El cuaderno verde del Che
Paco Ignacio Taibo II
Paco Ignacio Taibo II
Cuando en octubre de 1967 el Che Guevara fue detenido en Bolivia, oficiales militares de ese país y agentes de la CIA decomisaron su mochila. En ella encontraron su diario de campaña, rollos fotográficos, un radio portátil, un par de agendas y un cuaderno de pastas verdes. El ejército boliviano guardó este último en una caja fuerte. Parecía estar destinado al olvido. Sin embargo, en agosto de 2002 Paco Ignacio Taibo II, escritor mexicano y uno de los biógrafos del Che, obtuvo una copia. Se trataba de 150 páginas con poemas de los autores favoritos del mítico comandante: Pablo Neruda, León Felipe, Nicolás Guillén y César Vallejo. La editorial Planeta publicará esta semana el cuaderno en forma de libro. Con su autorización, Proceso adelanta fragmentos sustanciales del prólogo escrito por Taibo II, en el que explica la historia de dicho cuaderno y la poco conocida relación del Che con la poesía.
Los tres oficiales con uniforme de rangers y el agente de la CIA revisaron la mochila minuciosamente. Al final sólo pudieron extraer un magro botín: 12 rollos de película, una veintena de mapas corregidos con lápices de colores, una radio portátil que hacía tiempo que no funcionaba, un par de agendas y un cuaderno verde.
Las agendas causaron sensación. Los oficiales paseaban la mirada sobre la letra pequeña y fueron confirmando que se trataba de un diario que iba de noviembre del 66 hasta octubre del 67. Momentos más tarde, en la puerta de una escuela donde se ha habilitado una prisión para el propietario de la mochila, se instala un improvisado laboratorio y un agente de la CIA fotografía los diarios. Los materiales son llevados en helicóptero por un coronel rumbo a La Paz, la capital de Bolivia.
El cuaderno verde, donde pueden leerse una serie de poemas, en ese momento no parece despertar mayor interés.
Pocas horas más tarde, el dueño de la mochila, el comandante Ernesto Guevara, será asesinado en la escuelita de La Higuera y sus breves despojos terrenales repartidos.
Los diarios del Che terminarán, después de pasar por varias manos, en una caja fuerte en las oficinas de Inteligencia Militar del ejército boliviano, se montará una operación destinada a falsificarlos, que se frustrará cuando una copia sea robada por el ministro del Interior boliviano y llevada a Cuba, y del Diario del Che en Bolivia se hagan ediciones millonarias en todo el planeta.
A mitad de los años ochenta los diarios volvieron a ser noticia cuando la famosa casa británica Sotheby’s anunció que en breve subastaría los diarios originales del Che y propuso la cifra de 250 mil libras esterlinas como estimación de su valor. ¿Cómo habían llegado hasta allí? El gobierno boliviano anunció una investigación y llegó fácilmente hasta la figura del exdictador, el general Luis García Meza, quien se los había vendido a “un brasileño”, quien a su vez los había vendido a una galería británica o estaba siendo usado como intermediario del general. En junio del 84 Sotheby’s suspendió la subasta ante las repetidas demandas legales del gobierno boliviano por un lado y los señalamientos públicos de la viuda del Che por otro.
Pero si bien el camino de los diarios podía ser seguido más o menos con precisión, recorriendo a lo largo de los años encendidos debates y escándalos, el camino del tercer cuaderno, el de las pastas verdes, el cuaderno de poesía, era un misterio. ¿Contenía poemas que el Che había escrito a lo largo de la campaña boliviana? ¿Se trataba de poemas que el Che había copiado a lo largo de los últimos dos años? ¿Quiénes eran los autores que le gustaban particularmente? ¿Era una mezcla de ambos? ¿Eran los poemas una especie de clave? ¿Dónde estaba el cuaderno verde?
De puño y letra
Una mañana de agosto de 2002, J. A. (Jesús Anaya), viejo amigo del autor, compañero fuera de toda sospecha, me puso sobre la mesa un paquete de fotocopias:
–¿Qué es esto? ¿De quién es? ¿Puedes autentificar la letra?
