Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
Los Días Felices están otra vez aquí. Es como si los años de George W. Bush en Afganistán siguieran aún con nosotros, con un Washington que sigue regodeándose en un entorno donde ha desaparecido la inteligencia. Se incrementa el envío de tropas hacia aquel país, de forma similar a como hizo el General David Petraeus en Iraq. Un procónsul de Bush (Zalmay Khalilzad) quiere dirigir de nuevo el cotarro. Un general de línea dura (Stanley McChrystal) está ya listo para aterrorizar a cuanto pastún se le ponga a tiro. Una nueva megabase va brotando en el “desierto de la muerte”, en la provincia afgana sureña de Helmand. Y al igual que en la época de Bush, nadie menciona ni una sola palabra sobre oleoducto alguno, ni sobre el (invisible) premio gordo regional: el Baluchistán pakistaní.
Al parecer, bajo la nueva gerencia, se ha rebautizado la “guerra global contra el terror” (GWOT, por sus siglas en inglés) como “Operaciones de Contingencia en Ultramar” (OCO, por sus siglas en inglés). Pero la historia en Afganistán continúa repitiéndose como si de una farsa se tratara, o como si un mal viaje de opio fuera.
Zalmay construye Oleoducstán
No nos impresiona mucho que el sabueso afgano favorito de Bush, Zalmay Khalilzad, un ciudadano estadounidense nacido en Afganistán y ex enviado estadounidense tanto en Afganistán como en Iraq, esté ahora a la caza y captura –a través de su compinche el Presidente Hamid Karzai, que intentó que el Presidente Obama le subiera a bordo- de convertirse en el CEO (director ejecutivo, por sus siglas en inglés) de Afganistán, o en una especie de primer ministro “oficioso”. Cualquier afgano que crea que Occidente no está detrás de todo este tinglado es porque es una de las estatuas de piedra del Hindu Kush.
Se supone que la Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, y el enviado de Obama en AfpakNew York Times describió de forma pintoresca como “una larga y, en ocasiones, desigual relación”. Ciertamente que Khalilzad tiene experiencia como CEO –adquirida como embajador estadounidense en Afganistán (2003-2005)-, cuando era el poder real tras el endeble trono de Karzai (casi totalmente cegato a cuanto ocurriera fuera de Kabul). [Afganistán/Pakistán], Richard Holbrooke, se sienten muy excitados con el plan. Karzai y Khalilzad han tenido lo que el
Karzai ha negado siempre –incluyendo las declaraciones hechas a este periodista- que fuera un empleado menor de UNOCAL [Union Oil Company of California], aparte de animador de las delegaciones de talibanes que visitaron Houston y Washington en 1997. La relación de Khalilzad es algo menos turbia: era un asesor convicto y confeso de UNOCAL. El “premio” –desde el presidente Bill Clinton a Bush y ahora Obama- sigue siendo el oleoducto que atraviesa Turkmenistán-Afganistán-Pakistán, entonces conocido como TAP y ahora conocido como TAPI al incluir a la India (Véase “Pipelineistan goes Af-Pak”, en el Asia Times Online del 14 de mayo de 2009).
Khalilzad fue el elemento clave cuando se constituyó la Fundación Afganistán-América a mediados de la década de los noventa, un lobby que llegó a tener mucha influencia durante la administración Clinton debido a sus conexiones con el TAP, promocionado a bombo y platillo como importantísimo oleoducto que circunvalaría tanto Irán como Rusia.
El hermano de Karzai, Qayum, estaba en la junta de asesores junto con Khalilzad e Isaac Nadiri, que más tarde se convirtió oportunamente en “asesor económico” de Karzai. Qayum y otro hermano de Karzai, Mahmoud, tenían la propiedad de una cadena de restaurantes en EEUU (por esa razón es que la gente de Kabul y del oeste de Pakistán llama a Karzai “el vendedor de kebab”). Hamid consiguió un montón de dinero del kebab durante su exilio en Quetta justo hasta finales de 2001, cuando fue milagrosamente lanzado hacia Kabul por las fuerzas especiales estadounidenses.
