Termina el año con George Bush El Asiático empantanado irremediablemente en Irak y con otro desastre creciente en Afganistán, donde grupos tribales y feudales puestos en el poder por Washington aportan hoy 95 por ciento del opio que consumen los países que dicen estar en guerra contra el terrorismo y el narcotráfico.
En Asia, además, crecen hoy exponencialmente las economías india y china (que ignoraron las recetas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial). China se ha convertido en el primer exportador mundial, principal sostén del dólar –en total crisis– y polo de atracción de todas las economías del sudeste asiático. Por si fuera poco, China y Rusia han firmado un pacto militar (Washington siempre quiso separarlas y oponerlas), al cual se han unido India, Kazajstán, Azerbaiyán y Uzbekistán (que Estados Unidos quiso convertir en semicolonias al invadir Afganistán para controlar el petróleo del mar Caspio y la provisión de combustible al semicontinente indopaquistaní). Por otro lado, la invasión a Afganistán, en vez de ayudar a controlar el enorme territorio euroasiático y aislar a Rusia, en un extremo, China, en el otro, e Irán, en el sur, juntó a esos tres países y encerró por todos lados a Afganistán, con el resultado secundario –pero importante– de que el gobierno militar paquistaní se tambalea y difícilmente pueda ser sustituido por un gobierno civil proestadunidense, no sólo por el asesinato de Benazir Bhutto, que era el recambio, sino también porque los paquistaníes odian a Musharraf, pero odian más al imperialismo que apoyó la dictadura y además es antislámico. Por otra parte, el intento de acorralar a Rusia, también en Europa, promoviendo gobiernos proestadunidenses en Georgia, Moldavia, Ucrania y países bálticos, tuvo como resultado despertar la resistencia rusa, que se vio favorecida por los altos precios del gas, el petróleo y el oro, como consecuencia de las aventuras yanquis en el Golfo.
Pero donde peor le ha ido a Estados Unidos es en el campo de su economía, altamente dependiente del comercio mundial, del costo de los combustibles y de la competitividad china, ya que la nación, aunque continúa siendo el primer mercado mundial y gran potencia militar, dejó de ser autosuficiente y omnipotente hace rato, y debe destinar constantemente billones de dólares a sostener su sistema financiero entrampado en la crisis de la especulación inmobiliaria. Estados Unidos está hoy a merced de una posible decisión monetaria china o de los grandes países petroleros, que podrían abandonar el dólar en sus reservas (como hace décadas hicieron con la libra esterlina) convirtiéndolas ahora en euros. Además, su llamado patio trasero es inseguro. El gobierno de México, ilegal e ilegítimo, se sostiene, por ejemplo, apoyándose en el gran capital y en la represión, pero enfrenta una creciente oposición y su principal “fuerza” consiste en que ésta está dispersa y la protesta indígena no coincide con la campesina ni ésta con la obrera y popular (como la oaxaqueña), ni tiene una propuesta alternativa ni un cauce político creíble, lo cual permite que Calderón desgaste a los ilusos que esperan un futuro cambio constitucional y electoral y golpee, aislándolos, a los antinstitucionales, que no supieron ni saben construir alianzas democráticas ni siquiera para defenderse de los golpes que vienen. Pero un ataque, por ejemplo contra las zonas zapatistas, serviría por sí mismo para superar diferencias y resquemores, y como en el caso de la APPO, pero a escala nacional, uniría a los simpatizantes de la otra campaña con sectores mucho más vastos, provenientes de otros sectores políticos y sociales, porque sería, como fueron los hechos en Oaxaca o en Atenco, un ataque contra todos. Centroamérica, al mismo tiempo, dejó de ser el paraíso que esperaba crear Washington tras el ataque a Panamá y la derrota de la revolución sandinista, y no porque Daniel Ortega sea un paladín antimperialista, sino porque Washington no tiene qué ofrecer a la región y Calderón es para los emigrantes centroamericanos lo que Bush es para los mexicanos que quieren ir a Estados Unidos. Por si fuera poco, el Caribe, ese lago interno de Estados Unidos desde principios del siglo anterior, empieza a entrar en la órbita de Venezuela, mientras la figura de Uribe –sobre todo ahora, con el caso de los rehenes– se esfuma como el gato de Alicia en el País de las Maravillas y la de Chávez, en cambio, se fortalece a pesar de sus recientes errores y traspiés. La situación sudamericana es tal, que dos gobiernos conservadores –los de Brasil y Argentina– no pueden llevar a cabo las recetas neoliberales y aprovechan la crisis de la hegemonía estadunidense para abrir espacios a sus respectivas burguesías, mientras gobiernos lacayos –el de Uruguay y el de Chile–, bajo la presión social, se ven obligados a la prudencia, y la revolución avanza –o al menos no retrocede– en Bolivia, Ecuador y en el movimiento social venezolano.
El 2008 agravará esta situación para las clases dominantes de Estados Unidos, entre otras cosas porque la crisis mundial coincidirá con la política en ese país y con las elecciones presidenciales de noviembre de ese año. La fiera herida es particularmente peligrosa, y si las cosas corriesen el riesgo de no ser ya controladas, Bush podría lanzar una nueva aventura en el Golfo aplicando los planes de ataque atómico contra Irán que tiene preparados desde hace más de tres años. Por eso es necesario unirse tras objetivos democráticos comunes y golpear antes contra sus aliados y sus intereses de modo de debilitarlo.
