Jaime Avilés
■ Uribe se tambalea en Colombia como la reforma petrolera en México
En 1999, Bill Clinton auspició un estudio llamado Tendencias globales al 2015 (TG15) en el que intervinieron la CIA, el Departamento de Defensa, el Colegio de Guerra y las principales universidades de Estados Unidos para imaginar, con base en proyecciones científicas, cómo sería nuestro mundo en 2015. Hoy conviene volver a leerlo (está en Internet) para apreciar mejor el compromiso que Felipe Calderón contrajo con la Casa Blanca, durante su encuentro con Jeffrey Davidow en California en 2003, a raíz del cual llegó fraudulentamente al poder para cumplir la misión de entregar la industria petrolera mexicana a Washington.
Divulgado en diciembre de 2000, el análisis predijo que “en 2015, sólo una décima parte del petróleo de Medio Oriente irá a los mercados occidentales” (Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Europea) y “tres cuartas partes irán directamente a Asia” (sobre todo China e India). Estados Unidos y la Europa desarrollada, agregaba, seguirán abasteciéndose “de los yacimientos del subsuelo del Atlántico”, es decir, del petróleo del Mar del Norte, el Golfo de México, el Caribe venezolano y la costa brasileña.
George WC Bush recibió el diagnóstico y en alianza con Inglaterra invadió Irak para tratar de revertir la tendencia. Pero falló: perdió la guerra y la posibilidad de aumentar la participación de Occidente en el disfrute de las reservas petroleras del Golfo Pérsico. Hoy, tras la resistencia del pueblo iraquí, la que se alza como potencia vencedora en ese conflicto estratégico es China y detrás de ella India. Ambos gigantes, según TG15, “absorberán (dentro de siete años) más de la mitad del consumo de la energía del planeta”.
Tras la derrota en el campo de batalla y la amenaza económica y militar que se cierne desde el Lejano Oriente –agravada por el hecho de que Rusia se ha convertido en la mayor reserva de gas natural del orbe–, Estados Unidos vuelve los ojos con angustia hacia los yacimientos de hidrocarburos de su patio trasero (México, Venezuela y Brasil) y no oculta su intranquilidad frente al hartazgo de los pueblos de la región que claman por un modelo económico distinto al que los tecnócratas implantaron desde 1973.
En una primera etapa, los anhelos de cambio de los más pobres y de las clases medias devastadas por el neoliberalismo generaron gobiernos tan decepcionantes como los de Lula en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Lagos y Bachelet en Chile y Vicente Fox en México. Pero al mismo tiempo desataron procesos mucho más radicales como los encabezados por Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.
Si calcáramos el esquema estadunidense que prevalece en Medio Oriente, los mandatarios del primer grupo –el que va de Lula a Fox– jugarían el mismo papel que Egipto y Arabia Saudita (amigos leales a Washington), mientras los del segundo vendrían a ser los palestinos, iraníes e iraquíes de Sudamérica, para controlar a los cuales la Casa Blanca necesitaba un policía como Israel y ese resultó ser Colombia.
Gracias al Plan Colombia, ese país cuenta hoy con un ejército de 230 mil soldados y armas altamente sofisticadas –las bombas que mataron a los estudiantes del Poli y de la UNAM e hirieron a Lucía Morett eran idénticas a las que Bush lanzó sobre Saddam Hussein–, y constituye una amenaza para sus vecinos, especialmente para Venezuela, que posee las mayores reservas probadas de petróleo en América.
Hoy, al frente de esa maquinaria de guerra se encuentra un asesino de altos vuelos, un “pacificador” desalmado que en 1991 fue clasificado por la DEA como el número 82 en la lista de los 100 mayores narcotraficantes de Colombia y que ahora funge como hombre fuerte de Washington en el área. Hijo de un ganadero vinculado con el cártel de Pablo Escobar Gaviria, Álvaro Uribe Vélez estudió en Harvard y dio sus primeros pasos arruinando a campesinos y mineros que perdieron todo gracias a él; después fue director de Aeronáutica Civil, cargo desde el cual expidió incontables licencias de vuelo para los transportistas de cocaína, y por último, mientras crecía en la política como diputado, alcalde y gobernador en la provincia de Antioquia, ayudó a formar un ejército paramilitar, llamado Autodefensas Unidas de Colombia, que bajo el pretexto de luchar contra las FARC provocó la muerte de miles de inocentes y lo catapultó a la presidencia en 2002 y a la relección en 2006.
Tras la renuncia de su ministra de Relaciones Exteriores, María Consuelo Araújo, que dimitió el 18 de abril de 2007, ayer hizo un año, luego de que su hermano, el senador Álvaro Araújo, y su padre cayeran presos, acusados de ser jefes de los paramilitares, Uribe ha sufrido un revés detrás de otro al grado que, en la actualidad, la justicia mantiene en cárceles de máxima seguridad a 18 senadores y 12 diputados, investiga a 34 senadores más (de un total de 102) y a 26 (de 126) diputados, casi todos ellos miembros del partido del gobierno. Anoche, para no ir más lejos, ordenó someter a indagación a Norma Patricia Gutiérrez, la mismísima presidenta del Senado colombiano.
Agobiado por esa crisis política que puede costarle el puesto y la libertad, Uribe llegó a Cancún el martes y se puso a escupir sobre la memoria de los estudiantes del Poli y de la UNAM que su ejército asesino en Ecuador. Pero mientras los tachaba de “delincuentes, narcotraficantes y terroristas”, ¡él, nada menos!, Calderón ratificaba su debilidad política y su pequeñez interior pidiendo tímidamente “mesura”, en señal de respeto a un mafioso mayor que vino a traerle un mensaje elocuente de parte de Bush, de Cheney y de Halliburton, y a mostrarle qué actitud debe asumir ante la resistencia popular que se opone a su propuesta de reforma energética.
Sin embargo, ridiculizado por la enjundia de Uribe, a quien no le atinó a responder sino con balbuceos propios de un subalterno, Calderón trataba de acallar el nuevo escándalo provocado por la fuga de información sobre los petrobonos ciudadanos que alertó a los banqueros y que va a originar tal vez la caída del presidente de la Bolsa Mexicana de Valores, al tiempo que en las cámaras y en las calles se consolidaba la primera victoria del Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo, que frustró la intentona de privatizar Pemex mediante la conocida práctica del madruguete, mientras sentadas en el asfalto alrededor del Senado, las adelitas coreaban con toda razón: “¡No, no, no! ¡No nos da la gana! ¡Ser una colonia/ norteamericana! ¡Sí, sí, sí! ¡Sí nos da la gana! ¡Ser una nación/ libre y soberana!”.
Para comunicarse con esta columna jamastu@gmail.com
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