Líbano acaba de celebrar sus elecciones e Irán acude mañana a las urnas. En Líbano ya no existe la incógnita sobre la posibilidad de que Hizbulah llegase al Gobierno, pero en Irán aún está por dilucidar si Mahmud Ahmadineyad logrará su reelección.
En seis días dos estados como Líbano e Irán acuden a las urnas para elegir el Parlamento en el primer caso y el futuro presidente en el segundo. Mientras que en Líbano los resultados del pasado domingo han hecho saltar por los aires todas las predicciones sociológicas, en Irán todavía se mantiene la incertidumbre ante la expectativa de que el actual presidente, Mahmud Ahmadineyad, no logre renovar su cargo.
El escenario previo a las elecciones libanesas presentaba una lectura casi unánime, cualquiera de los dos bloques mayoritarios, el oficial 14 de Marzo (fuerzas sunitas, cristianas y drusas) y la oposición, en torno al 8 de Marzo (alianza de Hizbulah, los cristianos de Aoun y otras fuerzas), obtendrían una victoria muy ajustada. Si bien es cierto que se produjeron algunos cambios en el sistema electoral, al celebrarse en un único día, la mayoría de los actores eran «los de siempre». En el lado oficial encontramos a líderes de milicias de la guerra civil, multimillonarios que han seguido acumulando riquezas en situaciones complicadas y difíciles para la mayoría de la población y la élite política tradicional, ligada a importantes familias, muchas de ellas responsables del desastre que asoló a Líbano.
Enfrente se situaba los principales protagonistas de la resistencia libanesa e importantes aliados laicos. Finalmente, en este complejo escenario no se puede ocultar la importancia que han tenido los llamados actores extranjeros, regionales y mundiales.
Mientras que EEUU y Arabia Saudí, y en menos medida Egipto, han lanzado amenazas veladas, advirtiendo que un triunfo de Hizbulah y sus aliados «tendrá consecuencias directas sobre Líbano», en palabras de un alto diplomático estadounidense, otros actores supuestamente implicados han mantenido otra actitud. Así, Irán está centrado en sus propias elecciones de este viernes, y Siria ya anunció que respetaría la voluntad de las urnas.
Tampoco ha faltado la guerra sucia mediática, y en vísperas electorales el alemán «Der Spiegel» publicaba un artículo que pretendía acusar a Irán, Siria e Hizbulah de la muerte del anterior primer ministro, Rafiq Hariri. Unas especulaciones que sin ningún tipo de prueba fueron lanzadas por el medio germano.
Tras la victoria más que holgada de los oficialistas y pro occidentales del «14 de marzo», se abre un escenario que en el fondo no variará mucho del actual. Las próximas semanas se tiene que designar un primer ministro (suenan los nombres de Saad al-Hariri y Najib Mikati, con más posibilidades para éste tras el rechazo del primero por parte de las fuerzas opositoras), también se deberá formar el nuevo Gobierno y sobre todo el programa de éste. Las dificultades se anuncian a bombo y platillo. Aquellos que apostaban por la llamada tercera vía (una alternativa de candidatos presidenciales e independientes) también han visto fracasados sus expectativas.
Los desacuerdos domésticos y las agendas de los actores extranjeros continúan planeando sobre el complejo escenario libanés. Algunos apuntan a la existencia de «una guerra fría», que puede desembocar finalmente en otra muy «caliente». Frente a ese escenario pesimista, los dirigentes de Hizbulah y sus aliados han venido actuando con responsabilidad (el grupo chií no se presentó en todas las circunscripciones, en cierta medida ¿para no lograr una victoria?), y sus llamamiento a un Gobierno de unidad nacional vuelven a estar sobre la mesa. Las primeras reacciones de algunos líderes oficialistas parecen rechazar esta medida, pero la coyuntura actual y las declaraciones de uno de sus aliados, el druso Walid Jumblatt, con posturas más conciliadores tras las elecciones, pueden dar a este país una nueva oportunidad. Aunque tampoco hay que olvidar de las presiones y maniobras que los actores extranjeros puedan desarrollar en esas mismas semanas.
Irán también afronta mañana los comicios presidenciales, y todas las encuestas (si no vuelven a equivocarse) indican que podemos estar ante un duelo en segunda vuelta entre el actual presidente Mahmud Ahmadineyad y el antiguo primer ministro (1981-89), Mirhossein Mousavi.
Por encima de todo es necesario remarcar que la mayoría de los análisis y lecturas que desde Occidente se hacen sobre la realidad iraní están plagadas de falsos estereotipos, y se nos presenta una sociedad cerrada y oscura, cuando nos encontramos con una realidad vibrante, donde los debates y las aportaciones intelectuales reflejan la tradición persa en esos ámbitos.
También se nos ocultan las agendas de algunos actores (EEUU e Israel fundamentalmente) y muestran un claro desconocimiento de aquella realidad. Además nos intentan presentar estas elecciones, una vez más, como un simplista enfrentamiento entre reformistas y conservadores, cuando cualquier conocedor de la realidad política iraní sabe que su abanico político es mucho más complejo.
Las divisiones de cara a cada candidato pueden decantar hacia un lado u otro la balanza final. Mientras que el período presidencial de Mahmud Ahmadineyad le ha granjeado el rechazo de algunos sectores conservadores y de las llamadas clases medias, parece que sigue contando con el apoyo de sectores de las clases más desfavorecidas del campo y de algunas ciudades, así como de la capacidad de movilización del Sepah y de la milicia Basic.
El sector de Ahmadineyad, al que algunos presentan como los Osoolgerayan (principalistas), se ha venido enfrentando a determinados grupos conservadores, aunque parece que la mayoría de ese espectro apoyará finalmente al actual presidente.
Por su parte, Mousavi, al que algunos de sus adversarios definen como «el candidato de EEUU», intenta aglutinar en torno suyo a los conservadores desencantados con Ahmadineyad, a la mayoría del llamado sector reformista islámico, y a los indecisos. Pero sobre todo, busca contrarrestar el apoyo del campo a Ahmadineyad y hacerse con los votos de la clase media. Algunos analistas locales señalan que «estratégicamente es reformista, pero para lograr votos ha elegido tácticamente usar eslóganes de los principalistas».
Todo parece indicar que ambos candidatos pueden enfrentarse en la segunda vuelta, y si Ahmadineyad no logra vencer, sería el primer presidente desde la Revolución Islámica que no logra su segundo mandato.
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