Khalilzad, como mascota afgana de Bush, era absolutamente clave para convencer a los desconfiados ex muyahaidines, muchos de ellos tayicos, de tener a Hamid (de una tribu menor pastún) instalado como “dirigente” interino de Afganistán después de que los talibanes cayeran en diciembre de 2001. Los muyahaidines querían al Rey Zahir Shah. Tras colocar en el poder al títere de Karzai, el presidente de Pakistán, el General Pervez Musharraf, y Nyazov, el “Turkmenbashi” Saparmurat de Turkmenistán, firmaron un acuerdo en diciembre de 2001 para construir el TAP. El oleoducto, ahora TAPI, es un elemento absolutamente clave en la estrategia de Washington en Asia Central. Khalilzad, como CEO, moverá montañas para asegurar que el TAPI derrota a su mucho más sólido rival, el IPI: el oleoducto Irán-Pakistán-India, conocido también como el “oleoducto de la paz”.
Va a ser un viaje agitado. Y –tragedia de tragedias- hará que finalmente Khalilzad tenga que hablar con los talibanes, una vez más, sobre oleoductos. Karzai ni siquiera controla Kabul por no hablar del resto del asolado país clasificado como el quinto más corrupto del mundo por Transparency International. Cuanto más corruptos sean los gobernadores locales de Karzai, tanto más avanzarán los talibanes pueblo a pueblo y clan tribal a clan tribal, impulsados por su desagradable mezcla de claras amenazas y duros castigos. Los talibanes, a alto nivel, han conseguido alianzas con una miríada de grupos criminales y cuentan con el apoyo de sus primos pastunes de las áreas tribales pakistaníes.
El inepto de Karzai, aprovechando los buenos servicios de Islamabad y Riad, está intentando hablar con todos, desde los neo-talibanes hasta el histórico comandante de los talibanes, el Mullah Omar, y también con el antiguo favorito saudí-pakistaní Gulbuddin Hekmatyar. Y todo esto mientras los asesores de estrategia de Obama apuntan que la guerra se “puede ganar” si Washington consigue atraerse –con un montón de dinero- los corazones y las mentes de las tribus pastunes.
Algo de esa nueva pasta estadounidense que fluye hacia Afganistán se ha desviado hacia el orwelliano Programa Afgano de Amplio Alcance Social, constituido por consejos locales anti-talibanes, mientras que la no menos orwelliana Fuerza de Protección Pública Afgana ha empezado a organizar milicias sunníes del estilo del “Despertar”. Armar a las milicias pastunes, que se volverán contra los ocupantes occidentales, no va a acreditar precisamente todo ese programa como brillante contrainteligencia.
Consideremos de nuevo Baluchistán
Mientras tanto, Baluchistan, el premio gordo de la región (véase “Balochistan is the ultimate prize”, Asia Times Online, 9 de mayo de 2009) sigue totalmente bajo el radar del frenético ciclo de noticias estadounidense. Numerosos lectores baluchis señalaron a este corresponsal que, en realidad, ahora es una provincia 50% pastún/baluchi. La mayor parte de los pastunes viven cerca de la frontera afgana. Y sucede que muchos son vecinos de la provincia afgana de Helmand, el lugar clave adonde se está enviando el incremento de tropas del Obama.
En caso de una hipotética balcanización de Pakistán, baluchis y pastunes seguirían caminos diferentes. Quetta, la capital provincial, en términos de población y actividad comercial, está ya dominada por los pastunes.
Las políticas internas de Baluchistán son complejas. Baluchis y brahvis constituyen dos nacionalidades separadas, con diferentes culturas y lenguas. Hay bastantes baluchis que no aceptan como tales a los brahvis. En lo que todos los líderes tribales baluchis están de acuerdo es en reclamar la máxima autonomía y control sobre sus recursos naturales. Islamabad les responde siempre con las armas.