Ojeé las páginas. Me recorrió un escalofrío. Parecía un texto escrito por la mano del Che. ¿Era? ¿De dónde lo había sacado? Le pedi un par de días.
Me llevé a mi casa las fotocopias. Comparé la letra con diversos documentos que tenía escritos de mano del Che: fragmentos de los diarios de Bolivia, copias de cartas de los primeros años sesenta, un facsímil de la carta de despedida a Fidel, sus correcciones al diario del Congo. Era evidentemente la letra del Che.
Revisé lentamente las ciento cincuenta páginas, no lo niego, con cierta reverencia. A pesar de haber vivido tantos años cerca de él, el Che no dejaba de intimidarme y sorprenderme.
Se trataba de una colección de poemas, muchos de ellos con título o con la referencia numérica de una serie, ausentes de datos sobre el autor, excepto uno, “L. Felipe”, que sin duda correspondía al poeta español exiliado en México al final de su vida, León Felipe. Muchos de ellos reconocibles. ¿Por qué el Che se había tomado la molestia de copiarlos o recordarlos? ¿Por qué había omitido a los autores? ¿Por qué copiar poemas en un cuaderno?
Sin duda se trataba del cuaderno verde desaparecido en Bolivia. ¿Cómo había llegado hasta aquí?
Reconstruí la historia de lo sucedido con los bienes de la mochila. El cuaderno formaba parte de lo que había quedado bajo control de la inteligencia militar boliviana. No se le mencionaba entre los materiales que García Meza robó y trató de vender a Sotheby’s. El rastro era más o menos obvio, alguien se lo había llevado, o copiado, en los últimos años, de la caja fuerte del G2 boliviano.
¿Cuándo había sido escrito? Posiblemente la escritura del cuaderno se había iniciado al final de su estancia en Dar es Salaam, después de la campaña del Congo en el 65, quizá en la larga espera en Praga antes de los entrenamientos en Pinar del Río (Cuba) previos a la campaña de Bolivia.
La libreta era un cuaderno con retrasen árabe en la portada. ¿Lo había comprado a su salida de Tanzania en el 65?
Sin duda parte de él había sido escrito durante la campaña boliviana. Había una fotografía que, observada con lupa, parecía mostrar al Che trepado en las ramas de un árbol y haciendo guardia mientras escribía en el cuaderno verde. Se conocía la lista de los libros que el Che cargó en la mochila en aquellos meses, y algunos de los autores coincidían con los poetas que me parecía identificar en el cuaderno (…)
Era la antología del Che. Una antología personal.
Los favoritos
Ernesto Guevara fue a lo largo de su vida un voraz lector de poesía. Cientos de anécdotas lo registran. Como una vez lo escribió a su amiga y compañera de la escuela de Medicina, Tita Infante: “He tenido mis momentos de abandono o más bien de pesimismo (…) Cuando eso ocurre como cosa transitoria de un día yo lo soluciono con unos mates y un par de versos”.
La descubre en su adolescencia, durante una época de constantes ataques de asma en la que, obligado a pasar muchas horas de inmovilidad, encuentra en los libros un mundo paralelo al que poder fugarse. Serán Pablo Neruda y Las flores del mal de Baudelaire, curiosamente leído en francés, los inicios de sus amores. A los 15 años se encuentra con Verlaine, Antonio Machado. Y paralelamente al descubrimiento de Gandhi, que lo emociona profundamente, sus amigos lo recuerdan recitando a Neruda, desde luego, pero también a poetas españoles.
Una cuarteta lo persigue. Era mentira/ y mentira convertida en verdad triste,/ que sus pisadas se oyeron/ en un Madrid que ya no existe.
En 1952, a los 24 años y en Bogotá, se encuentra con un dirigente estudiantil colombiano, hablan de política, de literatura. El Che le cuenta que se ha aprendido todos los poemas de amor de Neruda. El estudiante colombiano lo reta:
–El 20…
Guevara sin dudar responde: Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir por ejemplo… y sigue.
