protagonista, aderezadas con un fino sentido del humor, por momentos muy negro.
A lo largo de dos actos nos enteramos cómo Lothar, tras el asesinato de su padre, se refugia con una tía lesbiana y poco a poco se transforma en un travestido con el nombre de Charlotte, luchando primero contra el SS y después contra la policía política de la República Demócrata Alemana, hasta convertirse en icono y portavoz de la comunidad clandestina gay, lésbica, transgénero de Alemania del Este, a pesar de haber sido acusado de colaborar con el SS.
En 1992 obtuvo la Cruz Federal del Mérito por parte del gobierno alemán, a pesar de la oposición de diferentes sectores de la sociedad, y en 1997 emigró a Suecia, por temor a las agresiones homofóbicas.
Estos y otros detalles de su vida pueden conocerse a través de esta excelente puesta en escena en la que Bonilla ratifica su calidad de primer actor. Entre los premios obtenidos por la obra de Doug Wright se encuentran el Pulitzer y el Tony 2004.
De este sui géneris, controvertido y complejo personaje, figura histórica del activismo transgénero, nos habla Yo soy mi propia esposa, obra del escritor estadunidense Doug Wright, recientemente estrenada en el teatro Rafael Solana, en un espectáculo unipersonal de Héctor Bonilla.
Se trata, sin duda, del trabajo más arriesgado de Bonilla en su ya larga trayectoria artística; un ejercicio histriónico extraordinario en el que no sólo aborda la muy compleja personalidad de Von Mahlsdorf, sino que, además, interpreta a más de 30 diferentes personajes, en un tránsito que le exige sacar a flote toda su experiencia y amor por el teatro.
El origen de este trabajo está en las entrevistas realizadas por Doug Wright a Charlotte von Mahlsdorf entre agosto de 1992 y enero de 1994, en el largo intercambio epistolar que ambos sostuvieron hasta la muerte de Charlotte, en 2002; en su expediente del Servicio Secreto (SS) nazi y, por supuesto, en la imaginación creativa del dramaturgo.
De esta forma Wright nos permite vislumbrar lo que fue la vida de este personaje que, como se dice en algún momento de la obra, transitó con tacones altos entre dos de los regímenes más homofóbicos en la historia de la humanidad: el nazismo y el comunismo.
Las acciones se desarrollan fundamentalmente en la "recreación" de su famoso Museo Grûnderzeit, en el que hasta la fecha se conservan libros, relojes, candelabros, mesas, armarios, escaparates, gramófonos, vestidos, carteras, baúles y muchos otros objetos que nazis y comunistas consideraban decadentes.
En medio de esta escenografía --creada por Sergio Villegas--, Héctor Bonilla, caracterizado con el vestido negro y el collar de perlas, al estilo de los años 20 que distinguió a Charlotte von Mahlsdorf, nos habla de su padre déspota, con ideas nacionalsocialistas, que lo quería convertir en soldado del reich, el mismo al que tuvo que matar en defensa propia a los 16 años de edad.
La obra es compleja por los saltos en el tiempo, los numerosos personajes incidentales y la gran cantidad de información, sobre todo para quien no tiene ningún antecedente de la vida de Mahlsdorf. Poco a poco la historia va subiendo de intensidad conforme los espectadores van descubriendo las circunstancias de vida del protagonista, aderezadas con un fino sentido del humor, por momentos muy negro.
A lo largo de dos actos nos enteramos cómo Lothar, tras el asesinato de su padre, se refugia con una tía lesbiana y poco a poco se transforma en un travestido con el nombre de Charlotte, luchando primero contra el SS y después contra la policía política de la República Demócrata Alemana, hasta convertirse en icono y portavoz de la comunidad clandestina gay, lésbica, transgénero de Alemania del Este, a pesar de haber sido acusado de colaborar con el SS.
En 1992 obtuvo la Cruz Federal del Mérito por parte del gobierno alemán, a pesar de la oposición de diferentes sectores de la sociedad, y en 1997 emigró a Suecia, por temor a las agresiones homofóbicas.
Estos y otros detalles de su vida pueden conocerse a través de esta excelente puesta en escena en la que Bonilla ratifica su calidad de primer actor. Entre los premios obtenidos por la obra de Doug Wright se encuentran el Pulitzer y el Tony 2004.
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