Alfredo Jalife-Rahme
La teocracia chiíta iraní se encuentra prácticamente sitiada en la mayoría de sus fronteras bajo el pretexto de sus supuestas intenciones de fabricar en el futuro bombas nucleares: en Irak, en el virtual Kurdhistán, en Afganistán, en el aparente Baluchistán, en el golfo Pérsico, donde la armada estadunidense ha concentrado el mayor poderío nuclear de su historia junto a los submarinos atómicos de origen alemán que ha posicionado Israel en el estrecho de Ormuz.
La balcanización de un Pakistán fracturado en dos países a los dos lados del río Indo (ver Bajo la Lupa, 18/11//07) agregaría una volcánica frontera jihadista-salafista de origen sunita (solidaria de Al Qaeda y/o los talibanes, curiosamente ambos inventados por Estados Unidos durante la guerra fría), que competiría con el antiguo imperio persa por la posesión del alma de la comunidad de creyentes, la Umma del total del mundo islámico de más de mil 500 millones de fieles (25 por ciento de la población del planeta).
La tercera guerra mundial “en proceso” se despliega en los puntos cardinales de Irán en vías de múltiples balcanizaciones periféricas. Pero hay que matizar: inclusive un bombardeo unilateral israelí-anglosajón en contra de las instalaciones nucleares de Irán no provocará las represalias inmediatas de las tres grandes potencias euroasiáticas del RIC (Rusia, India, China).
Estamos totalmente de acuerdo con el analista Steven Clemons (Ver Bajo la Lupa, 25/11/07) en que Rusia y China festejarían silenciosamente el tal grave error geoestratégico de Estados Unidos. Irán, sumado al empantanamiento estadunidense en Irak y en Afganistán, representaría un clavo más en el féretro de la unipolaridad, pero no significaría de ninguna manera el casus beli de una “tercera guerra mundial de cinco minutos” como pregona la dupla fundamentalista Bush-Podhoretz (ver Bajo la Lupa, 14/11/07). La tercera guerra mundial en ciernes se escenificaría en Pakistán, según el controvertido analista Chan Akya, del Asia Times (16/11/07), quien se basa en el equilibrio de Nash de la célebre teoría de juegos.
Chan Akya suena a algo así como un seudónimo sino-británico radicado en Hong Kong, muy similar al legendario seudónimo Spengler, quien colabora en el mismo rotativo de gran influencia en la zona sur y norte de Asia, y que se caracteriza por una crueldad repelente en el abordaje de sus diversos temas de corte radical capitalista de extrema derecha, lo cual no significa que no sean implementados por sus intereses globales.
Los equilibros de Nash suelen ser muy atractivos intelectualmente y Chan Akya los aplica para el contencioso paquistaní, ya que representa el concepto de la solución de un juego que incluye a dos o más jugadores y en el cual ninguno obtiene mayor ventaja al cambiar su estrategia en forma unilateral.
Chan Akya apela a centrarse en “los intereses últimos de cada grupo de interés” y aduce que “Nash se instaló de lleno en Pakistán: la existencia de Pakistán como una construcción artificial impuesta por los británicos con las poblaciones de Asia del sur fue puesta al desnudo por los eventos que llevaron a la independencia de Bangladesh en 1971”. Desde entonces, “la confusión sobre la razón de ser de Pakistán se ha intensificado y su misión intencionada no sirve más como el hogar para la población musulmana de la región”.
La inviabilidad de Pakistán, según Chan Akya, se debe a sus “crisis perennes” que lo condenan en el cadalso de los países fracasados. Pakistán se ha movido entre los extremos de un pro americanismo a ultranza y un antiamericanismo que reclama su calle partidaria de los árabes.
Chan Akya alaba el vulnerable desempeño geoeconómico del primer ministro Shaukat Aziz, pese a las turbulencias geopolíticas ambientales y no oculta su proclividad tecnocrática al decir: “Shaukat Aziz es la persona que, más que el presidente general Pervez Musharraf, podría llevar a Pakistán de su infructuoso pasado a un mejor futuro”.
Sorprende su consideración de que el exitoso desempeño geoeconómico de Pakistán no corre peligro de parte del embate del fundamentalismo islámico, sino “más bien de la democracia alternativa de Benazir Bhutto y de Nawaz Sharif”.
Los hechos asemejan mucho la previa fase militar cuando se produjo el derrocamiento del general Zia ul-Haq en la década de los 80 y su transición a una democracia efímera, pero muy corrupta, que lastimó las expectativas de la población.
