Sunday, September 09, 2007


Guillermo Almeyra /I

Los compadres I


En Cuba y en torno a la situación cubana y al qué hacer hoy y allí ha nacido un interesantísimo debate. Los ar-tículos de la revista cubana Temas o la discusión sobre el llamado periodo gris (de imposición burocrática del pensamiento estalinista) son la parte mejor del aporte cubano a la salida de la crisis por la izquierda, pero no faltan ni en la intelectualidad ni en la burocracia los que miran con envidia el desarrollo del mercado y de los nuevos capitalistas en China o, incluso, la transformación de millares de burócratas ex dirigentes “comunistas” en los “nuevos rusos” ligados a la mafia o en los capitalistas de los ex países “socialistas” de Europa oriental. Fuera de Cuba también hay críticos de izquierda, interesados en la sobrevivencia y la regeneración de la revolución cubana y otros que, con supuestos argumentos “de izquierda”, proponen reformar burocráticamente a la burocracia sin recurrir a los trabajadores cubanos porque creen que la mayoría de éstos son pro capitalistas y prefieren la suerte de Puerto Rico a la orgullosa independencia de la isla.

No tengo espacio para un análisis exhaustivo ni del muy interesante artículo de Javier Mestre en Rebelión del 27 de agosto ni de lo que escribieron James Petras y Robin Eastman-Abaya en la misma página el 24 del mismo mes, cosa que espero alguien haga desde Cuba. Se imponen sin embargo algunas observaciones al respecto.

Como expuso Fidel Castro en su famoso discurso en la Universidad, la revolución cubana podría morir desde adentro debido al desarrollo de una burocracia que tiene valores y mentalidad capitalistas así como por las desigualdades sociales que zapan la base política de la resistencia al imperialismo, y por el crecimiento de la apatía, el apoliticismo, la corrupción, el robo generalizado de todo lo que es público y la crisis moral en ascenso. Hay que considerar además que todos los problemas que enfrenta Cuba se podrían multiplicar ante un agravamiento de la situación económica mundial y del terrorismo de Estado bushista provocado por la necesidad del imperialismo de correr hacia adelante, hacia la aventura en Irán y en el mundo, para tratar de evitar así una peligrosa radicalización político-social en Estados Unidos, todo lo cual tendría enormes repercusiones en Cuba. De modo que quienes desean corregir las deformaciones político-sociales en Cuba y dar una base firme a la conciencia de la necesidad de defender la independencia y la revolución, libran hoy un verdadero combate contra el tiempo. En ese sentido, es cierto que los datos económicos y la vida cotidiana están mejorando “poco a poco”, como destaca Mestre. Pero nadie puede esperar de nuevas promesas para el futuro cuando urge un cambio porque las cosas en el país, tras un cuarto de siglo de crisis terrible, siguen siendo difíciles –Raúl Castro anunció incluso que no había acabado el “periodo especial”– y se hacen intolerables. De ahí que no baste el llamado a la conciencia revolucionaria de los jóvenes, buena parte de los cuales, sobre todo en La Habana, carecen de ella y creen que en el capitalismo todo es armonía y belleza ya que ven turistas de muchos países con alto poder de compra mientras ellos, en cambio, no pueden visitar ni las mejores playas cubanas. Menos aun cuando, oficialmente y no sólo en alguna revista especializada, no se ha hecho un balance crítico de lo que fue el “socialismo” estalinista ni de por qué el gobierno cubano intentó imitar muchas de sus políticas y métodos y lo elogió durante mucho tiempo.

En la ex URSS uno escuchaba a menudo “a salario de mierda, trabajo de mierda” o “ellos fingen que nos pagan y nosotros fingimos trabajar”. El robo de materiales y recursos estatales era allí –y es hoy en Cuba– una forma salvaje e individual de “redondear” los salarios. Esta actitud tan generalizada indica que lo público aparece ante la población como cosa “del Estado”, “de ellos”, externa y abierta al saqueo de los trabajadores que no sienten que el Estado son ellos mismos y no el aparato burocrático, tal como sucedió también en la Argentina con la estatización de los ferrocarriles durante el primer gobierno de Perón pues los mismos siguieron funcionando como antes, sin control alguno de trabajadores y usuarios.

