Guillermo Almeyra
Silvio Berlusconi, como dicen los italianos, posiblemente è cotto” (o sea, está ya cocinado), pero el verdadero problema no es él sino las condiciones sociales y las relaciones de fuerza que lo han hecho posible y le han dado una sólida mayoría que le permitió ser primer ministro en cuatro ocasiones y, por otra parte, la recomposición del bloque político-social del bloque de la derecha que lo está marginando tal como una corriente de agua fuerte margina un desecho flotante.
Porque es cierto que el individuo es un corrupto que hizo su fortuna con la mafia y con el poder, es un pervertido y amoral y, además, un payaso, pero lo era también cuando los poderes fácticos, arrastrando detrás de sí media Italia, votaron por él y en cuatro ocasiones le dieron el cargo máximo del Estado. A Berlusconi no lo están minando tanto sus escándalos financieros (que no son nuevos ni recién conocidos) ni su vida de emperador del Bajo Imperio romano constelada de prostitutas, proxenetas y de amantes menores de edad, ni sus relaciones con la mafia. Esos escándalos no sorprenden a los italianos, que los conocieron ya hace decenios con los democristianos y con el gobierno del “socialista” Bettino Craxi, con el cual comenzó a hacerse rico el actual candidato a la cárcel; es más, incluso un importante sector popular vota por Berlusconi no a pesar de dichos escándalos sino precisamente por ellos, porque de ellos se beneficia, como se beneficia con la mafia y la camorra, y porque su código moral no los condena. Lo que los franceses elegantemente llaman affaires de cu (es decir, el uso libertino del culo propio y de los ajenos) tampoco escandalizan a millones de machistas y de misóginos, y de machismo y misoginia están llenas la gran prensa popular y las principales revistas ilustradas mientras la pornografía adorna todos los kioscos de periódicos y en los colegios todos los días hay casos de alumnos que filman estupros de sus compañeras o coitos para colgarlos en Internet.
El racismo y la xenofobia han envenenado ya la mente de millones de italianos e incluso de obreros y no faltan cotidianamente los más odiosos crímenes racistas contra inmigrados ni el tratamiento racista de las noticias en los diarios “serios”. La mafia fue siempre un puntal de un “padre de la patria” tres veces pimer ministro y 11 veces ministro, el democristiano Giulio Andreotti, a quien también sostuvo en su momento el Partido Comunista italiano.
Por lo tanto, aunque media Italia repudia a Berlusconi, sobre todo por su política racista, antiobrera, favorecedora del gran capital, y encuentra en sus robos y su corrupción motivos para querer sacárselo de encima, no es solamente ese repudio lo que está acabando con la carrera política de Il Cavaliere. Porque 200 mil personas que manifiestan contra él en Roma no ocultan el hecho de que esa misma ciudad tiene un alcalde fascista, culpable de matonismo y terrorismo en el pasado, que fue elegido por mayoría popular en una elección muy reñida y concurrida.
¿Por qué entonces Berlusconi se está esfumando como el gato de Alicia en el país de las maravillas? En primer lugar, porque ya no sirve ni al gran capital, que está ligado al capital financiero internacional, ni al Vaticano. El primero habla violentamente en su contra mediante el Financial Times, The Wall Street Journal, The New York Times, pero también, en Italia, por el grupo empresarial que edita La Repubblica y el segundo le ha retirado el apoyo y le cava la tierra bajo los pies mediante el órgano oficial de la curia, Avvenire. Por su parte la Confindustria (la organización de los grandes empresarios) también lo ha abandonado. El aventurero ha causado demasiados daños a la economía italiana y ha aislado a la Italia del establishment de la Europa capitalista, que es indispensable para sacarla del desastre. También ha espantado a la curia, que está demasiado empantanada en los casos del cura Maciel y de la pederastia en los colegios católicos de todos los países como para permitir que el “hijo dilecto de la Iglesia”, el que ostenta sus siete tías monjas, aparezca desnudo en las tapas de las revistas rodeado de prostitutas bastante baratas. Por lo tanto, Berlusconi está herido por el “fuego amigo”, es decir, por una disputa interburguesa y por la lucha sorda que combate contra él, en la mayoría y en el gobierno, el fascista Gianfranco Fini, presidente de la Cámara de Diputados, que aspira a sustituirlo. Fini, con el apoyo de los democristianos de derecha, del Vaticano, de la gran industria y de los financieros, busca crear un gran partido del orden, de tipo democristiano de derecha, que establezca reglas del juego capitalista y una ficción de moralidad y de normalidad indispensable tanto para los negocios como para la dominación.
Ante Berlusconi –si éste se viese obligado a huir al extranjero para no ser encarcelado como le sucedió a su padrino Bettino Craxi, también popular y aparentemente poderoso primer ministro– no aparece la sombra de una opción de izquierda, por moderada que sea, porque tal izquierda no existe: lo más probable es un gobierno de derecha ultraconservadora y clerical que blanquee el prostíbulo actual. Eso, de todos modos, llevaría a nuevas elecciones que podrían reservar sorpresas para los conspiradores, ya que Fini no tiene la popularidad de Berlusconi y el centralismo nacionalista de los fascistas choca con el cuasisecesionismo regionalista y antitaliano de la Liga Norte. Pero a favor de la derecha juega el factor de que Italia, por su papel secundario en Europa, la fragilidad de su economía, por el peso del Vaticano, y por la complicidad de Togliatti y el Partido Comunista italiano con los valores capitalistas, jamás tiró a la basura la putrefacta placenta del fascismo.
