A partir de ahora ya podemos escribir la expresión que los norteamericanos progresistas más deseaban poder escribir "el ex-presidente G.W.Bush". ¿Pero, que viene ahora? ¿Será revertida la onda derechista que se apropió de los Estados Unidos hace cuatro décadas?
Desde la victoria de Richard Nixon, en 1968 (en plena guerra de Vietnam y de las mayores movilizaciones populares que la historia del país había conocido, por los derechos civiles y contra la guerra, lo que se llamó la "mayoría silenciosa"), EE.UU. vivió un profundo y prolongado giro a la derecha que ya dura 40 años, una verdadera contrarrevolución conservadora. Sus puntos más altos fueron los cinco mandatos —20 años— de Reagan y Bush, padre e hijo, que no fueron radicalmente cortados por los tres mandatos demócratas —de Carter y Clinton—, sino apenas amainados.
Se produjo una transformación profunda en la sociedad norteamericana con esa contrarrevolución conservadora, desde los consensos de valores éticos e ideológico-políticos, pasando por la composición de los Tribunales de Justicia hasta la orientación de los grandes medios y los temas prioritarios de investigación, para llegar al privilegio de las escuelas religiosas. La sociedad en su globalización giró a la derecha. El momento esencial fue la campaña reaganiana de criminalización del aborto.
De un derecho de la mujer a disponer de su cuerpo y decidir libremente sobre su vida, pasó a ser un supuesto crimen, con los conservadores asumiendo la "defensa de la vida" contra aquellos que estarían promoviendo la muerte de inocentes. De allí en adelante, en prácticamente todos los grandes temas contemporáneos se desplazó el eje hacia la derecha. Un momento importante fue protagonizado por Clinton, quien firmó formalmente el fin del estado de bienestar social.
Los dos mandatos de G.W. Bush representaron el auge de la hegemonía derechista, bajo el patrocinio de los llamados neoconservadores y fundado en la doctrina bushiana de guerra permanente. Se reivindicaba, de la forma más sectaria, la idea de la "misión predestinada" de Estados Unidos de implantar la "democracia" por todo el mundo, ahora en la punta de las bayonetas, sumado a la promoción de las doctrinas más reaccionarias en los medios, en las escuelas y en las iglesias.
Por mayor ruptura que Obama pretenda llevar a cabo, uno o dos mandatos no serían suficientes, tal es el enraizamiento que el pensamiento conservador consiguió en la sociedad norteamericana. Pensemos que con tanta cosa a su favor —apoyo de menos del 25% a Bush, recesión económica, problemas graves en las guerras de Iraq y Afganistán, apoyo de los mayores periódicos, de formadores de opinión importantes como Oprah Winfrey y de Hollywood, con un desempeño muy bueno en la campaña—, aún así Obama tuvo 52% contra 48% de McCain.
Vamos a detenernos aquí en lo que puede cambiar para nosotros —Brasil y América Latina. Como se ve por las propias declaraciones de Obama y de la Sra. Clinton, muchos enfoques conservadores se cristalizaron en las posiciones norteamericanas, más allá del gobierno Bush.
Si se quisiera instalar también en la política internacional el cambio que Obama prometió y que lo hizo resultar electo, él tendría que ir mucho más lejos de las tímidas medidas que promete.
Tener una relación de diálogo con América Latina y el Caribe es, antes que nada, tener una relación de reciprocidad. Con Cuba, para normalizar las relaciones entre los dos países, no plantea siquiera la retirada de la base naval de Guantánamo (NR: porción del territorio de Cuba ocupado de manera ilegal por EE.UU.), ni tampoco la libertad de los cinco cubanos que hacían trabajo antiterrorista en Estados Unidos y están condenados a penas larguísimas sin ninguna justificación. Se debe acabar unilateralmente con el bloqueo norteamericano a Cuba, actitud unilateral y que tiene que ser terminada unilateralmente, con los dos países respetando los regímenes políticos escogidos por cada uno de los dos pueblos.
Reciprocidad significa también no inmiscuirse en los asuntos internos de ningún país del continente, sea Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Colombia, México, Nicaragua, Paraguay y todos los otros —como cuestión de principios. El continente no tolera más la actitud de los tutores, la que los embajadores de los Estados Unidos han tenido en relación a los países de nuestro continente y no estamos más dispuestos a aceptarlo. La expulsión reciente del embajador de Estados Unidos en Bolivia fue resultado de la interferencia abierta y reiterada en la política boliviana, reuniéndose e incitando a la oposición golpista a seguir en ese camino. El escandaloso intento de golpe contra Hugo Chávez, presidente legítimamente electo y reconfirmado por el voto del pueblo venezolano, tuvo participación directa del gobierno de Estados Unidos.
El tono de las declaraciones agresivas contra Venezuela, acusada sin ninguna prueba concreta de fomentar y financiar a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), no augura una actitud sustancialmente diferente. Siglos de relación de arriba hacia abajo, creyendo que EE.UU. encarna la libertad en el mundo, que siempre tiene razón, llevan a una postura petulante.
En el caso de América Latina, probablemente intenten construir un bloque ideal de alianzas que les permita dividir el bloque progresista actual e intentar romper el aislamiento en que se encuentran sus aliados —México, Colombia, Perú. Para eso necesitan desesperadamente tratar de separar a Brasil del bloque de integración latinoamericana y lograr juntarlo a Chile. Una tarea muy difícil, pero de la cual depende el éxito de EE.UU. en la región.
La impresión que se tiene es que Obama no tiene la más mínima idea de lo que es América Latina y mucho menos lo que ella es hoy. Repite los estribillos que los informes de sus asesores le dicen. Bush se va sin haber entendido nada, aislado y derrotado. En esto también la herencia de Obama no es nada leve.
*Emir Sader es un filósofo brasileño y Secretario General del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
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