Édgar Téllez
Con ayuda de agentes estadunidenses e israelíes, el ejército de Colombia clonó el número de teléfono satelital de Alfonso Cano, máximo líder de las FARC. Desde ese número un oficial militar que imitaba la voz de Cano engañó al comandante César, encargado de la custodia de 15 de los 40 rehenes cuya liberación era objeto de un intenso cabildeo político y diplomático... Así comenzó la última fase de la Operación Jaque para rescatar a la excandidata presidencial Ingrid Betancourt y a otros 14 secuestrados. Su éxito no sólo dejó a las FARC sin su principal carta de negociación; también afianzó las posibilidades de reelección del presidente Álvaro Uribe.
BOGOTÁ.- A las 5 de la mañana del miércoles 2 de julio, Gerardo Aguilar Ramírez, alias César, comandante del Primer Frente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), despertó bruscamente a los 15 prisioneros que estaban bajo su custodia, entre ellos la excandidata presidencial Ingrid Betancourt, y les dijo que tenían 15 minutos para alistarse porque debían partir del campamento donde se encontraban, en una inhóspita región selvática conocida como Tomachipán, en el departamento de Guaviare, al sur de Colombia.
Sin entender lo que ocurría, Betancourt y sus compañeros de cautiverio –los contratistas militares de Estados Unidos Keith Stansell, Thomas Howen y Marc Gonçalves, y 11 miembros del Ejército y la Policía de Colombia– acataron la orden. En medio de la oscuridad guardaron sus pocas pertenencias en bolsas de plástico. Y esperaron.
Habían llegado a ese lugar tres días antes y ya empezaban a acostumbrarse a la incomodidad del improvisado campamento y a los maltratos de un guerrillero apodado Asprilla, el tercero al mando en el grupo encargado de la custodia de los valiosos rehenes, a quienes las FARC esperaban canjear por 500 guerrilleros presos en cárceles colombianas.
Los secuestrados comentaron en voz baja que el traslado podría estar relacionado con las noticias que habían escuchado por radio entre el 29 y el 30 de junio, según las cuales dos delegados de Francia y Suiza, Noel Sáez y Jean Pierre Gontard, respectivamente, habían recibido la autorización del gobierno colombiano para realizar contactos directos con las FARC en el sur del país. Algunas versiones periodísticas señalaban que los delegados hablarían con Alfonso Cano, el nuevo comandante en jefe del grupo rebelde, con el propósito de avanzar en un eventual proceso de intercambio humanitario.
La operación
Lo que no sabían Betancourt y otros 14 secuestrados era que en ese momento estaba en marcha una sofisticada operación militar que horas después concluiría con su rescate y daría por terminado, sin disparar un solo tiro ni derramar sangre, su cautiverio de seis años.
En efecto, a la misma hora en que los secuestrados fueron forzados a levantarse, a 600 kilómetros al norte del campamento, en el viejo edificio del Ministerio de Defensa en Bogotá, un puñado de oficiales encabezado por los comandantes de las fuerzas militares y del ejército, los generales Freddy Padilla de León y Mario Montoya, respectivamente, habían dado luz verde a la última etapa de la Operación Jaque.
En realidad, esta operación se inició en mayo de 2007, después de la fuga del subintendente de la policía John Frank Pinchao de un campamento de las FARC instalado en las selvas de Tomachipán.
Un alto oficial del ejército comentó a este corresponsal que agentes de Inteligencia Militar hablaron con Pinchao durante varias horas y éste les describió las características de la región, así como el modo de actuar de los núcleos guerrilleros que custodiaban a los rehenes.
Los agentes tenían dudas y vacíos de información, resueltos meses después con los relatos de Clara Rojas y Consuelo González, quienes fueron liberadas por las FARC el pasado 11 de enero, y de Gloria Polanco, Luis Eladio Pérez, Jorge Eduardo Gechem y Orlando Beltrán, dejados en libertad el 27 de febrero. En ambas ocasiones la liberación se logró por mediación del presidente venezolano Hugo Chávez, la senadora colombiana Piedad Córdoba y la Cruz Roja Internacional. Los liberados llegaron incluso al Palacio de Miraflores en Caracas.
