A la Mitad del Foro
León García Soler
■ De pactos, mitos y desacuerdos
Sin Fidel Velázquez, Arsenio Farell y Pedro Aspe, el pacto del fin del mundo brilló por el escenario elegido para pasmar al mundo con medidas adoptadas por consenso anticipado. En el mejor de los mundos posibles. En el país más sólidamente preparado para enfrentar la crisis global. Lo dijo Felipe Calderón con base en un estudio hecho por una de las grandes bancas de inversión que están en quiebra desde que estalló la crisis financiera que obligó a George W. Bush a comprar acciones de la banca con dinero del Estado.
Hoy el desempleo es amarga realidad, distante del mito genial que acuñó Pedro Aspe cuando los pactos con el movimiento obrero y la oligarquía emergente, entusiasmada con su inserción a la modernidad y la eliminación del Poder Legislativo de las decisiones económicas. Algo así como dejar la política electoral a las fuerzas de poder real, con exclusión de los partidos. Por lo menos de PRI y PAN, del que decía maliciosamente Jesús Reyes Heroles que “aspiraba al monopolio de la oposición”. Hoy el PAN es el partido en el poder.
Y según el sonido y la furia fascistoides del gesticulador Germán Martínez, es el partido del gran poder que se alzará con la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y ganará las seis gubernaturas en disputa este año de violencia, inseguridad pública y crisis económica. Hoy, el Congreso dicta la agenda política nacional; de la fuerza corporativa, seccional y pragmática del Congreso del Trabajo, encarnada en Fidel Velázquez, quedan la pálida sombra de Joaquín Gamboa Pascoe y la inexplicable sonrisa que comparte con Claudio X. González y algún otro cómplice de la victoria cultural del PAN. La derecha al poder y el Consenso de Washington a los altares.
Después del desplome del mercado libre de toda regulación y de la fuga del reaganismo hacia el olvido, a los pequeños caporales del corporativismo empresarial (al filo, por cierto, de la beatificación de Carlos Abascal, heredero del sinarquismo y dirigente patronal designado secretario del Trabajo, cauto caudillo del desmantelamiento del Estado laico) les quedan arrestos para publicar un manifiesto en defensa del Consenso de Washington, con el método de preguntas que llevan a reconocer que es mejor rico y sano, que pobre y enfermo. Pompa y circunstancia en la reunión para el acuerdo nacional al que convocó el presidente Felipe Calderón. Bello, elegante, el escenario; atinadas en general las medidas propuestas; difícil de tragar el milagroso resurgimiento del ¡como México no hay dos!
Ahí estaban Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México, y Agustín Carstens, secretario de Hacienda. Con pasmosa calma, con la bonhomía atribuida a lo que antaño llamaban “hombres de complexión robusta”, el secretario, que no se inquietaba por el frío de la recesión global, declara que en 2009 el crecimiento de la economía mexicana será cero; nada, nulo. Guillermo Ortiz, quien solía aparecer nervioso, sudoroso, a lo largo de nuestras crisis recurrentes, optó por la ironía: la previsión de crecimiento cero, hecha por el secretario Carstens, “es un escenario optimista”, dijo quien tuvo que ocupar el puesto de Jaime Serra Puche cuando el recién instaurado gobierno del doctorcito Zedillo cayó al abismo. Hablaron del PIB que se reducirá y del insomnio por la espiral inflacionaria. Del empleo: nada.
Esta crisis vino de afuera, dicen. Pero desde los años del salinismo y el error de diciembre que siguió al de la sucesión espiritista por video, los operadores del desastre son de adentro; firmes en la torre de marfil del sector financiero nacional o de ida y vuelta a puestos del sistema financiero surgido de Bretton Woods: parricidas del keynesianismo y, milagro del largo plazo, reacios a reconocer que el Estado no es entelequia; siempre en las nóminas de las instituciones del mundo feliz, del FMI a la OCDE, de paso en Davos y con asiento en los consejos de administración de la globalidad.
Soy ciudadano del mundo, dijo alguna vez José Ángel Gurría. Y ahí está, secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. De la OCDE que ha dictaminado el patético fracaso de nuestro sistema educativo. De donde saben que lo importante no es cuánto se gasta, sino cómo se invierte. “El ángel de la dependencia”, le decían las izquierdas antes de optar por el voto útil y llevar al enajenado Fox a la Presidencia de la República. Y dijo el citoyen du monde: “No importa si es 0.4 positivo o cero o 0.4 negativo... esto es flagrantemente insuficiente para el crecimiento que requiere un país como México para crear un millón de empleos, que no se crearon el año pasado y que no se van a crear en 2009”.
El ángel exterminador. El crecimiento cero es insatisfactorio, pero no malo, dice Agustín Carstens. Según Guillermo Ortiz, estamos mejor posicionados para enfrentar una situación “nunca antes vista, y comparada con la crisis de 1995, estamos en otro mundo”. El peor de los mundos posibles. Pero sonríen nuestros oligarcas en los salones de Palacio Nacional. Y los enanos del corporativismo, más neoliberal que neomussoliniano, convocan a rechazar la intervención del Estado; advierten a los millones de desempleados que aquí ya tuvimos políticas de intervención estatal para activar o reactivar la economía: y nos fue muy mal.
El acuerdo nacional es para rescatar al capitalismo, para hacer lo que el mercado no puede hacer; para regular el sistema financiero de modo que pueda ser efectivamente libre y no instrumento a modo para la acumulación desaforada y autodestructiva. Pero si no genera empleo, de nada sirve. Por eso inquieta la mediocridad de los colaboradores de Felipe Calderón, la incuria de funcionarios que no creen en el Estado del que es jefe el individuo que los designó libremente secretarios, funcionarios con facultades expresas. Con estos bueyes hay que arar, dice la sabiduría popular. No, si se puede cambiar de yunta.
Y habrá que hacer cambios, porque persiste la incompetencia del gabinete foxiano que hizo costumbre del subejercicio fiscal, que no invertían el dinero que el presupuesto les designaba, que dejaban “en caja” miles de millones destinados a educación, agricultura y salud. Lo propuesto por Felipe Calderón podría ayudarnos a enfrentar la recesión tan peligrosa como la que llevó a la Gran Depresión de 1929, si los recursos fluyen y se utilizan de inmediato.
Felipe Calderón se reunirá con Barack Obama. La cancillería, la embajada en Washington o los asesores a la deriva en Los Pinos llevaron a su jefe a decir que seguramente “México sea el único país con cuyo presidente se reúna el mandatario electo de Estados Unidos antes de su toma de posesión”. Y mañana formulará el nuestro, a orillas del Potomac, una verdadera asociación estratégica. El boletín informativo de la oficina de Barack Obama expresa llanamente que es una tradición que se reúnan ambos antes de la toma de posesión del de Estados Unidos.
En el rancho de Guanajuato montaron bucólico escenario para el abrazo entre Fox y Bush y exigir “the whole enchilada” a título de la “legitimidad democrática” del alto vacío. Barack Obama enfrenta una crisis apocalíptica y así lo ha expresado en su más reciente mensaje. El Presidente de México debe aportar claridad de propósitos, apoyarse en la realidad, por dura y amarga que sea. Con austeridad republicana y el respeto a la investidura de la que hablaba Adolfo Ruiz Cortines.
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