¿Ha llegado a su apogeo el imperio de bases de EE.UU.?
Retroceso en el Pacífico
John Feffer
TomDispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de TomDispatch
Cuando se habla de grietas en el edificio imperial de EE.UU. –medido por la capacidad de otros países de decir “no” a Washington, o mirar para otro lado cuando los funcionarios estadounidenses insisten en algo– Europa ha estado cosechando todos los titulares recientemente, y han estado absolutamente centrados en EE.UU. “Gates: OTAN en crisis, tiene que enmendarse,” “Retirada holandesa,” etc. Todo esto por un país –Holanda– que evidentemente se retirará de Afganistán gracias a la intensa presión pública contra la guerra en ese país, y otros países de la OTAN cuyos responsables están arrastrando los pies y vacilando respecto al envío de refuerzos significativos. Sería posible, por cierto, imaginar titulares bastante diferentes (“Europeos reaccionan ante arrogantes y autoritarios estadounidenses,” “Europeos vuelven la espalda a interminable guerra”), pero no en las noticias de la prensa dominante. Ciertamente se podrán encontrar algunos comentarios impactantes sobre el tema de gente como Andrew Bacevich y Juan Cole, pero pasan desapercibidos.
La verdad es que Europa todavía parece lejos de estar dispuesta a presentar un conjunto de firmes negativas a Washington en muchos aspectos, mientras en Asia, los rechazos de clientes claves de EE.UU. durante el medio siglo pasado han sido aún menos evidentes. Pero a veces de la menor grieta en una fachada provienen los mayores cambios. En este caso, el más modesto “no” potencial de un nuevo gobierno japonés en Tokio, con respecto a la postura de EE.UU. en cuanto a las bases en ese país, parece haber provocado casi un pánico en Washington. Ni en Europa ni en Asia hemos sentido algún terremoto político –hasta ahora. Pero bajo la superficie, las placas tectónicas políticas globales se están desplazando, y quién sabe cuándo, a medida que el poder en este planeta cambia lentamente, una de ellas se resbalara y repentinamente, para bien o para mal, todo el paisaje del poder se verá diferente.
John Feffer, codirector de Foreign Policy in Focus y colaborador regular de TomDispatch ya ha escrito en este sitio sobre si Afganistán será el cementerio de la OTAN. Ahora, se vuelve hacia el este para explorar si, en una disputa sobre una insignificante base en la isla japonesa de Okinawa, podamos sentir los primeros estruendos de la línea de falla asiática del poder global estadounidense. Tom
Retroceso en el Pacífico
¿Ha llegado a su apogeo el imperio de bases de EE.UU.?
John Feffer
Para ser un país con una constitución pacifista, Japón está repleto de armamento. Por cierto, ese país asiático ha funcionado desde hace tiempo como un inmenso portaaviones y base naval para el poder militar de EE.UU. No podríamos haber librado las guerras de Corea y de Vietnam sin las cerca de 90 bases militares repartidas por las islas de nuestro principal aliado en el Pacífico. Incluso hoy en día, Japón sigue siendo el sostén de lo que queda de la política de contención de EE.UU. en la Guerra Fría cuando tiene que ver con China y Corea del Norte. Desde las bases aéreas de Yokota y Kadena, EE.UU. puede enviar tropas y bombarderos a través de Asia, mientras la base de Yokosuka cerca de Tokio es la mayor instalación naval estadounidense fuera de EE.UU.
Se podría pensar que, con tantas bases japonesas, EE.UU. no haría tanto escándalo por el cierre de una de ellas. Vuelva a pensarlo. La actual batalla por la base aérea del Cuerpo de Marines en Futenma en Okinawa –una prefectura isleña a casi 1.600 kilómetros al sur de Tokio que alberga unas tres docenas de bases estadounidense y un 75% de las fuerzas de EE.UU. en Japón– se está acelerando. De hecho, Washington parece dispuesto a apostar su reputación y su relación con un nuevo gobierno japonés por la suerte sólo de esa base, lo que es muy revelador con respecto a las ansiedades estadounidenses en la era de Obama.