En privado, cada uno de los exrehenes aportó detalles sustanciales a los agentes militares, quienes armaron una especie de rompecabezas que no les dejó dudas de que, pese a la fuga de Pinchao, las FARC mantenían a los demás secuestrados en el mismo sitio. La razón: la zona les ofrecía las mejores condiciones de seguridad y hacía casi imposible un rescate militar.
A principios de marzo, un hecho confirmó su hipótesis: aviones militares de reconocimiento divisaron a los tres estadunidenses cuando éstos se bañaban en el río Apaporis, cerca de Tomachipán, custodiados por dos guerrilleros fuertemente armados.
Días antes, el 27 de febrero, las FARC emitieron un comunicado en el que daban por terminadas las liberaciones unilaterales. Decían que los demás rehenes canjeables sólo saldrían de la selva mediante un intercambio humanitario. Para iniciarlo, la guerrilla ponía como condición el “despeje” (retiro de la policía y del ejército) de las poblaciones de Florida y Pradera, en el departamento del Valle del Cauca.
Ante tal anuncio, y con la información que ya tenían a la mano, los altos mandos militares decidieron agilizar la Operación Jaque. Ordenaron el siguiente paso: penetrar el Primer Frente de las FARC. Y lo lograron en marzo al captar a un hombre cercano a César, quien a partir de ese momento mantuvo contacto permanente por teléfono celular con uno de los oficiales de inteligencia que se había instalado en secreto en la base militar de la ciudad de San José del Guaviare, puerta de entrada a las profundidades de las selvas del sur del país.
No obstante, los mandos militares consideraron que, pese a la abundante información de que disponían, aún no había condiciones para realizar una acción armada debido a que el mandatario de Francia, Nicolas Sarkozy, los familiares de los secuestrados y diversos organismos internacionales advertían al presidente colombiano Álvaro Uribe que intentar una liberación por fuera de los canales políticos o diplomáticos pondría en riesgo la vida de los rehenes.
El falso Cano
A mediados de abril, los agentes militares descubrieron que los recientes golpes sufridos por las FARC –entre éstos las muertes de tres miembros de su Secretariado: Raúl Reyes (el 1 de marzo), Iván Ríos (el 7 de marzo) y Manuel Marulanda, Tirofijo (el 26 de marzo)– habían provocado un grave problema de inseguridad interna en la organización armada y buena parte de sus frentes se encontraban aislados. No tenían comunicación radial entre ellos ni con el Secretariado de las FARC.
Una fuente militar bien enterada reveló a este corresponsal que con la ayuda de expertos estadunidenses y agentes israelíes que desde hace un año asesoran al Ministerio de Defensa, así como con base en datos contenidos en una de las computadoras decomisados en el campamento donde fue asesinado Raúl Reyes, agentes del ejército identificaron el número del teléfono satelital de Alfonso Cano y lo clonaron de inmediato.
El 30 de mayo los oficiales de inteligencia que participaron en la operación se reunieron con los generales Montoya y Padilla y les dijeron que se podría utilizar el número del teléfono de Cano para engañar a los guerrilleros que custodiaban a los secuestrados. Ese mismo día los militares convencieron al ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, y éste al presidente Uribe, de que el ejército tenía la capacidad para rescatar a los secuestrados en una operación incruenta.
El presidente autorizó la operación.
De inmediato uno de los oficiales de inteligencia realizó decenas de ensayos para imitar la voz del principal líder de las FARC. Luego, con base en los datos que seguía entregando el informante, el oficial empezó a llamar desde un teléfono satelital a César y se hizo pasar por Cano sin que el guerrillero detectara el engaño. Fueron varias llamadas las que el agente realizó entre el 30 de mayo y el primeros días de junio.
