Sunday, January 18, 2009


José Antonio Rojas Nieto
rojasags@yahoo.com.mx


Este viernes se dieron a conocer dos importantes indicadores de la industria estadunidense: nivel de la producción y capacidad utilizada. En diciembre el primero fue equivalente al registrado en el verano de 2004. Representa una caída productiva de cuatro años y medio. Pero medido en relación al nivel del mismo mes del año pasado la caída es de casi 8 por ciento, la mayor desde la primavera de 1975, hace 33 años.

Nivel de hace cuatro y medio, y dinamismo de hace 35. Difícil situación. En cuanto al segundo, la capacidad utilizada, cayó a 73.6 por ciento. Al observar los mejores años de nuestros vecinos, el máximo nivel de utilización de su capacidad industrial –por cierto todavía con desenfrenado crecimiento– fue de casi 90 por ciento, antes del primer boom petrolero entre 1968 y 1973. En los años 80 este nivel medio fue superior a 80 por ciento de utilización, con momentos próximos a 85 por ciento. Sin embargo, en la misma década –otoño de 1982– registró uno de los mayores derrumbes de su historia: cayó a una utilización de sólo 72 por ciento para alcanzar a fines de esa década y en los 90 –en los inviernos de 1995 y 1997– algunos meses de niveles máximos de 85 por ciento.

De 1998 a la fecha, la economía vecina nunca ha podido regresar a esos niveles de utilización. Pese a la brutal expansión del crédito que alargó el bienestar vecino mucho más allá de sus posibilidades reales, como se ha demostrado. En este contexto de ascenso ficticio, la máxima utilización se registró a finales de 2006 y principios de 2007. De entonces a la fecha, observamos no sólo una desaceleración, sino un franco descenso. El de diciembre, a 73.6 por ciento, es más fuerte que la caída de finales de 2001 y similar al nivel septiembre de 1982, el más bajo de la historia económica reciente de Estados Unidos. Es, además, el crecimiento negativo más drástico desde 1975. La regresión es tremenda. Ahora bien, suponiendo que no hubiera más descensos –aspecto por demás dudoso– y que la recuperación fuera similar a la de años pasados –más dudoso todavía por la crisis financiera–, se requerirían entre 12 y 18 meses para llegar a los niveles y a los ritmos anteriores de ascenso. Esto significa a principios o mediados de 2010, asunto por demás delicado –delicadísimo– para nuestra economía, ligada primordialmente a la dinámica industrial de nuestros vecinos. De aquí que diversos académicos, especialistas, firmas consultoras y organismos internacionales indiquen niveles generales de caída del orden de 3 a 4 por ciento para Estados Unidos. Y de entre 1.5 y 2.5 por ciento (al menos) para nuestra economía, para nuestro PIB.

Parte sustantiva de la recuperción económica –vecina y nuestra– será el reordenamiento del sistema financiero mundial. Sí, mundial, para restablecer no sólo los grados de financiamiento requeridos, sino la confianza en su funcionamiento. ¿Por qué digo esto? Porque de 1990 a la fecha actuaron al estilo “Las Vegas” o, para usar el ejemplo del investigador emérito de la UAM, Juan Castaingts, al estilo del casino de la Feria de San Marcos, del merito Aguascalientes: apostando y perdiendo dinero propio, pero también ajeno. Mucho… muchísimo.

Una investigación en proceso, coordinada por Carlos Morera del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM da pistas sobre esto. A finales de 1995, con 4 trillones (estadunidenses, billones nuestros) de dólares de activos, los bancos comerciales estadunidenses tenían derivados –primordialmente futuros, swaps y opciones– por casi 15 trillones de dólares (no más de cuatro veces sus activos). En junio de 2008, con 11 trillones de dólares de activos, los derivados sumaban 182 trillones (casi 17 veces sus activos), con derivados a escala mundial por 684 trillones, según el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés). Éstos, por cierto, con un valor bruto de mercado de no más de 20 trillones de dólares y controlados por fondos de tnversión, fondos de pensiones, bancos comerciales y otros entes financieros. Para septiembre, con activos de 12 trillones, el valor de los derivados de los bancos comerciales estadunidenses bajó a 176 trillones (se perdieron poco más de 6 trillones, casi siete veces el PIB de México). Algo similar ocurrió en todo el mundo. En espera del cuarto reporte trimestral de 2008 de la Oficina de Control Monetario de la Reserva Federal (OCC, por sus siglas en inglés) y los datos de cierre de 2008 del BIS (el de Guillermo Ortiz, por cierto), se puede decir –siguiendo la caída del Dow Jones de junio a diciembre, por ejemplo– que se registra una pérdida no inferior a 35 por ciento, respecto a junio, en el valor teórico de esos derivados (notional amount, en inglés). Significa que con activos de poco más de 12 trillones, los derivados no valdrán más de 120 trillones. Desde cualquier punto de vista es una terrible pérdida. Lo mismo, por cierto, pasó en todo el mundo, con las operaciones globales de derivados.

Con esta estimación, o con otras más o menos severas, uno puede preguntarse: ¿quién o quiénes perdieron esos 62 trillones de dólares (Estados Unidos) y casi 235 trillones para todo el mundo, en este caso equivalentes a cinco veces el valor de la economía mundial?, y ¿quién o quiénes van a recuperarlo? La respuesta es obvia. ¿No lo cree usted? Pero sigamos creyendo no sólo en la mano invisible que guía el mercado, sino en la capacidad autorregulatoria de éste, primordialmente del casino financiero. ¡Qué ingenuidad! ¡Qué engaño! Sin duda.

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