Lo que hace que esto sea tan extraño, superficialmente, es que Futenma es una base obsoleta. Según un acuerdo al que llegó el gobierno de Bush con el anterior gobierno japonés, EE.UU. ya estaba planificando el desplazamiento de los marines que ahora están en Futenma a la isla de Guam. No obstante, el gobierno de Obama insiste, sobre las protestas de los okinawenses y las objeciones de Tokio, en completar ese acuerdo construyendo una nueva base de reemplazo parcial en una parte menos densamente poblada de Okinawa.
La actual disputa entre Tokio y Washington no es una simple “borrasca en el Pacífico” como Newsweek la describió quitándole importancia. Después de seis décadas de decir sí a todo lo que EE.UU. demandaba, Japón finalmente parece estar a punto de decir no a algo que es de mucha importancia para Washington, y la relación que Dwight D. Eisenhower una vez calificó de “alianza indestructible” muestra cada vez más pequeñas fisuras. Peor todavía, desde la perspectiva del Pentágono, la resistencia de Japón podría ser infecciosa –un motivo importante por el cual EE.UU. pone en juego su alianza por el cierre de una sola base militar anticuada y la construcción de otra de dudoso valor estratégico.
Durante la Guerra Fría, el Pentágono estaba preocupado porque los países caerían como fichas de dominó ante un inexorable avance comunista. Actualmente el Pentágono se preocupa por un tipo diferente de efecto dominó. En Europa los países de la OTAN se niegan a dar su pleno apoyo a la guerra de EE.UU. en Afganistán. En África, ningún país se ha presentado para recibir la central del nuevo Comando África del Pentágono. En Latinoamérica, Ecuador ha expulsado a EE.UU. de su base aérea en Manta.
Todos estos son indudablemente síntomas de la decadencia del poder estadounidense que los militares de EE.UU. viven a escala global. Pero el actual retroceso en Japón es la señal más segura hasta ahora de que el imperio estadounidense de bases militares en el extranjero ha llegado a su punto de apogeo y pronto retrocederá.
¿Fin del servilismo?
Hasta hace poco, Japón era virtualmente un Estado de un solo partido, y eso convenía perfectamente a Washington. El Partido Liberal Democrático (PLD) que gobernó más de medio siglo, tenía la más cómoda relación bipartidaria con los responsables políticos de esa ciudad y su “club del crisantemo” de expertos amistosos hacia Japón. Una reciente revelación de que, en 1969, Japón cedió ante la demanda del presidente Richard Nixon de que recibiera en secreto barcos de EE.UU. que portaban armas nucleares –a pesar de los principios antinucleares supuestamente firmes de Tokio– ha revelado sólo la punta de ese servilismo.
Durante y después de la Guerra Fría, los gobiernos japoneses hicieron lo imposible para dar a Washington todo lo que quisiera. Cuando las restricciones sobre exportaciones militares constituían un obstáculo para la alianza, Tokio simplemente hizo una excepción para EE.UU. Cuando la cooperación en la defensa de misiles contradecía la prohibición de Japón de la militarización del espacio, Tokio de nuevo movía una varita mágica y hacía desaparecer la restricción.
Aunque la constitución de Japón renuncia a la “amenaza o el uso de fuerza como medio para solucionar disputas internacionales,” Washington presionó a Tokio para que contribuyera a los costes de la aventura militar de EE.UU. en la primera Guerra del Golfo contra Sadam Hussein en 1990-1991, y Tokio lo hizo. Luego, desde noviembre de 2001 hasta hace poco, Washington persuadió a los japoneses para que suministraran reabastecimiento de combustible en el Océano Índico para barcos y aviones que participaban en la guerra de Afganistán. En 2007, el Pentágono incluso trató de forzar a Tokio para que aumentara sus gastos de defensa a fin de que pagara más por los costes de la alianza.
