¿Quién ha cerrado el grifo?
Astrit Dakli
Il Manifesto
Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
¿Guerra del gas? Seamos serios: la guerra es otra cosa, como vemos todos los días en el martirio de Gaza. Aquí no hay masacres ni sangre: lo que ocurre es tan solo que media Europa -la balcánica más algunos países de la central y en parte Italia- se ha quedado desde ayer sin el gas ruso que suele calentarla, le permite comer comida cocinada y que sus fábricas funcionen. En realidad, nada demasiado grave, ya que hasta el momento: 1) la mayoría de los países afectados reciben gas de otros abastecedores distintos de Rusia; 2) el gas no es la única fuente de energía que emplean; 3) disponen generalmente de reservas de gas que pueden durar desde algunos días hasta muchas semanas (sólo Bulgaria y Macedonia parecen no disponer de ellas y se encuentran de hecho en peligro de una seria crisis, pues dependen casi totalmente del gas ruso).
Si bien es cierto que no hay de momento razón para una alarma inmediata, la mera idea de que cierren el grifo -unida al hecho de que Rusia está en el ajo, cada vez más etiquetada como potencial enemigo de Occidente- ha empujado a una competición para ver quién grita más; gritos a menudo partidistas e hipócritas. Muchos medios repiten obsesivamente esa cantinela de la administración Bush de que este asunto “hará más tensas las relaciones entre Rusia y Occidente”. No se entiende por qué no debería volver más tensas las relaciones con Ucrania, a menos que se acepte la idea de que para Washington y sus amigos más íntimos Ucrania es intocable en cualquier caso.
Sin embargo, en un caso como éste, no decantarse significa hacerlo claramente a favor de una de las partes: la ucraniana. En efecto, la responsabilidad de Kiev -más concretamente del presidente Yushenko, que combate también así una batalla personal contra su gobierno para mantenerse en la poltrona- en la controversia con Moscú sobre el precio del gas queda fuera de toda duda. En el plano comercial, Gazprom lleva razón: los ucranianos no han pagado todo el gas recibido y no quieren aceptar el precio que se les pide para el año entrante, pese a que sea la mitad del precio internacional (250 dólares por mil metros cúbicos frente a 450). Así pues, no es extraño que les corten el suministro en un contexto de mercado puro y duro. Si encima los ucranianos aprovechan el tránsito del gas ruso destinado a Europa a través de sus gasoductos para robar lo que les hace falta, está más que claro quién tiene razón.
Es lo que está pasando: de todo el volumen de gas que se bombea a los gasoductos, Gazprom ha cortado lo correspondiente al consumo ucraniano dejando tal cual el volumen correspondiente al consumo pagado por el resto de Europa, pero, igual que sucedió hace tres años en una crisis similar, a los consumidores europeos les han reducido el flujo de red de modo muy fuerte, o total, mientras que Ucrania mantiene su consumo sin variaciones. Todo ello lo admitió el ente del gas ucraniano, Naftogaz, aunque luego lo desmintiera de modo penoso Yushenko, el cual envió un mensaje a sus protectores (suponiendo que lo sean) de la UE para decirles que ni un metro cúbico del gas consumido estos días en Ucrania era gas ruso: todo ese gas se producía en Ucrania o lo habían comprado el año pasado y estaba almacenado en los depósitos de reserva.
Esta polémica absurda se sigue inflando de modo desmedido porque todas las partes, en un sentido o en otro, sacan tajada. Yushenko se aprovecha de ello para presentarse como el campeón de la Ucrania filo-occidental y anti-rusa, como el hombre que combate para defender los consumos, los bolsillos y las industrias de sus compatriotas de las garras del oso malvado del este; los países de la “Nueva Europa” ( Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria) se aprovechan para pedir a la UE “mano dura” contra la prepotencia de Moscú; en países como Alemania e Italia, la “guerra del gas” ofrece un pretexto magnífico para impulsar la energía nuclear y los regasificadores en las costas; Estados Unidos y Gran Bretaña ven que se revitaliza su proyecto moribundo de gasoducto turco-caucásico para esquivar Rusia; incluso la propia Rusia -más allá del interés obvio en que le paguen por lo suministrado- encuentra una ventaja colateral en la nueva tensión al alza que afecta al mercado mundial de la energía, empezando por los precios del crudo (que, de hecho, ayer superaron los 50 dólares por barril, después de muchas semanas) y siguiendo con las cotaciones del gas.
