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El imperio de los bankster
Banqueros bandidos (bankster), así llamó Ferdinand Pecora, el jefe de la comisión congresional que investigó la gran crisis de la década del 30, a los usureros que se aprovecharon de la crisis. Así nombran ahora algunos críticos a los dueños de los imperios financieros norteamericanos, que han campeado como mafias en la economía de ese país.
Los ejecutivos del gigante financiero Goldman Sachs hicieron mucho dinero invirtiendo a favor del derrumbe del mercado inmobiliario.
Responsables parciales del desastre que ha conmovido a las finanzas y la economía internacionales en los últimos tres años (la crisis es en última instancia sistémica y no depende solo de banqueros irresponsables), los titanes de la industria financiera hicieron gala durante mucho tiempo de la desfachatez empresarial, la codicia desmedida, la inmoralidad sin límites.
Ejemplar en los desmanes es Goldman Sachs, el gigante financiero ahora bajo escrutinio de las autoridades, cuyos ejecutivos hicieron mucho dinero a finales del 2007, invirtiendo a favor del derrumbe del mercado inmobiliario. En un correo electrónico de julio de ese año, develado por estos días, el jefe financiero de la empresa, David A. Vinier, afirmaba que había ganado 51 millones de dólares en un solo día apostando porque las acciones vinculadas a las hipotecas se hundirían.
La sociedad los ha condenado, pero el gobierno los premió. Enormes cantidades de dinero fluyeron de las arcas estatales para rescatar a las entidades financieras que son símbolos del sistema. Investigaciones del Real Economy Project del Center for Media and Democracy calculan que el monto del salvavidas bancario, sumando lo entregado en el paquete de rescate, los préstamos de la Reserva Federal y otros aportes indirectos, ascendió a 4,6 millones de millones de dólares, lo que equivale a un tercio del PIB de Estados Unidos y a un 130% del presupuesto federal del 2009. El imperialismo financiero chupó los recursos provenientes de los impuestos que paga el común de los norteamericanos.
Políticos y periodistas, ciudadanos y analistas reclaman desde meses atrás mayores controles a los desafueros de los banqueros. Pero la avaricia no tiene fronteras y la moral no es cosa de usureros.
RECOMPENSA A LOS TRUHANES
Excepto Bernie Madoff, ninguno de los culpables del desastre financiero ha ido a la cárcel, a pesar de que sus desmanes les costaron a los ciudadanos norteamericanos 14 millones de millones de dólares por la pérdida de ahorros, viviendas, pensiones y otras propiedades. Por el contrario, muchos se han retirado con compensaciones doradas y otros han vuelto a las andanzas de antaño amparados en las ganancias de los últimos meses.
Los 19 bancos más grandes del mundo ganaron en el 2009 unos 90 000 millones de dólares. El año anterior habían perdido 46 000 millones. El dinero que dadivosamente le concedieron Bush, Paulson, Obama, Geithner y el Congreso, les sirvió para resarcir la pérdida y convertirla en abundante ganancia.
En el penúltimo trimestre del 2009, el sector financiero se llevó el 34% del total de las ganancias privadas de Estados Unidos, un porcentaje mucho mayor incluso que durante el auge de la burbuja inmobiliaria.
El festín monetario sirvió para repartir prebendas entre los bancarios. The Wall Street Journal ha calculado que los bancos norteamericanos pagaron primas a sus ejecutivos por 145 900 millones de dólares el pasado año.
El JP Morgan Chase premió a su Consejero Delegado, James Dimon, cuyo sueldo base es de un millón de dólares, con primas por un monto de 16,1 millones de dólares repartidos en títulos y acciones.
El emporio financiero Goldman Sach entregó a sus empleados en el 2009 sobresueldos por 13 000 millones de dólares, casi el triple que los que les pagó en el 2008. Goldman recibió directamente 10 000 millones de dólares del Plan de Rescate bancario y otros 12 900 millones indirectamente a través de los pagos por deudas que le hiciera la fallida gigante del seguro AIG, quien saldó el débito con parte de las enormes sumas que recibió como ayuda del gobierno para evitar su bancarrota.
Las primas o bonos vinculados a la ganancia han sido identificados como uno de los factores que animaron a los banqueros a asumir los riesgos que llevaron al colapso financiero y económico.
Lo peor es que los bancos han vuelto a hacer los mismos trucos precrisis y han invertido el dinero público gratis que recibieron para especular con divisas e invertir en la bolsa y la renta fija.
PARA QUE UNOS FESTEJEN...
Mientras los bankster festejan con whisky o champán por sus enormes ganancias y beneficios erigidos sobre el desastre que ellos mismos impulsaron, otros están con el agua al cuello en el maremágnum de la crisis.