Por cierto, el PLD cumplió con tales demandas porque correspondían perfectamente a sus propios planes de cambiar la constitución de paz de ese país y reforzar sus fuerzas armadas. Durante las últimas dos décadas, de hecho, Japón ha adquirido equipamiento notablemente sofisticado, que influye aviones caza, capacidad de reabastecimiento en el aire, y barcos de asalto que pueden funcionar como portaaviones. También modificó más de 50 veces la Ley de Fuerzas de Autodefensa de 1954, que define lo que las fuerzas armadas japoneses pueden y no pueden hacer, para dar a sus fuerzas la capacidad de actuar con una fuerza ofensiva de ataque. A pesar de su “constitución de paz,” Japón tiene ahora una de las fuerzas armadas más impresionantes del mundo.
Y apareció el Partido Democrático de Japón (PDJ). En agosto de 2009, ese nuevo partido político destronó al PLD, después de más de medio siglo en el poder, y se impuso en las elecciones con un amplio mandato para cambiar las cosas. En vista del bajón en la economía, el partido se ha concentrado en temas interiores y la reducción de costes. No es sorprendente, sin embargo, que el esfuerzo por hacer recortes en el presupuesto japonés haya llevado al partido a analizar la alianza con EE.UU. A diferencia de la mayoría de los demás países que albergan bases militares de ese país, Japón paga la mayor parte del coste de mantenerlas: más de 4.000 millones de dólares por año en apoyo directo o indirecto.
Bajo las circunstancias, el nuevo gobierno del primer ministro Yukio Hatoyama propuso algo ciertamente modesto – que se colocara la alianza entre EE.UU. y Japón, en la frase del momento, sobre una base “más equitativa”. Inauguró ese nuevo enfoque de un modo bastante simbólico, terminando la misión de reabastecimiento de Japón en el Océano Índico. (aunque típicamente Japón endulzó la píldora con la oferta de un paquete quinquenal de 5.000 millones de dólares en ayuda al desarrollo para el gobierno afgano.)
De un modo más sustancial, el gobierno de Hatoyama también indicó que quería reducir sus pagos de apoyo a las bases. Los recortes propuestos por Japón vienen en un momento inoportuno para el gobierno de Obama, que trata de pagar por dos guerras, sus “operaciones de contingencia en el extranjero,” y una red mundial de más de 700 bases militares. Las cargas económicas de las operaciones en el extranjero de EE.UU. están aumentando, y menos países se muestran dispuestos a compartir los costes.
De dugongos y democracia
La fuente inmediata de tensión en la relación entre EE.UU. y Japón ha sido el deseo de Tokio de renegociar el acuerdo de 2006 de cerrar Futenma, transferir a esos 8.000 marines a Guam, y construir una nueva base en Nago, un área menos densamente poblada de la isla. Es un acuerdo que amenaza con hacer que un gobierno que ya está en aprietos incurra en gastos considerables. En 2006, Tokio prometió pagar más de 6.000 millones de dólares sólo para ayudar a trasladar a los marines a Guam.
El coste político para el nuevo gobierno de continuar la locura del PLD puede ser aún mayor. Después de todo, el PDJ recibió un apoyo considerable de votos de okinaweses, insatisfechos con el acuerdo de 2006 y ansiosos de ver el fin de la ocupación estadounidense de su isla. Durante las últimas décadas, con bases estadounidenses construidas unas junto a otras en las partes más densamente pobladas de la isla, los okinaweses han sufrido contaminación del aire, del agua y del ruido, accidentes como la caída de un helicóptero estadounidense en 2004 en la Universidad Internacional de Okinawa, y crímenes que van desde infracciones triviales de velocidad hasta la violación de una niña de 12 años por tres marines en 1995. Según un sondeo de opinión de junio de 2009, un 68% de los okinaweses se oponía a la reubicación de Futenma dentro de la prefectura, mientras sólo un 18% favorecía el plan. Mientras tanto, el Partido Socialdemócrata, un miembro minoritario en la coalición gobernante, ha amenazado con retirarse si Hatoyama no cumple con su promesa electoral de no construir una nueva base en Okinawa.
