Un tsunami político, el encuentro de presidentes latinoamericanos con ONG
■ Polémica entre Lula y los Sin Tierra sobre la relación entre la lucha política y la social
■ Con excepción del caso de Bolivia, el movimiento de masas está desarticulado, según Stedile
Luis Hernández Navarro (Enviado)
Belem, 30 de enero. El día de ayer se vivió en esta ciudad un enorme tsunami político. Los dos encuentros celebrados por mandatarios latinoamericanos progresistas con movimientos sociales y asistentes al Foro Social Mundial (FSM) dejaron secuelas definitivas en el movimiento altermundista. Sus consecuencias se sintieron con una intensidad inusual.
La elevada temperatura del medio ambiente fue poca cosa al lado de la que alcanzó la discusión entre los foristas. Durante todo el día de hoy, el punto central de la agenda en las reuniones informales del Foro fue lo sucedido en ambas reuniones.
Los dos encuentros con presidentes fueron parte de un pulso político de largo aliento entre el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil y el presidente Luiz Inacio Lula da Silva. En él se disputó el modelo de relación que debe establecerse entre la lucha política y la social, la forma de enfrentar la actual crisis y los pasos que hay que dar para construir una salida popular rumbo al socialismo. Aunque el diferendo se ha bailado a ritmo de samba, su alcance tiene consecuencias para la izquierda en todo el mundo.
Aplauden que Lula no asistiera a Davos
Los comentarios y la polémica sobre su significado y sus consecuencias han sido apasionados e interminables. Analistas como Gilberto Maringoni, de la agencia informativa Carta Maior, destacaron la importancia que tuvo el que en esta ocasión Lula no haya ido al Foro de Davos, como lo hizo en dos ocasiones anteriores, evitando así el desgaste de asociarse con los circuitos financieros.
Entre los personajes más cercanos al gobierno de Lula que asisten al Foro, hay la impresión de que la reunión promovida por Joao Pedro Stedile, en la que el mandatario brasileño no participó, fue un acto sectario. Por el contrario, quienes lo convocaron consideran que el encuentro en el que Lula da Silva fue personaje central, fue, sobre todo, una iniciativa electoral de cara a los próximos comicios presidenciales.
Para ellos, la presencia en el FSM, ayer mismo, de la ministra Dilma Roussef, favorita del jefe del Ejecutivo brasileño para sustituirlo en el gobierno en 2010, forma parte de esta estrategia. Fue una forma de “placearla” y acercarla a los movimientos sociales con el objetivo de construir su candidatura. La ministra fue recibida en la conferencia al grito de “Brasil urgente, Dilma presidente”. Ella aclaró que no es aún candidata, pero que su país está preparado para tener una mujer como presidente.
Ambos actos expresan visiones del Foro, de los gobiernos progresistas latinoamericanos y de las rutas para la transformación social diferentes entre sí. De un lado estuvieron los movimientos populares que reivindican su autonomía, consideran que la lucha de clases no se mueve por calendarios electorales, y sostienen que la única solución para el cambio social es que las clases populares acumulen fuerzas y se genere un ascenso en el movimiento de masas. Ello no les impide que tengan con Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Fernando Lugo una relación estrecha de, al menos, 10 años.
En el otro, participaron quienes consideran que lo fundamental para cambiar las cosas en un sentido progresista es el momento de la política institucional y la gestión gubernamental que permitan laborar políticas públicas a favor de los sectores menos favorecidos.
La dinámica del Foro está atravesada por la coyuntura política brasileña. En la mañana de hoy, Lula sostuvo una reunión informal en el Hotel Milton con los coordinadores del Foro, en la que recibió varias críticas. El mandatario aseguró que él era sindicalista, que estaba acostumbrado a la pluralidad y que los señalamientos no le molestaban. Allí explicó, entre otras muchas cosas más, cómo su política exterior hacia África y su promoción de los agrombustibles era puerta de salida de la crisis. Apenas ayer, haciendo uso de sus dotes oratorias, había asegurado que “vivimos el fin de la era del Dios mercado.”
Movimientos como el de los sin Tierra del Brasil consideran que el gobierno de Lula no es un gobierno popular ni de izquierda sino de composición de clases que toma medidas ambivalentes, dependiendo de la correlación de fuerzas. A su interior hay representantes del capital neoliberal, de la burguesía nacional y de la izquierda.
En cambio, los partidarios del presidente sostienen que él es la izquierda realmente existente y que hay que apoyarlo a cualquier precio, porque si no se le está abriendo el camino a un inminente gobierno de la derecha, que será inevitablemente mucho peor,
Contra lo que pudiera pensarse, entre los defensores de la autonomía de los movimientos populares no hay una imagen idealizada de éstos. Joao Pedro Stedile cree que, excepto en Bolivia, donde el pueblo está en las calles, el movimiento de masas está desarticulado. Sostiene que la cooptación de los líderes de esos movimientos por parte de los gobiernos progresistas viene de antes. Hace años que la izquierda –afirma– fue derrotada por el neoliberalismo, y lo que hoy se vive son las consecuencias de ello.
Cuando se le señala que su posición no le atrae simpatías y, por el contrario, lo aleja de una parte de la izquierda institucional, responde: “si nosotros tuviéramos como objetivo la popularidad tendríamos que organizar una banda de rock. Ni con la televisión ni con los votos se resuelven los problemas. Nuestro objetivo es resolver problemas y hacer cambios estructurales y eso sólo se logra con la movilización popular.”
Según él, incluso en lugares como Venezuela ha pasado esto. “Chávez –dice– quiere avanzar pero cuando mira hacia atrás debe preguntarse ¿dónde está el pueblo?
El periodista uruguayo Aram Aharonian, ex director de Telesur, concuerda con él. “Lamentablemente –asegura– en Venezuela los movimientos sociales fueron cooptados, se diluyeron en el proceso institucional o se integraron a la dinámica partidista. El tejido social no está muy dinámico. Para poder hacer cambios estructurales se necesita de la movilización y la participación popular. Chávez ha radicalizado su discurso y su pensamiento pero la praxis de su gobierno le limita mucho de lo que quiere hacer.”
Quien quiera ver este pulso sobre las dos vías para la transformación estructural con los anteojos de los viejos esquemas de relación entre partidos y movimientos, no entenderá nada. No se está reeditando aquí la vieja discusión entre anarquistas y socialistas del siglo XIX, ni entre bolcheviques y socialdemócratas del siglo XX. El debate que está en marcha es absolutamente novedoso y rico. La vitalidad con la que se reproduce en Belem así lo muestra.
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