¿Entendido? Si buscas una apuesta segura en un nuevo mercado con potencial de crecimiento vende lo solar, compra vigilancia; olvídate del viento, compra armas.
Esta observación, viniendo de un ejecutivo en quien confían clientes como Goldman Sachs y Marsh & McLennan, merece especial atención en el contexto de la Conferencia de Cambio Climático de las Naciones Unidas, en Bali. Ahí, los ministros de medio ambiente supuestamente idearán un pacto global que sustituirá al de Kyoto.
La administración de George W. Bush, que aún obstaculiza firmes límites a las emisiones, quiere que el mercado resuelva la crisis. “Estamos en el umbral de dramáticos avances tecnológicos”, aseguró Bush, al mundo, el pasado mes de enero, y añadió: “lo dejaremos en manos del mercado, que decida la mezcla de combustibles que cumple con esta meta de manera más eficaz y eficiente”.
La idea de que el capitalismo puede salvarnos de la catástrofe climática tiene un poderoso atractivo. Le da a los políticos un pretexto para subsidiar las empresas en vez de regularlas, y cuidadosamente evade una discusión sobre cómo la lógica primaria del mercado, de un crecimiento sin fin, nos llevó, en primer lugar, adonde estamos.
Sin embargo, al parecer, el mercado tiene otras ideas acerca de cómo enfrentar los retos en un mundo cada vez más proclive a los desastres. Según Lloyd, a pesar de todos los incentivos gubernamentales, el gran capital le está dando la espalda a las tecnologías de energía limpia y, en vez, le apuesta a los aparatos que prometen sellar a los países e individuos ricos en fortalezas de alta tecnología. Las áreas clave de crecimiento en el capitalismo de riesgo son las empresas de seguridad privada que venden equipo de vigilancia y las privatizadas respuestas ante emergencias. En pocas palabras, en el mundo del capitalismo de riesgo hay una carrera entre los verdes, por un lado, y las armas y las guarniciones, por el otro. Y las armas van ganando.
Según Venture Business Research, en 2006 las compañías estadunidenses y europeas que desarrollaron tecnología verde y aquellas enfocadas a “seguridad interna” y armamento iban empatadas en la competencia por nuevas inversiones: la tecnología verde recibió 3.5 mil millones de dólares, cantidad que también recibió el sector de armas y guarniciones. Pero este año, las guarniciones de pronto se incrementaron drásticamente. Los verdes han recibido 4.2 mil millones de dólares, mientras las guarniciones casi duplicaron su dinero, recolectando 6 mil millones de dólares en nuevos fondos de inversión. Y aún no termina 2007.
Esta tendencia no tiene nada que ver con la verdadera oferta y demanda, ya que la demanda por tecnología de energías limpias no podría ser mayor. Con el petróleo llegando a 100 dólares el barril está claro que estamos necesitados de alternativas verdes, ya sea como consumidores como para la misma supervivencia de la especie. El último informe del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas, ganador del Premio Nobel, fue descrito por la revista Time como “última advertencia a la humanidad”, mientras un nuevo reporte de Oxfam deja claro que la reciente ola de desastres naturales no es casualidad: en las pasadas dos décadas el número de eventos de clima extremo se cuadruplicó. En cambio, en 2007 no hubo ningún acto terrorista importante en Estados Unidos o Europa; hay señales de una reducción de las tropas estadunidenses en Irak, y a pesar de la implacable propaganda no hay una inminente amenaza de Irán.
Así, ¿por qué la “seguridad interna”, no la energía verde, es el nuevo sector en auge? Quizá porque hay dos diferentes modelos de negocios que pueden responder a nuestra crisis climática y energética. Podemos desarrollar políticas y tecnologías que nos desvíen de este rumbo desastroso. O podemos desarrollar políticas y tecnologías para protegernos de aquellos a quienes hemos enfurecido debido a las guerras por los recursos y desplazado debido al cambio climático, mientras, a la vez, nos protege de lo peor de la guerra y el clima. (La máxima expresión de esta segunda opción son los nuevos anuncios televisivos de Hummer: se ve al traga-gasolina llevando su carga a un lugar seguro en varias zonas de desastre, seguido por el lema “esperanza: los dueños de los Hummer, preparados para las emergencias”*. Es un poco como si el hombre Marlboro ofreciera terapia de consolación en una sala de oncología.) En pocas palabras, podemos elegir reparar o fortificarnos. Los activistas del medio ambiente y los científicos claman por reparar. El sector de la seguridad interna, por otro lado, cree que el futuro yace en las fortalezas.
Si bien el 9/11 lanzó esta nueva economía, durante los desastres naturales, muchas de las originales tecnologías contraterroristas son actualizadas como respuestas privatizadas ante las emergencias. Blackwater se presenta como la nueva Cruz Roja, los bomberos trabajan para las grandes aseguradoras –ver mi reciente artículo– (publicado en La Jornada: www.jornada.unam.mx/2007/11/04/index.php?section=opinion&article=024a1mun). Por mucho, el mayor mercado es la fortificación de Europa y Norte América: el contrato de Halliburton para construir centros de detención para un influjo migratorio no especificado, la “virtual” valla fronteriza de Boeing, las credenciales de identificación biométricas. El blanco principal de estas tecnologías no son los terroristas, sino los migrantes, un creciente número de quienes han sido desplazados por eventos de clima extremo, como las recientes inundaciones en Tabasco, o el ciclón en Bangladesh. Conforme el cambio climático deje más gente sin tierra, el mercado de las fortalezas drásticamente se incrementará.