En la tercera semana de junio el falso Cano llamó a César. Le pidió reunir en un sitio específico de la selva a los rehenes –quienes se encontraban en tres campamentos– porque, le dijo, los requería juntos para presionar al gobierno en la negociación del canje humanitario.
César cumplió la orden de su supuesto comandante. Así se lo informó en una llamada realizada el 26 de junio: los secuestrados estaban concentrados en un improvisado campamento en las riberas del río Inírida, a 72 kilómetros al sur de San José del Guaviare y a 58 kilómetros de Tomachipán.
La Operación Jaque ya no tenía reversa y los oficiales militares aprovecharon el ruido provocado en los medios de comunicación por la confusa versión de que delegados de Francia y Suiza habían viajado a Colombia para buscar un contacto directo con Cano e iniciar negociaciones para liberar a los secuestrados, en particular a la ciudadana franco-colombiana Ingrid Betancourt.
En esa llamada del 26 de junio, el supuesto Cano le hizo creer a César que representantes de una acreditada ONG internacional, que no identificó, llegarían al campamento en el que se encontraban a bordo de helicópteros rusos MI-17 pintados de rojo y blanco, similares a los enviados por el presidente venezolano Hugo Chávez para las liberaciones humanitarias de enero y febrero pasados. Le instruyó que subiera a los secuestrados a las aeronaves y que los acompañara a un nuevo campamento que, le dijo, estaría cerca del lugar donde él se encontraba.
Mientras esto ocurría, el ejército alistó tres helicópteros de ese tipo en la base de Tolemaida, en Melgar, departamento del Tolima, a dos horas de vuelo de Tomachipán.
A las 20:00 horas del 1 de junio, el agente militar que se hizo pasar por Cano volvió a llamar a César. Le dijo que los helicópteros recogerían a los secuestrados en la mañana del día siguiente.
Dos de los tres helicópteros partieron de Tolemaida pero el mal tiempo los obligó a retrasar su arribo al lugar indicado.
En el campamento los secuestrados esperaban impacientes. Habían pasado varias horas desde que César les ordenó que estuvieran listos para partir, pero no ocurría nada. Cerca de las 10 de la mañana Ingrid Betancourt le preguntó a Asprilla por las razones del intempestivo traslado y éste le contestó que seguramente se reunirían en otro lugar con uno de los comandantes de las FARC, al parecer Alfonso Cano.
La propia Ingrid recordó ese momento horas después, ya liberada: “Cuando (Asprilla) me dijo eso nos sentimos muy tristes porque todos albergábamos de alguna manera la esperanza de que una comisión internacional pudiera liberarnos. Debo confesar que cuando vi los helicópteros blancos sentí algo muy raro porque siempre que oíamos los helicópteros nos tocaba salir corriendo y esta vez estábamos esperando que aterrizaran”.
Mientras los secuestrados esperaban sin saber qué ocurría, el ministro de Defensa Santos llamó por teléfono al candidato presidencial de Estados Unidos, John McCaine, quien se encontraba en la ciudad costera de Cartagena en una visita oficial, y le informó, sin ofrecerle mayores detalles, que las autoridades colombianas desarrollaban en ese momento una gran operación militar contra las FARC.
Finalmente, cerca de las 13:00 horas los dos helicópteros aparecieron en el horizonte y los secuestrados tuvieron que despejar la zona en el improvisado helipuerto para que las aeronaves aterrizaran. Sólo una descendió; la otra continuó sobrevolando. En ésta iban siete oficiales de las Fuerzas Especiales del Ejército dispuestos a disparar sus armas si se presentaba algún problema. Del helicóptero que aterrizó bajaron varios hombres, unos iban vestidos con uniformes camuflados y otros con camisetas que tenían impresa la imagen del Che Guevara. Portaban fusiles. Parecían guerrilleros auténticos.
La propia Betancourt resumió esos momentos: “Nos subimos con mucha dificultad al helicóptero. Nos ataron las manos y los pies, cosa que me indignó. Nos dieron unas chaquetas blancas porque nos decían que íbamos a un clima frío. Yo dije: ‘Eso no me lo voy a poner’. Le rogaba a Dios que me diera fuerzas para aceptar esas y otras tantas humillaciones que se iban a venir”.
