Tuesday, March 18, 2008

George W. Bush se juega el todo por el todo


por Thierry Meyssan*

Contrariamente a lo que nos dice la prensa dominante, el almirante William Fallon no ha sido destituido por oponerse al presidente Bush en cuanto a la posibilidad de un ataque contra Irán. Fallon renunció voluntariamente luego de que la Casa Blanca saboteara el acuerdo que él mismo había negociado y concluido con Teherán, Moscú y Pekín. El camino que ha escogido la administración Bush reactiva la guerra en Irak y expone a los soldados estadounidenses que ocupan ese país a arrastrar las consecuencias de una resistencia que contará en lo adelante con el más amplio apoyo externo.

Casi a las 22 horas GMT del martes 11 de marzo de 2008, el comandante en jefe del Central Command, almirante William Fallon, anunció desde Irak la presentación de su dimisión. Inmediatamente, en Washington, el secretario de Defensa, su amigo Robert Gates, indicaba en una conferencia de prensa improvisada que aceptaba la decisión con el mayor pesar. Durante los siguientes minutos, el rumor de un posible ataque contra Irán se extendió por el mundo. En efecto, al parecer la Casa Blanca había exigido la renuncia del almirante luego de la publicación en la revista mensual Esquire de un reportaje [1] que recoge «francas» declaraciones de este alto oficial sobre el presidente Bush. Ese mismo artículo afirma que el despido del almirante sería el último indicio de la guerra.

Esta interpretación resulta errónea. Y es que ignora la evolución de la correlación de fuerzas en Washington. Para una mejor comprensión de lo que está en juego, se hace necesario volver atrás. Nuestros lectores, a quienes hemos informado periódicamente desde estas columnas sobre los debates que se producen en Washington, seguramente recordarán las amenazas de dimisión de Fallon [2], el amotinamiento de la los oficiales superiores [3], lo sucedido entre bastidores durante el encuentro de Annapolis [4] y de la infiltración de la OTAN en el Líbano [5], hechos todos que reportamos en estas columnas antes que nadie lo hiciera, revelaciones que –aunque fueron puestas en duda en el momento de su publicación– están hoy ampliamente demostradas. A todo lo anterior agregamos ahora informaciones inéditas sobre las negociaciones que dirigió el almirante Fallon.

El Plan Fallon

El establishment estadounidense aprobó el desencadenamiento de la guerra contra Irak con la esperanza de sacar de dicho conflicto sustanciales ganancias económicas, pero poco a poco se fue desilusionando. Esta operación genera costos directos e indirectos realmente desmesurados pero solamente beneficia a unos cuantos. Desde el año 2006 la clase dirigente se preocupa por poner fin a la aventura. Sus reservas tienen que ver con el excesivo despliegue de tropas, el creciente aislamiento diplomático y la hemorragia financiera. Su expresión fue el informe Baker-Hamilton que condenaba el proyecto de rediseño del Gran Medio Oriente y aconsejaba una retirada militar de Irak coordinada con un acercamiento diplomático a Teherán y Damasco.

Bajo esta amistosa presión, el presidente Bush se vio obligado a despedir a Donald Rumsfeld y a reemplazarlo por Robert Gates (proveniente de la propia Comisión Baker-Hamilton). Se creo un grupo de trabajo bipartidista –la Comisión Armitage-Nye– encargada de definir una nueva política de forma consensuada. Pero resultó que el tándem Bush-Cheney no había renunciado a sus proyectos y estaba utilizando ese grupo de trabajo para apaciguar a sus rivales mientras que continuaba preparando sus armas contra Irán. Para contrarrestar esas maniobras, Gates dio carta blanca a un grupo de oficiales superiores con los que se había vinculado durante el reinado de Bush padre. El 3 de diciembre de 2007, estos oficiales publicaron un informe de las agencias de inteligencia que desacredita el discurso plagado de mentiras de la Casa Blanca sobre la supuesta amenaza iraní. Además, trataron de imponerle al presidente Bush un reequilibrio de su política para el Medio Oriente a expensas de Israel.