Lo que ahora es Baluchistan y Sind en Pakistán fue conquistado hace siglos por la tribu baluchi Rind. Nunca se sometieron a los británicos. Durante los ochenta de Ronald Reagan, los baluchis intentaron –en secreto- llegar a un acuerdo con EEUU para un Balochistán independiente a cambio de que EEUU controlara el Oleducstán regional. Washington lo dejó para más adelante. Los baluchis se lo tomaron muy a mal. Algunos decidieron pasar a la clandestinidad o empezar la lucha armada. Islamabad aún no se ha hecho con ellos. Puede que Washington sí.
Si bien el pastúnwali –el código ancestral pastún- sigue todavía en vigor (no les amenaces, no les ataques, no les engañes, no les deshonres, o no habrá quien pueda evitar su venganza), los baluchis pueden ser incluso más temibles aún. Nunca se pudo conquistar a los baluchis como conjunto. Son guerreros de fama ancestral. Si piensan que los pastunes son gente dura, mejor es que no le pongan un dedo encima a un baluchi. Incluso los pastunes les tienen terror.
El secreto geopolítico es no enfrentarse a ellos sino cortejarles y ofrecerles una autonomía total. En una estrategia en constante evolución hacia la balcanización de Pakistán –cada vez más popular en numerosos círculos de política exterior de Washington-, Baluchistan tiene muchos activos atractivos: riquezas naturales, población escasa y un puerto, Gwadar, que es clave para el Nuevo Gran Juego de Washington en los planes de Oleoducstán en Eurasia.
Y no es sólo petróleo y gas. Reko Diq (literalmente “Pico Arenoso”) es una pequeña ciudad en el desértico distrito de Chaghi, a 70 kilómetros al noroeste del ya remoto Nok Kundi, cerca de las fronteras entre Irán y Afganistán. Reko Diq alberga las mayores reservas mundiales de cobre y oro, por un valor, según se ha informado, de más de 65.000 millones de dólares USA. Según el diario pakistaní Dawn, se cree que esas reservas son incluso mayores que otras similares que hay en Irán y Chile.
Reko Diq está siendo explorado por la Tethyan Copper Company de Australia (75%), que vendió el 19,95% de su participación a la compañía Minerales de Antofagasta de Chile. Sólo se ha adjudicado el 25% a la Autoridad para el Desarrollo de Baluchistán. Tethyan está controlada de forma conjunta por Barrick Gold y Minerales de Antofagasta. Los baluchis tienen que tener quejas muy serias por ese motivo: denuncian que sus riquezas naturales han sido vendidas por Islamabad a “regímenes controlados por el sionismo”.
Washington está centrado sobre Baluchistán como un rayo láser. Uno de sus más importantes actos estrella durante el verano será la inauguración de Campo Leatherneck, un inmensa nueva base área estadounidense en Dasht-e-Margo, el “desierto de la muerte”, en la provincia de Helmand en Afganistán. Muchos de los soldados del incremento de Obama tendrán como base Camp Leatherneck, un cruce de frontera a un tiro de piedra del sureste de Irán y del Baluchistán pakistaní, desde donde desencadenarán todo tipo de operaciones encubiertas.
Bajo McChrystal, el nuevo alto comandante de EEUU y la OTAN en Afganistán, uno debe esperar que a lo largo del verano se produzcan sin pausa operaciones de los escuadrones de la muerte, misiones de búsqueda y destrucción, asesinatos selectivos, bombardeos de civiles y misiones paramilitares para ir así aterrorizando a nivel general a los pueblos tribales pastunes, a los dirigentes comunitarios, a las redes sociales o a cualquier movimiento social que se atreva a desafiar a Washington y proporcionar apoyo a la resistencia afgana.
Se supone que las “operaciones encubiertas” de McChrystal pondrán del revés el viejo dicho del dirigente chino Mao Zedong, “vaciar el mar” (matar o desplazar a un indecible número de campesinos pastunes) para “atrapar al pez” (los talibanes o cualquier afgano que se oponga a la ocupación). No podrían haber encontrado un tipo mejor para las tareas de contrainsurgencia asignadas por Obama, Petraeus, Clinton y Holbooke.