Y además existe el dugongo, un mamífero acuático similar al manatí que parece un cruce entre una morsa y un delfín y que fue la inspiración probable del mito de la sirena. Sólo 50 especímenes de esta especie en peligro siguen viviendo en las aguas marinas amenazadas por la propuesta nueva base cerca de la menos poblada Nago. En un caso que marca un hito, abogados japoneses y ecologistas estadounidenses presentaron una demanda en un tribunal federal de EE.UU. para bloquear la construcción de la base y salvar al dugongo. Para ser realistas, incluso si el Pentágono estuviera dispuesto a apelar el caso hasta llegar a la Corte Suprema, abogados y ecologistas podrían involucrar a los militares de EE.UU. en papeleo legal y burocrático durante tanto tiempo que la nueva base podría permanecer para siempre en la etapa de planificación.
Por razones ecológicas, políticas y económicas, el abandono del acuerdo de 2006 es algo obvio para Tokio. Ante la insistencia de Washington de retener una base de poca importancia estratégica, sin embargo, el desafío para el PDJ ha sido encontrar otro sitio que Nago. El gobierno japonés jugó con la idea de fusionar la instalación de Futenma con instalaciones existentes en Kadena, otra base de EE.UU. en la isla. Pero ese plan – así como una posible reubicación en otras partes de Japón – ha provocado una dura resistencia local. Una propuesta para expandir las instalaciones en Guam fue rechazada por el gobernador de la isla.
La solución a todo esto es evidente: cerrar Futenma sin abrir otra base. Pero hasta ahora, EE.UU. se niega a facilitar las cosas a los japoneses. De hecho, Washington hace todo lo que puede por acorralar al nuevo gobierno en Tokio.
Aumentando la presión
La presencia militar de EE.UU. en Okinawa es un residuo de la Guerra Fría y un compromiso de EE.UU. de contener a la única potencia militar en el horizonte que podría amenazar la supremacía militar estadounidense. En los años noventa, la solución del gobierno de Clinton ante el ascenso de China fue “integrar, pero protegerse.” La protección – contra la posibilidad de que China desarrollara una tendencia maligna – se centró en una alianza EE.UU.-Japón fortalecida y un disuasivo militar japonés creíble.
Lo que no anticiparon el gobierno de Clinton y sus sucesores fue hasta qué punto China desarmaría esa estrategia de protección efectiva y pacíficamente con una cuidadosa habilidad política y una vigorosa política comercial. Una serie de países del sudeste asiático, incluidas las Filipinas e Indonesia, sucumbieron rápidamente a la versión china de la diplomacia de la chequera. Entonces, en la última década, Corea del Sur, como los japoneses actualmente, comenzó a hablar de establecer relaciones “más igualitarias” con EE.UU. en un esfuerzo por no ser involucrada en algún futuro lío militar entre Washington y Beijing.
Ahora, cuando sus archiconservadores se han ido del gobierno, Japón a siente visiblemente atraído por los encantos de China. En 2007, China ya ha sobrepasado a EE.UU. como el principal socio comercial del país. Al devenir primer ministro, Hatoyama propuso sensiblemente el futuro establecimiento de una comunidad del este asiático según el modelo de la Unión Europea. Desde su punto de vista, eso apalancaría la posición de Japón entre una China en ascenso y un EE.UU. en declinación. En diciembre, mientras Washington y Tokio estaban regateando amargamente por el tema de la base de Okinawa, el dirigente del PDJ, Ichiro Ozawa envió una señal a Washington así como a Beijing al conducir una delegación de 143 miembros de legisladores de su partido en una visita de cuatro días a China.
No es sorprendente que la política de deslumbramiento de China haya hecho sonar la alarma en Washington, donde la República Popular sigue siendo un centro de preocupación primordial para un grupo de planificadores estratégicos dentro del Pentágono. La base de Futenma – y su potencial reemplazo – estaría bien situada, si Washington decidiera algún día enviar unidades de reacción rápida al Estrecho de Taiwán, al Mar del Sur de China, o a la península coreana. A los planificadores estratégicos en Washington les gusta hablar de la “tiranía de la distancia,” de la dificultad de colocar “botas en el terreno” desde Guam o Hawaí en caso de una emergencia en el este asiático.