Si los medios de comunicación no dan ejemplos claros de qué era Cuba antes de la revolución (hay que saludar a este respecto las reflexiones históricas de Fidel Castro) ni de qué sucede en la vida cotidiana en los países capitalistas, ni dan estadísticas sobre la mortalidad infantil, sobre las muertes por hambre, sobre la situación sanitaria o el índice de desocupación de los países mismos de donde vienen los turistas y no explican el origen social de éstos, la propaganda imperialista y el turismo tendrán un efecto político desmoralizador, absolutamente nefasto. Es necesario, pues, un cambio radical en la orientación cultural y en los medios de comunicación cubanos, como pide Mestre. Pero aún más importante es que la gente pueda contar con una libre información y realizar una libre discusión sobre lo que pasa y so- bre cómo remediar las injusticias, las desigualdades, las carencias, algunas de las cuales Fidel Castro ha denunciado. Mestre dice, justamente, que las asambleas de las cooperativas campesinas no son realmente libres, porque se hacen para ratificar lo resuelto previamente por el partido y la gente teme formular críticas porque podría ser tildada de “contrarrevolucionaria”. También critica, como lo hizo igualmente Granma, que muchos autobuses de empresas no carguen a quienes esperan en la calle o les cobren 10 veces lo que establece la ley para transportarlos. Pero no se pregunta por qué la gente tolera ese abuso, no impone que la lleven, no paga lo justo, no denuncia al conductor: es que todos estiman lógico que éste utilice como si fuera suyo un medio estatal para aumentar su salario privado y están acostumbrados a que otros, desde arriba, enderecen las cosas y a ser objeto y no sujeto del cambio. En lo esencial, eso es lo que hay que eliminar.


Guillermo Almeyra /II y último

Los compadres II

Hay “amigos” que hacen recordar el dicho mexicano “no me defiendas, compadre”, pues lo que dicen hunde a su “defendido”. Dos de ellos son James Petras y Robin Eastman-Abaya, quienes publicaron un artículo el 24 de agosto en Rebelión bajo el título de “Cuba: revolución permanente, contradicciones transitorias”. En éste ofrecen al gobierno cubano consejos obvios (Raúl Castro ya había planteado lo que ellos proponen): invertir mucho más, aumentar la producción, elevar la productividad. Pero, ante el bloqueo estadunidense, ¿quién invierte en Cuba, país poco poblado, con escaso mercado interno y grandes riesgos para el capital debido a los controles estatales y la situación política? Venezuela no basta, y el Estado, que debe pensar en la defensa y debe importar los alimentos pagándolos al contado, no tiene recursos.

Los articulistas critican además el dominio de la industria citrícola por un criminal de guerra israelí. ¿Se debe eso a que el gobierno es sionista o a la necesidad de aceptar los compradores e inversionistas, aun infames, que compensan su decisión de violar el bloqueo obteniendo condiciones y ganancias leoninas? ¿Tiene Cuba ahora los recursos para fabricar y exportar subproductos del níquel y de los cítricos, como impone la simple lógica? ¿Es que el aumento de la productividad no exige inversiones en maquinaria, insumos, fertilizantes, semillas, a un país que carece de divisas y de créditos? Además, ¿la actual crisis en Estados Unidos no marca el fin de la sobreabundancia de dinero líquido en el mercado mundial? Por lo tanto, mientras se buscan nuevas inversiones no explotadoras o se fomenta el trueque con otros países, lo urgente sería reducir los despilfarros y robos, aumentar la productividad agrícola estimulando a los campesinos (por lo menos a los que están cerca de las ciudades y, por lo tanto, gastan menos en fletes y combustibles), para que produzcan alimentos abundantes y baratos, todo lo cual ha propuesto Fidel Castro apelando a la movilización política.