El almirante William Fallon ejerce una autoridad moral sobre ese grupo de oficiales –que incluye al almirante Mike McConnell (director nacional de inteligencia), al general Michael Hayden (director de la CIA), al general George Casey (jefe del estado mayor de las fuerzas terrestres), y que contó con la posterior incorporación del almirante Mike Mullen (jefe del estado mayor conjunto). Hombre de sangre fría y de una brillante inteligencia, Fallon es uno de los últimos grandes jefes de las fuerzas armadas estadounidenses que estuvo destacado en Vietnam. Preocupado ante la multiplicación de teatros de operaciones, la dispersión de las fuerzas y el agotamiento de las tropas, puso abiertamente en tela de juicio un liderazgo civil cuya política sólo puede conducir Estados Unidos a la derrota.

Al prologarse el amotinamiento, este grupo de oficiales superiores fue autorizado a negociar una salida honorable a la crisis con Irán y a preparar una retirada de Irak. Según nuestras fuentes, imaginaron entonces un acuerdo que comprende tres aspectos:
- 1. Estados Unidos impondría en el Consejo de Seguridad la adopción de una última resolución contra Irán, para no quedar en ridículo. Pero se trataría de una resolución vacía de contenido real y Teherán se acomodaría a su adopción.
- 2. Mahmud Ahmadinejad viajaría a Irak, donde proclamaría los intereses regionales de Irán. Pero se trataría de un viaje puramente simbólico, al cual se acomodaría Washington.
- 3. Teherán ejercería toda su influencia para normalizar la situación en Irak y lograr que los grupos que ha venido apoyando pasaran de la resistencia armada a la integración política. Dicha estabilización permitiría que el Pentágono retirase sus tropas sin derrota. A cambio, Washington suspendería su propio apoyo a los grupos armados de la oposición iraní, específicamente a los Muyaidines del Pueblo.

También según nuestras fuentes, Robert Gates y este grupo de oficiales, bajo la dirección del general Brent Scowcroft (ex consejero de seguridad nacional), pidieron ayuda a Rusia y China para que apoyaran dicho proceso. Después del primer momento de perplejidad, Moscú y Pekín se aseguraron de obtener la forzada confirmación de la Casa Blanca antes de responder de forma positiva, sintiendo el alivio de haber evitado así un conflicto incontrolable.

Vladimir Putin se comprometió a no tratar de aprovecharse en el plano militar de la retirada estadounidense, pero exigió consecuencias políticas. Se acordó así que la conferencia de Annapolis sólo tendría resultados mínimos y que se organizaría en Moscú una conferencia global sobre el Medio Oriente para destrabar los problemas que la administración Bush ha estado agravando constantemente.
Al mismo tiempo, Putin aceptó facilitar el compromiso entre Irán y Estados Unidos pero expresó inquietud por la presencia de un Irán demasiado fuerte en la frontera sur de Rusia. A modo de garantía, se decidió que Irán aceptara lo que siempre había rechazado: no fabricar él solo su propio combustible nuclear.

Las negociaciones con Hu Jintao resultaron más complejas ya que los dirigentes chinos estaban desagradablemente sorprendidos luego de descubrir hasta qué punto la administración Bush les había mentido sobre la supuesta amenaza iraní. Había que restablecer, primeramente, la confianza bilateral. Por suerte, el almirante Fallon, que había sido hasta hace poco el comandante del PacCom (la zona del Pacífico), mantenía relaciones corteses con los chinos.
Se decidió que Pekín permitiría la adopción de una resolución antiiraní puramente formal en el Consejo de Seguridad, pero que la formulación de dicho texto no obstaculizaría en lo más mínimo el comercio entre China y Irán.

El sabotaje

A primera vista, parecía que todo estaba funcionando. Moscú y Pekín aceptaron el papel de figurantes en Annapolis y votaron la resolución 1803 contra Irán. Mientras tanto, el presidente Ahmadinejad saboreó su visita oficial a Bagdad, donde se reunió en secreto con el jefe del estado mayor conjunto estadounidense, Mike Mullen, para planificar la reducción de la tensión en Irak. Pero el tándem Bush-Cheney, que no se daba por vencido, saboteó el bien engrasado mecanismo en cuanto se le presentó la ocasión de hacerlo.