Sin embargo, el verdadero valor estratégico es, en el mejor de los casos, cuestionable. Los surcoreanos son más que capaces de encarar cualquier contingencia en la península. Y EE.UU., tiene francamente suficiente poder de fuego por aire (Kadena) y mar (Yokosuka) dentro de una distancia de emergencia de China. Un par de miles de marines no influirán considerablemente en el resultado (aunque estos últimos estén vigorosamente en desacuerdo). Sin embargo, en un medio político en el cual el Pentágono enfrenta difíciles alternativas entre el financiamiento de guerras de contrainsurgencia y viejos sistemas de armas de la Guerra Fría, el lobby de la “amenaza china” no quiere ceder en nada. El que no se pueda reubicar la base de Futenma dentro de Okinawa podría ser el primer paso por una ladera resbaladiza que podría potencialmente arriesgar miles de millones de dólares en armas de la Guerra Fría que todavía están en la línea de producción. Es difícil justificar la compra de todos esos juguetes sin tener un sitio donde jugar con ellos.
Y es un motivo por el cual el gobierno de Obama se ha lanzado a presionar a Tokio para que se adhiera al acuerdo de 2006. Incluso envió al secretario de defensa Robert Gates a la capital japonesa en octubre pasado, antes del tour asiático del presidente Obama. Como un padre impaciente que reconviene a un adolescente renegón, Gates sermoneó a los japoneses “para que sigan adelante” y se ajusten al acuerdo – irritando tanto al nuevo gobierno como al público.
La expertocracia se ha mantenido unida tras un consenso partidario en Washington de que el nuevo gobierno japonés debería acostumbrarse tanto a su condición inferior como su predecesor y dejar de hacer líos. El gobierno de Obama está frustrado con “el manejo superficial del tema por Hatoyama,” escribe Fred Hiatt, editor de la página editorial del Washington Post. “Lo que ha resultado de que el señor Hatoyama no enuncie una estrategia o plan de acción claro es el mayor vacío político en más de 50 años,” agrega Victor Cha, ex director de asuntos asiáticos del Consejo Nacional de Seguridad. Ninguno de los dos analistas reconoce que la única “falta de acción” o acción “superficial” de Tokio fue hacerle frente a Washington. “La disputa podría debilitar la seguridad en el este de Asia en el 50 aniversario de una alianza que ha servido bien a la región,” entonó sin rodeos The Economist. “Por duro que sea para el nuevo gobierno de Japón, tiene que hacer la mayor parte de las concesiones, aunque no todas.”
El gobierno de Hatoyama no es en nada radical, ni es antiestadounidense. No se prepara para exigir que se cierren todas las bases de EE.UU., ni siquiera muchas de ellas. Ni siquiera se prepara para cerrar ninguna de las demás tres docenas (o algo así) de bases en Okinawa. Su modesto retiro se limita a Futenma, donde se encuentra entre la roca de la opinión pública japonesa y la dureza de la presión del Pentágono.
Los que prefieren lograr los objetivos de Washington con Japón de un modo más indirecto, aconsejan tener paciencia. “Si EE.UU. menoscaba al nuevo gobierno japonés y crea resentimiento en el público japonés, una victoria respecto a Futenma podría ser pírrica,” escribe Joseph Nye, el arquitecto de la política asiática de EE.UU. durante los años de Clinton. Los expertos en Japón instan a que EE.UU. espere hasta el verano cuando el PDJ haga un intento de obtener suficientes escaños en las próximas elecciones parlamentarias para librarse de sus socios de la coalición, si considera necesaria una acción semejante.
Incluso si el Partido Socialdemócrata ya no presenta constantemente el tema de la base en Okinawa en el gobierno, el PDJ todavía tiene que encarar la democracia en la base. Los okinaweses están totalmente opuestos a una nueva base. Los residentes de Nago, donde se construiría esa base, acaban de elegir a un alcalde que hizo campaña con una plataforma contra la base. No causaría una buena impresión si el partido que finalmente ha introducido una verdadera democracia en Tokio la aplastara en Okinawa.
