Monday, July 14, 2008





Luis Hernández Navarro

En una de las columnas de una librería de ocasión de la colonia Roma en Ciudad de México hay una fotografía de Ernesto Che Guevara. Entre miles de libros usados, el viejo revolucionario que el 14 de junio habría cumplido ochenta años de edad, mira al porvenir.

La imagen puede verse casi en cualquier rincón de casi cualquier país. Fue tomada, la tarde opaca del 5 de marzo de 1960, con una cámara Leica y un lente de 90 milímetros por Alberto Korda, durante el homenaje a las víctimas del sabotaje al barco francés La Coubre, dinamitado por la CIA. Siete años más tarde, muerto Guevara, el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli la estampó en millones de carteles. Desde entonces ha sido utilizada en afiches, portadas de publicaciones, tatuajes, ofrendas de muertos, y como ilustración en camisetas y tazas para café.







El Che debe encontrarse a gusto entre el mar de letras que inunda esa librería. En los momentos más difíciles de su epopeya boliviana llevaba consigo material de lectura. Antes de que la lluvia la estropeara, una gruta sirvió de pequeña biblioteca en la que guardaba poemas de León Felipe, publicaciones médicas, folletos de Mao Tse Tung y Mi vida de León Trotski. Entre los varios encargos que le había hecho a su enlace se encontraban libros, especialmente Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Gibbon.

Ernesto Guevara, el guerrillero, el hombre de acción, también fue un hombre de letras. Creció leyendo a Julio Verne, Miguel de Cervantes Saavedra, Federico García Lorca y Joseph Conrad. Abrevó en las aguas del marxismo en su misma fuente, y no rehuyó el estudio de los heterodoxos.

Irónicamente, a pesar de lo sencillo que resulta adquirir viejas ediciones de las obras de Marx y Lenin en muchas librerías de viejo de Ciudad de México, es difícil encontrar textos del Che. Hace años, cuando los antiguos izquierdistas arrepentidos decidieron deshacerse de sus bibliotecas marxistas, no incluyeron en la venta sus copias de Pasajes de la Guerra Revolucionaria, de la Obra Revolucionaria (publicado por Editorial ERA de México en 1970), ni los nueve tomos de la colección Escritos y Discursos (impresa por la Editorial de Ciencias Sociales de La Habana en 1977). Y cuando algún escrito del guerrillero argentino llega a algún libero de ocasión, dura poco en los anaqueles.







CON DEDICATORIA

Una fotografía de Ernesto Guevara fue parte de la escenografía montada para la ceremonia de trasmisión de mando del presidente de Chile, Salvador Allende, el 3 de noviembre de 1970. Allí, en su primer discurso como mandatario, el dirigente de la Unidad Popular puso al argentino como un ejemplo para la juventud, convencido de que pocas veces ha habido un hombre que haya demostrado más consecuencia con sus ideas, más generosidad, más desprendimiento. “El Che –aseguró– lo tenía todo, y renunció a todo por hacer posible la lucha continental.”


Jovenes palestinos con camisetas del Che Guevara. Foto: Justin McIntosh, 2004

No era la única fotografía del revolucionario argentino que Allende tenía. En su despacho, sobre el escritorio de su oficina en el Palacio de La Moneda , en Santiago de Chile, el también médico guardaba un retrato del internacionalista, con una dedicatoria al calce que decía: “A Carmen Paz, Beatriz y María Isabel, con el cariño fraterno de la Revolución cubana y el mío propio.” Allí mismo conservaba, además, un pequeño gran tesoro: uno de los primeros ejemplares impresos de La guerra de guerrillas. De su puño y letra el autor escribió: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che.”

Vidas paralelas y convergentes, el pasado 26 de junio se habrían cumplido cien años del nacimiento del chileno. Su muerte, como la del argentino, cerró un ciclo de luchas por la emancipación en América Latina.

De la misma manera en la que Salvador Allende hizo al Che parte del proyecto transformador en Chile, en México se dio carta de naturalización a las ideas del médico combatiente. Después de todo, aquí vivió durante casi dos años, se casó y tuvo a su primera hija. Aquí trabajó como fotógrafo para Agencia Latina, como alergista e investigador en el Hospital General y el Hospital Infantil. Aquí conoció a Fidel Castro, se embarcó en el Granma y partió a encontrarse con su destino. “Este año –escribió en la parte final de su diario mexicano– puede ser importante para mi futuro.”

La revista Política, creada en 1960, divulgó en nuestro país los avatares de la Revolución cubana, hasta que la intolerancia gubernamental asfixió a la publicación en 1967. En sus páginas comenzó a construirse el mito del Che para los lectores nacionales. Apenas en el número 7 se narraba un encuentro realizado con el comandante en la Universidad de La Habana. “Guevara –contó en el texto Ezequiel Martínez– es testimonio de que estamos en presencia de hechos y de seres nuevos, que se apartan de los caminos de recua (pavimentados, por supuesto) y abren una brecha en el monte por donde iban los esclavos fugitivos y los rebeldes acosados.”

La influencia de la epopeya cubana resonaría fuerte entre los revolucionarios mexicanos y estimularía la formación de las primeras guerrillas modernas durante la década de los sesenta. El mensaje de que “el primer deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, encontró muchos oídos dispuestos a escucharlo.


