Guillermo Almeyra
Argentina: la misma sopa, más salada
En la noche de hoy casi seguramente resultará presidenta de la República Argentina Cristina Fernández de Kirchner (CFK), candidata de su marido, el presidente saliente Néstor Kirchner, y del sector centro-centroderecha del peronismo, aliado a algunos radicales Kash y a algunos socialistas nacionalistas admiradores del poder estatal. Hay, sin embargo, dos incógnitas: en primer lugar, a cuánto ascenderán las abstenciones, votos en blanco y votos nulos, porque esas cifras, si fuesen elevadas, podrían redimensionar la popularidad de la candidata oficialista e impedirle recurrir demasiado a la distancia que la separará del segundo colocado, ya que, en efecto, una cosa es ganarle a un montón de impresentables de derecha y otra obtener la mayoría de los votos (si al casi 40 por ciento que obtendrían todos los derechistas sumados se le agregasen gran cantidad de “votos bronca”, que repudien a tirios y troyanos); en segundo lugar, está la posibilidad de que CFK no supere el 40 por ciento de los votos o, superándolo, no obtenga un 10 por ciento más que el segundo, pues en ese caso habría ballotage.
La radical Elisa Carrió (ARI más la derecha socialista antiperonista) dice que Kirchner es igual que Hitler o Ceaucescu y sostiene que el Sr. K calumnia a los militares y los acorrala. Podría obtener los votos de la ultraderecha que no le ven perspectiva a Ricardo López Murphy, un cavernícola ex ministro de Defensa que propuso en su momento imponer una rebaja de 10 por ciento en todos los salarios, al que ha abandonado como “quemador” hasta su aliado Mauricio Macri, capo de la ultraderecha de Buenos Aires. El ex ministro de Hacienda peronista Roberto Lavagna, que le disputa a la Carrió el segundo lugar, va unido a los restos de la derecha de la Unión Cívica Radical (el partido-momia que tras lo que hizo en su paso por el gobierno no puede ni presentar candidato propio). Por la derecha, con menos posibilidades aún, van también los dinosaurios de la ultraderecha peronista (el gobernador de San Luis, Rodríguez Saá, rodeado de fascistas y unido a Menem) y el gobernador de Neuquén, Sobisch, que en sus manos tiene la sangre aún fresca de un profesor. No asombra entonces que CFK aparezca como águila en medio de tantos zopilotes y le lleve, en las encuestas, más de 20 puntos a Elisa Lilita Carrió. Contra la deuda creciente y contra las empresas trasnacionales y por el ALBA, se presenta igualmente la candidatura del cineasta Pino Solanas, apoyado por el economista Claudio Lozano, de la Confederación de los Trabajadores de Argentina (CTA, a la cual el gobierno K no ha dado personería gremial), pero no ha podido reunir a la izquierda, ya que un sector de los comunistas va con CFK y otro con el Partido Humanista, hay socialistas con Carrió y otros con CFK, y los múltiples grupitos “trotskistas” inscriben absurdas candidaturas simbólicas.
Si, como es casi seguro, ganase la mujer y candidata de su marido presidente, lo más probable es que sirva a los argentinos la misma sopa sólo que más salada. Kirchner mandó, en efecto, al Parlamento un proyecto de presupuesto que dedica 19 mil millones de pesos al pago sólo de los intereses de la deuda (contra 11 mil a Educación y 6 mil a Sanidad) y, por lo tanto, el país pagará un millón de dólares por hora en intereses de una deuda que es ilegal e infame, y que el gobierno quiere hacer creer que ha desaparecido pero está ahí, como piedra al cuello de todos, sin que ni siquiera el gobierno la denuncie o pida una auditoría. Esa es la herencia que le deja NK a CFK, y los argentinos deberán hacerse cargo de la misma. Agreguemos que la candidata a la Casa Rosada ha tratado, con la reaccionarísima comunidad judía argentina, y con la aún más influyente y reaccionaria comunidad judía estadunidense, de involucrar a Irán en el salvaje atentado contra la mutualidad judía (AMIA) en Buenos Aires, en tiempos de Menem, y colaboró con la campaña antiraní de Washington. Y añadamos los lazos especialmente estrechos con los charros derechistas de la Confederación General del Trabajo y con la Unión Industrial Argentina (los patrones a los que aquéllos sirven). Es difícil, por lo tanto, que CFK elabore un plan de empleos y obras públicas que pueda elevar los salarios reales (reduciendo las tasas de ganancia de los industriales trasnacionales). Tampoco tocará ni con el meñique a los soyeros, que están destruyendo la tierra y amenazando la misma seguridad alimentaria de un país tan apto sin embargo para la producción de alimentos. De modo que estarán en el orden del día los conflictos sociales, al margen de las burocracias sindicales y contra éstas y el gobierno, y las protestas de los consumidores contra los márgenes de ganancia de las grandes compañías extranjeras que explotan el país. Y el intento de Néstor K. de crear un partido kirchnerista fuera del peronismo difícilmente podrá controlar ese proceso porque su “partido” será más bien un aparato burocrático-tecnocrático sin ideas ni programa ni otra base que la que le dé el clientelismo.
La fuerza real, entonces, de un gobierno kirchnerista bis residirá así en el estado terminal de la crisis de los dos partidos históricos (la UCR, con sus 117 años, y el peronismo, con sus 60 años seniles). Pero también en la fragmentación irremediable de la derecha, en la crisis de los militares y de la jerarquía católica, que cargan con el recuerdo de la dictadura, así como por la inexistencia de una izquierda política. Gobernará porque a su izquierda y a su derecha sólo hay vacío político. Pero, ojo, igual cosa sucedía antes de 1945, durante la década infame. La falta de representatividad y crisis de los partidos no anuló entonces la existencia de los poderes de facto. Y poder de facto podría llegar a ser un sindicalismo de clase y combativo.
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