MÉXICO, D.F., 28 de enero (apro).- La primera vez que leí las cifras me quedé atónita: la mitad de los jóvenes de entre 15 y 18 años no estudia ni trabaja. No tienen ninguna opción en un mercado de trabajo saturado.
Las jóvenes abandonan la preparatoria en el primer año, porque son ocupadas en tareas de apoyo económico en su casa o por razones de apoyo doméstico. Los muchachos la abandonan también por esas razones y porque no les parece atractiva la escuela.
Dicen que no aprenden.
El Sistema de Educación Media en 2004 sólo atendía a la mitad de los jóvenes de ahora. Era evidente que necesitaba recursos, insumos, infraestructura. Los excluidos, rechazados, ahora denominados “ninis”, necesitaban ser urgentemente atendidos.
Se descubrió que ese nivel educativo era un desastre absoluto: 18 subsistemas, 200 programas de estudio, escuelas “patito”, 240 mil profesores que nunca fueron capacitados para educar adolescentes, desde que se creó la Escuela Nacional Preparatoria.
El discurso vacuo de que una nación pone sus esperanzas en la juventud se me hizo añicos con tamañas realidades, profusamente documentadas, demostradas, evidentes.
Realidades más enfáticas que el curso de filosofía o los errores de historia. El tema es que los jóvenes no aprenden nada. El dinero se va al agua, gobiernos estatales y municipales no rinden cuentas.
Un día obtuve, a través de quien sí sabe, miles de fotos de edificaciones escolares lamentables, donde no funcionan los baños ni hay pupitres, menos espacios para laboratorios. En fin, un verdadero desastre, del que nunca se enteran los legisladores.
Me dolió el alma, en estos años, en eso de ir viendo qué pasaba en la escuela, la antesala de ir a la universidad. Por las imágenes que se presentan en público, lo que difunde eso que se llama sistema judicial del país, ¿han visto el perfil de los sujetos de apresamientos del “crimen organizado”? Son caras y cuerpos de personas bien jóvenes. ¿El crimen nutrido por los ninis? Esos más de tres millones de jóvenes sin alternativas, presos de la guerra que desató el régimen en turno, muchos de ellos muertos, entre los casi 14 mil ejecutados, con destinos truncados, tal cual lenguaje de telenovela, porque a nadie le importan.
Luego siguen los informes y las quejas. Jóvenes expuestos, perseguidos y asesinados, como el hijo de Josefina Reyes --en Ciudad Juárez--, que se suman a las denuncias de la entrada inopinada de los miembros del Ejército a la Universidad Autónoma de Chihuahua, y los jóvenes que escenifican constantemente los “operativos” de “seguridad”, y todos los que quedan varados por los apresamientos y ejecuciones de sus padres y madres.
Con todo, se emprendió una reforma para la Educación Media Superior, fundada en el diagnóstico. Por primera vez en 70 años los profesores serían capacitados; se propuso, firmó, discutió, un cambio en la currícula, con la creación de un sistema nacional.
Un dispositivo civil de padres, maestros y jóvenes para indagar sus expectativas. Ensayos de futuro.
Y aunque no se conseguiría un cambio radical automático, la reforma iba caminando y a lo mejor hasta funcionaba. Incluso en el Distrito Federal se empezaba a comprender seriamente el tema. Se quitaron obstáculos para desarrollar ese cambio.
Pero la política de desastre en que vivimos de pronto cegó esa posibilidad.
La salida del subsecretario, su equipo, sus planes y proyectos de la Secretaría de Educación Pública, donde manda un nuevo tipo de reyezuelo, al menos pone en serio peligro este dispositivo que contendría la desazón juvenil. Miguel Székely, subsecretario de Educación Media Superior, fue eliminado. Su desgracia fue tomar en serio esta reforma, simplemente.
Resultado de nuestras miserias, es también una víctima de los intereses que, como una telaraña, impiden acciones que molestan a quienes solamente andan buscando el poder, sin ética ni mirada de futuro. En esa subsecretaría se colocó a Miguel Ángel Martínez Espinosa, exsecretario de Educación en Jalisco, una pieza necesaria para los planes de Alonso Lujambio y, por supuesto, los objetivos sucesorios panistas. Es decir, sólo y nada más la búsqueda del poder.
Los jóvenes “futuro” de la nación, ¿a quién le importan?
Y como si esto no fuera suficiente, ahora resulta que Mariana Gómez del Campo, directora de facto del Instituto Mexicano de la Juventud (Injuve) --que además funciona como ariete del más opresivo conservadurismo--, tiene coto privado. Sus parientes fuera de la ley ocupan puestos y hacen políticas para los jóvenes al mejor viejo estilo. Evidentemente, ello forma parte del desprecio a ese futuro que se estaba construyendo, sólo mencionado en discursos vacíos.
Está bien claro. Seguro que un cambio profundo, lento, incomprendido, estorba al prian, esa alianza entre los priistas y los panistas, que necesitan becarios jóvenes para su política indigna, y la política educativa, como vimos en las elecciones de 2006, es solamente un ariete en este universo de complicidades para el control de la población, votos asegurados y también carne de cañón en esta guerra frívola que estamos viviendo, donde educación, derechos humanos y futuro no están en el diccionario.
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