El periodista estadounidense Seymour Hersh ha detallado como McChrystal dirigió la “rama de asesinatos ejecutivos” del Mando de Operaciones Especiales Conjuntas del Pentágono. No ha importado que fuera uno de los favoritos del ex vicepresidente Dick Cheney y del secretario de defensa Rumsfeld. La confianza de la administración Obama en sus métodos extremos para aterrorizar poblaciones le califica tanto como la política exterior rumsfeldiana.
Y McChrystal sigue con la idea de avivar un infierno calibrado en la vecina Baluchistán en todo lo que considere necesario en seguimiento los planes de Washington, ya sea provocando a los iraníes o incitando a los baluchis a levantarse contra Islamabad.
Según el escritor pakistaní Abd Al-Ghafar Aziz, que escribe para el portal en árabe de Al Yasira, EEUU ha venido acusando a Baluchistan durante años de “apoyar el terrorismo y albergar a los líderes de los talibanes y de Al-Qaida”. Los teledirigidos Predator de EEUU “han estado machacando ‘blancos preciosos’ que han provocado la muerte a 15.000 personas”. Aziz describió a los baluchis como “huérfanos sin refugio y sin protección”.
El vecino Irán no quiere correr riesgos; esta misma semana se ha puesto a probar técnicas sofisticadas de patrulla de fronteras en la provincia del sureste de Sistan-Balochistan, a lo largo de 12,5 kilómetros de frontera tanto con Afganistán como con el Balochistán pakistaní. Una de las máximas pesadillas nacionales de Teherán en cuanto a la seguridad son las operaciones encubiertas transfronterizas estadounidenses lanzadas desde el Baluchistán pakistaní, todo ese tipo de cosas que es música para los orejas de McChrystal.
Derivando hacia la balcanización
No hay muchas dudas de que el incremento de Obama va a ser un fracaso. El plan B de Washington es también malo y se reduce a algún tipo de acuerdo con los talibanes, algo por lo que Arabia Saudí ha estado mediando frenéticamente.
El problema es que el nexo de los Inter-Servicios de Inteligencia/ejército en Islamabad continuará apoyando a los talibanes en Afganistán –no importa que Washington trame cuanto quiera-, porque en sus mentes el único resultado posible es la derrota de la “pro-India” Alianza del Norte, que es el poder de facto en Kabul con Karzai como títere. La Alianza del Norte sólo renegará sobre sus cadáveres de su alianza con la India. Y apoyados como están no sólo por la India sino también por Irán y Rusia, nunca permitirá que los talibanes suban al poder.
A la larga, la estrategia de Obama para AfPak puede ir adquiriendo su implacable y volátil momento propio enganchando al ejército en Islamabad para que le haga la guerra a su propio pueblo, ya sean pastunes o beluchis. Esa puede ser la razón por la que Washington va conformando una marcha lenta pero inexorable para lograr la balcanización de Pakistán. Si los primos pastunes a ambos lados de la frontera -26 millones en Pakistán, 13 en Afganistán- encontrarán finalmente una rendija para constituir el Pastunistán largamente soñado, se rompería el Pakistán que todos conocemos. La India podría intervenir para someter Sind y Punjab, manteniendo a ambos bajo su esfera de influencia. Washington por su parte se concentraría más y mejor en explotar las riquezas naturales y el valor estratégico de un Baluchistán independiente.
Así pues, un Pakistán similar al Iraq aún bajo ocupación estadounidense –roto en tres pedazos- empieza ahora a emerger como clara posibilidad, a menos que se produzca una improbable revuelta popular pakistaní, apoyada por soldados pakistaníes de medio rango, que haga que rueden las cabezas de los altos jefes del establishment político/ejército/seguridad. Pero los teledirigidos, y no las guillotinas, tienen el sabor del momento en AfPak.
Pepe Escobar es autor de “Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007), y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge”. Su ultimo libro, que acaba de publicarse, es “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en pepeasia@yahoo.com .
Enlace con texto original:
http://www.atimes.com/atimes/South_Asia/KE22Df02.html
No comments:
Post a Comment