A partir de esta semana Random House Mondadori pondrá en circulación La ruptura que viene, libro de Porfirio Muñoz Ledo cuya parte alusiva al distanciamiento entre él y Vicente Fox reproducimos enseguida, con autorización de la editorial
Porfirio Muñoz Ledo/ Proceso
MEXICO, D.F., 20 DE JULIO /—Es preciso hacer una aclaración fundamental a los lectores: yo no abracé la causa de Vicente Fox en el sentido de adherirme a un partido político. Suscribí un acuerdo entre el movimiento de cambio que yo encabezaba y el candidato de oposición que iba a la cabeza con el propósito explícito de lograr un objetivo histórico del pueblo de México: la alternancia, por la vía pacífica, en el poder nacional. Y lo hice mediante el ofrecimiento público del candidato de consumar la reforma del Estado. En este caso no hablaría de una ruptura, sino del quebrantamiento de una alianza.
Tal vez podrían calificarme de sofista, pero lo cierto es que yo no rompí políticamente ningún compromiso: más bien, la alianza nunca se consolidó, se fue desvaneciendo porque Fox no respondió a las expectativas, ni conmigo ni con muchos otros. Menos con el país. Fue el mismo presidente quien rompió con la médula de aquello por lo que habíamos luchado: el sufragio efectivo.
Fox abandonó gradualmente toda tentativa por la reforma del Estado. Sin embargo, debo aclarar que, a pesar de su frivolidad, al principio me brindó su apoyo en discursos definitorios, y aunque algunos aspectos del proyecto lo entusiasmaron, pronto lo convencieron de que las prioridades eran otras y de que entregarme la dirigencia de esa gran negociación política resaltaría la mediocridad de sus colaboradores más cercanos. Me ofreció proseguir estudios y consultas para iniciar el ejercicio formal dos años más tarde. Fue así como decidí promover las relaciones entre México y la Unión Europea, a efecto de alejarme de la pequeña política. Durante todo el tiempo de mi estancia en el extranjero seguí hablando del tema con Fox y con su secretario de Gobernación. A mi regreso Fox acudió, incluso, a la célebre reunión en el Campo Marte que organizó la Asociación Nacional para la Reforma del Estado con los dirigentes de los principales partidos. Aunque no hizo nada para apoyarnos, cuando menos estuvo presente, pronunció un mensaje razonable y volvió a recordar que se trataba de una asignatura pendiente.
Poco después Vicente Fox cambió su actitud y empezó a alimentar, con un trasfondo ideológico y en representación de algunos poderes fácticos, una ferocidad visceral sin precedentes contra la candidatura de López Obrador. Entonces comenzó a padecer de amnesia respecto de toda la lucha anterior y decidió actuar antidemocráticamente, orquestar una campaña que ningún presidente del antiguo régimen se atrevió a emprender y utilizar recursos públicos en forma por demás facciosa. Después reconocería públicamente —y no necesitaba hacerlo, pues todos lo sabíamos—: que encabezó, como una cruzada personal, el juicio de desafuero en contra de Andrés Manuel; y que, al haber tenido que retractarse, se “desquitó” más tarde mediante la descarada violación del sufragio público.
La ruptura fue practicada por Fox contra sí mismo, contra aquellos lineamientos que ambos habíamos seguido 15 años atrás en Guanajuato. Cabe recordar aquel 1991, antecedente de la alianza entre los partidos de oposición en 1997, cuando logramos que cayera el primer gobernador impuesto desde el poder presidencial. Yo propuse a Fox que nos uniéramos para impedir la tropelía que quería cometerse. Con reticencias, pero finalmente se sumaría, junto con otras fuerzas, a denunciar el atropello. Todavía no estábamos democratizando al país, pero sí probando que era posible frenar juntos los excesos del autoritarismo.
Algo semejante ocurrió en otras elecciones locales en tiempos del salinismo: con la participación del ingeniero Cárdenas en Michoacán, la de Salvador Nava en San Luis Potosí y la movilización en Tabasco con Andrés Manuel López Obrador. Aquellos años Fox se había destacado dentro de la tradición panista, al menos parcialmente, como un luchador por el sufragio efectivo, dispuesto a recurrir a la movilización popular. Nadie olvida cuando en el Congreso portó aquellas boletas electorales a manera de orejas para satirizar a Carlos Salinas. Esa lucha fue traicionada y la intención última terminó desenmascarándose; es decir, la lucha inicial por la democracia se transformó en un asalto al poder para satisfacer apetitos personales.
Tuesday, July 22, 2008
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