Jean Meyer
19 de octubre de 2008
Después de la campaña de Georgia, Rusia tiene asustados a muchos. A vecinos inmediatos, como Finlandia y Suecia, que ya decidieron revisar al alza su presupuesto de defensa; a los antiguos miembros del difunto Pacto de Varsovia, la OTAN soviética, que no han olvidado la presencia del Ejército Rojo entre 1944 y 1991, tampoco sus intervenciones en Berlín, Budapest y Praga. Por eso los polacos aceptaron, a los pocos días de la derrota georgiana, la instalación de un dispositivo militar estadounidense que habían rechazado hasta ahora.
Inquietos también, los gobiernos de Ucrania y Moldavia, que temen ser los próximos en la lista; Ucrania porque sabe que Putin no perdona la “revolución de las naranjas” que derrotó a su candidato, porque ha agravado su caso al gritar que necesita entrar a la OTAN y al apoyar a Georgia con todo y venta de armas. La pequeña Moldavia tiene un problema comparable al de Georgia: una minoría rusófona en su provincia de Transnistria, que goza de una autonomía de hecho bajo la protección de tropas rusas, las que pusieron fin a una breve y cruenta guerra civil, a la hora de la caída de la URSS, como en Georgia.
Tanto en Crimea, territorio ucraniano poblado por una mayoría de rusos, como en Transnistria, Moscú reparte pasaportes, como lo hizo en Abjasia y Osetia del Sur antes de la guerra. Advirtió el presidente Medvedev que su país no dudaría en intervenir para defender a sus ciudadanos.
Preocupados, los dirigentes de la Unión Europea por su dependencia energética para con una Rusia, que ha demostrado que puede cerrar las llaves tanto de sus oleoductos como de sus gasoductos cuando quiere. Georgia y Ucrania lo experimentaron en inviernos anteriores. Finalmente habrán de preocuparse sobremanera los gobernantes estadounidenses una vez que despierten de la cruda posterior a sus elecciones presidenciales, a suponer que la crisis financiera les deje tiempo para pensar en otra cosa. El presidente recién electo tendrá el hermoso espectáculo de maniobras aeronavales conjuntas, en las aguas y el cielo del Caribe, por parte de las fuerzas rusas y venezolanas.
Y es que Moscú, consciente de su aislamiento, aprovecha las tensiones entre Estados Unidos, Caracas y La Paz para mover sus piezas en América Latina; ha recalentado sus antiguas relaciones con Cuba y Nicaragua, a los cuales vende material militar, pero sobre todo está amarrando una verdadera alianza política, económica y militar con un presidente Chávez, que tenía tiempo de efectuar compras masivas de armamento ruso para mayor inquietud de sus vecinos. En las últimas semanas, los rusos han visitado Caracas; Chávez, invitado por Putin, voló casi en seguida a Moscú.
En cuanto a Evo Morales, después de expulsar la misión estadounidense de lucha contra la coca y al embajador EU, invitó a los rusos para hacer el mismo trabajo. Los rusos van a construir un centro espacial en Cuba y Chávez les ofrece una base militar en Venezuela: “Vamos a dinamizar la nueva geopolítica mundial… somos aliados estratégicos. Es un mensaje, una advertencia al imperio”, al imperio estadounidense, claro.
Eso se llama realpolitik, política realista, y nadie puede reclamarle a Moscú contestar así a la marcha constante de la OTAN hacia sus fronteras, algo que ha resentido desde 1992 como una amenaza para su seguridad nacional. Lo malo es que esto puede desembocar en conflictos regionales, precursores a su vez de crisis internacionales más graves. Hasta ahora Moscú ha tenido una diplomacia ambigua hacia Irán, porque tampoco le gusta la perspectiva de armas nucleares en manos de Mahmud Ahmadineyad; pero resulta que su buen amigo el presidente Chávez y su nuevo amigo Evo Morales pretenden formar con su colega iraní un “Frente Antiimperialista”.
Ahora bien, todo esto debería resolverse sin desastre mayor, porque es, como bien dicen los ingleses, history as usual, la historia de siempre, desde que el mundo es mundo y sólo los ilusos pueden pensar en la paz perpetua. En realidad, a la pregunta de saber a quién amenaza el gobierno bicéfalo Putin-Medvedev, uno tiene ganas de contestar: a los rusos. En Rusia la violencia es muy presente y los derechos individuales pesan poco frente a la clásica razón de Estado.
Acuérdense del sacrificio de cientos de civiles por las fuerzas del orden, en el teatro de Moscú, en la escuela de Beslán, para resolver una toma de rehenes por comandos chechenos; de las dos guerras de Chechenia: la primera inaugurada por Yeltsin o sus militares; la segunda, que permitió a Putin forjar su poder y su fama. Violencia contra el enemigo interior, violencia adentro también.
jean.meyer@cide.edu
Profesor investigador del CIDE
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