Calderón ninguneado
ÁLVARO DELGADO
MÉXICO, D.F., 16 de marzo (apro).- Ocurrió en el despacho del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, en uno de sus más recientes encuentros, caracterizados –todos– por la clandestinidad y que sólo se filtran por un cálculo político.
Un grupo de empresarios se reunió con Gómez Mont para charlar sobre el país, y uno de ellos, Dionisio Garza Medina, presidente y director general del emblemático Grupo Alfa de Monterrey, Nuevo León, después de hacer un reclamo por la exclusión del empresariado en los planes de recuperación económica del gobierno de Felipe Calderón, le hizo un recordatorio al funcionario:
– De no haber sido por nosotros en las elecciones de 2006, usted no estaría hoy sentado ahí.
"En la mesa se hizo el silencio total. Ninguno de los pares quería dejar la impresión de que Garza Medina hablaba por ellos, y menos que era su vocero", describe Joaquín López-Dóriga, quien reveló la reunión en su columna "En Privado", de Milenio diario, el martes 10.
"El secretario de Gobernación lo miró, pero evitó el choque. Pudo haberle contestado que sí, como le advirtió, que si López Obrador hubiera ganado la Presidencia en 2006, efectivamente él, Gómez Mont, no estaría sentado en aquella mesa, pero ellos tampoco."
Más allá de la justificación que hace López-Dóriga de la falta de gallardía de Gómez Mont por callarse la boca ante el recordatorio, y a la amenaza de venganza que el propio columnista sugiere por haber dejado pasar lo que fue visto como una insolencia – "pero la anotó. ¡Vaya si la anotó!" –, la imagen descrita sólo ratifica el desdén y hasta el desprecio que concita el gobierno que encabeza Calderón.
Garza Medina le recordó a Calderón, a través de Gómez Mont, no sólo a quién debe su imposición en la Presidencia de la República –y su propia condición ilegítima–, sino el enojo general que existe por la manifiesta incompetencia del gobierno, que no concita apoyo ni siquiera de todo su partido.
Dentro de México, aun con el respaldo de las dos principales televisoras y el grueso de los medios –comprado por supuesto con presupuesto público–, el gobierno federal no goza de confianza y un signo inequívoco es la devaluación de más de 50% del peso frente al dólar, cuya explicación no es otra que la falta de credibilidad en un grupo de funcionarios tan ineptos como arrogantes.
Por eso los llamados a la unidad que Calderón ha hecho desde que asumió el cargo caen en el vacío. Nadie quiere respaldar un gobierno que lleva al país a ninguna parte.
Pero el menosprecio también se manifiesta en el ámbito internacional, como se acreditó con la feria de insolencias en que se convirtió la visita de Estado del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, quien exhibió a Calderón en dos vías.
En una de ellas, desenmascaró la torpeza de la canciller Patricia Espinosa y del senador panista Gustavo Enrique Madero de imponerle a Sarkozy silencio sobre su compatriota Florence Cassez, que para el talante de ese fulano fue una perla propagandística.
En la otra, mostró el contraste entre la defensa de Sarkozy de su compatriota, con independencia de su culpabilidad, con la indiferencia y aun complicidad de Calderón ante el asesinato de cuatro mexicanos por tropas del ejército de Colombia que invadieron Ecuador y la persecución a la sobreviviente Lucía Morett, hace un año.
Pero Calderón aún está en un atolladero: No hay modo de que la ilegal comisión, que concedió a Francia para examinar el traslado de la francesa sentenciada como secuestradora –que evoca además el estilo del impune secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna–, actúe en sentido contrario.
Pero si ante Francia el gobierno de Calderón actuó con una torpeza que sólo mengua el prestigio que México solía tener en el ámbito internacional, ante Estados Unidos se trata de ocultar con bravuconerías la subordinación y las maniobras intervencionistas.
Ya se sabe que Estados Unidos no hace nada sin un objetivo preciso, al contrario del gobierno de Calderón, que sólo da golpes de ciego, en materia de combate al narcotráfico y, prácticamente, en lo que sea.
El escándalo generado por acciones en Estados Unidos, entre ellas la inclusión del narcotraficante de la derecha panista, Joaquín Guzmán Loera, como miembro del elenco de multimillonarios del mundo, es sin duda parte de una estrategia de ese país para sacar raja de México ante un gobierno al que se ningunea en todos los ámbitos.
La visita a México de Michael Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, quien se entrevistó con los secretarios de Defensa y Marina de México para ofrecerles mayor cooperación "contrainsurgente", y las aseveraciones de Denis Blair, director de Inteligencia Nacional de ese país, en el sentido de que el Estado ha perdido control territorial, se inscriben en esa estrategia.
Y la instrucción del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, de instrumentar en México un plan de negociación con los capos del narcotráfico, como en Colombia, sólo ratifica que ese plan está en marcha con mayor celeridad y claridad de lo que se puede pensar.
Desde hace tres lustros, con otro demócrata en la Casa Blanca, William Clinton, el gobierno de Estados Unidos había planteado a través de William Perry, entonces secretario de Defensa de ese país, que, además del económico y del político, era preciso establecer con México un tercer vínculo: el militar.
Y este "tercer vínculo" está en marcha con fines obviamente intervencionistas y ante un gobierno sin agallas para hacerle frente.