Claro, todavía hay dinero por ganar a través de lo verde; pero hay mucho más verde –al menos en el corto plazo– por ganar si se vende escape y protección. Lloyd lo explica así: “la tasa de fracaso de los negocios en seguridad es mucho menor que las de las tecnologías limpias e igual de importante la inversión de capital requerida para construir un exitoso negocio de seguridad es mucho menor”. En otras palabras, resolver problemas reales es difícil, pero obtener ganancia de éstos es fácil.
Bush quiere dejar nuestra crisis climática al ingenio del mercado. Bien, pues el mercado ha dicho: no nos desviará de este desastroso rumbo. De hecho, el dinero inteligente apuesta porque nos quedemos ahí.
* En inglés, esta frase empieza con hope, o sea, esperanza. N de la T.
Copyright 2007 Naomi Klein. www.naomiklein.org.
Es autora del recién publicado libroThe shock doctrine (la edición española –Paidós– fue traducida comoLa doctrina del shock).
El texto fue publicado en The Nation.
Traducción: Tania Molina Ramírez.
Naomi Klein
Got that? If you are looking for a sure bet in a new growth market, sell solar, buy surveillance; forget wind, buy weapons.
This observation--coming from an executive trusted by such clients as Goldman Sachs and Marsh & McLennan--deserves particular attention in the run-up to the United Nations Climate Change Conference in Bali at the beginning of December. There, world environment ministers are supposed to come up with the global pact that will replace Kyoto.
The Bush Administration, still roadblocking firm caps on emissions, wants to let the market solve the crisis. "We're on the threshold of dramatic technological breakthroughs," Bush assured the world last January, adding, "We'll leave it to the market to decide the mix of fuels that most effectively and efficiently meet this goal."
The idea that capitalism can save us from climate catastrophe has powerful appeal. It gives politicians an excuse to subsidize corporations rather than regulate them, and it neatly avoids a discussion about how the core market logic of endless growth landed us here in the first place.
The market, however, appears to have other ideas about how to meet the challenges of an increasingly disaster-prone world. According to Lloyd, despite all the government incentives, the really big money is turning away from clean energy technologies and banking instead on gadgets promising to seal wealthy countries and individuals into high-tech fortresses. Key growth areas in venture capitalism are private security firms selling surveillance gear and privatized emergency response. Put simply, in the world of venture capitalism, there has been a race going on between greens on the one hand and guns and garrisons on the other--and the guns are winning.
According to Venture Business Research, in 2006 North American and European companies developing green technology and those focused on "homeland security" and weaponry were neck and neck in the contest for new investment: green tech received $3.5 billion, and so did the guns and garrisons sector. But this year garrisons have suddenly leapt ahead. The greens have received $4.2 billion, while the garrisons have nearly doubled their money, collecting $6 billion in new investment funds. And 2007 isn't over yet.
This trend has nothing to do with real supply and demand, since the demand for clean energy technology could not be higher. With oil reaching $100 a barrel, it is clear that we badly need green alternatives, both as consumers and as a species. The latest report from the Nobel Prize-winning UN Intergovernmental Panel on Climate Change was characterized by Time magazine as "a final warning to humanity," while a new Oxfam report makes it clear that the recent wave of natural disasters is no fluke: over the past two decades, the number of extreme weather events has quadrupled. Conversely, 2007 has seen no major terrorist events in North America or Europe, there are hints of a US troop drawdown in Iraq and, despite the relentless propaganda, there is no imminent threat from Iran.
So why is "homeland security," not green energy, the hot new sector? Perhaps because there are two distinct business models that can respond to our climate and energy crisis. We can develop policies and technologies to get us off this disastrous course. Or we can develop policies and technologies to protect us from those we have enraged through resource wars and displaced through climate change, while simultaneously shielding ourselves from the worst of both war and weather. (The ultimate expression of this second option is Hummer's new TV ads: the gas-guzzler is seen carrying its cargo to safety in various disaster zones, followed by the slogan "HOPE: Hummer Owners Prepared for Emergencies." It's a bit like the Marlboro man doing grief counseling in a cancer ward.) In short, we can choose to fix, or we can choose to fortress. Environmental activists and scientists have been yelling for the fix. The homeland security sector, on the other hand, believes the future lies in fortresses.
Though 9/11 launched this new economy, many of the original counterterrorism technologies are being retrofitted as privatized emergency response during natural disasters--Blackwater pitching itself as the new Red Cross, firefighters working for insurance giants (see my last column, "Rapture Rescue 911"). By far the biggest market is the fortressing of Europe and North America--Halliburton's contract to build detention centers for an unspecified immigration influx, Boeing's "virtual" border fence, biometric ID cards. The primary target for these technologies is not terrorists but immigrants, an increasing number of whom have been displaced by extreme weather events like the recent floods in Tabasco, Mexico, or the cyclone in Bangladesh. As climate change creates more landlessness, the market in fortresses will increase dramatically.
Of course, there is still money to be made from going green; but there is much more green--at least in the short term--to be made from selling escape and protection. As Lloyd explains, "The failure rate of security businesses is much lower than clean-tech ones and, as important, the capital investment required to build a successful security business is also much lower." In other words, solving real problems is hard, but turning a profit from those problems is easy.
Bush wants to leave our climate crisis to the ingenuity of the market. Well, the market has spoken: it will not take us off this disastrous course. In fact, the smart money is betting that we will stay on it.