2009-10-11
Por Víctor Flores Olea
Aunque no se crea, a veces resulta ilustrativa la TV. Veía una mediocre película sobre la reina María Antonieta, en vísperas de la Revolución de 1789, y la alternaba con un par de programas “informativos” sobre la actualidad mexicana.
De esa visión superpuesta, de situaciones tan alejadas, fue surgiendo sin embargo un inevitable paralelo: ambos “programas” apuntaban a la abismal distancia entre el “discurso” y la “realidad”, entre la cínica proclama de quienes dominan (con las armas en la mano) y la situación de los dominados, una tenebrosa patraña que sostienen los derrochadores de entonces y ahora, y la dura vida de las legiones que carecían y carecen de pan y de todo lo demás.En Francia fue muchedumbre la de los miserables que tomaron la Bastilla e impulsaron la creación de otro mundo. En México, las multitudes no han tomado ninguna Bastilla pero es alarmante el número de sus carencias y exclusiones: los pobres han dejado de recibir ayuda de sus hijos, padres y maridos que cruzaron la frontera, y ahora les envían dinero para que sobrevivan las crueldades de la crisis; las familias de la tragedia de la guardería de Hermosillo todavía deambulan sin lograr ayuda ni justicia; los peregrinos-deudos de los acribillados en una decena de Estados de la República y la violencia rampante en todo el país; los excluidos de las urbes sin vivienda ni agua ni trabajo ni transportes ni escuela ni salud; los desocupados en aumento y la parálisis del gobierno para enfrentar la crisis; las maniobras oficiales para acabar con el sindicalismo en México, es verdad, corrupto demasiadas veces, pero que ahora se pretende echar por el caño barriendo con lo mejor de nuestras leyes laborales. En el caso concreto del Sindicato Mexicano de Electricistas, que recibe zarpazos “legales’” y una concertada campaña de medios como prolegómenos de la inocultable intención privatizadora del gobierno, que también se propone “una reforma laboral” que nos situaría en esta materia cien años atrás. Y así podríamos seguir indefinidamente.Y sobre esta suma de tragedias la retórica inadmisible: hace dos siglos sosteniendo los aristócratas que su sistema estaba “ordenado” por Dios. Aquí y ahora la retórica de los señores del dinero y de sus difusores en los medios sosteniendo que el actual sistema, el que les favorece, es el mejor posible, y que cualquier protesta o movilización atenta contra el “orden natural”. Lejanos los tiempos pero idénticos los embustes sobre la “eternidad” de lo establecido, siempre reflejándose el interés de clase y sus privilegios. ¿Hasta cuándo?La cuestión regresa a lo elemental: vivimos en un mundo intolerable para las grandes mayorías, aunque los medios y las clases del poder insistan en su “eterna” validez: del “capitalismo salvaje” o “capitalismo global”, cuyos resultados desastrosos se ven y sienten de manera próxima y desgarradora, postulando cada vez más seres humanos la necesidad de transformaciones profundas que hagan posible su bienestar. Pero ¿qué significa esto? Como recuerda Slavo Zizek hay siempre a mano una parvada de “comunistas liberales”, del tipo Robert Murdoch-Bill Gates, o Bill Clinton-Tony Blair, que “comprenden” e inclusive “apoyan” ciertos objetivos de los nuevos movimientos sociales: feminismo, derechos humanos, ecologismo, derechos de los inmigrantes, antirracismo, protección al consumidor. Pero el establishment, hasta ahora, ha absorbido hábilmente estos reclamos exhibiendo su impotencia transformadora, en tanto que los “comunistas liberales” siguen ganando en “esas luchas” más dinero colateral… (Zizek).Vivimos en un mundo profundamente irracional (“únicamente quien gana vive, sólo unos cuantos viven”), en que al “sin sentido” se le hace pasar como “lo único posible”, y en que los proyectos transformadores se satanizan como crímenes en contra de lo establecido. Tal es nuestra situación política real (represiva), en la cual los partidos han hecho y hacen un lamentable papel. Zizek agudamente sostiene que hoy no es suficiente la vuelta a Marx sino que ha de regresarse al Lenin del “análisis concreto de la situación concreta”, sobre todo al Lenin que arrojó una nueva constelación de posibilidades dentro de la catástrofe, en la que las viejas coordenadas demostraron ser inútiles… En este sentido la idea de retornar a Lenin consistiría en recobrar su impulso transformador en la constelación de hoy, y no considerarlo un simple repertorio de dogmas. “No se trata de apuntar nostálgicamente a los “viejos buenos tiempos revolucionarios”, ni al ajuste oportunista-pragmático del viejo programa de las “nuevas condiciones”, sino de repetir, en las presentes condiciones, el gesto leninista de reinventar el proyecto revolucionario, el choque de la transformación, dentro de la globalización imperialista actual. Se trata de reconocer el campo de las posibilidades que Lenin abrió para la humanidad. Reconocerlo no significa repetir lo que Lenin hizo sino lo que no hizo, sus oportunidades abiertas pero que se quedaron cortas por los tiempos. En el fondo, se trata de imaginar las novedades que surgirían de una fusión del anticapitalismo radical teórico y de la sustancia activa de los movimientos sociales, inclusive con lo rescatable del régimen de los partidos. Y, por supuesto, con la contribución de los sectores asalariados radicalizados, hoy más numerosos que nunca. Y diríamos permanentemente con la presión de las masas. Tal vez por allí se encuentre la causa de que América Latina no esté tan atrasada en este terreno, sino más bien adelantada.
