Guillermo Almeyra
No hace mucho que Fidel Castro, gravemente enfermo, dejó una advertencia/testamento a los trabajadores cubanos: la revolución no es irreversible y la burocracia y el conservadorismo amenazan su sobrevivencia porque, parafraseando a Hegel, lo que no se reconquista cada día no se conquista realmente ya que la sola manera de conservar es avanzar.
Cuba está hoy en gravísimas dificultades que no es posible ocultar con el pretexto de no alarmar a los cubanos y a los amigos de Cuba y de no desmoralizar a quienes, precisamente para enfrentarlas y superarlas, deben tener conciencia plena de qué deberán combatir y vencer. Porque, cuando el país comenzaba a restañar las heridas que le había causado el bloqueo estadunidense, que se sumó a la grave dependencia del mercado, de la tecnología y del modelo soviéticos, la isla fue golpeada de lleno por terribles huracanes y, por si eso fuera poco, por la crisis mundial más profunda y dañina de la historia del capitalismo. El turismo, fuente importante de divisas, ha sido muy afectado por la crisis y por el miedo a su empeoramiento que en estos momentos sufren los sectores de clase media italianos, españoles y mexicanos que eran el grueso de los visitantes. El níquel, otra fuente de divisas, tiene precios internacionales bajísimos, mientras Cuba sigue importando el grueso de sus alimentos (con precios que cayeron menos que los de los productos cubanos) y también importa la mayor parte del combustible; para peor, las facilidades petroleras que otorga Venezuela están amenazadas porque el Estado Bolivariano tiene muy escasa liquidez, ya que el precio del barril del petróleo que exporta sigue estando siete dólares por debajo del precio de referencia utilizado para elaborar el presupuesto venezolano. Además, si hubiese una estabilización de la crisis mundial, el precio del petróleo subiría (salvando así los planes de Caracas, pero no a los países que, como Cuba, importan combustibles).
Por otra parte, los principales esfuerzos técnicos para paliar las graves tensiones en el terreno de la producción agrícola no han tenido ni pueden tener resultados inmediatos y, por lo tanto, aumenta y se agrava el malestar popular ante el desabastecimiento o la escasez de alimentos básicos. Lo mismo ha pasado en el campo de la energía, con una racionalización de la distribución y las luminarias de bajo consumo, pues no se ha podido evitar volver a la amenaza de los cortes y apagones, los cuales no se deben principalmente al derroche o al alto consumo sino a la necesidad de reducir las importaciones de crudo, a la obsolescencia de las instalaciones y a las ineficiencias productivas y administrativas de un aparato estatal que ni da plena transparencia a su funcionamiento para favorecer el control popular ni recurre a la creatividad y capacidad de innovación que proverbialmente tienen los cubanos.
A este panorama deprimente se agrega que es utópico confiar en Obama y en una posible mejoría de las relaciones entre Cuba y el imperialismo estadunidense, por difíciles que sean los problemas que este último deba encarar actualmente con su economía, porque una cosa es lo que Barack Obama pueda decir, o incluso desear, y otra muy diferente lo que el complejo militar-industrial y el establishment de su país le dejan hacer, como se vio ya en los casos de las fotos de las torturas, en el silenciamiento de las promesas de juzgar a los criminales de guerra o en el retroceso en la decisión de eliminar Guantánamo y los tribunales militares en ese campo de concentración. De modo que Cuba deberá agregar a la serie enorme de sus dificultades económicas y sociales la continuación de la hostilidad estadunidense y, por si eso fuera poco, los daños que le causará a la isla la próxima temporada de huracanes potenciados por el recalentamiento global.
Existe, por consiguiente, el peligro de que una tendencia pragmática trate de superar estos problemas adoptando medidas económicas que faciliten posibles inversiones y la apertura de nuevos mercados gracias a ventajas impositivas y privilegios al capital y al control de los salarios y, como corolario de este giro a la derecha
, refuerce la centralización burocrática en general en el país y el centralismo en el partido-Estado golpeando a los críticos de izquierda, que quieren más socialismo y no más burocratismo, para acallarlos e impedir que hagan participar a los sujetos tanto de la defensa de la revolución cubana en peligro, como de la profundización de la marcha desde el capitalismo de Estado hacia un socialismo autogestionario, o sea, a los trabajadores. Eso sería fatal, en el plano interno, y gravísimo en escala internacional, ya que aumentaría mucho el aislamiento cubano, que había comenzado a resquebrajarse con los progresos antimperialistas en los países sudamericanos. La torpeza burocrática podría costar mucho a Cuba, y costarnos mucho a todos los defensores de la revolución cubana.
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