Primeramente, la conferencia de Moscú desapareció en las arenas movedizas de los espejismos orientales incluso antes de lograr concretarse. En segundo lugar, Israel se lanzó al asalto de Gaza y la OTAN desplegó su flota frente a las costas del Líbano reactivando así el incendio generalizado del Gran Medio Oriente, mientras que Fallon se esforzaba por apagar los focos de incendio uno a uno. En tercer lugar, la Casa Blanca, de costumbre tan dispuesta a sacrificar a sus peones, se negó a abandonar a los Muyaidines del Pueblo.
Exasperados, los rusos concentraron su propia flota al sur de Chipre para vigilar los navíos de la OTAN y enviaron a Serguei Lavrov de gira por el Medio Oriente, dándole la misión de armar a Siria, al Hamas y al Hezbollah para reequilibrar el Levante. Mientras tanto, los iraníes, furiosos ante el engaño, estimulaban a la resistencia iraquí a retomar los ataques contra los soldados estadounidenses.

Viendo sus esfuerzos reducidos a cero, el almirante Fallon dimitió, lo cual era la única vía que le quedaba de conservar su propio honor y su credibilidad ante sus interlocutores. La entrevista de Esquire, que se publicó dos semanas antes [de su renuncia], no es otra cosa que un pretexto.

El momento de la verdad

Durante las tres próximas semanas, el tándem Bush-Cheney se jugará el todo por el todo en Irak recurriendo al lenguaje de las armas. El general David Petraeus intensificará a fondo su programa de contrainsurgencia para presentarse victorioso ante el Congreso, a principios de abril. Simultáneamente, la resistencia iraquí, ahora con el apoyo simultáneo de Teherán, Moscú y Pekín, multiplicará las emboscadas y tratará de matar la mayor cantidad posible de soldados ocupantes.

Será entonces el establishment estadounidense quien tendrá que sacar las conclusiones de lo que suceda en el campo de batalla. O estima que los resultados de Petraeus sobre el terreno son aceptables, y el tándem Bush-Cheney termina entonces su mandato sin problemas, o tendrá que castigar a la Casa Blanca para evitar el espectro de la derrota y se verá obligado a retomar entonces, de una u otra manera, las negociaciones que Fallon estuvo llevando a cabo.

Simultáneamente, Ehud Olmert interrumpirá las negociaciones iniciadas con el Hamas a través de Egipto y calentará la región hasta la visita de Bush, prevista para mayo.

Esta fiebre regional debería redinamizar el dispositivo de Bush, tanto en lo tocante a las inversiones en el sector militaro-industrial del fondo Carlyle, al borde de la quiebra, como en lo que se refiere a la campaña electoral de John McCain.

Visto desde Washington ¿resulta realmente necesario seguir sacrificando las vidas de los soldados estadounidenses en una guerra que ya ha costado 3 billones de dólares y provocar el odio hacia Estados Unidos, incluso entre sus más fieles partidarios, cuando este conflicto sólo ha beneficiado a unas pocas sociedades pertenecientes al clan Bush y a sus amigos?

 Thierry Meyssan
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París, Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate.
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[1] «The Man Between War and Peace» por Thomas P.M. Barnett, Esquire, marzo de 2008.

[2] «¿Se atreverá la Casa Blanca a sacrificar la 5ta Flota para justificar la destrucción nuclear de Irán?», por Michael Salla, Red Voltaire, 18 de noviembre de 2007.

[3] «Washington decreta un año de tregua global», por Thierry Meyssan, y «¿Por qué McConnell publicó el informe sobre Irán?», Red Voltaire, 3 y 17 de diciembre de 2007

[4] «La «solución de los dos Estados» será la del apartheid », por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 13 de enero de 2008.

[5] «La discreta llegada de la OTAN al Líbano», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 10 de marzo de 2008.




George Bush will play all he’s got


by Thierry Meyssan*

Contrary to what has been written so far in the mainstream media, Admiral William Fallon was not removed because he was opposing President Bush on an attack against Iran. He resigned from his own initiative after the agreement he had negotiated and concluded with Tehran, Moscow and Peking was sabotaged by the White House. This decision by the Bush administration will provoke renewed fighting in Iraq and exposes gravely the GI’s to a new Resistance this time supported without restraints from the outside.



