Calderón, según Castillo Peraza, "mezquino, desleal..."
ÁLVARO DELGADO
MÉXICO, DF, 19 de octubre (apro).- Luego de casi tres años de ejercicio del poder, cuya legitimidad no ganará ni con el manotazo policiaco-militar que echó a la calle a 43 mil trabajadores electricistas --y que sólo ratifica que la promesa de crear empleos fue siempre un mal chiste--, Felipe Calderón es congruente con lo que de él decía su maestro Carlos Castillo Peraza: "Inescrupuloso, mezquino, desleal a principios y a personas".Tan categórica --y precisa-- definición hizo Castillo Peraza luego de que padeció desdenes y maltratos de Calderón que derivaron en la ruptura de una relación cuya entraña describe el periodista Julio Scherer García en Secuestrados, su más reciente libro.
Scherer García describe episodios clave en la relación entre ambos, que llegaron a la cumbre en el Partido Acción Nacional (PAN), que comenzó a romperse con la derrota de Castillo Peraza, en 1997, cuando buscó la jefatura de Gobierno del Distrito Federal (GDF).
Escribe Scherer García: "Vencido, conoció la antesala, calentando una silla y perdiéndose en la lectura de periódicos y de revistas para apartarse de los desaires que lo acosaban. Calderón Hinojosa se mostró distante, frío como un grillete que corta. Castillo Peraza optó por su renuncia al partido. No hubo en ella melindres ni reclamos."
A la muerte de su antecesor en el PAN, el 9 de septiembre de 2000, Calderón buscó, vía telefónica, a Scherer García. Quería saber qué pensaba Castillo Peraza de él.
"Respondí con la verdad. Por un tiempo la reconciliación sería imposible. Castillo Peraza le había perdido estima por el trato que había recibido de quien fue su secretario general en el edificio azul y por el abandono de los principios de Acción Nacional que había jurado cumplir. Me dijo, don Felipe, que acaso en un distante futuro podrían reiniciar una amistad que a ambos les hiciera bien."
Ahora el semanario Proceso publica, en el número que está en circulación, dos cartas de Castillo Peraza a Calderón, hasta ahora desconocidas, que describen la personalidad de quien, formalmente, gobierna el país desde el 1 de diciembre de 2006.
En efecto, además de lo que dijo a Scherer García, y que de suyo es preocupante, Castillo Peraza describe en una de las cartas el talante prepotente, colérico y receloso de Calderón, pero también algo que debería ser motivo de deliberación por ser de inobjetable interés público y que explica su estilo personal de ejercer el poder: El consumo inmoderado de alcohol.
En la carta escrita el 31 de octubre de 1997, quizá la última antes de su renuncia cinco meses después --el 28 de abril de 1998--, Castillo Peraza describe el "sentimiento de frustración, de hastío y de hartazgo" que había entre colaboradores de Calderón, el "dolor" por el reclamo por no haber usado el cargo de secretario de relaciones internacionales "en mi beneficio personal" y su preocupación por el consumo de alcohol.
De hecho, la carta de Castillo Peraza obedeció a que Calderón canceló, sin avisarle, una reunión que tendrían la noche del 30 de octubre, justo el día en que éste se encontró con el perredista Andrés Manuel López Obrador --que negociaban entonces una acción conjunta ante el PRI--, tras lo cual se marchó a una comida privada.
"Ahora tengo que añadirte que me pareció desconsiderado de tu parte no haber acudido a la cita de anoche, sin siquiera haber avisado, y que me dolió y preocupó haberme enterado por boca de subalternos menores que el presidente del partido salió de la oficina 'muy bien servido'."
Castillo Peraza se refiere con este eufemismo a la borrachera de Calderón y usa otro para aludir a otras francachelas, como se enteró en una reunión privada en Cocoyoc, Morelos, donde le llamó la atención --le dice a Calderón en la carta-- "un tema reiterado de conversación: El de las aventuras más que frecuentes --etílicas y demás-- de algunos de tus colaboradores".
Y apunta: "Entendí o creí entender entonces por qué la vida comienza después de las diez de la mañana en el CEN, e incluso a esa hora los escritorios están poblados de tasas de café, vasos de refresco y comestibles; por qué es difícil encontrar a alguien entre las tres y las seis (a veces hasta las siete) y por qué en días como el de ayer, a las ocho de la noche, ya no hay virtualmente a quién dirigirse en las oficinas de Ángel Urraza (la vieja sede del PAN)."
