Luis Hernández Navarro
Las elecciones internas del Partido de la Revolución Democrática (PRD) realizadas el pasado domingo fueron un cochinero. Nada nuevo. Muchos de los aspirantes a alguna diputación repartieron miles de despensas y utilizaron programas sociales para comprar votos, acarrearon simpatizantes a la urnas y pagaron salario a miles de activistas para que hicieran campaña en su favor.
No siempre fueron así las cosas. Hubo una época en que la izquierda partidaria socialista participó en los comicios desplegando un ejército de entusiastas voluntarios, recolectando recursos para la propaganda y la movilización de los candidatos, y tratando de convencer a los ciudadanos de sufragar por ellos con ideas.
Las elecciones de este domingo son síntoma de algo mucho más profundo. En relativamente poco tiempo, a pesar de las resistencias de muchos de sus afiliados, la izquierda partidaria ha perdido su vocación transformadora y su fundamento ético, reproduciendo las prácticas políticas que durante años denunció y combatió. Sin ser su objetivo explícito, Raúl Jardón narró este cambio de piel en su libro Travesía a Ítaca. Memorias de un militante de izquierda: del comunismo al zapatismo, 1965-2001, publicado por la editorial Cenzontle a finales del año pasado.
Descendiente de una estirpe de rebeldes, Jardón contó a La Jornada, en octubre de 2003, las raíces familiares de las que abrevó: Canuto Arzate, mi tatarabuelo, fue de los pocos hacendados en Calimaya que se incorporaron a las fuerzas de Miguel Hidalgo y peleó en el Monte de las Cruces; mi bisabuelo participó en la batalla de Puebla y mi abuelo paterno, Raúl Jardón, fue capitán del Ejército Zapatista, además, mi abuelo materno luchó en las fuerzas del general Cárdenas y mis papás fueron comunistas
.
Fallecido en 2006 con apenas 55 años de edad, Raúl fue, a lo largo de toda su vida, un comunista congruente e incansable. Estudiante de marxismo en la Escuela Central del Komsomol, en Moscú, integrante de la Juventud Comunista desde los 15 años, del Partido Comunista Mexicano, del Partido Socialista Unificado de México, del Partido Mexicano Socialista, de la Corriente Socialista Revolucionaria y del Frente Zapatista de Liberación Nacional, conoció muy de cerca el proceso de institucionalización de la izquierda legal y su aggiornamento con el neoliberalismo.
Periodista, dirigente estudiantil, integrante de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación e historiador, fue, simultáneamente, un militante ortodoxo y un hereje que rompió con sus antiguos camaradas para involucrarse de lleno en el mundo del zapatismo civil.
Escrito casi al final de su vida, Travesía a Ítaca es un apasionado recuento de su trayectoria política. Pero es, además, un documento en el que rescata y homenajea la memoria de los compañeros a los que conoció durante esa militancia, y transmite a las nuevas generaciones las experiencias positivas de las luchas en que participó.
Travesía a Ítaca forma parte de una no muy extendida costumbre de los activistas de izquierda en México: reflexionar públicamente y narrar su vida.
Las autobiografías de Rubén Jaramillo, Judith Reyes (La otra cara de la patria), Paula Batalla (Donde quiera que me paro soy yo), Benita Galeana (Benita), Valentín Campa (Mi testimonio) o la entrevista que Gerardo Peláez realizó a Ramón Danzós Palomino (Desde la cárcel de Atlixco: vida y lucha de un dirigente campesino) fueron más la excepción que la regla. Y, hoy día, ya casi ni como anormalidad existen, pues estorban a una izquierda partidaria que busca borrar su pasado para justificar su cambio de rumbo.
El libro nada contra la corriente del desencanto militante de muchos participantes en la lucha del movimiento del 68 y de la desconfianza de los jóvenes en la política.
Lejos de amilanarse ante la caída del Muro de Berlín y la debacle moral de la izquierda partidaria mexicana, el relato mantiene en alto, con muy buen humor, frescura y sin dogmatismo, la bandera de la revolución y la emancipación social.
En Travesía a Ítaca Jardón elaboró un optimista análisis sobre la época que le tocó vivir. “Creo que pertenezco –escribe– a una generación con suerte de militantes de la izquierda socialista”. Esa suerte, consistió, según él, en haberse incorporado a la lucha por un mundo más libre y justo; en participar –y en ocasiones dirigir– movimientos de masas en los que las ilusiones revolucionarias se fundieron con el torrente de la gente sencilla; en sobrevivir a la represión desatada de la guerra sucia; en vivir con esperanza la irrupción de la izquierda socialista en la arena electoral, y la emergencia del zapatismo.
A lo largo de su vida, Raúl Jardón fue un magnífico conversador. Su charla, amena y fluida, combinaba anécdotas interesantes y reflexión política no dogmática. Detrás de ella había una mezcla de amplia cultura general, autenticidad y sentido común. Con él no había forma de aburrirse. Era un excelente comunicador como quedó demostrado en años de ejercer con profesionalismo el periodismo radiofónico en Radio Educación y el escrito en medios como Oposición o Rebeldía.
Travesía a Ítaca es fiel a la narrativa oral de su autor. El libro es, en sentido estricto, un relato de navegantes y exploradores, una historia de viajes llena de aventuras y de buen humor. En sus páginas se leen episodios conocidos como si fueran nuevos. A pesar de su tamaño (más de 400 páginas), es muy fácil quedar atrapado entre las redes de su prosa.
Aunque Raúl no renuncia a poner sobre la mesa sus diferencias políticas con diversos personajes, lo hace con generosidad, hecho muy poco frecuente en la literatura de la izquierda mexicana, llena de ajustes de cuentas y amargura. Amigo de sus amigos, nunca renegó de ellos, aunque siguieran derroteros distintos a los suyos.
Idealista y entusiasta, escribió en noviembre de 2005 en la parte final de su libro: sigo militando y aún arde en mí la llama de la rebeldía
. ¿Cuántos de quienes participaron en los comicios internos del PRD del pasado domingo pueden decir lo mismo?
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