Un par de años más tarde, en una cárcel mexicana, les diría a sus padres en una carta: “Si por cualquier causa, que no creo, no puedo escribir más y luego me tocan las de perder, consideren estas líneas como de despedida, no muy grandilocuente pero sincera. Por la vida he pasado buscando mi verdad a los tropezones y ya en el camino y con mi hija que me perpetúa he cerrado el ciclo. Desde ahora no consideraría mi muerte una frustración apenas como Hikmet: Sólo llevaré a la tumba/ la pesadumbre de un canto inconcluso”.
Durante esos días de septiembre de 1956 en México, obligado a la clandestinidad, “porque cometió Gobernación el grave error de creer en mi palabra de caballero y me pusieron en libertad para que abandonara el país en 10 días”, va y viene al DF. En estas esporádicas visitas a su hija Hildita le recita un poema de Antonio Machado dedicado al general Listen: De monte a mar esta palabra mía:/ Si mi pluma valiera tu pistola/ de capitán contento moriría.
Parece ser que a la niña de siete meses le gusta la sonoridad machadiana, porque llora y protesta cuando terminan los versos, pidiendo más.
Durante la campaña en la Sierra Maestra, el Che logra montar una red que hace que suban hasta la montaña libros de Martí y poemarios de José María Heredia, Gertrudis de Avellaneda, Gabriel de la Concepción, Rubén Darío, para alternar con la biografía de Goethe de Emil Ludwig que está leyendo (…)
En enero del 61, trabajando como ministro de Industrias de la revolución triunfante, le confiaba en una entrevista a Igor Man que “conozco a Neruda de memoria, tengo sobre la mesita de noche a Baudelaire que leo en francés”, y reconocía que su poema favorito de Neruda era el “Nuevo canto de amor a Stalingrado”: Yo escribí sobre el tiempo y sobre el agua/ describí el luto y su color morado/ yo escribí sobre el cielo y la manzana/ ahora escribo sobre Stalingrado.
Pero hay una imagen que resulta más eficaz como testimonio que todas estas historias. En los rollos de película que el ejército captura en Nancahuazú, una fotografía muestra a Guevara trepado en lo alto de un árbol, probablemente en una de las interminables guardias, con un libro de poesía entre las manos.
Che poeta
No sólo era un gran lector de poesía, Ernesto Guevara había coqueteado toda su vida con la poesía como creador, se había acercado y alejado de ella, tratándola siempre con mucho respeto. Yo diría que con un exceso de respeto. Nunca se sintió a gusto con los resultados y pensando que sus poemas no tenían demasiado valor, nunca los entregó para su publicación.
Debe haber escrito poesía durante toda su adolescencia y primera juventud, pero los pocos poemas que hoy le conocemos fueron escritos entre el 54 y el 56, en Guatemala y México. Es la poesía de un personaje en pleno proceso de transición, fascinado por el inmenso mundo que de alguna manera lo está esperando, y por las ruinas prehispánicas.
En el 55 escribe: El mar me llama con su amistosa mano/ mi prado –un continente–/ se desenrosca suave e indeleble/ como una campanada en el crepúsculo.
Volverá sobre estos temas en otro poema: Estoy sólo frente a la noche inexorable/ y a cierto dejo dulzón de los billetes/ Europa me llama con voz de vino añejo/ aliento de carne rubia, objetos de museo./ Y en la clarinada alegre de países nuevos/ yo recibo de frente el impacto difuso/ de la canción de Marx y Engels.
Europa, América Latina, la revolución y, curiosamente, el mundo prehispánico. Deja constancia de su fascinación en un poema sobre Palenque: ¿Qué fuerza te mantiene más allá de los siglos/ viva y palpitante como en la juventud? ¿Qué dios sopla, al final de la jornada/ el hálito vital de tus estelas?
