EU captura el Mar Caribe frente al BRIC
Autor: Alfredo Jalife-Rahme | Sección: Radar Geopolítico |
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En fechas recientes, la administración de Obama ha desplegado varios movimientos militares de envergadura en la región del Mar Caribe: instalación de siete bases militares en Colombia, tolerancia desmedida al golpe de Estado en Honduras (donde colaboraron sus aliados Israel y Taiwán) y “ayuda humanitaria” de 12 mil marines en Haití (que pone en jaque a Cuba en su retaguardia).
El Mar Caribe constituye una extensa zona marítima de 2 mil 754 kilómetros cuadrados, es decir, prácticamente la extensión de Argentina (el segundo país más grande de Latinoamérica) y un 35 por ciento mayor que México (el tercer país más extenso de Latinoamérica).
En forma somera y sumaria, se pudiera esbozar que el Mar Caribe, con alrededor de 40 millones de habitantes (de los cuales un poco más de la cuarta parte se encuentra en Cuba), representa un ovoide –dicho sea metafóricamente ahora que está de moda el Super Bowl–, cuyas puntas son, por una parte, Cuba (la magna isla de la región) y la costa caribeña de la península de Yucatán, y, por otra parte, la costa de Venezuela (que abarca la costa de Colombia), y cuyos dos lados son: 1. Las costas de todos los países centroamericanos (con excepción de la República del Salvador que solamente mira al Océano Pacífico) y que incluyen el superestratégico Canal de Panamá; y 2. La filigrana de varias islas paradisiacas que van desde la Hispaniola (Haití y República Dominicana) y llegan hasta Trinidad y Tobago (frente a Venezuela).
El Mar Caribe ha descollado con una de las mayores producciones de hidrocarburos en el mundo, que han alcanzado hasta 170 millones de toneladas al año; además de exhibir una extensa industria pesquera que llega hasta el medio millón de toneladas métricas de pescado al año.
No se puede soslayar su legendaria industria turística: con más de 12 millones de visitas al año, que incluyen 8 millones de turistas provenientes de los cruceros, según The Caribbean Tourism Organization.
Poco se publicita, pero una de las actividades más lucrativas de las paradisiacas islas caribeñas se centra en los paraísos fiscales (off-shore) donde se blanquea el dinero ilícito del mundo, bajo el control del G7, en particular, de la dupla anglosajona (Estados Unidos y Gran Bretaña), donde descuellan las Islas Caimán británicas y Antigua (matriz operativa del fraudulento Banco Stanford, donde supuestamente Jorge Castañeda Gutman, conspicuo miembro del consejo de administración –excanciller foxiano y presunto instrumento del megaespeculador George Soros– blanquea(ba) el dinero del cártel de Juárez).
Sin pecar de exageración, al unísono de las célebres plazas financieras de Wall Street y la City, los paraísos fiscales del Mar Caribe representan las entrañas de la globalización financiera desregulada (sin vigilancia gubernamental ni ciudadana), las cuales requieren, paradójicamente, de una considerable vigilancia militar.
Los hidrocarburos ameritan una mención especial. Según Alexander’s Gas & Oil Connections, la región del Mar Caribe juega un “papel especial como zona de transporte (léase, el superestratégico Canal de Panamá) y procesamiento del petróleo con varias importantes refinerías e instalaciones independientes (sic) de almacenamiento”. En particular, Trinidad y Tobago se ha posicionado como un significativo proveedor de gas natural licuado a Estados Unidos y a los mercados regionales.
Se desprende así la mezcla superestratégica –para no decir altamente explosiva– del Mar Caribe, única en su género en todo el planeta: hidrocarburos, turismo, juego de todo tipo de azar, cruceros del amor, cruces de transacciones financieras clandestinas, pesca abundante y un relevante canal.
Con tales atributos, el Mar Caribe constituiría un atractivo manjar digno de ser capturado y controlado por las grandes potencias, como lo fue en la etapa colonial cuando colisionaban los intereses de España, Portugal, Gran Bretaña, Holanda y Francia, donde destacaba ostensiblemente la piratería, una actividad consustancial al alma británica.
¿Cuál es la diferencia entre los piratas británicos del siglo XVII con la piratería financiera anglosajona desplegada en los paraísos fiscales de la mitad del siglo XX e inicios del siglo XXI?
Con todo y sus atributos legendarios, el Mar Caribe posee otro distintivo singular que le prohíja la geopolítica que exhibe al Mar Caribe como la región más vulnerable de Estados Unidos: su “bajo vientre” (soft-belly), donde puede ser golpeado o penetrado tanto su costa del Golfo de México (al que pertenecen las aguas del Mar Caribe), como en la Península de Florida.
Pasaremos por alto la supervalía estratégica del Golfo de México, donde se encontraría la tercera reserva de hidrocarburos del planeta (mucho más, a nuestro humilde juicio, que el más conocido Mar Caspio que delimita a Asia Central y del Transcaúcaso y donde, coincidentemente, se libran varias conflagraciones bélicas que instiga la dupla anglosajona para desestabilizar a sus rivales: Rusia y China).