Junto con los secuestrados, también abordaron el helicóptero César y Alexander Farfán, alias Gafas, segundo al mando del grupo guerrillero. Los restantes insurgentes –unos 60– se alejaron del aparato. Éste despegó. Minutos después los militares encubiertos sometieron a los guerrilleros. En segundos los tenían en el suelo, esposados, semidesnudos y con vendas en los ojos.
Contó Betancourt: “Cuando ya estábamos volando sucedió algo raro: oímos un golpe y vimos que César, el hombre que nos humilló en cautiverio, estaba en el suelo casi desnudo, cosa que, pese a todo, no me alegró (…) Entonces el jefe de la operación gritó: ‘¡Somos el ejército nacional! ¡Ustedes están libres!’. Saltamos, gritamos de alegría, nos abrazamos y le dimos gracias a Dios (…)”.
A las 17 horas con 12 minutos de la tarde del miércoles 2, Ingrid Betancourt descendió por las escalerillas del avión de la Fuerza Aérea que llevó a los 15 rescatados de regreso a Bogotá. Su cabeza estaba cubierta con un sombrero militar, vestía un uniforme camuflado y tenía puestas las botas de caucho que usaba en cautiverio. Una lluvia de aplausos saludó su llegada al aeropuerto militar Catam en Bogotá y se repitió después cuando sus 14 compañeros de cautiverio descendieron por las escalerillas del avión.
Tajada política
Una vez que terminó el operativo de rescate, los analistas colombianos concentraron su atención en las FARC y en su futuro. Coincidieron: fue un golpe de muerte a las FARC, cuya capacidad de negociación quedó reducida a cero, a pesar de que aún mantiene en su poder a 25 secuestrados. Algunos afirmaron que este episodio marca el fin del secuestro como eje del conflicto interno.
Dirigentes de los partidos políticos pidieron a las FARC que buscaran un acercamiento con el gobierno colombiano con miras a una salida negociada al conflicto que está próximo a cumplir 50 años.
Al mismo tiempo, esta operación de rescate sin sangre significó para Uribe un inobjetable triunfo político, sobre todo porque la autorizó a pesar de las advertencias de que no lo hiciera y arriesgando su prestigio y su capital político.
Esta operación también le sirvió para disipar el conflicto interno que enfrenta hoy en día: el martes 1, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia lo cuestionaron debido a que su gobierno habría nombrado en diferentes cargos públicos a miembros del Movimiento de Convergencia Ciudadana a cambio de que sus congresistas votaran a favor de la reforma constitucional que permitió la reelección de Uribe en 2006.
Este caso –conocido como Yidispolítica– fue destapado por la excongresista Yidis Medina, cuyo voto fue decisivo en la reforma constitucional, y quien actualmente se encuentra detenida acusada del delito de cohecho.
Como consecuencia del cuestionamiento de la Corte Suprema de Justicia, el gobierno anunció que convocaría a un referendo que ratifique o rechace el triunfo electoral de Uribe de 2006. Pero esta iniciativa quedó en el aire tras la liberación de los secuestrados, la cual aumentó aún más la popularidad del presidente: de 84% a 91.2%, según la empresa encuestadora Yanhaf.
Incluso, de manera sorpresiva, Betancourt y su madre Yolanda Pulecio no dudaron en alabar la operación de rescate y agradecer la audacia del mandatario y de la fuerza pública. Más aún, tras su liberación Ingrid declaró: “La reelección (de Uribe) es el golpe más duro contra las FARC en toda su historia”.
Un día después, más reposada, la exrehén repitió que no le parecería mal una nueva reelección de Uribe, aunque aclaró que “llegará la hora de las decisiones finales”.
Fue un espaldarazo que, al parecer, despeja aún más el camino de la segunda reelección de Uribe en votaciones previstas para 2009.
Proceso
07/07/2008
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