Porque es cierto que el individuo es un corrupto que hizo su fortuna con la mafia y con el poder, es un pervertido y amoral y, además, un payaso, pero lo era también cuando los poderes fácticos, arrastrando detrás de sí media Italia, votaron por él y en cuatro ocasiones le dieron el cargo máximo del Estado. A Berlusconi no lo están minando tanto sus escándalos financieros (que no son nuevos ni recién conocidos) ni su vida de emperador del Bajo Imperio romano constelada de prostitutas, proxenetas y de amantes menores de edad, ni sus relaciones con la mafia. Esos escándalos no sorprenden a los italianos, que los conocieron ya hace decenios con los democristianos y con el gobierno del “socialista” Bettino Craxi, con el cual comenzó a hacerse rico el actual candidato a la cárcel; es más, incluso un importante sector popular vota por Berlusconi no a pesar de dichos escándalos sino precisamente por ellos, porque de ellos se beneficia, como se beneficia con la mafia y la camorra, y porque su código moral no los condena. Lo que los franceses elegantemente llaman affaires de cu (es decir, el uso libertino del culo propio y de los ajenos) tampoco escandalizan a millones de machistas y de misóginos, y de machismo y misoginia están llenas la gran prensa popular y las principales revistas ilustradas mientras la pornografía adorna todos los kioscos de periódicos y en los colegios todos los días hay casos de alumnos que filman estupros de sus compañeras o coitos para colgarlos en Internet.
El racismo y la xenofobia han envenenado ya la mente de millones de italianos e incluso de obreros y no faltan cotidianamente los más odiosos crímenes racistas contra inmigrados ni el tratamiento racista de las noticias en los diarios “serios”. La mafia fue siempre un puntal de un “padre de la patria” tres veces pimer ministro y 11 veces ministro, el democristiano Giulio Andreotti, a quien también sostuvo en su momento el Partido Comunista italiano.
Por lo tanto, aunque media Italia repudia a Berlusconi, sobre todo por su política racista, antiobrera, favorecedora del gran capital, y encuentra en sus robos y su corrupción motivos para querer sacárselo de encima, no es solamente ese repudio lo que está acabando con la carrera política de Il Cavaliere. Porque 200 mil personas que manifiestan contra él en Roma no ocultan el hecho de que esa misma ciudad tiene un alcalde fascista, culpable de matonismo y terrorismo en el pasado, que fue elegido por mayoría popular en una elección muy reñida y concurrida.
¿Por qué entonces Berlusconi se está esfumando como el gato de Alicia en el país de las maravillas? En primer lugar, porque ya no sirve ni al gran capital, que está ligado al capital financiero internacional, ni al Vaticano. El primero habla violentamente en su contra mediante el Financial Times, The Wall Street Journal, The New York Times, pero también, en Italia, por el grupo empresarial que edita La Repubblica y el segundo le ha retirado el apoyo y le cava la tierra bajo los pies mediante el órgano oficial de la curia, Avvenire. Por su parte la Confindustria (la organización de los grandes empresarios) también lo ha abandonado. El aventurero ha causado demasiados daños a la economía italiana y ha aislado a la Italia del establishment de la Europa capitalista, que es indispensable para sacarla del desastre. También ha espantado a la curia, que está demasiado empantanada en los casos del cura Maciel y de la pederastia en los colegios católicos de todos los países como para permitir que el “hijo dilecto de la Iglesia”, el que ostenta sus siete tías monjas, aparezca desnudo en las tapas de las revistas rodeado de prostitutas bastante baratas. Por lo tanto, Berlusconi está herido por el “fuego amigo”, es decir, por una disputa interburguesa y por la lucha sorda que combate contra él, en la mayoría y en el gobierno, el fascista Gianfranco Fini, presidente de la Cámara de Diputados, que aspira a sustituirlo. Fini, con el apoyo de los democristianos de derecha, del Vaticano, de la gran industria y de los financieros, busca crear un gran partido del orden, de tipo democristiano de derecha, que establezca reglas del juego capitalista y una ficción de moralidad y de normalidad indispensable tanto para los negocios como para la dominación.
Ante Berlusconi –si éste se viese obligado a huir al extranjero para no ser encarcelado como le sucedió a su padrino Bettino Craxi, también popular y aparentemente poderoso primer ministro– no aparece la sombra de una opción de izquierda, por moderada que sea, porque tal izquierda no existe: lo más probable es un gobierno de derecha ultraconservadora y clerical que blanquee el prostíbulo actual. Eso, de todos modos, llevaría a nuevas elecciones que podrían reservar sorpresas para los conspiradores, ya que Fini no tiene la popularidad de Berlusconi y el centralismo nacionalista de los fascistas choca con el cuasisecesionismo regionalista y antitaliano de la Liga Norte. Pero a favor de la derecha juega el factor de que Italia, por su papel secundario en Europa, la fragilidad de su economía, por el peso del Vaticano, y por la complicidad de Togliatti y el Partido Comunista italiano con los valores capitalistas, jamás tiró a la basura la putrefacta placenta del fascismo.
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