El director ejecutivo de Estabilidad Financiera del Banco de Inglaterra ha pronosticado que las pérdidas de la producción económica global debido a la crisis oscilarán entre los 60 y los 200 millones de millones de dólares, casi 100 veces el monto del PIB de una gran economía como Brasil.
En Estados Unidos, la deuda de los hogares y las empresas no financieras cerró el 2009 en la astronómica cifra de 34,7 billones de dólares, según el diario El Economista (11/3/2010).
En marzo se rompió el récord de quiebras personales para un mes en el país del Norte. La firma de estadísticas Aacer reveló que durante ese periodo fueron entabladas 158 000 peticiones de quiebra, lo que representó un 35% más que en febrero.
SIN COTOS PARA EL LUCRO
Morgan Stanley, Goldman Sachs, Wells Fargo, Citigroup, JP Morgan Chase y Bank of America controlan el 6% del PIB de Estados Unidos; pero su poder real va más allá de ese pedazo del pastel económico: numerosos ejecutivos de tales emporios financieros han hecho temporadas en el timón económico de los gobiernos norteamericanos. Como botón de muestra, los casos de Robert Rubin, secretario del Tesoro en el gobierno de Clinton, impulsor de la desregulación del sector financiero que condujo a la debacle actual, y Henry Paulson, el secretario del Tesoro de Bush y creador del multimillonario plan de rescate bancario, ambos salidos de las filas de Goldman Sachs. Rubin, tras su paso por el gobierno, se alistó en la nómina del Citigroup, donde en una década atesoró en su cuenta personal más de 100 millones de dólares.
Azuzado por el malestar popular creciente, el presidente Barack Obama pretende firmar en mayo una ley de reforma financiera que propone dar a la Reserva Federal (FED) más poderes para regular el desempeño de las mayores empresas financieras del país, y crear una oficina de protección de los consumidores.
Esa oficina, que operará dentro de la FED, tendrá autoridad para asegurar que los usuarios reciban "información clara y precisa", cuando soliciten préstamos hipotecarios, tarjetas de crédito y otros productos financieros.
La propuesta también incluye un Consejo de Supervisión para la Estabilidad Financiera, compuesto por nueve miembros, que someterá a las grandes instituciones, como la aseguradora American International Group (AIG), a la supervisión de la FED.
El plan incluye topes para la cuantía de los bonos para los ejecutivos y el cobro de nuevos impuestos a las entidades financieras para sufragar probables crisis futuras.
El vocero de la Casa Blanca, Robert Gibss, dijo que hay urgencia en la reforma para evitar que resurjan las condiciones que permitieron el colapso de Wall Street hace dos años, y para combatir los excesos en este sector.
Pero los bankster andan enfurecidos. No desean ningún límite a su avaricia. Las presiones llueven sobre el secretario del Tesoro, Timothy Gaithner. Amenazan con que si se endurecen las exigencias, el crédito nunca volverá a fluir, porque no tendrán dinero suficiente para atesorar y prestar.
Los cabilderos del capital financiero que pululan por la calle K de Washington D.C. asaltan con promesas y exigencias a los miembros del Capitolio y sus asesores. Confían en que los congresistas ávidos de aportes de campaña demoren y alteren el proceso legislativo. Los dineros del sector para la contienda electoral por el Congreso se incrementan ostensiblemente hacia el campo republicano.
Los primeros resultados de la apuesta política ya están a la vista. El proyecto de Ley de la Reforma Financiera está atascado en el Senado. Los republicanos han puesto la talanquera, usando el irónico argumento de que lo que se quiere es gastar más dinero y que los contribuyentes estadounidenses no deberían ser utilizados más para rescatar a las grandes instituciones financieras. ¿Se les olvidó el paquete de rescate Bush-Paulson para Wall Street?
También lanzan sus dudas sobre el alcance de las regulaciones al comercio de derivados y la autoridad de la nueva agencia de consumidores. La Cámara de Comercio de Estados Unidos ha gastado millones de dólares en una amplia campaña publicitaria contra la reforma.
El imperio de los bankster patalea por prevalecer. No importa cómo ni a qué costo. Lo reflejaban recientemente las declaraciones de David Stockmon, director de la Oficina de Gestión y Presupuesto en la presidencia de Ronald Reagan: "la triste realidad es que los grandes bancos, que son los hijos caprichosos del dinero fácil de la FED, son instituciones peligrosas, muy arraigadas en una cultura de privilegios y codicia".
La ruleta del casino de la economía norteamericana sigue girando. Los ganadores siguen siendo los mismos; los perdedores, también los de siempre, y cada vez más.
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