Wednesday, July 27, 2011


The west and the rest o el mito de la comunidad internacional

La intervención militar en Libia empezada hace más de un mes tiene como fundamento jurídico la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y como fundamento moral la responsabilidad de proteger a la población civil víctima de la represión del gobierno de Kadafi. Como en ocasiones anteriores, algunas grandes potencias del mundo –Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña– toman la resolución del Consejo de Seguridad que promovieron con el apoyo de países de la Liga Árabe, como la expresión de la voluntad de la comunidad internacional. La resolución fue adoptada gracias a la abstención de dos miembros permanentes con derecho de veto, Rusia y China. En la práctica actual de Naciones Unidas, el uso del veto es muy poco frecuente, los miembros permanentes (con excepción de Estados Unidos) prefieren ponerse de acuerdo en fórmulas ambiguas que se prestan a diversas interpretaciones y a ser acusados de paralizar el sistema multilateral con su veto. Rusia y China no estaban de acuerdo con la intervención, y lo hicieron saber con toda claridad, pero por considerar que sus intereses vitales no estaban en juego, dejaron a los promotores del proyecto, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, lanzarse en esta aventura militar cuyo resultado es cada día mas imprevisible y suscita reticencias, reservas y oposiciones crecientes en todo el mundo. Los tres países, que encabezan lo que algunos llaman una nueva cruzada de Occidente contra el mundo árabe, se sienten plenamente en su derecho para ejercer en Libia su responsabilidad de proteger. Como la ONU no tiene capacidad militar propia y no se trata de una operación de mantenimiento de la paz en el marco de la Carta de las Naciones Unidas con el envío de cascos azules, la OTAN se propuso como brazo armado de la comunidad internacional para implementar la zona de exclusión aérea y la ayuda humanitaria.

Vale la pena reflexionar sobre este concepto de comunidad internacional. La noción de comunidad expresa la idea de unidad, de intereses compartidos, de proyectos en común. Viendo la fragmentación del mundo contemporáneo debajo del barniz muy superficial de la globalización, ¿se puede realmente afirmar que los 192 países del planeta representan una comunidad? Desde el fin del mundo bipolar (1989) y los atentados de Nueva York (2001) los países occidentales, principalmente Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea e Israel, lograron imponer su agenda al mundo entero (poniendo en primer lugar la lucha contra el terrorismo y la proliferación nuclear en lugar del Programa del milenio de lucha contra la pobreza), con el consentimiento (quien calla otorga) de sus ex rivales, Rusia, China, y de los grandes países emergentes, como Brasil, África del Sur, India, etcétera. Mediante los mecanismos formales de Naciones Unidas u otros como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la OCDE, o informales como el G7/8, G20 y tantos otros grupos fácticos ad hoc, el grupo occidental decide las prioridades del momento, buscando siempre conservar la iniciativa, aun cuando está dividido, para evitar la competencia de centros alternativos de poder. Los occidentales hacen caso omiso de las resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas, expresión de la voluntad de la mayoría de los países con igualdad de derechos. Tan es así que es muy común en los pasillos de las conferencias internacionales escuchar a los delegados de numerosos países explicar (en inglés, lingua franca internacional) que no existe una international community, porque el mundo está dividido en dos, The West and the rest, o sea, los países industrializados en su mayoría cristianos y blancos, contra el resto del mundo, una mezcla de razas, religiones, civilizaciones, que representan las tres cuartas partes de la humanidad. The West and the rest, fórmula inventada por el diplomático singapuriano Kishore Mahbunani es la clave que permite entender que, a pesar de todos los cambios que el mundo conoció en las ultimas décadas, estamos todavía muy lejos del mundo multipolar que muchos esperaban después del fin de la guerra fría.

Claro está que el bloque occidental tiene que hacer concesiones tácticas a los centros de poder emergentes para conservar el monopolio de las reglas del juego internacional. Por esto el G7 creó y legitimó el G20. Mientras países como Rusia, China, India, Brasil buscan sacar ventajas de la globalización, evitando confrontaciones violentas con los más poderosos, los países occidentales defienden sus intereses con todos los medios, y cada vez que es posible con la legitimación de la comunidad internacional. En una corrupción del lenguaje, este concepto utópico se confunde con occidente, como demuestra la crisis libia.

Haciendo una interpretación muy selectiva de la responsabilidad de proteger que le permite intervenir o no según sus intereses, el bloque occidental trata de retomar el control de la situación en los países de África del Norte y Medio Oriente inmersos en crisis sociales y económicas profundas, privilegiando según las circunstancias el statu quo (Arabia Saudita, Maruecos), cambios limitados o cosméticos (Egipto, Túnez) o rebeliones a control remoto (Libia). Pero detrás de las motivaciones humanitarias que todos compartimos, prevalecen los intereses geopolíticos y estratégicos de las grandes potencias sobre las aspiraciones de cambio político, económico y social de millones de personas que pretenden, con toda legitimidad, alcanzar los mismos niveles de bienestar que los países más desarrollados del mundo. Es obvio que actuar en nombre de una comunidad internacional inexistente permite a los países occidentales mantener una posición dominante conforme a sus intereses.