Trabajando en México como doctor, le tocó atender a una mujer llamada María, que sufría de graves enfermedades respiratorias asociadas al asma. Guevara que sintió como una ofensa personal la miseria en la que vivía la mujer, con una hija y tres o cuatro nietos, y su defunción “sin pena ni gloria”, como se diría en México en aquellos años, escribe entonces un poema: Vieja María, va a morir/ quiero hablarte en serio/ Tu vida fue un rosario repleto de agonías/ no hubo hombre amado ni salud ni dinero/ apenas el hambre para ser compartida.
El poema es flojo, pero poco a poco, mientras se va armando la descripción de las miserias de la mujer, la sala de hospital y la muerte que surge como consecuencia del asma, aparece la oferta de la suave vergüenza de las manos de médico que estrechan las manos de la vieja para prometerle en voz baja y viril de las esperanzas, la más roja y viril de las venganzas que tus nietos vivirán la aurora. El poema remata con un grandilocuente, aunque suene a sincero, lo juro, escrito en mayúsculas.
De sus poemas de la etapa mexicana, hay uno escrito en el rancho de Choleo, donde estaban entrenando militarmente, que quizá es uno de sus peores poemas. Un poema épico dedicado a Fidel, cuya mayor virtud es reflejar por un lado la fascinación que el dirigente cubano provoca en el doctor argentino (Vámonos,/ ardiente profeta de la aurora,/ por recónditos senderos inalámbricos/ a liberar el verde caimán que tanto amas) y por otro la seriedad con la que Ernesto ha asumido su compromiso con el proyecto revolucionario: Y si en el camino se interpone el hierro,/ pedimos un sudario de cubanas lágrimas/ para que se cubran los guerrilleros huesos/ en el tránsito a la historia americana./ Nada más.
El Che nunca entregó a Fidel el poema Vámonos, ardiente profeta de la aurora; es claro que no pensaba que su poema fuera bueno y no quería que tuviera otro destino que el de servir de recuerdo.
Años después, Leonel Soto, director de la revista Verde Olivo, lo publicó y el Che le mandó una nota indignado donde le advertía que no podía publicar nada sin permiso y mucho menos “esos versos que son horribles”. El Che entendía que su poesía era algo privado. Cuando en otra ocasión Pardo Liada ofreció publicar o leer por radio un poema suyo, el Che lo amenazó en broma con llevarlo al paredón.
Es muy probable que haya seguido escribiendo poemas durante los últimos años de su vida, pero nunca fueron dados a conocer. (Proceso 1609/ 2 de septiembre de 2007)
Los tres oficiales con uniforme de rangers y el agente de la CIA revisaron la mochila minuciosamente. Al final sólo pudieron extraer un magro botín: 12 rollos de película, una veintena de mapas corregidos con lápices de colores, una radio portátil que hacía tiempo que no funcionaba, un par de agendas y un cuaderno verde.
Las agendas causaron sensación. Los oficiales paseaban la mirada sobre la letra pequeña y fueron confirmando que se trataba de un diario que iba de noviembre del 66 hasta octubre del 67. Momentos más tarde, en la puerta de una escuela donde se ha habilitado una prisión para el propietario de la mochila, se instala un improvisado laboratorio y un agente de la CIA fotografía los diarios. Los materiales son llevados en helicóptero por un coronel rumbo a La Paz, la capital de Bolivia.
El cuaderno verde, donde pueden leerse una serie de poemas, en ese momento no parece despertar mayor interés.
Pocas horas más tarde, el dueño de la mochila, el comandante Ernesto Guevara, será asesinado en la escuelita de La Higuera y sus breves despojos terrenales repartidos.
Los diarios del Che terminarán, después de pasar por varias manos, en una caja fuerte en las oficinas de Inteligencia Militar del ejército boliviano, se montará una operación destinada a falsificarlos, que se frustrará cuando una copia sea robada por el ministro del Interior boliviano y llevada a Cuba, y del Diario del Che en Bolivia se hagan ediciones millonarias en todo el planeta.