It was nearly 22h GMT, on Tuesday March 11th 2008 when commander in chief of Central Command, Admiral William Fallon announced from Iraq that he was presenting his resignation. Immediately afterwards in Washington, Secretary of Defense Robert Gates, and also his friend, declared, in an improvised press conference that he accepted that decision with regrets. In fact, the resignation of the admiral was apparently demanded by the White House following the publication of an article in the monthly Esquire [1] reporting “frank” comments of the officer concerning President Bush. In the same article one could read that the removing of the Admiral would be the last signal before the war.

Yet this interpretation is erroneous. It ignores the evolution of the equilibrium of forces in Washington. To understand what is at stake, let us go back a little bit. Our readers, which have been regularly informed in our columns of the ongoing debates in Washington, will remember Fallon’s threats to resign [2], the mutiny of high level officers [3], the inside story of Annapolis [4], and the infiltration of NATO in Lebanon [5] which we reported in our columns before everybody else; revelations which were contested when first published and which later well fully confirmed. We add here unpublished information on the negotiations conducted by Fallon.

The Fallon plan

While the United States establishment had approved going to war against Iraq hoping to gain substantial economic profits, progressively it lost all such illusions. The direct and indirect costs generated by this operation are beyond measure and only profits to a very few. Since 2006, the ruling class, worried, decided to bring this adventure to an end. It contested the over-deployment of soldiers, the increasing diplomatic isolation and the financial hemorrhage This opposition expressed itself through the Baker/Hamilton report which condemned the US plan for a Greater Middle East and proposed a military withdrawal from Iraq and a diplomatic rapprochement with Teheran and Damas.

Under this amiable pressure, President Bush was forced to fire Donald Rumsfeld and replace him with Robert Gates (member himself of the Baker/Hamilton commission). A bi partisan work group – the Armitage-Nye commission – was created to define consensually a new policy. But it turned out that the Bush/Cheney tandem had not renounced its projects and used this group to allay its rivals while at the same time continuing to wield its weapons against Iran. Cutting short those maneuvers Robert Gates gave carte blanche to a group of high level officers he had frequented in the times of Bush father. On December 3rd 2007, they published a secret services report discrediting the White House lies concerning the so called Iranian threat. Beyond, they tried to impose on President Bush a rebalancing of his Middle East policy, to the detriment of Israel.

Admiral William Fallon exerts a moral authority over that group which includes Mike McConnell (National Director of Intelligence), general Michael Hyden (CIA director), general George Casey (chief of staff of the lad army), and later Mike Mullen (head of the joints chief of staff). Cold blooded, and gifted with brilliant intelligence, he is one of the last great bosses of the armed forces to have served in Vietnam. Worried by the multiplication of operation theatres, by the dispersion of forces and the usury of troops, he openly contested a civilian leadership whose policies can only lead the US to defeat.

In the continuation of that mutiny, that group of high level officers was authorized to negotiate an honorable end to the crisis with Iran and to prepare the withdrawal from Iraq. According to our sources, they conceived an agreement in three phases:
- the US would have had the Security council to adopt a last resolution against Iran in order not to lose face. But this resolution would be empty and Teheran would accommodate to it.
- Mahmoud Ahmadinejad would go to Iraq where he would reaffirm the regional interests of Iran. But that trip would be purely symbolic and Washington would accommodate to it.
- Teheran would use all its influence to normalize the situation in Iraq, and to lead the groups of the armed resistance it supports towards political integration.

This stabilization would allow the Pentagon to withdraw its troops without defeat. In exchange, Washington would cease its support to armed groups of the Iranian opposition, in particular the Moudjahedine of the people.

Still according to our sources, Robert Gates and that group of officers, lead by General Brent Scowcroft (former National Security Adviser), solicited support from Russia and China for this process. In perplexity, before responding positively, Moscow and Peking first confirmed with the White House its forced agreement (to this process, noe), relieved to be able to avoid an uncontrollable conflict.