The west and the rest o el mito de la comunidad internacional

Pierre Charasse/II

La decisión de algunos países liderados por Francia y Gran Bretaña de intervenir en Libia para proteger a los civiles de las provincias orientales víctimas de la represión del régimen de Trípoli fue tomada aparentemente sin tener un conocimiento profundo de la situación interna. Los autores de este plan, en particular el presidente Sarkozy, estaban convencidos que después de 42 años en el poder, el régimen de Kadafi se podría caer en pocas semanas, a un costo relativamente bajo para los países dispuestos a intervenir. Cuatro meses después del inicio de la operaciones conducidas por Francia y Gran Bretaña bajo el paraguas de la OTAN y con una participación limitada de Estados Unidos, la realidad es otra: Kadafi esta todavía en el poder y no parece dispuesto a renunciar a pesar de los golpes recibidos y de la destrucción de una gran parte de su potencial militar. El gobierno francés tuvo que pedir al Parlamento una prórroga para continuar su despliegue militar y reconocer que a pesar de comunicados triunfalistas de la OTAN, la guerra en Libia es mucho mas complicada y costosa de lo que se preveía. Él pudo contar con el apoyo del Partido Socialista en la oposición, de una opinión pública convencida que es legítimo derrocar al régimen de Kadafi y de la indiferencia de la prensa, que prácticamente no habla de esta guerra.

Sin embargo, expertos franceses como el general (R) Vincent Desportes, ex director de la Escuela de Guerra, o el diplomático Patrick Haimzadeh, gran conocedor de Libia, divulgaron en días recientes en medios franceses análisis que no coinciden con las informaciones que dan tanto la OTAN como los gobiernos de los principales países participantes. Señalan en particular los puntos siguientes:

–Los objetivos de la intervención cambiaron desde el principio pasando de una misión humanitaria a la protección de los civiles al derrocamiento del régimen de Kadafi (en violación a la resolución 1973), provocando fuertes discusiones en la OTAN, en particular con Alemania e Italia: se trata ahora de una guerra civil con insurgentes armados y apoyados por fuerzas extranjeras contra un ejército regular con la presencia de mercenarios.

–Una parte solamente de la población libia se levantó contra Kadafi, quien goza del apoyo de varios grupos tribales leales; es muy difícil evaluar su nivel de popularidad en las diferentes regiones del país; la insurrección generalizada no se produjo.

–La OTAN no esperaba una resistencia tan fuerte del ejército libio y no tenía un "plan B" para enfrentar esta situación de estancamiento; la imposibilidad de mandar tropas terrestres y el recurso exclusivo a bombardeos aéreos hace muy difícil una victoria militar en el corto plazo, pero la OTAN no tiene otra opción que seguir bombardeando lo que queda de supuestos objetivos militares y tropas leales a Kadafi; los "daños colaterales" provocan el odio de la población de Trípoli contra Occidente.

–La OTAN sobrevaluó la capacidad militar y de organización de los insurrectos, especialmente fuera de los territorios que controlan (Cyrenaica, este del país). Tuvo que mandar agentes especiales para asesorar una fuerza militar improvisada y desorganizada; Francia envió armas a grupos presentes en el Djebel Nefousa, al oeste de Trípoli, para fomentar su insurrección contra el régimen.

–Los recursos desplegados por los países participantes no son suficientes para alcanzar rápidamente "el punto de inflexión estratégica", o sea el momento a partir del cual se considera que el derrumbe del régimen es inevitable. Las fuerzas involucradas (aviones, helicópteros, drones, barcos) están al límite de su capacidad y no podrán mantener mucho tiempo el mismo ritmo de operaciones; después de miles de salidas las municiones empiezan a escasear y los gobiernos ven con preocupación subir el costo de la intervención en el contexto de la crisis financiera europea y de las restricciones presupuestarias.

–La OTAN subestimó la voluntad de resistencia de Kadafi, y le cuesta entender que su formación, su cultura y su sicología de jefe tribal le prohíben abandonar a su pueblo estando en vida. El tiempo juega a favor de Kadafi.

–Si la caída del régimen de Kadafi parece inevitable a mediano plazo, en particular por la asfixia de la economía (o quizás su muerte), la OTAN y los principales países participantes se verán involucrados en un conflicto interno. El riesgo de división del pueblo libio es alto, así como de una partición territorial entre la Tripolitania y Cyrenaica, los vencedores serán percibidos por los vencidos como traidores e instrumentos de las potencias occidentales. El caos puede favorecer a grupos de Al Quaeda.

La única salida parece ser política. Las consultas entre todos los actores de esta crisis son intensas. Los rebeldes, conscientes de sus debilidades, tratan de no cortarse del resto del país y buscan ya la reconciliación nacional. Uno de los principales puntos en discusión es la suerte del líder libio, quien se encuentra acusado desde el 27 de junio por el Tribunal Penal Internacional de crímenes contra la humanidad. Obviamente él no se va entregar a la justicia internacional, y con esta acusación se cerró la posibilidad de una solución negociada con su participación.

Sin duda una de las principales lecciones de la crisis libia es que los países occidentales se metieron en una situación de la cual pueden salir muy debilitados. Si bien conservan todavía una gran capacidad de maniobra diplomática, su falta de resultados en el terreno militar revela al mundo que la OTAN no tiene los medios de su ambición de ser el "brazo armado" de la comunidad internacional. Después de las retiradas de Irak y de Afganistán sin victoria ni gloria, una semivictoria o un semifracaso en Libia podría constituir un giro en la recomposición del mundo, al mismo tiempo que el sistema económico y financiero dominado por Estados Unidos y Europa entró en una crisis sistémica duradera.

pcharasse@gmail.com

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