Pero eso nos lleva a lo que los dos articulistas no mencionan: el socialismo sólo puede ser el resultado de la elevación de la conciencia individual y colectiva, de una transformación moral basada en sentimientos solidarios, en el fin de los egoísmos. No se logra sólo con mejores computadoras, aunque ellos digan que “la computarización (…) definirá parcialmente el paso al socialismo del siglo XXI”. Ni es sólo resultado de la “participación” (en planes y objetivos fijados por otros y controlados desde arriba).

Ahora bien, la propuesta de Petras y su coarticulista de sembrar etanol donde antes se plantaba azúcar (¡justo cuando Fidel ataca correctamente las políticas salvajes de sembrar comida no para dar alimentos sino para quemar como combustible mientras millones mueren de hambre!), o de abandonar la ayuda humanitaria (a Nicaragua, Venezuela, Bolivia, incluso a Nueva Orleáns, ayuda que es escuela de solidaridad, de internacionalismo y de antimperialismo, y es pagada en petróleo y divisas por Venezuela), son planteamientos que eliminan la construcción de otra moral y otra conciencia y dejan todo en manos de los economistas y burócratas, con sus cálculos de costos computarizados.

Considerar que la solidaridad no da divisas y que, por consiguiente, hay que concentrar los recursos en la producción de mercancías es un consejo peligroso que recuerda el mísero concepto de Jruschov sobre el socialismo: “el socialismo es más goulash”. Por supuesto, no se puede construir socialismo en la miseria y en la escasez; por consiguiente, para marchar hacia él hay que elevar aún más el consumo de proteínas y mejorar aún más los servicios educativos y sanitarios gratuitos (que ningún otro país ofrece). Pero el consumo sin conciencia ni educación solidaria reproduce el capitalismo y, además, las necesidades y consumos de una sociedad solidaria no pueden ser los del mercado actual.

La visión estalinista de los autores de que el socialismo se puede construir en Cuba, prescindiendo del mundo y procurando el progreso económico a cualquier costo, y que la solidaridad sería mero despilfarro y no inversión para lograr aliados políticos y sociales, deja todo en manos de los tecnócratas. No es casual que en el artículo ni se hable de autonomía, autorganización e independencia de los trabajadores frente a su propio Estado ni de autogestión, consejos, poder popular. O sea, de todo lo que constituye la única garantía para controlar la burocracia, para evitar los robos, para imponer igualdad, para seleccionar racionalmente las necesidades de inversión, equilibrando los aspectos económicos con los sociales.

Tienen razón, sin embargo, los autores cuando dicen que en Cuba el partido se identifica con el Estado. El primero se sobrepone así a los trabajadores y piensa y decide por ellos, y el Estado, a su vez, está obligado a hacer una política diplomática que va a menudo contra las ideas que trata de difundir el partido y contra los pueblos (por ejemplo, con el apoyo a la dictadura argentina durante la guerra de las Malvinas ). Pero pretenden vetarle a Cuba el derecho-deber de utilizar las contradicciones intercapitalistas cuando dicen que apoya a “reaccionarios neoliberales como Lula”.

También se equivocan cuando sólo ven a los privilegiados cubanos de todo tipo que critican la situación en la isla por la derecha pues querrían un imposible capitalismo democrático, “olvidándose” al mismo tiempo de la izquierda que se afirma en una parte importante de la intelectualidad cubana y de lo que trata de hacer el mismo Fidel Castro. Así desarman a los amigos de la Cuba revolucionaria y a los trabajadores cubanos justamente en este momento crítico en que son tan necesarios un balance histórico y la lucha ideológica. Fidel Castro tiene razón de sobra cuando afirma que esos “amigos” ofrecen “veneno”.




... una RIÑONADA.


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