Mejor vale aplicar la teoría de juegos y el equilibro de Nash: “cuando existe un dilema en el cual todos los jugadores aceptan resultados subóptimos, porque simplemente no pueden confiar en los demás”: Estados Unidos acepta la cohabitación con el implacable dictador porque desconfía de otras alternativas, mientras que la población paquistaní acepta la falta de democracia porque el récord del crecimiento económico bajo el régimen militar fue mucho mejor”.
Enjuicia que ahora en Wahington se pretenda “cambiar las reglas con un nuevo juego en el que se reduzca el papel del astuto general”. Lo real es que en ningún momento el general Musharraf ha estado dispuesto a ceder el botón de los controles de las 100 armas nucleares clandestinas a ningún otro poder, sea civil, militar, ya no se diga teocrático. El inminente declive económico beneficia el ascenso del fundamentalismo islámico en detrimento de la “democracia occidental” en Pakistán. Lo crucial: “nadie en Asia del sur se mueve independientemente. El resultado del juego en Pakistán probablemente será decidido en otras capitales alrededor de la región, principalmente en Pekín y Nueva Delhi”. Pero será la “inacción, más que la acción, la que moverá las cosas hacia adelante”·
Sin rodeos y sin ruidos, Pekín se ha posicionado del lado del general Musharraf. China ha variado sustancialmente su abordaje sobre la capacidad nuclear india, a grado tal que ningún estratega chino la considera una amenaza. Los inversionistas chinos se han establecido en India para vender sus productos cuando arrecie la recesión estadunidense, además de que las mismas empresas indias los han imitado en suelo chino, lo que resalta su complementariedad geoeconómica.
China, a juicio de Chan Akya, no dispone de mayores opciones salvo apoyar a Musharraf sin dañar a India. “Normalmente India jugaría un papel negativo en cualquier crisis en Pakistán”, sentencia Akya, quien apuesta en su obscena indofobia (exacerbada por su retractación del previo acuerdo de intercambio de combustible nuclear con el régimen torturador bushiano) a la desestabilización política (con el ascenso del fundamentalismo hindú que se caracteriza por su furibunda islamofobia y concluye que “India no le entrará al juego paquistaní”) y al marasmo económico.
“Los grandes jugadores en el nuevo juego en Pakistán –concluye– serán los fundamentalistas islámicos”, quienes cambiarán en forma violenta el orden gubernamental, dotados de sus 100 bombas nucleares, lo cual significará la muy probable detonación de la tercera guerra mundial a partir de Pakistán.
El cruel filobritánico Chan Akya no lo dice, pero ¿no será que los neoconservadores halcones de Estados Unidos han decidido lanzar su tercera guerra mundial en contra de China e India, sus nuevos rivales geoeconómicos, a través de sus anteriores aliados de Al Qaeda y los talibanes?
La balcanización de un Pakistán fracturado en dos países a los dos lados del río Indo (ver Bajo la Lupa, 18/11//07) agregaría una volcánica frontera jihadista-salafista de origen sunita (solidaria de Al Qaeda y/o los talibanes, curiosamente ambos inventados por Estados Unidos durante la guerra fría), que competiría con el antiguo imperio persa por la posesión del alma de la comunidad de creyentes, la Umma del total del mundo islámico de más de mil 500 millones de fieles (25 por ciento de la población del planeta).
La tercera guerra mundial “en proceso” se despliega en los puntos cardinales de Irán en vías de múltiples balcanizaciones periféricas. Pero hay que matizar: inclusive un bombardeo unilateral israelí-anglosajón en contra de las instalaciones nucleares de Irán no provocará las represalias inmediatas de las tres grandes potencias euroasiáticas del RIC (Rusia, India, China).
Estamos totalmente de acuerdo con el analista Steven Clemons (Ver Bajo la Lupa, 25/11/07) en que Rusia y China festejarían silenciosamente el tal grave error geoestratégico de Estados Unidos. Irán, sumado al empantanamiento estadunidense en Irak y en Afganistán, representaría un clavo más en el féretro de la unipolaridad, pero no significaría de ninguna manera el casus beli de una “tercera guerra mundial de cinco minutos” como pregona la dupla fundamentalista Bush-Podhoretz (ver Bajo la Lupa, 14/11/07). La tercera guerra mundial en ciernes se escenificaría en Pakistán, según el controvertido analista Chan Akya, del Asia Times (16/11/07), quien se basa en el equilibrio de Nash de la célebre teoría de juegos.
Chan Akya suena a algo así como un seudónimo sino-británico radicado en Hong Kong, muy similar al legendario seudónimo Spengler, quien colabora en el mismo rotativo de gran influencia en la zona sur y norte de Asia, y que se caracteriza por una crueldad repelente en el abordaje de sus diversos temas de corte radical capitalista de extrema derecha, lo cual no significa que no sean implementados por sus intereses globales.
