El show de la ayuda
PUERTO PRÍNCIPE.- Los funcionarios posan ante las cámaras repartiendo ayuda mientras la gente pelea por una caja de galletas o una botella de agua. A veces, un balazo crispa aún más la escena…
Y, detrás de las cámaras, los países cooperantes y los organismos internacionales parchan el problema con alguna ayuda, ponen su retazo a tientas, sin coordinación. El escenario de fondo son 14 mil militares estadunidenses patrullando con sus metralletas.
A pesar de esta percepción, difundida por las cámaras de televisión desde los cuarteles de guerra de los funcionarios internacionales, a dos semanas y media del terremoto que devastó a Haití, la ONU reconoció que la ayuda no ha llegado a todos.
Para algunos, como el director de Protección Civil de Italia, Guido Bertolaso, aquí sobran banderas y falta coordinación. “Es una feria de vanidades, un desfile de banderas y camisetas de cada país, se desfila en grandes vehículos y se hacen carreras para demostrar quién es el mejor. En lugar de ayudar a los que están bajo los escombros y buscar sobrevivientes, lo primero que hace el que llega es pegar un manifiesto de su organización y posar para la televisión”, sintetizó el funcionario el domingo 24, en una entrevista con la televisora RAI, de su país.
Según Bertolaso, los organismos de ayuda no tienen vínculo con la gente y los marines de Estados Unidos han tenido una actuación desastrosa, no están preparados para asistir a los afectados por el desastre; estorban, más que ayudar.
“Los estadunidenses son extraordinarios, pero cuando se enfrentan a una situación de caos tienden a confundir la intervención militar con ayuda humanitaria, que no puede ser confiada a las fuerzas armadas”, dijo.
Duelo de imagen
El gobierno italiano se desmarcó de las declaraciones de Bertolaso, héroe del terremoto de L’Aquila y amigo de Silvio Berlusconi. Pero sobre terreno otros opinan como él.
En este desfile de vanidades se imponen diferencias en los estilos de hacer las cosas. Mientras los estadunidenses hacen su aparición espectacular bajando de helicópteros sobre la casa presidencial, despliegan su aparato bélico para abrir caminos, escoltan misiones humanitarias, organizan filas de hambrientos, y con su bandera lo mismo reparten costales que marcan el aeropuerto como si fuera tierra recién conquistada, misiones como la venezolana se proponen a toda costa dejar clara la diferencia en su entrega al trabajo.
A la luz de los reflectores, en la bodega donde se reparten víveres a las organizaciones sociales –claro, con el sesgo “bolivariano, latinoamericanista, antiimperialistas, aclara–, el embajador venezolano Pedro Antonio Canino presencia la entrada de camiones cargados de campesinos, que se surten pacíficamente de alimentos.
“En materia de repartición somos los únicos que lo hacemos desarmados y con la sociedad civil. Hemos visto que otros lanzan armados y desde aviones, como si fueran bestias a los que están atendiendo”, presume el embajador.
A la entrada de la misma bodega, otros haitianos, no organizados, ven que se está repartiendo comida y se empujan, tratan de forzar la puerta, haciendo sudar a los guardias que, como están desarmados, tienen que imponerse con pura fuerza física.
En Puerto Príncipe circulan camiones con las siglas de las organizaciones internacionales más famosas. Convoyes de la ONU, chalecos de Médicos Sin Fronteras, camionetas con el logo de Save the Children, símbolos de la Organización Internacional de las Migraciones, mochilas del Unicef, cachuchas de la Organización Mundial para la Salud, tiendas de campaña de la Cruz Roja. Frecuentemente se ve junto a ellos los micrófonos con cubos de las grandes cadenas internacionales de televisión.
Este despliegue no alivia las necesidades. Los alimentos siguen sin llegar a todos, la gente sigue peleando por agua.
Las críticas más graves las ha recibido la ONU. Su presencia anterior más reciente data de 2004, cuando se estableció la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah) y 10 mil militares comenzaron a patrullar las calles. Los haitianos dicen que sólo ven marchar a sus contingentes, que no hacen mucho, se toman fotos y rotan al poco tiempo. Se quejan de que su presencia incrementó la inflación y los precios.
“La Minustah está en su base, donde no hay problemas. ¿Por qué sus agentes no están en el centro, donde hay problemas? Si la gente los viera, no tratarían de robar. No apoyan a la policía, que también está en crisis. ¿Dónde están?”, dice a la reportera el comisario de policía Justine Marc.