Por eso es previsible que ante la próxima visita de Barack Obama y Hillary Clinton, Calderón asuma una conducta tan falta de gallardía como la que exhibió Gómez Mont ante Garza Medina y sus otros patrocinadores.
Un grupo de empresarios se reunió con Gómez Mont para charlar sobre el país, y uno de ellos, Dionisio Garza Medina, presidente y director general del emblemático Grupo Alfa de Monterrey, Nuevo León, después de hacer un reclamo por la exclusión del empresariado en los planes de recuperación económica del gobierno de Felipe Calderón, le hizo un recordatorio al funcionario:
– De no haber sido por nosotros en las elecciones de 2006, usted no estaría hoy sentado ahí.
"En la mesa se hizo el silencio total. Ninguno de los pares quería dejar la impresión de que Garza Medina hablaba por ellos, y menos que era su vocero", describe Joaquín López-Dóriga, quien reveló la reunión en su columna "En Privado", de Milenio diario, el martes 10.
"El secretario de Gobernación lo miró, pero evitó el choque. Pudo haberle contestado que sí, como le advirtió, que si López Obrador hubiera ganado la Presidencia en 2006, efectivamente él, Gómez Mont, no estaría sentado en aquella mesa, pero ellos tampoco."
Más allá de la justificación que hace López-Dóriga de la falta de gallardía de Gómez Mont por callarse la boca ante el recordatorio, y a la amenaza de venganza que el propio columnista sugiere por haber dejado pasar lo que fue visto como una insolencia – "pero la anotó. ¡Vaya si la anotó!" –, la imagen descrita sólo ratifica el desdén y hasta el desprecio que concita el gobierno que encabeza Calderón.
Garza Medina le recordó a Calderón, a través de Gómez Mont, no sólo a quién debe su imposición en la Presidencia de la República –y su propia condición ilegítima–, sino el enojo general que existe por la manifiesta incompetencia del gobierno, que no concita apoyo ni siquiera de todo su partido.
Dentro de México, aun con el respaldo de las dos principales televisoras y el grueso de los medios –comprado por supuesto con presupuesto público–, el gobierno federal no goza de confianza y un signo inequívoco es la devaluación de más de 50% del peso frente al dólar, cuya explicación no es otra que la falta de credibilidad en un grupo de funcionarios tan ineptos como arrogantes.
Por eso los llamados a la unidad que Calderón ha hecho desde que asumió el cargo caen en el vacío. Nadie quiere respaldar un gobierno que lleva al país a ninguna parte.
Pero el menosprecio también se manifiesta en el ámbito internacional, como se acreditó con la feria de insolencias en que se convirtió la visita de Estado del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, quien exhibió a Calderón en dos vías.
En una de ellas, desenmascaró la torpeza de la canciller Patricia Espinosa y del senador panista Gustavo Enrique Madero de imponerle a Sarkozy silencio sobre su compatriota Florence Cassez, que para el talante de ese fulano fue una perla propagandística.
En la otra, mostró el contraste entre la defensa de Sarkozy de su compatriota, con independencia de su culpabilidad, con la indiferencia y aun complicidad de Calderón ante el asesinato de cuatro mexicanos por tropas del ejército de Colombia que invadieron Ecuador y la persecución a la sobreviviente Lucía Morett, hace un año.
Pero Calderón aún está en un atolladero: No hay modo de que la ilegal comisión, que concedió a Francia para examinar el traslado de la francesa sentenciada como secuestradora –que evoca además el estilo del impune secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna–, actúe en sentido contrario.
Pero si ante Francia el gobierno de Calderón actuó con una torpeza que sólo mengua el prestigio que México solía tener en el ámbito internacional, ante Estados Unidos se trata de ocultar con bravuconerías la subordinación y las maniobras intervencionistas.
Ya se sabe que Estados Unidos no hace nada sin un objetivo preciso, al contrario del gobierno de Calderón, que sólo da golpes de ciego, en materia de combate al narcotráfico y, prácticamente, en lo que sea.
El escándalo generado por acciones en Estados Unidos, entre ellas la inclusión del narcotraficante de la derecha panista, Joaquín Guzmán Loera, como miembro del elenco de multimillonarios del mundo, es sin duda parte de una estrategia de ese país para sacar raja de México ante un gobierno al que se ningunea en todos los ámbitos.
La visita a México de Michael Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, quien se entrevistó con los secretarios de Defensa y Marina de México para ofrecerles mayor cooperación "contrainsurgente", y las aseveraciones de Denis Blair, director de Inteligencia Nacional de ese país, en el sentido de que el Estado ha perdido control territorial, se inscriben en esa estrategia.
Y la instrucción del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, de instrumentar en México un plan de negociación con los capos del narcotráfico, como en Colombia, sólo ratifica que ese plan está en marcha con mayor celeridad y claridad de lo que se puede pensar.
Desde hace tres lustros, con otro demócrata en la Casa Blanca, William Clinton, el gobierno de Estados Unidos había planteado a través de William Perry, entonces secretario de Defensa de ese país, que, además del económico y del político, era preciso establecer con México un tercer vínculo: el militar.
Y este "tercer vínculo" está en marcha con fines obviamente intervencionistas y ante un gobierno sin agallas para hacerle frente.
Por eso es previsible que ante la próxima visita de Barack Obama y Hillary Clinton, Calderón asuma una conducta tan falta de gallardía como la que exhibió Gómez Mont ante Garza Medina y sus otros patrocinadores.
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