De esa visión superpuesta, de situaciones tan alejadas, fue surgiendo sin embargo un inevitable paralelo: ambos “programas” apuntaban a la abismal distancia entre el “discurso” y la “realidad”, entre la cínica proclama de quienes dominan (con las armas en la mano) y la situación de los dominados, una tenebrosa patraña que sostienen los derrochadores de entonces y ahora, y la dura vida de las legiones que carecían y carecen de pan y de todo lo demás.En Francia fue muchedumbre la de los miserables que tomaron la Bastilla e impulsaron la creación de otro mundo. En México, las multitudes no han tomado ninguna Bastilla pero es alarmante el número de sus carencias y exclusiones: los pobres han dejado de recibir ayuda de sus hijos, padres y maridos que cruzaron la frontera, y ahora les envían dinero para que sobrevivan las crueldades de la crisis; las familias de la tragedia de la guardería de Hermosillo todavía deambulan sin lograr ayuda ni justicia; los peregrinos-deudos de los acribillados en una decena de Estados de la República y la violencia rampante en todo el país; los excluidos de las urbes sin vivienda ni agua ni trabajo ni transportes ni escuela ni salud; los desocupados en aumento y la parálisis del gobierno para enfrentar la crisis; las maniobras oficiales para acabar con el sindicalismo en México, es verdad, corrupto demasiadas veces, pero que ahora se pretende echar por el caño barriendo con lo mejor de nuestras leyes laborales. En el caso concreto del Sindicato Mexicano de Electricistas, que recibe zarpazos “legales’” y una concertada campaña de medios como prolegómenos de la inocultable intención privatizadora del gobierno, que también se propone “una reforma laboral” que nos situaría en esta materia cien años atrás. Y así podríamos seguir indefinidamente.Y sobre esta suma de tragedias la retórica inadmisible: hace dos siglos sosteniendo los aristócratas que su sistema estaba “ordenado” por Dios. Aquí y ahora la retórica de los señores del dinero y de sus difusores en los medios sosteniendo que el actual sistema, el que les favorece, es el mejor posible, y que cualquier protesta o movilización atenta contra el “orden natural”. Lejanos los tiempos pero idénticos los embustes sobre la “eternidad” de lo establecido, siempre reflejándose el interés de clase y sus privilegios. ¿Hasta cuándo?La cuestión regresa a lo elemental: vivimos en un mundo intolerable para las grandes mayorías, aunque los medios y las clases del poder insistan en su “eterna” validez: del “capitalismo salvaje” o “capitalismo global”, cuyos resultados desastrosos se ven y sienten de manera próxima y desgarradora, postulando cada vez más seres humanos la necesidad de transformaciones profundas que hagan posible su bienestar. Pero ¿qué significa esto? Como recuerda Slavo Zizek hay siempre a mano una parvada de “comunistas liberales”, del tipo Robert Murdoch-Bill Gates, o Bill Clinton-Tony Blair, que “comprenden” e inclusive “apoyan” ciertos objetivos de los nuevos movimientos sociales: feminismo, derechos humanos, ecologismo, derechos de los inmigrantes, antirracismo, protección al consumidor. Pero el establishment, hasta ahora, ha absorbido hábilmente estos reclamos exhibiendo su impotencia transformadora, en tanto que los “comunistas liberales” siguen ganando en “esas luchas” más dinero colateral… (Zizek).Vivimos en un mundo profundamente irracional (“únicamente quien gana vive, sólo unos cuantos viven”), en que al “sin sentido” se le hace pasar como “lo único posible”, y en que los proyectos transformadores se satanizan como crímenes en contra de lo establecido. Tal es nuestra situación política real (represiva), en la cual los partidos han hecho y hacen un lamentable papel. Zizek agudamente sostiene que hoy no es suficiente la vuelta a Marx sino que ha de regresarse al Lenin del “análisis concreto de la situación concreta”, sobre todo al Lenin que arrojó una nueva constelación de posibilidades dentro de la catástrofe, en la que las viejas coordenadas demostraron ser inútiles… En este sentido la idea de retornar a Lenin consistiría en recobrar su impulso transformador en la constelación de hoy, y no considerarlo un simple repertorio de dogmas. “No se trata de apuntar nostálgicamente a los “viejos buenos tiempos revolucionarios”, ni al ajuste oportunista-pragmático del viejo programa de las “nuevas condiciones”, sino de repetir, en las presentes condiciones, el gesto leninista de reinventar el proyecto revolucionario, el choque de la transformación, dentro de la globalización imperialista actual. Se trata de reconocer el campo de las posibilidades que Lenin abrió para la humanidad. Reconocerlo no significa repetir lo que Lenin hizo sino lo que no hizo, sus oportunidades abiertas pero que se quedaron cortas por los tiempos. En el fondo, se trata de imaginar las novedades que surgirían de una fusión del anticapitalismo radical teórico y de la sustancia activa de los movimientos sociales, inclusive con lo rescatable del régimen de los partidos. Y, por supuesto, con la contribución de los sectores asalariados radicalizados, hoy más numerosos que nunca. Y diríamos permanentemente con la presión de las masas. Tal vez por allí se encuentre la causa de que América Latina no esté tan atrasada en este terreno, sino más bien adelantada.
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