Monday, November 03, 2008

Cristo nos odia



Posted by Tomás Mojarro on Octubre 31st, 2008

Los dañados de su mente, los quebrantados del ánimo, del sistema nervioso, de sus ganas de vivir, trémulos sacudidos por la neurosis, la depresión, la esquizofrenia Los suicidas en potencia (en impotencia total), carne de manicomio que mal sobrevive apenas, a penas, hartos ya de su vida..

Lo conté aquí alguna vez, y que me ocurrió hace unos años: por cuestión de escribir un reportaje fui comisionado por el semanario para presenciar cierta terapia de grupo donde se aplicaba la técnica de psicosíntesis, y miré al par de doctores que, por provocarles la catarsis, intoxicaron al grupo de pacientes con varias clases de droga según. Yo, con bata blanca de enfermero, con los pacientes me encerré aquella noche en el salón de terapia recinto estrecho con el piso tapizado de colchones que, ciego de ventanas, exhibía en uno de sus muros un óleo de un Cristo sufridor, como enfermo él también Y no más. Yo, el de la bata blanca cuidaba que los pacientes entrasen al salón descalzos ellas y ellos, sin cintos, colguijes ni alhajas. La veintena de angustiados recibía su ración de droga y al rato…

Conforme la droga iba haciendo efecto, los desdichados (peyote, datura, LSD) penetraban en la región del delirio y comenzaban a alucinar, a estallar en rezos, a tronar en quejumbres y canturreos mal acordados. Los médicos, a la expectativa tomaban nota

Y el poder de la sugestión: el enfermero de pega encarrujado en un rincón, me tensaba al parejo del que había enceguecido con la datura, y miré a Dios cara a cara con el que ingirió peyote. Yo, que nunca he sabido de drogas de ningún tipo, comenzando con cigarrito y licor, me sacudí ante aquel tentalear en el muro, el lloriquear sin lágrimas, el jadear, y el súbito desplomarse del pálido aquel, y el desnudarse de la que monologa como entre sueños, y el que invoca y convoca hato de alucinados, a junta de sombras, de fantasmones, de engendros de mentes descoyuntadas. Lóbrego.

Recuerdo a la anciana que deambula de muro a muro, sin parar, y de pronto: “¡Mamá!” El alto, flaco, que azota los muros, los rasca “¡Campo Militar Número Uno!”. Y el prieto aquel que de pronto aparece con una foto en la mano, y la mira y se arrodilla y se culimpina “¡Mi niño, criatura quién dice que te me moriste!’Y las convulsiones, las soterradas quejumbres, las imprecaciones, la bronca agresividad: “¡Puta que he de dar contigo..!”

Y así el que implora la vida y así el que pide la muerte, y el que solloza sin voz, el que llora sin lágrimas y el que, en brama besa el muro, lo soba jadea un nombre de varón. Y esa la de la mezclilla, que invoca a la dueña de sus amores mientras que ese otro, de rodillas, pronuncia un nombre y suplica y se acalambra “¡Paulenka, regresa.!” Y la que se tiende y muerde el colchón: “¡Opérenme, sáquenme el mal, voy a morirme..!” Frases que en madrugada de terapia intensiva se engrifan de humano sentido. (Los médicos, tomando nota Yo, sumido en un rincón, escarmentando en angustia ajena “Que tú y yo nunca nunca mujer. Que siempre, siempre, tú y yo”. Mi única)

Uno de aquellos me impresionó en la vivo: que al hervor de la droga se detenía frente al rostro del Cristo sufridor, aferraba aquella fotografía y, acercándosela a unos ojos de pupila dilatada pistojeaba mirando la cartulina La vista de lo ahí retratado lo derribaba a hachazos, y frente al Cristo del sufridero se arrodillaba arañándose, y se culimpinaba, rechinando los dientes, apocalíptico: “Jesús Nazareno, Jesucristo, ¿por qué nos odias? ¡Ira de Dios..!

Me espanté. ¿Cristo, odiar? El invocado se ensombrecía se plegaba de ojeras, párpados abatidos, cuajados de sombras. El enfermo remolía las palabras con muelas que rechinaban: “¿Esto nomás merecemos, Nazareno? ¡Jesucristo, aplaca tu ira tu justicia y tu rigor! ¡Dónde te hallas, Dios..!”

¿Por qué tuve que fisgonear, por qué miré la cartulina? La vi, y no me contuve: al enfermo le di el manotazo, el rasguñón, el mordisco en la mano. Se la arrebaté, me arrojé de rodillas, y culimpinado empecé a aullan “¡Cristo Jesús, ya ni tiznas, por qué odias tanto la tierra que tiene a tu madre!” Una y otra vez, entre calambres y convulsiones. “Cristo, por qué ese odio mortal.”

Sentí la sacudida en los hombros. Uno de los doctores:

- ¿Qué hace ahí culimpinado, por qué esos desfiguras? Levántese.

Yo, aprontándole la cartulina “Vea a todo el congreso aprobando el documento, doctor. Con los pripanistas, la cáfila de colaboracionistas del PRD, puro chucho de Nueva Izquierda, han aprobado la reforma energética ¡Sin las 12 palabras, doctor..!” Y azotaba el muro. Me sacaron a empellones.

Esto, repito, ocurrió hace años. (¿Sí..?)




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