¿Cómo terminará la historia? En otras ocasiones, estas discusiones se resolvieron mediante un acuerdo, a menudo tan opaco como favorable a los traficantes de todas las raleas, ya sean rusos o ucranianos. Sin embargo, esta vez las cosas parecen bastante más serias, primero por la dificilísima situación política y económica de Ucrania. El país está en medio de una crisis dramática, con una moneda que ha perdido la mitad de su valor, muchísimas industrias nacionales paradas, el crédito congelado y las obras cerradas. El estado carece obviamente de los medios para afrontar el precio del gas ruso ni al precio antiguo ni al nuevo precio aumentado. En un año de extrema tensión electoral y de enfrentamiento entre las personalidades nacionales más altas, nadie querrá subir los precios de los consumos debido al riesgo de empeorar aún la situación económica y crear más desempleo.
Por otro lado, Rusia no es que esté mucho mejor: Gazprom ha perdido dos tercios de su valor de capitalización en 2008 y se encuentra ante la necesidad de encontrar dinero en metálico para invertirlo en nuevos yacimientos así como en el mantenimiento de las infraestructuras. La UE podría, al contrario de lo que dice, hacerse con un papel y encontrar, por ejemplo, el modo de garantizar los pagos ucranianos a Rusia: sería un modo positivo para aproximar hacia su esfera tanto a Kiev como a Moscú.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20090107/pagina/02/pezzo/238807/
Astrit Dakli
Il Manifesto
Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
¿Guerra del gas? Seamos serios: la guerra es otra cosa, como vemos todos los días en el martirio de Gaza. Aquí no hay masacres ni sangre: lo que ocurre es tan solo que media Europa -la balcánica más algunos países de la central y en parte Italia- se ha quedado desde ayer sin el gas ruso que suele calentarla, le permite comer comida cocinada y que sus fábricas funcionen. En realidad, nada demasiado grave, ya que hasta el momento: 1) la mayoría de los países afectados reciben gas de otros abastecedores distintos de Rusia; 2) el gas no es la única fuente de energía que emplean; 3) disponen generalmente de reservas de gas que pueden durar desde algunos días hasta muchas semanas (sólo Bulgaria y Macedonia parecen no disponer de ellas y se encuentran de hecho en peligro de una seria crisis, pues dependen casi totalmente del gas ruso).
Si bien es cierto que no hay de momento razón para una alarma inmediata, la mera idea de que cierren el grifo -unida al hecho de que Rusia está en el ajo, cada vez más etiquetada como potencial enemigo de Occidente- ha empujado a una competición para ver quién grita más; gritos a menudo partidistas e hipócritas. Muchos medios repiten obsesivamente esa cantinela de la administración Bush de que este asunto “hará más tensas las relaciones entre Rusia y Occidente”. No se entiende por qué no debería volver más tensas las relaciones con Ucrania, a menos que se acepte la idea de que para Washington y sus amigos más íntimos Ucrania es intocable en cualquier caso.
