Thursday, January 13, 2011


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Talibanes laicistas

Garrido Canabal y Anatoli Lunacharsky


Para empezar el año con un despropósito del tamaño de Catedral, la hoja parroquial del arzobispado de México, Desde la fe, caracterizó a representantes y funcionarios del Distrito Federal como talibanes laicistas y los acusó de protagonizar una dictadura del laicismo y de desatar una verdadera persecución ideológica contra quienes, con base en sus principios religiosos y valores, se oponen a las leyes inmorales e injustas que permiten el aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo. En una referencia poco velada a Marcelo Ebrard y a su aspiración presidencial, el pasquín afirmó que el autoritarismo y la intolerancia (...) no es un buen augurio para futuras responsabilidades públicas de quienes hoy ejercen la autoridad en la ciudad de México. La virulencia del escrito obligó al arzobispado metropolitano a deslindar de la publicación a Norberto Rivera y a su vocero, Hugo Valdemar.

A ver qué sale de todo esto: la RAE dice que un talibán es alguien perteneciente o relativo a cierta milicia integrista musulmana, en lo cual coincide María Moliner: se aplica a los miembros de un movimiento integrista islámico, constituido en su mayor parte por antiguos estudiantes de las escuelas coránicas de Pakistán, y a sus cosas. Esta segunda fuente, así como Wikipedia, recuerdan que talibán es plural de talib, que significa estudiante de la ley religiosa, y por ello muchos medios, como la BBC en español, evitan repluralizarlo y escriben, en consecuencia, los talibán, no los talibanes, que sería como decir los pieses para referirse a las patas traseras de los humanos.

Otra observación sobre la expresión talibanes laicistas es que se trata de un portentoso oxímoron o contradictio in terminis: un talib, o talibán, no puede ser laico y un laico no puede ser talib, o talibán porque, en el pensamiento de ese grupo fundamentalista, el laicismo es una monstruosidad casi inconcebible (como ocurre en la visión del mundo del arzobispado capitalino), mientras que para todo espíritu laico la organización social que preconiza el Talibán es inadmisible. Pero si Quevedo (es hielo abrasador, es fuego helado) y Baudelaire (placeres espantosos y dulzuras horrendas), entre muchos otros ilustres, han recurrido a esa figura literaria, no va a negársele a los clérigos defeños su derecho al oxímoron, como no se les negará, tampoco, el derecho a formar parejas y a casarse entre ellos, si tal fuera su deseo.

Me puse a pensar en un personaje al que el gracioso insulto arzobispal pudiera aplicarse con más tino que al pobre de Ebrard y se me vinieron dos a la cabeza.

Uno es Tomás Garrido Canabal, gobernador de Tabasco en tres periodos y de Yucatán en uno, fugaz secretario de Agricultura en el gabinete de Lázaro Cárdenas y anticatólico furibundo. En lo personal, bautizó a diversos animales de su rancho con nombres como Dios, Papa, María y Jesús. Como gobernante, emprendió una campaña atroz contra el catolicismo en el contexto de la cual fueron demolidos o cerrados numerosos templos, se expulsó de Tabasco a sacerdotes y monjas y se organizaron quemaderos de imágenes religiosas en las plazas públicas; se obligó a sacerdotes a contraer matrimonio (con el mismo espíritu totalitario con el que el alto clero actual querría impedir a las parejas gay que hagan otro tanto), se prohibió la colocación de cruces en las lápidas, se cambió la designación a todas las localidades que tenían un nombre religioso y fueron censurados los escritos que hicieran referencia a Dios. Garrido, además de comecuras, era puritano, y emprendió una campaña contra el consumo de alcohol que culminó con una ley seca que prohibía toda bebida fermentada, salvo la cerveza. Su carrera política terminó en 1934 cuando, cuando una de las milicias ateas organizadas por él asesinó a una mujer católica en el Zócalo de Coyoacán. Mi general Cárdenas lo removió de la Secretaría de Agricultura y lo envió a misiones diplomáticas o, como interpretan algunos, lo mandó al carajo.

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Garrido Canabal
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Lunacharsky

El otro es el ucraniano Anatoli Vasílievich Lunacharsky, filósofo, dramaturgo y político, y comisario de Instrucción Pública en la primera fase del régimen soviético. Lunacharsky poseía una reconocida profundidad intelectual; fue teórico de la cultura proletaria, o Proletkult, e impulsor de artistas como Meyerhold y Maiakovsky, y antes de la Revolución de Octubre había escrito (Religiya i socialism, 1908-1911) sobre la posibilidad de desarrollar una religión laica, socialista y colectivista a partir del marxismo, a la que llamó bogostroyelstvo o construcción de Dios. Cuando el horroroso poder de Stalin se consolidaba, a finales de los años 20 del siglo pasado, Lunacharsky fue despojado del cargo y enviado como representante de la URSS ante la Liga de las Naciones y, posteriormente, a España, en lo que constituía un exilio decoroso. Murió en Francia, cuando se dirigía a la Península Ibérica, en 1933.

Algo debió fumarse el buen Anatoli Vasílevich en enero de 1918, cuando el asalto al Palacio de Invierno estaba aún fresco, que lo llevó a promover un proceso penal contra Dios por sus crímenes contra la humanidad. La semana entrante les platico la forma en que se desarrollaron ese y otros juicios similares.

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Una vez más, los funcionarios de este podrido y sangriento régimen prianista escupen sobre las tumbas de sus víctimas: el fiscal de Chihuahua, Carlos Manuel Salas, atribuyó el homicidio de la poeta y activista juarense Susana Chávez a que estaba tomando y drogándose con sus asesinos; Calderón dice, por su parte, que él nunca ha usado la palabra guerra para referirse a su insensatez presuntamente contra el crimen organizado, y Peña Nieto logra evitar que se investigue el número atroz de feminicidios perpetrados durante su administración en el estado de México. No hay, pues, clima de violencia en Juárez, no hay responsabilidad del Ejecutivo en este baño de sangre y no hay asesinatos de mujeres –ni nada que investigar– en el Edomex. Todo es un problema de percepción y los mexicanos estamos locos; será por eso que ha tenido tanto impacto la campaña ¡Basta de sangre! - No más sangre para exigir a los delincuentes de todos los bandos –el gubernamental incluido– que pongan un alto a la masacre que están perpetrando.

Ese impacto es una pésima noticia para los funcionarios del régimen oligárquico. Al mismo tiempo, es un dato esperanzador y reconfortante a quienes apostamos por una renovación radical, pero pacífica y cívica, de unas estructuras de poder corrompidas, acanalladas y devastadas por los intereses fácticos y sus mandatarios.

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