Artesano comprometido con la elaboración de una historia que sirva de herramienta para la recuperación de la dignidad de los pueblos indios, historiador riguroso e imaginativo, critico del poder, Jan de Vos falleció el pasado 24 de julio.
El autor de de Nuestra raíz nació en 1936 en Amberes, Bélgica, en el seno de una familia católica de nueve hermanos. Su lengua materna fue el flamenco. Creció en plena guerra mundial y vivió en una casa ocupada por el ejército alemán. Con el inicio de los bombardeos se trasladó al campo.
Asistió a un colegio de jesuitas y a los 17 años entró a una universidad francófona. Durante dos años estudió historia y derecho. A los 19, influido por un maestro al que admiraba, entró a la vida religiosa. Terminó la carrera de historia y se siguió con las de filosofía y teología.
Sus primeros años de vida profesional se desempeñó como profesor en colegios jesuitas, hasta que se cuestionó dedicarse a educar a los hijos del príncipe y chocó con una vida académica gris. En 1973 se trasladó a Colombia a realizar trabajo pastoral. Vivió, primero, en un barrio pobre en la ciudad de Medellín, y luego en un pueblo de campesinos y pescadores negros y mulatos, descendientes de esclavos, en la zona selvática. Se enamoró de la población afrodescendiente, de la selva tropical, del océano Pacífico y de las hamacas, que le recordaban con su movimiento el útero materno.
La experiencia colombiana lo marcó para siempre. En 1973 se fue a vivir a Chiapas, donde colaboró con la diócesis de San Cristóbal, dirigida por don Samuel Ruiz. Un año antes se había publicado el libro de Gustavo Gutiérrez sobre la Teología de la Liberación. En 1974 se realizó en la entidad el Congreso Indígena, momento nodal en la reconstitución de los pueblos originarios en el estado.
Jan de Vos hizo trabajo pastoral en la entidad, vinculado al proyecto Los indígenas merecen ser sujetos de su propia historia
. Fue comisionado para colaborar en la reconstrucción de la historia indígena regional. Atendió los servicios religiosos de la parroquia de San José Obrero, una modesta ermita en San Cristóbal. Como oficiaba cantando y tocando la guitarra, se corrió el rumor de que era protestante.
Su primer escrito fue un ensayo sobre fray Lorenzo de la Nada, el dominico que el siglo XVII chocó con la jerarquía religiosa y huyó a la selva para vivir con los indios. Con paciencia y fortuna, De Vos siguió sus huellas y se identificó con su actitud vital.
En 1981 y 1982 las autoridades gubernamentales lo quisieron detener y expulsar del país por su compromiso con los indígenas, por lo que dejó el convento de Chilón. Tuvo entonces que dedicarse al trabajo escolar en la Universidad Iberoamericana. Su interés en ser historiador surgió así del fracaso de su vocación inicial como agente de pastoral. Nunca fue un historiador académico tradicional.
En 1986, a los 50 años de edad, tomó la difícil decisión de abandonar la Compañía de Jesús, tanto por razones personales como institucionales. Un factor central en su ruptura con la jerarquía religiosa fue su incomodidad con la clericalización de la institución. Tuvo entonces que dejar su trabajo de investigador del CIES.
Jan de Vos hablaba flamenco, francés, alemán, inglés y español. Leía, además, griego y latín. En su formación influyó decisivamente la obra de Hegel, especialmente el capítulo sobre La conciencia infeliz
de La fenomenología del espíritu y la dialéctica del amo y el esclavo. La temprana lectura de la novela La vida sencilla, de Wiechert Ernst, lo marcó para siempre y lo inspiró para alejarse del poder.
En sentido estricto, como historiador no tuvo maestros. Admiró, sin embargo, la obra de Luis González y González y de Edmundo O’Gorman, de quien aprendió su posición crítica. Tuvo gran aprecio y respeto por la calidad intelectual y ética de Daniel Cosío Villegas.
Para explicar la utilidad de la historia, Jan de Vos la comparaba con la mujer que va a consulta con el sicoanalista. En las primeras sesiones, la señora parece decirse a sí misma que no entiende por qué está allí, pero conforme la terapia avanza, comienza a hablar sobre su niñez y juventud, y a comprender la relación que existe entre su pasado y su infelicidad actual. La señora –decía Jean– simboliza a la sociedad y la función del historiador es hacer la historia clínica del mal ahora existente, punto de partida para su solución.
El investigador definió su actividad como la de un sabicultor, y la comparó con el trabajo realizado por los campesinos: solitario, sostenido, paciente y amoroso. El conocimiento del pasado –sostuvo a propósito de los pueblos indios– es necesario para construir una identidad. Y, a su vez, la identidad es un elemento central para tener dignidad.
Jan de Vos es autor de una vasta colección de libros de historia de los pueblos indígenas de Chiapas, escritos con una prosa apasionada e intensa. Entre otros, destacan: La paz del dios y del rey: la conquista de la selva Lacandona, 1525-1821, Oro verde: la conquista de la selva Lacandona por los madereros tabasqueños, 1822-1949 y Una tierra para sembrar sueños: historia reciente de la selva Lacandona, 1950-2000.
En la redacción de muchos de sus libros utilizó textos de la tradición oral, que son, desde su punto de vista, la otra manera de recordar el pasado, la contraparte del esfuerzo individual de quien escribe la historia. En esos textos, el historiador encuentra la forma en que la comunidad recupera su pasado, a través de leyendas, mitos, cuentos, rezos y rituales, contados por gente dotada con el don de la narración.
En 1995 fue invitado por el EZLN para participar en la Mesa sobre Derechos y Cultura Indígenas. Para él fue una experiencia inolvidable. Orgulloso, encontró que varios de los comandantes rebeldes habían sido sus alumnos en el seminario. El zapatismo –dijo– permitió que los indígenas hicieran realidad un gran sueño: el de conseguir la dignidad que merecen.
Jan de Vos pensó su vida como una travesía rumbo al mar a bordo de diversas embarcaciones. Este 24 de julio, la canoa que conducía llegó al termino de su viaje, cargada con una obra única para comprender la historia de los pueblos indígenas de Chiapas.
Un abrazo a Emma Cosío Villegas.
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