“¿Dónde estuvieron los de la Minustah los primeros días del terremoto? No se pusieron a disposición de la población, están como militares disfrazados de labores de pacificación, cuando este es un pueblo pacífico”, critica a su vez Carlos Guillaume, líder de la organización juvenil Soldat de Demain. Y se queja de que para pedir ayuda tiene que llevar datos exactos sobre su campamento, como si fuera un trámite burocrático.
Reclama también que los rescatistas internacionales, con excepciones, se dedicaron a salvar a los suyos.
Un diplomático que no quiso ser identificado señala que la emergencia dejó al descubierto la clase de diplomáticos asignados a esta isla caribeña, considerada la más pobre de Latinoamérica y adonde los embajadores vienen como castigo, o a hacer tiempo mientras se les asigna otra misión; pocos tienen verdadero conocimiento y amor por este país.
Dice que algunos de los funcionarios de organismos internacionales establecidos en Haití ganan salarios millonarios y prestaciones porque en los tabuladores de sueldos de su gobierno Haití es catalogado como zona de riesgo, como si aquí se librara una guerra.
Recuerda que al día siguiente de la tragedia, los funcionarios del Banco Interamericano de Desarrollo empacaron y se fueron hacia Santo Domingo.
Por lo pronto, la Minustah desplegó en su sitio en internet una relación de lo que ha hecho y, ante los cuestionamientos, señaló que en el terremoto también sufrió bajas: 64 funcionarios muertos.
Hacer mal el bien
Hasta ahora, la sociedad civil ha permanecido ausente de las reuniones de “coordinación” entre el invisible gobierno haitiano, países cooperantes y organismos internacionales.
“Las reuniones parecen un intercambio comercial: unas van a ofrecer cosas y otros a ver qué pueden recibir. Parece que están aislados del país: dentro de un recinto, europeos hablan con europeos, no con los haitianos, sobre lo que quieren hacer con el dinero que les piensan repartir a éstos. Y lo que planean no se ve en la calle”, dice Diana Bauza, integrante de la organización Mayé, que diariamente acude a esas reuniones del presidente René Préval para escuchar lo que se discute y conseguir ayuda.
Tuvieron que pasar dos semanas de tragedia para que los organismos internacionales se dieran cuenta de que sin la participación de los haitianos no se pueden resolver problemas básicos, como el reparto de alimentos.
“Estamos viendo cómo involucrar a organizaciones sociales, iglesias y líderes comunitarios para distribuir ayuda, porque se está complicando mucho”, comenta el vocero del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, Alejandro López Chicheri, luego de enterarse de que un camión con víveres fue saqueado pese a que iba escoltado.
Las organizaciones locales no son tomadas en cuenta. En una escuela de monjas donde ya existía coordinación, los funcionarios de la ONU se metieron y reorganizaron todo a su modo.
“Las grandes organizaciones se reparten la ayuda y otras, más pequeñas, las que sí tenemos presencia en los barrios, tenemos que rascar un poco de esa ayuda. es muy complicado”, dice Lula Marrero, de la organización Mayé, quien sólo después de mucha insistencia logró que personal de la ONU acudiera a la barraca donde trabaja.
“Llevamos a un funcionario de la ONU a ver las barracas donde vive la gente con la que trabajamos. Él quedó impresionado y al día siguiente nos mandó un camión de ayuda, sin saber cuánta gente vive en el campamento ni cómo se organiza, y sin respeto a la organización que habíamos establecido. Y hubo peleas, desesperación porque no alcanzó para todos, y eso causó más problemas”, relata.
A eso se refiere Guillaume, el citado líder juvenil: “La ayuda es poca, no llega para todos y hay que hacer muchos trámites”.
De esa forma, Haití va dejando de ser prioridad en la agenda de los medios de comunicación, que comienzan a retirar a sus enviados, cansados de escuchar lo mismo: la ayuda no llega, se pelea por comida, aún hay muertos bajo los escombros.
Para el comisario del aeropuerto, Justin Marc, faltan acuerdos obvios:
“Los mismos repartidores de la ayuda provocan el caos porque llegan y avientan desde su camión o desde un helicóptero la comida. Los más fuertes reciben, no los débiles. ¿Cómo quieren que no se peleen? Si dejaran a la gente organizarse sería más ordenado, harían caso de formarse, pero la imagen que proyecta la prensa son esas cosas calientes, la violencia”, dice el oficial.
Proceso
01/02/2010
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