No vamos a conjeturar que Estados Unidos puede recibir un similar tratamiento hostil de parte de sus pletóricos enemigos que ha cosechado durante todo el siglo XX en sus operaciones bélicas, en particular, de sus rivales nucleares, geoeconómicos y geoenergéticos, como Rusia y China, que pueden imitar con creces y mayor letalidad las hazañas de los piratas del siglo XVII.
Para cualquier estratega que se respete, se antoja muy apetecible el Mar Caribe.
Como consecuencia de la notable decadencia financiera y económica de Estados Unidos, que sembró las semillas especulativas de su propia destrucción, es nuestra hipótesis que el Pentágono ha pasado a dos movimientos militares de gran envergadura en el planeta: 1. Escalada militar contra Irán y China, en el marco de la publicación del presupuesto militar por 708 mil millones de dólares para el año fiscal 2011 y de la publicación de la Revisión cuatrianual de defensa ?la “doctrina Gates”?; y 2. Consolidación del “bajo vientre” de Estados Unidos que había perdido prácticamente a Suramérica (con excepción de Colombia, Perú y Chile) frente al imponente ascenso de Brasil y de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), liderada por Venezuela.
No disponemos de datos fehacientes para corroborar la impetuosa acusación del presidente venezolano Hugo Chávez, para afirmar que el desolador terremoto de Haití fue provocado por una “bomba tectónica” (cuya existencia fue denunciada por la Duma, el parlamente ruso, en un momento crítico) detonada por Estados Unidos, pero lo que si podemos aseverar es que el Pentágono, frente al infortunio haitiano, tuvo una “suerte” exagerada al aprovechar la situación cataclísmica para colocar a 12 mil marines en la isla destrozada y así avanzar en gradual y paulatina captura del Mar Caribe como su “mare nostrum”(el “mar nuestro”).
La captura del Mar Caribe por Estados Unidos es de largo aliento y mucha paciencia, pero representa una de sus máximas prioridades estratégicas y vitales para su “seguridad nacional”, que convoca e implica al “cambio de régimen” en Cuba y Venezuela –de paso, en el restante de los ocho miembros de la Alba: Nicaragua, Ecuador, Bolivia y las islas caribeñas Antigua/Barbuda, Saint Vincent/Grenadines, y Dominica (no confundir con República Dominicana).
No hay que olvidar que, por necesidades petroleras, el derrocado presidente Manuel Zelaya, de Honduras, se había incorporado a la Alba, en donde el golpe de Estado tolerado por Estados Unidos tuvo como consecuencia la salida del país centroamericano del bloque que encabeza Venezuela.
Y aquí se desprende otra dimensión estratégica del Mar Caribe que exhibe, a nuestro juicio, “un nuevo Muro de Berlín” que pudiéramos trazar linealmente desde la frontera de Colombia y Venezuela hasta el Canal del Viento, es decir, el estrecho marítimo entre Cuba y Haití.
Este “nuevo Muro de Berlín”, en plenas entrañas del Mar Caribe, divide de facto a Norteamérica de Sudamérica, y se expresa con mayor ahínco en la frontera de Colombia (ocupada militarmente por Estados Unidos) y Venezuela, apoyada conspicuamente por el BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Habría que matizar, ya que la relación de Venezuela con el BRIC no es uniforme ni homogénea, pues Rusia abastece con armas defensivas a Caracas, mientras China ha establecido relevantes acuerdos de aprovisionamiento energético.
Pudiéramos aducir que, con India, las relaciones de Venezuela son del tipo de “vínculos débiles”, como se suele decir en física cuántica.
El punto fino es la vinculación de Venezuela con Brasil, lo cual comporta aspectos “visibles” (Mercado Común del Sur y la sinergia de los hidrocarburos) como otros “invisibles” que se pueden deducir en su conjunto del manejo de las relaciones internacionales de profundidad estratégica del presidente brasileño Lula y el presidente venezolano Chávez (por ejemplo, la fuerte relación mutua con Irán y con tres miembros del BRIC).
En el epifenómeno del análisis pareciera que el “nuevo Muro de Berlín” caribeño ha sido erigido por Estados Unidos en contra de la expansión asombrosa de Venezuela en el Mar Caribe (que ha alcanzado hasta dos potencias energéticas suramericanas como Ecuador y Bolivia, en particular, de ese último, con fuertes lazos gaseros con Brasil).
Pudiéramos decir que éste sería el primer plano que conlleva otro plano más profundo: detener y contener al gigante brasileño que prácticamente ha emergido como la nueva potencia geoeconómica superlativa de Suramérica (y de toda Latinoamérica).
Pero quizá sea mejor definir en un tercer plano de tercera dimensión –ahora que está de moda la película Avatar– al despliegue militar del Pentágono en el Mar Caribe, que desea convertir en su “mare nostrum” inexpugnable, como su “nuevo muro de Berlín” en contra del BRIC, ya que en fechas recientes Rusia y China (lejanamente India) han penetrado en forma espectacular en las entrañas geopolíticas, geoeconómicas y geofinancieras de Suramérica, primordialmente en su alianza con Venezuela (la máxima potencia de petróleo del mundo, según datos recientes de la Agencia de Energía de Estados Unidos) y Brasil: la flamante potencia geoeconómica del siglo XXI.
Fuente: Contralínea 170 / 21 de febrero de 2010
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