A mitad de los años ochenta los diarios volvieron a ser noticia cuando la famosa casa británica Sotheby’s anunció que en breve subastaría los diarios originales del Che y propuso la cifra de 250 mil libras esterlinas como estimación de su valor. ¿Cómo habían llegado hasta allí? El gobierno boliviano anunció una investigación y llegó fácilmente hasta la figura del exdictador, el general Luis García Meza, quien se los había vendido a “un brasileño”, quien a su vez los había vendido a una galería británica o estaba siendo usado como intermediario del general. En junio del 84 Sotheby’s suspendió la subasta ante las repetidas demandas legales del gobierno boliviano por un lado y los señalamientos públicos de la viuda del Che por otro.
Pero si bien el camino de los diarios podía ser seguido más o menos con precisión, recorriendo a lo largo de los años encendidos debates y escándalos, el camino del tercer cuaderno, el de las pastas verdes, el cuaderno de poesía, era un misterio. ¿Contenía poemas que el Che había escrito a lo largo de la campaña boliviana? ¿Se trataba de poemas que el Che había copiado a lo largo de los últimos dos años? ¿Quiénes eran los autores que le gustaban particularmente? ¿Era una mezcla de ambos? ¿Eran los poemas una especie de clave? ¿Dónde estaba el cuaderno verde?
De puño y letra
Una mañana de agosto de 2002, J. A. (Jesús Anaya), viejo amigo del autor, compañero fuera de toda sospecha, me puso sobre la mesa un paquete de fotocopias:
–¿Qué es esto? ¿De quién es? ¿Puedes autentificar la letra?
Ojeé las páginas. Me recorrió un escalofrío. Parecía un texto escrito por la mano del Che. ¿Era? ¿De dónde lo había sacado? Le pedi un par de días.
Me llevé a mi casa las fotocopias. Comparé la letra con diversos documentos que tenía escritos de mano del Che: fragmentos de los diarios de Bolivia, copias de cartas de los primeros años sesenta, un facsímil de la carta de despedida a Fidel, sus correcciones al diario del Congo. Era evidentemente la letra del Che.
Revisé lentamente las ciento cincuenta páginas, no lo niego, con cierta reverencia. A pesar de haber vivido tantos años cerca de él, el Che no dejaba de intimidarme y sorprenderme.
Se trataba de una colección de poemas, muchos de ellos con título o con la referencia numérica de una serie, ausentes de datos sobre el autor, excepto uno, “L. Felipe”, que sin duda correspondía al poeta español exiliado en México al final de su vida, León Felipe. Muchos de ellos reconocibles. ¿Por qué el Che se había tomado la molestia de copiarlos o recordarlos? ¿Por qué había omitido a los autores? ¿Por qué copiar poemas en un cuaderno?
Sin duda se trataba del cuaderno verde desaparecido en Bolivia. ¿Cómo había llegado hasta aquí?
Reconstruí la historia de lo sucedido con los bienes de la mochila. El cuaderno formaba parte de lo que había quedado bajo control de la inteligencia militar boliviana. No se le mencionaba entre los materiales que García Meza robó y trató de vender a Sotheby’s. El rastro era más o menos obvio, alguien se lo había llevado, o copiado, en los últimos años, de la caja fuerte del G2 boliviano.
¿Cuándo había sido escrito? Posiblemente la escritura del cuaderno se había iniciado al final de su estancia en Dar es Salaam, después de la campaña del Congo en el 65, quizá en la larga espera en Praga antes de los entrenamientos en Pinar del Río (Cuba) previos a la campaña de Bolivia.
La libreta era un cuaderno con retrasen árabe en la portada. ¿Lo había comprado a su salida de Tanzania en el 65?
Sin duda parte de él había sido escrito durante la campaña boliviana. Había una fotografía que, observada con lupa, parecía mostrar al Che trepado en las ramas de un árbol y haciendo guardia mientras escribía en el cuaderno verde. Se conocía la lista de los libros que el Che cargó en la mochila en aquellos meses, y algunos de los autores coincidían con los poetas que me parecía identificar en el cuaderno (…)
Era la antología del Che. Una antología personal.