A partir de su charla con colaboradores del CEN, Castillo hace un retrato de Calderón:
Las quejas generalizadas son que, al parecer, nadie puede darte gusto, que das órdenes y las cambias, que pides trabajos intempestivamente --lo que frena las tareas en curso--, que invades las competencias de todos y cada uno de ellos, que los maltratas verbalmente en público y que mudas constantemente de opinión, tardas en tomar decisiones, das marcha atrás, no escuchas puntos de vista de tus colaboradores y haces más caso a "asesores de fuera" que a los miembros del equipo que quisiste fuese el tuyo.
Se refirieron a contrataciones hechas por ti sin siquiera avisar al responsable del área afectada, y de "saltos" de autoridad de tu parte y de parte de Cocoa (su hermana Luis María Calderón), que producen desorden, inseguridad y disgustos en tu estructura "staff". Salvo Toño Lozano, todos los ahí presentes expresaron sobre él poco más o menos sentimientos análogos y, lo que es peor, algunos manifestaron que ya esta situación se les volvía personalmente "insoportable" y opinaron que era perjudicial para el CEN y dañina para el partido.
Llamó mi atención que nadie pudiera dar opinión decidida y clara, y que todos manifestaran en su turno de dar a conocer sus planes y proyectos "a ver qué dice Felipe", con inseguridad y con un sentimiento de que tú no confías en ellos. Esto ha trascendido y se comenta en círculos externos, tanto políticos como sociales.
Y sí, quienes lo conocen o lo están conociendo, saben que Calderón procede de tan arbitraria manera.
Apuntes
Los diputados del PAN oyeron --este lunes 19-- la instrucción de su jefe máximo y, muy obedientes, la acatarán al votar a favor del aumento a los impuestos vigentes y la creación de los nuevos. Defendieron hasta la ignominia la creación de 2% a todo, un IVA disfrazado, cuya recaudación supuestamente sería destinada a los pobres. Y ahora defenderán sin argumentos, sólo en acatamiento a la línea de Calderón, el aumento a 16% al IVA. Es la borregada azul que pastorean César Nava y Josefina Vázquez Mota. ¿En qué es diferente Calderón a Ulises Ruiz, gobernador impune de Oaxaca, donde la desdibujada izquierda electoral se quiere aliar con la derecha…?
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
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Felipe Calderón y Mr. Hyde
JAVIER SICILIA
Contra lo que se esperaba de un hombre formado en el humanismo cristiano, Felipe Calderón tomó desde el principio el camino contrario. Una especie de esquizofrenia, comparable a la que habitaba al Dr. Jekyll, el personaje de Robert Louis Stevenson, lo ha ido convirtiendo en una especie de Mr. Hyde de la política en cuya personalidad ya casi no queda rastro del humanista.
Desde el inicio, desde que tomó la tribuna legislativa para entronarse como presidente en unas elecciones tan turbias como abusivas, su política ha sido la violencia. A la guerra contra el narcotráfico, con la que su triunfalismo abrió su gestión, ha sumado ahora un paquete fiscal no menos violento y contraproductivo.
Las razones están a la vista. La guerra contra el narco no sólo ha generado y continúa generando una inmensidad de asesinatos y secuestros en condiciones que no habíamos visto desde la Revolución –torturados, descabezados, colgados en los puentes con mutilaciones sexuales–, sino que además ha generado una inmensa cantidad de negocios improductivos que se cargan a cuenta de la gente. En un artículo escrito en 2001, La economía y el narcotráfico (Proceso 1275), cuando Vicente Fox sentó las bases para esa guerra, mostraba los costos que esa guerra acarrearía. Para imaginarla pensemos en un iceberg invertido. Abajo se encuentra el 7% de los beneficios ilícitos que produce el narcotráfico, arriba, el 93% de los negocios limpios e improductivos, cargados a los contribuyentes, que genera el gobierno para su combate: policías, jueces, cárceles, logística policiaca, Ejército fuera de sus recintos.
