Sunday, October 18, 2009



Ilán Semo

El síntoma y la regla.- Hay algunos pacientes afásicos que no sólo padecen de la incapacidad de relacionar los signos y los símbolos del lenguaje, sino para los cuales el mundo se puede presentar como un sitio permanentemente inédito (Freud dixit). El vínculo entre las cosas y sus representaciones les son inestables. Un afásico puede salir de su casa en la mañana y regresar por la tarde para descubrir que no logra asociar el lugar en el que vive con la calle en la que se encuentra. Se siente perdido. La realidad aparece como un flujo interminable y, sobre todo, incodificable. Por lo general, las reglas de la sociedad de mercado producen, según Baudrillard, un efecto parecido: separan y disocian permanentemente a los signos de las cosas a las que significan. Lo que hoy tiene un valor apreciable puede perderlo súbitamente. Las estrategias que ayer rindieron frutos cuantiosos pueden ser el cadalso de las empresas que apuntan hacia el mañana.

Para hacer frente a esta condición afásica, es decir, para reducir la angustia que produce, una salida son los axiomas, los grandes relatos, la doxa como se solía decir todavía en el siglo XVII, que nos permite observar a la sociedad con los ojos de la ilusión o la felicidad del orden. Es decir, nos permite interpretar los reveses como los difíciles pero inevitables momentos que conducen a la meta. El dilema aparece cuando se confunden los axiomas con los códigos, lo acontecido con lo que está aconteciendo, lo que percibimos con lo que creemos. Finalmente, el afásico, con toda su angustia y precisamente para reducir sus daños, siempre puede inclinar en su favor su peculiar capacidad para asociar disociando.

Un fenómeno similar debe estar ocurriendo en las elites que gobiernan el país desde los años 90. Repetir en 2010 el axioma que les permitió mantenerse en el poder (pero) socavando su legitimidad (como Salinas en 1994 y Calderón en 2006) representa una suerte de cuasi afásica (o sin el cuasi) dimisión hacia la reiteración. Sostener que la privatización de la compañía LFC abre el camino para resolver los problemas que acarrearon consigo todas las privatizaciones previas es una paradoja retórica o un acting, el performance de un soliloquio. Digamos, por lo menos, que una posición realmente bizarra.

La memoria escindida.- Doble anacronismo. La historia de las privatizaciones en México no es precisamente exitosa. La mayoría de ellas terminaron en manos de inversionistas globales. Y las pocas que surtieron efecto (Telmex, Canal 13, etcétera) redundaron en monopolios inadmisibles para una sociedad que pretende o aspira a regirse por las reglas del mercado. Al mismo tiempo, y desde la crisis mundial de 2008, privatizar equivale a mermar lo ya exhausto, es decir, el empleo y la inversión, una suerte de vía hacia el Estado no adelgazado sino anoréxico. Con todo lo que la imagen reporta. Una elite anoréxica es algo simplemente de mal gusto, desagradable. Al menos es lo que sus argumentos denotan.

La acusación de que los trabajadores del SME gozan de privilegios desmedidos (como ganar 10 mil pesos al mes) pertenece a una retórica que probablemente se remonta al siglo XVIII. (Por cierto, el salario promedio asciende realmente sólo a 6 mil pesos al mes.) Ya en los años 30 del siglo XX, la mayor parte del empresariado en el mundo central descubrió que la sociedad de mercado resulta funcional sólo si la mayor parte de la población tiene acceso al consumo de sus bienes. (Es el momento en que Ford proclama que se propone producir un carro que sus propios trabajadores puedan adquirir.) En realidad, hoy el axioma debería ser el contrario: si es que se quiere efectivamente consolidar una nación, los ingresos generales de la población deberían ascender. Pero para la elite anoréxica, cuando se trata de ingresos racionales (en términos de la racionalidad moderna) se le llaman privilegios. Y cuando se trata efectivamente de privilegios, como los que apuntalan una banca que vive de comisiones y no de ofrecer créditos y arriesgar, se le llama eficiencia.

Cuando los medios son los fines.- Es curioso que ninguna de las acusaciones que se le hacen a LFC se extienda a CFE. Las dos son empresas de Estado. La corrupción, el mal manejo y el dispendio de la CFE superan al de su más pequeña consorte. El propósito de la extinción, se dice, es abrir el mercado de las fibras ópticas a la inversión global. A saber, no hay ninguna oferta explícita. Tal vez sea así, tal vez no. El negocio de la electricidad no es, a diferencia del petróleo, necesariamente un gran negocio. En Estados Unidos, por ejemplo, donde la producción de energía es la más privatizada del mundo, quienes distribuyen la corriente son frecuentemente empresas municipales (es decir relativamente chicas y públicas, como LFC). Más bien se trata de ese estilo de gobernar que mantiene como su expectativa central el riesgo de la legitimidad misma. Y en ese sentido el golpe central es contra el sindicato, el SME, y la cuantiosa historia que representa en momentos de un nuevo giro hacia la revaloración de la dimensión social.

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