Salto de las islas a la inversa
Dondequiera los militares de EE.UU. colocan su pié en el extranjero, han aparecido movimientos para protestar contra las consecuencias militares, sociales y ecológicas de sus bases militares. Este movimiento contra las bases ha logrado algunos éxitos, como ser el cierre de una instalación de la armada de EE.UU. en Vieques, Puerto Rico, en 2001. El movimiento también ha dejado su huella en el Pacífico. Después de la erupción del monte Pinatubo, activistas por la democracia en las Filipinas clausuraron con éxito la Base Clark de la Fuerza Aérea cubierta de cenizas, y la Estación Naval Subic Bay en 1991-1992. Más adelante, activistas surcoreanos lograron obtener el cierre de la inmensa instalación Yongsan en el centro de Seúl.
Por cierto, fueron sólo victorias parciales. Washington negoció subsiguientemente un Acuerdo de Fuerzas Visitantes con las Filipinas, según el cual los militares de EE.UU. reinstalaron tropas y equipos en la isla, y reemplazó la base Yongsan en Corea con una nueva en la cercana Pyeongtaek. Pero esas victorias “que no sucedieron en mi patio trasero” (NIMBY por sus siglas en inglés) fueron suficientemente significativas para ayudar a empujar al Pentágono hacia la adopción de una doctrina militar que subraya la movilidad por sobre la posición. Las fuerzas armadas de EE.UU. se basan ahora en “flexibilidad estratégica” y “reacción rápida” tanto para enfrentar amenazas inesperadas como para encarar la inconstancia de sus aliados.
Por supuesto el gobierno de Hatoyama puede aprender a decir no a Washington respecto a las bases en Okinawa. Por considerar esto evidentemente una probabilidad, el ex secretario adjunto de Estado y ex embajador de EE.UU. en Japón, Richard Armitage, ha dicho que “más vale” que EE.UU. “tenga un plan B.” Pero es posible que la victoria del movimiento contra la base sea sólo parcial. Las fuerzas de EE.UU. permanecerán en Japón, y especialmente Okinawa, e indudablemente Tokio seguirá pagando por su mantenimiento.
Animados incluso por esta victoria parcial, sin embargo, movimientos NIMBY probablemente crecerán en Japón y en toda la región, concentrándose en otras bases en Okinawa, bases en Japón propiamente tal, y en otros sitios en el Pacífico, incluido Guam. Por cierto, ya crecen las protestas en Guam contra el proyecto de expansión de la Base Andersen de la Fuerza Aérea y de la Base Naval Guam para recibir a esos marines de Okinawa. Y esto provoca terror en los corazones de los planificadores del Pentágono.
En la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. empleó una estrategia de salto de isla en isla para acercarse cada vez más al centro de Japón. Okinawa fue la última isla y la última batalla importante de esa campaña, y más gente murió allí durante los combates que en los subsiguientes bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki en conjunto: 12.000 soldados estadounidenses, más de 100.000 soldados japoneses, y tal vez 100.000 civiles okinaweses. Esta experiencia histórica ha endurecido la decisión pacifista de los okinaweses.
La actual batalla por Okinawa sitúa nuevamente a EE.UU. contra Japón, y de nuevo las víctimas son los okinaweses. Pero hay una buena probabilidad de que los okinaweses, como los Na’vi en la gran cinta NIMBY “Avatar”, triunfen esta vez.
Una victoria en el cierre de Futenma y en la prevención de la construcción de una nueva base podría ser el primer paso en un potencial salto de las islas a la inversa. Puede que un día movimientos NIMBY puedan terminar por sacar a los militares de EE.UU. de Japón y de Okinawa. No es probable que sea un proceso fácil, ni es probable que suceda pronto. Pero el kanji está en los muros. Incluso si los yanquis no saben lo que significan los ideogramas japoneses, por lo menos entenderán en qué dirección apunta la flecha de salida.
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John Feffer es co-director de Foreign Policy In Focus en el Institute for Policy Studies y escribe su columna regular World Beat.
Copyright 2010 John Feffer
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Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175214/
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