En Asia, además, crecen hoy exponencialmente las economías india y china (que ignoraron las recetas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial). China se ha convertido en el primer exportador mundial, principal sostén del dólar –en total crisis– y polo de atracción de todas las economías del sudeste asiático. Por si fuera poco, China y Rusia han firmado un pacto militar (Washington siempre quiso separarlas y oponerlas), al cual se han unido India, Kazajstán, Azerbaiyán y Uzbekistán (que Estados Unidos quiso convertir en semicolonias al invadir Afganistán para controlar el petróleo del mar Caspio y la provisión de combustible al semicontinente indopaquistaní). Por otro lado, la invasión a Afganistán, en vez de ayudar a controlar el enorme territorio euroasiático y aislar a Rusia, en un extremo, China, en el otro, e Irán, en el sur, juntó a esos tres países y encerró por todos lados a Afganistán, con el resultado secundario –pero importante– de que el gobierno militar paquistaní se tambalea y difícilmente pueda ser sustituido por un gobierno civil proestadunidense, no sólo por el asesinato de Benazir Bhutto, que era el recambio, sino también porque los paquistaníes odian a Musharraf, pero odian más al imperialismo que apoyó la dictadura y además es antislámico. Por otra parte, el intento de acorralar a Rusia, también en Europa, promoviendo gobiernos proestadunidenses en Georgia, Moldavia, Ucrania y países bálticos, tuvo como resultado despertar la resistencia rusa, que se vio favorecida por los altos precios del gas, el petróleo y el oro, como consecuencia de las aventuras yanquis en el Golfo.
Pero donde peor le ha ido a Estados Unidos es en el campo de su economía, altamente dependiente del comercio mundial, del costo de los combustibles y de la competitividad china, ya que la nación, aunque continúa siendo el primer mercado mundial y gran potencia militar, dejó de ser autosuficiente y omnipotente hace rato, y debe destinar constantemente billones de dólares a sostener su sistema financiero entrampado en la crisis de la especulación inmobiliaria. Estados Unidos está hoy a merced de una posible decisión monetaria china o de los grandes países petroleros, que podrían abandonar el dólar en sus reservas (como hace décadas hicieron con la libra esterlina) convirtiéndolas ahora en euros. Además, su llamado patio trasero es inseguro. El gobierno de México, ilegal e ilegítimo, se sostiene, por ejemplo, apoyándose en el gran capital y en la represión, pero enfrenta una creciente oposición y su principal “fuerza” consiste en que ésta está dispersa y la protesta indígena no coincide con la campesina ni ésta con la obrera y popular (como la oaxaqueña), ni tiene una propuesta alternativa ni un cauce político creíble, lo cual permite que Calderón desgaste a los ilusos que esperan un futuro cambio constitucional y electoral y golpee, aislándolos, a los antinstitucionales, que no supieron ni saben construir alianzas democráticas ni siquiera para defenderse de los golpes que vienen. Pero un ataque, por ejemplo contra las zonas zapatistas, serviría por sí mismo para superar diferencias y resquemores, y como en el caso de la APPO, pero a escala nacional, uniría a los simpatizantes de la otra campaña con sectores mucho más vastos, provenientes de otros sectores políticos y sociales, porque sería, como fueron los hechos en Oaxaca o en Atenco, un ataque contra todos. Centroamérica, al mismo tiempo, dejó de ser el paraíso que esperaba crear Washington tras el ataque a Panamá y la derrota de la revolución sandinista, y no porque Daniel Ortega sea un paladín antimperialista, sino porque Washington no tiene qué ofrecer a la región y Calderón es para los emigrantes centroamericanos lo que Bush es para los mexicanos que quieren ir a Estados Unidos. Por si fuera poco, el Caribe, ese lago interno de Estados Unidos desde principios del siglo anterior, empieza a entrar en la órbita de Venezuela, mientras la figura de Uribe –sobre todo ahora, con el caso de los rehenes– se esfuma como el gato de Alicia en el País de las Maravillas y la de Chávez, en cambio, se fortalece a pesar de sus recientes errores y traspiés. La situación sudamericana es tal, que dos gobiernos conservadores –los de Brasil y Argentina– no pueden llevar a cabo las recetas neoliberales y aprovechan la crisis de la hegemonía estadunidense para abrir espacios a sus respectivas burguesías, mientras gobiernos lacayos –el de Uruguay y el de Chile–, bajo la presión social, se ven obligados a la prudencia, y la revolución avanza –o al menos no retrocede– en Bolivia, Ecuador y en el movimiento social venezolano.
El 2008 agravará esta situación para las clases dominantes de Estados Unidos, entre otras cosas porque la crisis mundial coincidirá con la política en ese país y con las elecciones presidenciales de noviembre de ese año. La fiera herida es particularmente peligrosa, y si las cosas corriesen el riesgo de no ser ya controladas, Bush podría lanzar una nueva aventura en el Golfo aplicando los planes de ataque atómico contra Irán que tiene preparados desde hace más de tres años. Por eso es necesario unirse tras objetivos democráticos comunes y golpear antes contra sus aliados y sus intereses de modo de debilitarlo.
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