Monday, October 26, 2009



Víctor Flores Olea

Dijimos en anterior entrega que el rasgo dominante del gobierno de Felipe Calderón es su distancia abismal con el pueblo de México. Como si las dos esferas –gobierno y pueblo– estuvieran en órbitas distintas sin la menor posibilidad de encontrarse. Ahora debemos ser más radicales: la pantomima del gobierno de Felipe Calderón ha llegado a una ruptura radical con el pueblo, no sólo por su distancia, sino porque se ha establecido un corte abrupto que parece irreversible.

Las decisiones torpes, antipolíticas y antidemocráticas de Calderón llegan a un punto de saturación escandalosa: inacción ante la crisis; ataque sistemático a los recursos energéticos, con la pretensión de privatizar el petróleo y ahora decretando la inexistencia de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro (LFC) y dejando sin empleo a 45 mil trabajadores (clara política antisindicalista y antiobrera); recortes al presupuesto educativo y cultural, con una ceguera escandalosa; y el paquete fiscal que ahora se pelotea entre los partidos políticos en un espectáculo vergonzoso para la nación.

Podría alargarse casi indefinidamente la lista de las aberraciones, como la de aumentar impuestos en tiempos de crisis, obviamente desalentando la inversión y la creación de empleos, y despreciando la educación y la cultura. Pero concluyamos que uno de los aspectos más lamentables de las semanas recientes ha sido la ausencia de un mínimo debate inteligente, la ausencia de voces, en el gobierno o en los partidos, que planteen y discutan los problemas con saber y voluntad de resolver. La ignorancia ha prevalecido y por eso ha sido un escenario degradante para la clase política y allegados.

Por supuesto, la clase de los comunicólogos ha sido una de las más bochornosas en esta justa de estupideces: sólo cuentan sus ingresos y patrones, y ni por asomo se han interesado en escarbar en la situación real por la que atraviesa el país. Se dice que el nuestro es uno de los más rezagados en América Latina y que será de los últimos en salir de la crisis. ¿Cinco millones más de mexicanos que pasan a las filas de los más pobres? Pues es así sin remedio y nada que hacer ante el dicho de los amos.

En esta calamidad ocupan un primerísimo lugar los responsables de las finanzas, que ni por asomo piensan en el desarrollo nacional, sino sólo en mantener una situación que ya es rechazada en la mayoría de los países y por los más perspicaces, que plantean la necesidad de un cambio profundo en el manejo de la economía, de la política, de la sociedad y la cultura. Rechazo al neoliberalismo al que siguen aferrados nuestros gurús. Calderón se muestra ya como el más torpe, anquilosado e ignorante de los últimos gobernantes que ha tenido México, lo cual no es poco decir.

La ruptura abismal de Calderón con el pueblo de México, y su necesidad de gobernar con ayuda de cachiporras, se hizo patente en su ilegal decisión de extinguir LFC y al SME, uno de los obstáculos mayores en su privatización, con un inusitado despliegue de fuerza. No intervino directamente el ejército, pero estaba allí en las calles para cualquier emergencia.

Una gran responsabilidad que la historia endosará a Felipe Calderón es haber sacado al Ejército de los cuarteles, al que difícilmente regresará, y menos ahora en que se extienden la protesta y las acciones críticas. Pero el malestar general se transforma también en rápida toma de conciencia que se ha expresado, por ejemplo, en la enorme manifestación del pasado 15 de octubre. Es obvio que la crisis ha golpeado a las clases populares, pero también a sectores de las clases medias.

Felipe Calderón ha roto con el pueblo de México, pero también el pueblo con el gobierno. En artículo anterior sosteníamos la actualidad de Marx como crítico del sistema capitalista, pero afirmando también la actualidad de Lenin. No porque se regrese a la idea del partido único ni a la idea de la revolución en las exclusivas manos de la clase obrera ni a la toma del poder como hazaña del instante y de la crisis final de la clase dominante. Muchas de éstas fueron condiciones ineludibles de su tiempo, pero hoy no necesariamente se repiten.

Lo central en Lenin fue la ruptura con el orden de cosas existente, que hoy en México es una doble ruptura: la de la legalidad con la sociedad, con tintes fascistas, y la de la sociedad mayoritaria con los dominadores. No sólo la clase obrera (aunque el SME nos hace pensar que sin clase obrera militante no hay posibilidades de ruptura), aun cuando hoy la idea de los trabajadores (de la sociedad mayoritaria), que desean un mundo mejor, al lado de los movimientos sociales que también luchan por el cambio, inclusive aquella parte salvable de los partidos de izquierda, resulta un conjunto con potencialidades organizativas extraordinarias, capaz de luchar y triunfar en una ruptura progresista que se ve como necesaria e ineludible.

No será para mañana, pero estamos ya en los prolegómenos. Esa unión potencial y esa ruptura serán imparables, y de efectos enormemente positivos para finalizar o atenuar las polarizaciones de la república, y en favor de su democracia profunda.


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