Sin embargo, en un caso como éste, no decantarse significa hacerlo claramente a favor de una de las partes: la ucraniana. En efecto, la responsabilidad de Kiev -más concretamente del presidente Yushenko, que combate también así una batalla personal contra su gobierno para mantenerse en la poltrona- en la controversia con Moscú sobre el precio del gas queda fuera de toda duda. En el plano comercial, Gazprom lleva razón: los ucranianos no han pagado todo el gas recibido y no quieren aceptar el precio que se les pide para el año entrante, pese a que sea la mitad del precio internacional (250 dólares por mil metros cúbicos frente a 450). Así pues, no es extraño que les corten el suministro en un contexto de mercado puro y duro. Si encima los ucranianos aprovechan el tránsito del gas ruso destinado a Europa a través de sus gasoductos para robar lo que les hace falta, está más que claro quién tiene razón.
Es lo que está pasando: de todo el volumen de gas que se bombea a los gasoductos, Gazprom ha cortado lo correspondiente al consumo ucraniano dejando tal cual el volumen correspondiente al consumo pagado por el resto de Europa, pero, igual que sucedió hace tres años en una crisis similar, a los consumidores europeos les han reducido el flujo de red de modo muy fuerte, o total, mientras que Ucrania mantiene su consumo sin variaciones. Todo ello lo admitió el ente del gas ucraniano, Naftogaz, aunque luego lo desmintiera de modo penoso Yushenko, el cual envió un mensaje a sus protectores (suponiendo que lo sean) de la UE para decirles que ni un metro cúbico del gas consumido estos días en Ucrania era gas ruso: todo ese gas se producía en Ucrania o lo habían comprado el año pasado y estaba almacenado en los depósitos de reserva.
Esta polémica absurda se sigue inflando de modo desmedido porque todas las partes, en un sentido o en otro, sacan tajada. Yushenko se aprovecha de ello para presentarse como el campeón de la Ucrania filo-occidental y anti-rusa, como el hombre que combate para defender los consumos, los bolsillos y las industrias de sus compatriotas de las garras del oso malvado del este; los países de la “Nueva Europa” ( Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria) se aprovechan para pedir a la UE “mano dura” contra la prepotencia de Moscú; en países como Alemania e Italia, la “guerra del gas” ofrece un pretexto magnífico para impulsar la energía nuclear y los regasificadores en las costas; Estados Unidos y Gran Bretaña ven que se revitaliza su proyecto moribundo de gasoducto turco-caucásico para esquivar Rusia; incluso la propia Rusia -más allá del interés obvio en que le paguen por lo suministrado- encuentra una ventaja colateral en la nueva tensión al alza que afecta al mercado mundial de la energía, empezando por los precios del crudo (que, de hecho, ayer superaron los 50 dólares por barril, después de muchas semanas) y siguiendo con las cotaciones del gas.
¿Cómo terminará la historia? En otras ocasiones, estas discusiones se resolvieron mediante un acuerdo, a menudo tan opaco como favorable a los traficantes de todas las raleas, ya sean rusos o ucranianos. Sin embargo, esta vez las cosas parecen bastante más serias, primero por la dificilísima situación política y económica de Ucrania. El país está en medio de una crisis dramática, con una moneda que ha perdido la mitad de su valor, muchísimas industrias nacionales paradas, el crédito congelado y las obras cerradas. El estado carece obviamente de los medios para afrontar el precio del gas ruso ni al precio antiguo ni al nuevo precio aumentado. En un año de extrema tensión electoral y de enfrentamiento entre las personalidades nacionales más altas, nadie querrá subir los precios de los consumos debido al riesgo de empeorar aún la situación económica y crear más desempleo.
Por otro lado, Rusia no es que esté mucho mejor: Gazprom ha perdido dos tercios de su valor de capitalización en 2008 y se encuentra ante la necesidad de encontrar dinero en metálico para invertirlo en nuevos yacimientos así como en el mantenimiento de las infraestructuras. La UE podría, al contrario de lo que dice, hacerse con un papel y encontrar, por ejemplo, el modo de garantizar los pagos ucranianos a Rusia: sería un modo positivo para aproximar hacia su esfera tanto a Kiev como a Moscú.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20090107/pagina/02/pezzo/238807/
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