Vladimir Putin engaged himself not to seek advantage militarily from the US withdrawal, but demanded that the political consequences be drawn. I was agreed upon then that the Annapolis conference would lead to symbolic results, while a large conference on the Middle East would be organized in Moscow to unblock all the dossiers that the Bush administration had been poisoning. The same Putin accepted to facilitate the Iran-US compromise, but worried about a too strong Iran on its Russian borders. As guarantee, it was agreed upon that Iran would accept what it had always refused so far: not to fabricate alone its nuclear fuel.

Negotiations with Hu Jintao were more complex, the Chinese leaders being shocked to discover to what extent the Bush administration had lied a propos the so called Iranian threat. So, first, bilateral trust had to be re-established. Luckily Admiral Fallon who until recently commanded the PacCOM (pacific zone), had kept courtesy relations with the Chinese. It was decided that Peking would let a formal anti-Iranian resolution pass at the Security Council but that the formulation of that text would in no way hinder the Sino Iranian trade.

The sabotage

At first glance, all seemed to function. Moscow and Peking accepted to play roles at Annapolis and to vote resolution 1803 against Iran, while president Ahmadinejad savored his official visit to Baghdad where he secretly met US heads of the Joint Chiefs of Staff, Mike Mullen, to plan reduction of tensions in Iraq. But the Bush/Cheney tandem did not declare itself defeated. It sabotaged as soon as it could this well oiled mechanic.

Firstly, the Moscow conference disappeared in the moving sands of oriental mirages, before even having existed. Secondly, Israel launched its assault against Gaza and NATO deployed its fleet off the coast of Lebanon as a means to provoke the setting on fire of the Greater Middle East region, while Fallon was attempting to put out the fires one by one. Thirdly, the White House, usually so prompt to fire its own employees, refused to dump the People’s Mouhadjidines.

Exasperated, the Russians massed their fleet south of Cyprus to survey the NATO ships and send Sergei Lavrov on tour to the Middle East with mission to arm Syria, Hamas and the Hezbollah to reestablish the equilibrium in Levant. While the Iranians, furious of having been cheated, encouraged the Iraqi resistance to break the GIs. Seeing his efforts reduced to nothing, Admiral Fallon resigned as the only means for him to save his honor and his credibility vis a vis his interlocutors. The Esquire interview, published two weeks, ago is only a pretext here.

The hour of truth

In the next three weeks, the Bush/Cheney tandem will play all its cards in Iraq in an attempt to have weapons determine the outcome of the situation. General David Petraeus, will push to the extreme his counterinsurgency program in order to be able to come up to the next US congress, beginning Aprils, as victorious. Simultaneously, the Iraqi resistance, now supported by Teheran, Moscow and Peking, will multiply its ambushes and seek to kill a maximum occupiers.

It will then be up to the US establishment to draw the conclusions of the situation in the battle field. Either the Petraeus’ results on the ground will be deemed acceptable and the Bush/Cheney tandem will finish its mandate without further difficulties. Or, to avoid the spectrum of defeat, it will have to condemn the White House and restart in one way or the other, the negotiations that Admiral Fallon had carried out.

Simultaneously, Ehud Olmert will interrupt the negotiations started with Hamas via Egypt. He will heat up the region up to Bush’s visit in May.

This regional fever should stimulate the Bush apparatus, either through investments in the military-industrial domain of the Carlyle fund, whose real estate branch is on the verge of bankruptcy, or via the electoral campaign of Mc Cain.

 Thierry Meyssan
Journalist and writer, president of the Voltaire Network.
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English version : Christine Bierre


[1] « The Man Between War and Peace » par Thomas P.M. Barnett, Esquire, mars 2008.

[2] « The Neoconservative Agenda to Sacrifice the Fifth Fleet – The New Pearl Harbor », by Michael Salla, Voltaire Network, 19 november 2007.

[3] « Washington décrète un an de trêve globale », par Thierry Meyssan, et « Pourquoi McConnell a-t-il publié le rapport sur l’Iran ? », Réseau Voltaire, 3 et 17 décembre 2007

[4] « La ‘solution à deux États’ sera bien celle de l’apartheid », par Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 13 janvier 2008.

[5] « La discrète arrivée de l’OTAN au Liban », par Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 10 mars 2008.


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