Los favoritos
Ernesto Guevara fue a lo largo de su vida un voraz lector de poesía. Cientos de anécdotas lo registran. Como una vez lo escribió a su amiga y compañera de la escuela de Medicina, Tita Infante: “He tenido mis momentos de abandono o más bien de pesimismo (…) Cuando eso ocurre como cosa transitoria de un día yo lo soluciono con unos mates y un par de versos”.
La descubre en su adolescencia, durante una época de constantes ataques de asma en la que, obligado a pasar muchas horas de inmovilidad, encuentra en los libros un mundo paralelo al que poder fugarse. Serán Pablo Neruda y Las flores del mal de Baudelaire, curiosamente leído en francés, los inicios de sus amores. A los 15 años se encuentra con Verlaine, Antonio Machado. Y paralelamente al descubrimiento de Gandhi, que lo emociona profundamente, sus amigos lo recuerdan recitando a Neruda, desde luego, pero también a poetas españoles.
Una cuarteta lo persigue. Era mentira/ y mentira convertida en verdad triste,/ que sus pisadas se oyeron/ en un Madrid que ya no existe.
En 1952, a los 24 años y en Bogotá, se encuentra con un dirigente estudiantil colombiano, hablan de política, de literatura. El Che le cuenta que se ha aprendido todos los poemas de amor de Neruda. El estudiante colombiano lo reta:
–El 20…
Guevara sin dudar responde: Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir por ejemplo… y sigue.
Un par de años más tarde, en una cárcel mexicana, les diría a sus padres en una carta: “Si por cualquier causa, que no creo, no puedo escribir más y luego me tocan las de perder, consideren estas líneas como de despedida, no muy grandilocuente pero sincera. Por la vida he pasado buscando mi verdad a los tropezones y ya en el camino y con mi hija que me perpetúa he cerrado el ciclo. Desde ahora no consideraría mi muerte una frustración apenas como Hikmet: Sólo llevaré a la tumba/ la pesadumbre de un canto inconcluso”.
Durante esos días de septiembre de 1956 en México, obligado a la clandestinidad, “porque cometió Gobernación el grave error de creer en mi palabra de caballero y me pusieron en libertad para que abandonara el país en 10 días”, va y viene al DF. En estas esporádicas visitas a su hija Hildita le recita un poema de Antonio Machado dedicado al general Listen: De monte a mar esta palabra mía:/ Si mi pluma valiera tu pistola/ de capitán contento moriría.
Parece ser que a la niña de siete meses le gusta la sonoridad machadiana, porque llora y protesta cuando terminan los versos, pidiendo más.
Durante la campaña en la Sierra Maestra, el Che logra montar una red que hace que suban hasta la montaña libros de Martí y poemarios de José María Heredia, Gertrudis de Avellaneda, Gabriel de la Concepción, Rubén Darío, para alternar con la biografía de Goethe de Emil Ludwig que está leyendo (…)
En enero del 61, trabajando como ministro de Industrias de la revolución triunfante, le confiaba en una entrevista a Igor Man que “conozco a Neruda de memoria, tengo sobre la mesita de noche a Baudelaire que leo en francés”, y reconocía que su poema favorito de Neruda era el “Nuevo canto de amor a Stalingrado”: Yo escribí sobre el tiempo y sobre el agua/ describí el luto y su color morado/ yo escribí sobre el cielo y la manzana/ ahora escribo sobre Stalingrado.
Pero hay una imagen que resulta más eficaz como testimonio que todas estas historias. En los rollos de película que el ejército captura en Nancahuazú, una fotografía muestra a Guevara trepado en lo alto de un árbol, probablemente en una de las interminables guardias, con un libro de poesía entre las manos.