Los equilibros de Nash suelen ser muy atractivos intelectualmente y Chan Akya los aplica para el contencioso paquistaní, ya que representa el concepto de la solución de un juego que incluye a dos o más jugadores y en el cual ninguno obtiene mayor ventaja al cambiar su estrategia en forma unilateral.
Chan Akya apela a centrarse en “los intereses últimos de cada grupo de interés” y aduce que “Nash se instaló de lleno en Pakistán: la existencia de Pakistán como una construcción artificial impuesta por los británicos con las poblaciones de Asia del sur fue puesta al desnudo por los eventos que llevaron a la independencia de Bangladesh en 1971”. Desde entonces, “la confusión sobre la razón de ser de Pakistán se ha intensificado y su misión intencionada no sirve más como el hogar para la población musulmana de la región”.
La inviabilidad de Pakistán, según Chan Akya, se debe a sus “crisis perennes” que lo condenan en el cadalso de los países fracasados. Pakistán se ha movido entre los extremos de un pro americanismo a ultranza y un antiamericanismo que reclama su calle partidaria de los árabes.
Chan Akya alaba el vulnerable desempeño geoeconómico del primer ministro Shaukat Aziz, pese a las turbulencias geopolíticas ambientales y no oculta su proclividad tecnocrática al decir: “Shaukat Aziz es la persona que, más que el presidente general Pervez Musharraf, podría llevar a Pakistán de su infructuoso pasado a un mejor futuro”.
Sorprende su consideración de que el exitoso desempeño geoeconómico de Pakistán no corre peligro de parte del embate del fundamentalismo islámico, sino “más bien de la democracia alternativa de Benazir Bhutto y de Nawaz Sharif”.
Los hechos asemejan mucho la previa fase militar cuando se produjo el derrocamiento del general Zia ul-Haq en la década de los 80 y su transición a una democracia efímera, pero muy corrupta, que lastimó las expectativas de la población.
Mejor vale aplicar la teoría de juegos y el equilibro de Nash: “cuando existe un dilema en el cual todos los jugadores aceptan resultados subóptimos, porque simplemente no pueden confiar en los demás”: Estados Unidos acepta la cohabitación con el implacable dictador porque desconfía de otras alternativas, mientras que la población paquistaní acepta la falta de democracia porque el récord del crecimiento económico bajo el régimen militar fue mucho mejor”.
Enjuicia que ahora en Wahington se pretenda “cambiar las reglas con un nuevo juego en el que se reduzca el papel del astuto general”. Lo real es que en ningún momento el general Musharraf ha estado dispuesto a ceder el botón de los controles de las 100 armas nucleares clandestinas a ningún otro poder, sea civil, militar, ya no se diga teocrático. El inminente declive económico beneficia el ascenso del fundamentalismo islámico en detrimento de la “democracia occidental” en Pakistán. Lo crucial: “nadie en Asia del sur se mueve independientemente. El resultado del juego en Pakistán probablemente será decidido en otras capitales alrededor de la región, principalmente en Pekín y Nueva Delhi”. Pero será la “inacción, más que la acción, la que moverá las cosas hacia adelante”·
Sin rodeos y sin ruidos, Pekín se ha posicionado del lado del general Musharraf. China ha variado sustancialmente su abordaje sobre la capacidad nuclear india, a grado tal que ningún estratega chino la considera una amenaza. Los inversionistas chinos se han establecido en India para vender sus productos cuando arrecie la recesión estadunidense, además de que las mismas empresas indias los han imitado en suelo chino, lo que resalta su complementariedad geoeconómica.
China, a juicio de Chan Akya, no dispone de mayores opciones salvo apoyar a Musharraf sin dañar a India. “Normalmente India jugaría un papel negativo en cualquier crisis en Pakistán”, sentencia Akya, quien apuesta en su obscena indofobia (exacerbada por su retractación del previo acuerdo de intercambio de combustible nuclear con el régimen torturador bushiano) a la desestabilización política (con el ascenso del fundamentalismo hindú que se caracteriza por su furibunda islamofobia y concluye que “India no le entrará al juego paquistaní”) y al marasmo económico.
“Los grandes jugadores en el nuevo juego en Pakistán –concluye– serán los fundamentalistas islámicos”, quienes cambiarán en forma violenta el orden gubernamental, dotados de sus 100 bombas nucleares, lo cual significará la muy probable detonación de la tercera guerra mundial a partir de Pakistán.
El cruel filobritánico Chan Akya no lo dice, pero ¿no será que los neoconservadores halcones de Estados Unidos han decidido lanzar su tercera guerra mundial en contra de China e India, sus nuevos rivales geoeconómicos, a través de sus anteriores aliados de Al Qaeda y los talibanes?
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