Ahora, a esa carga inmensa, Calderón le suma otra igual de violenta y contraproductiva: más impuestos. Ajenos a la realidad del país, encerrados en abstracciones matemáticas y variables económicas, los expertos calderonistas –que jamás se han subido al Metro ni caminado las calles del país, que han transitado de las aulas de Harvard o de las oficinas gubernamentales a los cubículos de Hacienda con salarios altísimos cuyos costos los pagan quienes producen–, han decidido, contra toda la realidad microeconómica de los mexicanos, aumentar los ya de por sí desproporcionados impuestos.
Hasta el siglo XIV, el pago de impuestos, con excepción de las contribuciones excepcionales para la guerra, era visto como un deshonor, como una vergüenza reservada a los países conquistados, como el signo visible de la esclavitud. Esa visión se encuentra por todas partes en la literatura de la época, lo mismo en el Romancero que en el Ricardo II de Shakespeare: “Esta tierra (...) ha hecho una vergonzosa conquista de sí misma”.
Con la consolidación de los estados absolutistas, y después, con la emergencia de los Estados nacionales, los impuestos adquirieron legitimidad. Sin embargo, los abusos en ese rubro se vieron siempre como un signo ominoso. Por ejemplo, desde el ascenso de Enrique IV, quien cargó al pueblo con impuestos arbitrarios, hasta la Revolución Francesa –una de cuyas causas tuvo que ver con esos abusos–, Francia fue vista por todos los otros países europeos como el pueblo esclavo por excelencia, el pueblo que estaba a merced de su soberano como un rebaño.
La política hacendaria de Calderón es de ese mismo cuño. Calderón y sus muchachitos de gabinete no miran que los impuestos que ya existen son una dura carga no sólo para las pequeñas empresas, sino para la cada vez más grande mayoría de gente que trabaja mediante recibos de honorarios. Esta gente, que carece de seguridad social, de prestaciones –no se les pagan vacaciones ni aguinaldos y pueden ser despedidas en cualquier momento sin indemnización– deben ya pagar IVA y IETU. Aumentarles los impuestos es arrojarlos más allá de la esclavitud. Si a eso se agrega el 2% a toda la población, la miserabilización cundirá por todas partes.
Ese impuesto, que se pretende destinar a un programa de dádivas –Oportunidades, pese a la demagogia de Calderón, es una caridad burguesa–, lejos de solucionar el problema, lo aumentará. Aun cuando ese dinero llegara completo a sus destinatarios –cosa que la corrupción impedirá–, la paralización del trabajo y las condiciones de esclavitud a la que la mayoría de la población deberá someterse para pagarlo hundirán más al país. Los pobres, en los que Calderón trata de escudarse, no necesitan ese 2%. Su economía –y eso es lo que ha salvado al país de la ruindad de sus gobernantes– se mueve en una economía paralela y desenchufada del sistema.
Lejos de solucionar algo, los impuestos, como la absurda y contraproductiva guerra contra el narco, terminarán, como sucedió con la Francia de Enrique IV, por poner a la gente a merced de un soberano desquiciado, de un cristiano transformado en un Mr. Hyde al servicio de una clase política venal y tan contaproductiva como corrupta.
En su novela, Robert Louis Stevenson salvó al Dr. Jekyll matando a Mr. Hyde mediante el suicidio del doctor. Calderón podría salvarse también con el suicidio político del personaje que lo posee, es decir, renunciando o girando hacia un verdadero humanismo cristiano su política. ¿Tendrá la lucidez de Jekyll para hacerlo? Es difícil. En todo caso, alguien, quizá la propia gente, tendrá, como los franceses de 1789, que obligarlo.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
Desde el inicio, desde que tomó la tribuna legislativa para entronarse como presidente en unas elecciones tan turbias como abusivas, su política ha sido la violencia. A la guerra contra el narcotráfico, con la que su triunfalismo abrió su gestión, ha sumado ahora un paquete fiscal no menos violento y contraproductivo.
