Olga Pellicer
Uno de los rasgos distintivos de la política exterior del gobierno de Felipe Calderón ha sido el empeño en reconstruir las relaciones con Cuba. Después de un período en que se estuvo al borde del rompimiento, la relación ha tomado un nuevo rumbo. Eliminado el problema del voto, en la ahora desaparecida Comisión de los Derechos Humanos en Ginebra, lo demás ha encontrado arreglo. Se resolvió, así, el problema de la deuda cubana con el Banco de Comercio Exterior de México; ésta se ha reestructurado y se han abierto, según declaraciones de los cancilleres de ambos países, nuevos canales de crédito para reanimar el comercio que había caído a uno de sus puntos más bajos. La reciente visita del canciller Felipe Pérez Roque a México, durante la cual se firmó un Memorando de Entendimiento sobre asuntos migratorios, ha cerrado muy exitosamente el proceso de reconciliación.
Pérez Roque es un buen ejemplo de la buena diplomacia cubana, formada bajo la adversidad. Siempre ha sabido darle a su país el lugar que los cubanos se proponen en la política internacional. La normalización de relaciones con México era, para ellos también, una meta deseable. Se inscribe dentro del propósito de dar nuevos aires al gobierno encabezado ahora por Raúl Castro. No es ocioso recordar que Pérez Roque venía de París, donde se había reanudado el diálogo con la Unión Europea, que se encontraba suspendido desde 2003.
El canciller cubano logró convertir su estancia en México en una visita de Estado a juzgar por el nivel de sus encuentros, por el recibimiento que tuvo de todas las fuerzas políticas, por la cobertura que le dieron los medios y por su habilidad para lograr que el gobierno mexicano afirmara que "fortalecer la relación entre México y Cuba es una prioridad en la agenda regional e internacional del gobierno federal".
Durante su visita se debía suspender uno de los últimos escollos para la buena relación, como era el asunto migratorio. La presencia de cubanos en México y viceversa no es una novedad. Aun cuando las relaciones políticas atravesaban un mal momento, los intercambios en materia de educación, ciencia, tecnología y deporte siempre fueron buenos. Para dar sólo un ejemplo, era cubano el entrenador de la famosa deportista mexicana Ana Gabriela Guevara. Aunque no se conoce con precisión su número, diversos grupos de médicos y profesores cubanos se encuentran en México a raíz de acuerdos con gobiernos estatales o municipales, así como con instituciones educativas. Es la famosa "relación entre los pueblos" que los cubanos no descuidan y ven como elemento fundamental de su acción diplomática.
Lo novedoso apareció hace pocos años, cuando la ruta hacia Miami que pasa por México comenzó a verse más transitada, de una parte, para eludir la mayor vigilancia que Estados Unidos estableció en las costas de Florida; de la otra, para fomentar el negocio de los traficantes de migrantes que, apoyados por cubano-estadunidenses, comenzaron a trasladar cubanos por mar hacia México y después por tierra hacia Estados Unidos.
El asunto comenzó a crear problemas de seguridad en México cuando las mafias de traficantes comenzaron a coludirse con el crimen organizado. La historia de los 34 cubanos que estaban bajo la custodia de las autoridades del Instituto Nacional de Migración y fueron secuestrados para aparecer más tarde en Estados Unidos es botón de muestra de las redes de corrupción y el vacío institucional que se estaba produciendo.
Por ello, no es extraño que se buscara un acuerdo migratorio que, entre otras cosas, fijara las normas para la repatriación de aquellos cubanos que fueran detenidos en territorio mexicano.
Para la parte cubana, el asunto presenta otro tipo de problemas. La migración de cubanos hacia Estados Unidos no puede compararse con la de otros movimientos migratorios, porque su origen es sólo parcialmente económico. Se trata, en realidad, de un problema político. Los cubanos que desean salir de Cuba son una espina clavada en el centro de la vida política de ese país. Los famosos "balseros", el episodio del Mariel y muchas otras historias recuerdan inevitablemente la falta de libertad de movimiento en Cuba, algo que apenas recientemente comienza a discutirse al interior de ese país como problema cuya solución es esencial para avanzar hacia la apertura política.
Decidir cómo y a quién se puede repatriar es un tema que requería de largas negociaciones. Así fue y el resultado fue parcialmente bueno. Se obtuvo el compromiso mutuo de devolver a todos los nacionales de ambos países que se encuentren en situación irregular en el territorio de la otra parte. A su vez, Cuba colocó un buen número de candados que permiten eludir, parcial o totalmente, ese compromiso de ser necesario.
Ahora bien, lo que a corto plazo representa el mejor triunfo cubano es haber introducido en el documento el reconocimiento de agravios esencialmente contra Cuba. El primero, condenar el bloqueo a la isla por parte de Estados Unidos, objetivo comprensible a pocos días de que se apruebe en la Asamblea General de la ONU, de manera abrumadora, una resolución que reprueba dicho bloqueo. El segundo, afirmar que la política migratoria estadunidense hacia Cuba estimula la migración ilegal y el tráfico ilícito de cubanos y dificulta los esfuerzos para combatir a las organizaciones criminales.
El canciller cubano deja el país después de un triunfo mediático, político y diplomático. Y en México queda la impresión de haber alcanzado una meta, lo que de alguna manera subraya el hecho de que no sabemos cuáles son las otras que se ha fijado el gobierno de Felipe Calderón. Por lo pronto, exclamemos: Bravo por la diplomacia cubana. l
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