Che poeta
No sólo era un gran lector de poesía, Ernesto Guevara había coqueteado toda su vida con la poesía como creador, se había acercado y alejado de ella, tratándola siempre con mucho respeto. Yo diría que con un exceso de respeto. Nunca se sintió a gusto con los resultados y pensando que sus poemas no tenían demasiado valor, nunca los entregó para su publicación.
Debe haber escrito poesía durante toda su adolescencia y primera juventud, pero los pocos poemas que hoy le conocemos fueron escritos entre el 54 y el 56, en Guatemala y México. Es la poesía de un personaje en pleno proceso de transición, fascinado por el inmenso mundo que de alguna manera lo está esperando, y por las ruinas prehispánicas.
En el 55 escribe: El mar me llama con su amistosa mano/ mi prado –un continente–/ se desenrosca suave e indeleble/ como una campanada en el crepúsculo.
Volverá sobre estos temas en otro poema: Estoy sólo frente a la noche inexorable/ y a cierto dejo dulzón de los billetes/ Europa me llama con voz de vino añejo/ aliento de carne rubia, objetos de museo./ Y en la clarinada alegre de países nuevos/ yo recibo de frente el impacto difuso/ de la canción de Marx y Engels.
Europa, América Latina, la revolución y, curiosamente, el mundo prehispánico. Deja constancia de su fascinación en un poema sobre Palenque: ¿Qué fuerza te mantiene más allá de los siglos/ viva y palpitante como en la juventud? ¿Qué dios sopla, al final de la jornada/ el hálito vital de tus estelas?
Trabajando en México como doctor, le tocó atender a una mujer llamada María, que sufría de graves enfermedades respiratorias asociadas al asma. Guevara que sintió como una ofensa personal la miseria en la que vivía la mujer, con una hija y tres o cuatro nietos, y su defunción “sin pena ni gloria”, como se diría en México en aquellos años, escribe entonces un poema: Vieja María, va a morir/ quiero hablarte en serio/ Tu vida fue un rosario repleto de agonías/ no hubo hombre amado ni salud ni dinero/ apenas el hambre para ser compartida.
El poema es flojo, pero poco a poco, mientras se va armando la descripción de las miserias de la mujer, la sala de hospital y la muerte que surge como consecuencia del asma, aparece la oferta de la suave vergüenza de las manos de médico que estrechan las manos de la vieja para prometerle en voz baja y viril de las esperanzas, la más roja y viril de las venganzas que tus nietos vivirán la aurora. El poema remata con un grandilocuente, aunque suene a sincero, lo juro, escrito en mayúsculas.
De sus poemas de la etapa mexicana, hay uno escrito en el rancho de Choleo, donde estaban entrenando militarmente, que quizá es uno de sus peores poemas. Un poema épico dedicado a Fidel, cuya mayor virtud es reflejar por un lado la fascinación que el dirigente cubano provoca en el doctor argentino (Vámonos,/ ardiente profeta de la aurora,/ por recónditos senderos inalámbricos/ a liberar el verde caimán que tanto amas) y por otro la seriedad con la que Ernesto ha asumido su compromiso con el proyecto revolucionario: Y si en el camino se interpone el hierro,/ pedimos un sudario de cubanas lágrimas/ para que se cubran los guerrilleros huesos/ en el tránsito a la historia americana./ Nada más.
El Che nunca entregó a Fidel el poema Vámonos, ardiente profeta de la aurora; es claro que no pensaba que su poema fuera bueno y no quería que tuviera otro destino que el de servir de recuerdo.
Años después, Leonel Soto, director de la revista Verde Olivo, lo publicó y el Che le mandó una nota indignado donde le advertía que no podía publicar nada sin permiso y mucho menos “esos versos que son horribles”. El Che entendía que su poesía era algo privado. Cuando en otra ocasión Pardo Liada ofreció publicar o leer por radio un poema suyo, el Che lo amenazó en broma con llevarlo al paredón.
Es muy probable que haya seguido escribiendo poemas durante los últimos años de su vida, pero nunca fueron dados a conocer. (Proceso 1609/ 2 de septiembre de 2007)
... en mala hora.
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