Las razones están a la vista. La guerra contra el narco no sólo ha generado y continúa generando una inmensidad de asesinatos y secuestros en condiciones que no habíamos visto desde la Revolución –torturados, descabezados, colgados en los puentes con mutilaciones sexuales–, sino que además ha generado una inmensa cantidad de negocios improductivos que se cargan a cuenta de la gente. En un artículo escrito en 2001, La economía y el narcotráfico (Proceso 1275), cuando Vicente Fox sentó las bases para esa guerra, mostraba los costos que esa guerra acarrearía. Para imaginarla pensemos en un iceberg invertido. Abajo se encuentra el 7% de los beneficios ilícitos que produce el narcotráfico, arriba, el 93% de los negocios limpios e improductivos, cargados a los contribuyentes, que genera el gobierno para su combate: policías, jueces, cárceles, logística policiaca, Ejército fuera de sus recintos.
Ahora, a esa carga inmensa, Calderón le suma otra igual de violenta y contraproductiva: más impuestos. Ajenos a la realidad del país, encerrados en abstracciones matemáticas y variables económicas, los expertos calderonistas –que jamás se han subido al Metro ni caminado las calles del país, que han transitado de las aulas de Harvard o de las oficinas gubernamentales a los cubículos de Hacienda con salarios altísimos cuyos costos los pagan quienes producen–, han decidido, contra toda la realidad microeconómica de los mexicanos, aumentar los ya de por sí desproporcionados impuestos.
Hasta el siglo XIV, el pago de impuestos, con excepción de las contribuciones excepcionales para la guerra, era visto como un deshonor, como una vergüenza reservada a los países conquistados, como el signo visible de la esclavitud. Esa visión se encuentra por todas partes en la literatura de la época, lo mismo en el Romancero que en el Ricardo II de Shakespeare: “Esta tierra (...) ha hecho una vergonzosa conquista de sí misma”.
Con la consolidación de los estados absolutistas, y después, con la emergencia de los Estados nacionales, los impuestos adquirieron legitimidad. Sin embargo, los abusos en ese rubro se vieron siempre como un signo ominoso. Por ejemplo, desde el ascenso de Enrique IV, quien cargó al pueblo con impuestos arbitrarios, hasta la Revolución Francesa –una de cuyas causas tuvo que ver con esos abusos–, Francia fue vista por todos los otros países europeos como el pueblo esclavo por excelencia, el pueblo que estaba a merced de su soberano como un rebaño.
La política hacendaria de Calderón es de ese mismo cuño. Calderón y sus muchachitos de gabinete no miran que los impuestos que ya existen son una dura carga no sólo para las pequeñas empresas, sino para la cada vez más grande mayoría de gente que trabaja mediante recibos de honorarios. Esta gente, que carece de seguridad social, de prestaciones –no se les pagan vacaciones ni aguinaldos y pueden ser despedidas en cualquier momento sin indemnización– deben ya pagar IVA y IETU. Aumentarles los impuestos es arrojarlos más allá de la esclavitud. Si a eso se agrega el 2% a toda la población, la miserabilización cundirá por todas partes.
Ese impuesto, que se pretende destinar a un programa de dádivas –Oportunidades, pese a la demagogia de Calderón, es una caridad burguesa–, lejos de solucionar el problema, lo aumentará. Aun cuando ese dinero llegara completo a sus destinatarios –cosa que la corrupción impedirá–, la paralización del trabajo y las condiciones de esclavitud a la que la mayoría de la población deberá someterse para pagarlo hundirán más al país. Los pobres, en los que Calderón trata de escudarse, no necesitan ese 2%. Su economía –y eso es lo que ha salvado al país de la ruindad de sus gobernantes– se mueve en una economía paralela y desenchufada del sistema.
Lejos de solucionar algo, los impuestos, como la absurda y contraproductiva guerra contra el narco, terminarán, como sucedió con la Francia de Enrique IV, por poner a la gente a merced de un soberano desquiciado, de un cristiano transformado en un Mr. Hyde al servicio de una clase política venal y tan contaproductiva como corrupta.
En su novela, Robert Louis Stevenson salvó al Dr. Jekyll matando a Mr. Hyde mediante el suicidio del doctor. Calderón podría salvarse también con el suicidio político del personaje que lo posee, es decir, renunciando o girando hacia un verdadero humanismo cristiano su política. ¿Tendrá la lucidez de Jekyll para hacerlo? Es difícil. En todo caso, alguien, quizá la propia gente, tendrá, como los franceses de 1789, que obligarlo.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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