Asistente a la sexta reunión del EZLN en la comunidad de Javier Hernández
Foto: Víctor Camacho/ archivo La Jornada

La literatura sobre la experiencia del proceso cubano que circulaba entre los militantes de izquierda era originalmente escasa. Formaban parte de ella los discursos del Che y de Fidel Castro y la I y II Declaración de La Habana. Tres aportaciones sobre la guerra de guerrillas sistematizadas por el argentino fueron leídas, estudiadas y asimiladas por los futuros combatientes mexicanos: 1) Las fuerzas populares pueden hacer y ganar una guerra contra el ejército; 2) no siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución, y 3) en América subdesarrollada, el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo.

Estas experiencias pioneras tuvieron un saldo trágico, aunque sirvieron para darle un gran empujón a la lucha por la democracia en México. Sin embargo, sería injusto limitar la influencia del Che en nuestro país a la formación de estos focos armados. Su presencia impactó y sirvió de guía y ejemplo a intelectuales, activistas, maestros, universitarios y líderes campesinos convencidos de la necesidad de contar con un proyecto emancipador, que no tomaron las armas.

ECOS DE VALLEGRANDE

La revista Alarma, conocida por su propensión al escándalo fácil y a los temas escabrosos, con una amplia circulación, muy leída entre personas de pocos recursos, reprodujo la foto del Che muerto. Quienes no sabían de su existencia o tenían una vaga noción de ella, se enteraron así de quién era. Su cadáver esquelético sobre la lápida de concreto en el depósito de Vallegrande, su pecho descubierto y su rostro sereno, el cabello peinado y la barba afeitada, lo hacían parecer no como el peligroso rojo que hacía peligrar la estabilidad de las buenas conciencias sino como un redentor sacrificado que expiaba los pecados de los suyos.

Paco Ignacio Taibo II, su biógrafo, contó la conmoción que su fallecimiento produjo en una generación de activistas:


En Oventic, Chiapas, 2001
Foto: Daniel Aguilar

Su muerte en 1967 –escribió– nos dejó un enorme vacío que ni siquiera el Diario de Bolivia había podido llenar. Era el fantasma número uno. El que no estaba y sí estaba, rondando nuestras vidas, la voz, el personaje, la orden vertebral de arrójalo todo a un lado y ponte a caminar, el diálogo burlón, el proyecto, la foto que te mira desde todas las esquinas, la anécdota que crecía y crecía acumulando informaciones que parecieran no tener final, la única manera en que frases de bolero como entrega total no resultaban risibles. Pero, sobre todo, el Che era el tipo que estaba en todos lados aun después de muerto. Nuestro muerto.

La noticia impactó profundamente en la izquierda mexicana. Sus integrantes tuvieron sentimientos de rabia, duelo y venganza. Un grupo de jóvenes integrantes del Partido Mexicano de los Trabajadores y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria Estudiantil decidieron hacerle justicia. Haciéndose pasar por turistas en busca de información entraron a la embajada de Bolivia en Ciudad de México, con una pequeña bomba contenida en un aerosol. En un descuido de la secretaria la colocaron debajo de un escritorio. Una voz anónima anunció su existencia. La policía la retiró, pero en un laboratorio explotó en las manos de un especialista. El 26 de noviembre de 1967 fueron detenidos los responsables materiales e intelectuales del atentado justiciero. Durante cerca de seis años estuvieron en la cárcel.

El mito del Che creció entonces entre los estudiantes, sin importar a qué corriente política pertenecieran. Fragmentada en grupúsculos maoístas, trotskistas, espartaquistas, marxista-leninistas, castristas, la izquierda mexicana respetó la figura del internacionalista, aunque no compartiera su visión del proceso revolucionario.

En enero de 1968, La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, publicó el prólogo a la segunda edición de la Obra revolucionaria escrito por el poeta cubano Roberto Fernández Retamar, titulado “Héroe de América, del mundo”. El acento del Che, dice el escritor de Casa de las Américas, no era “ni argentino ni mexicano ni cubano ni español”, sino una mezcla de todos. Allí también se difunden dos poemas dedicados al revolucionario. Uno de Mario Benedetti y otro de Julio Cortázar. El cronopio decía sobre su paisano: “Yo tuve un hermano./ No nos vimos nunca/ pero no importaba.”

Ese mismo año, Casa de las Américas dedicó el número 46 de la revista al Che. Colaboraron en sus páginas, entre otros muchos, Alejo Carpentier, Italo Calvino, Angel Rama y Luis Cardoza y Aragón. Muchos de estos artículos fueron ampliamente reproducidos en México.


Clínica zapatista La Guadalupana

Cuando el movimiento estudiantil-popular de 1968 estalló, los jóvenes tomaron las calles coreando “Che, Che, Che Guevara/ Díaz Ordaz a la chingada” y “Crear uno, dos, tres, muchos Vietnam”. Junto con Ho Chi Minh, Guevara fue uno de los revolucionarios extranjeros que fue reivindicado sin ambigüedad alguna por la revuelta. Al concluir la marcha del 27 de abril, se colocaron retratos del guerrillero en la fachada de Palacio Nacional mientras la bandera rojinegra ondeaba en el asta monumental del Zócalo. El auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía fue rebautizado como Che Guevara. Desde entonces, su imagen ha sido emblema recurrente entre los estudiantes que toman calles y ocupan plazas públicas.

Quienes, como modernos narodnikis, dieron continuidad a sus aspiraciones de cambio trasladándose a vivir y trabajar a ejidos, colonias populares y fábricas, bautizaron a sus grupos, o a las organizaciones y barrios que nacieron de la lucha, con el nombre de Che Guevara. Lo mismo hicieron estudiantes con sus comités de lucha y casas.

En febrero de 1968 apareció el primer número de la revista ¿Por qué?, dirigida por el controvertido periodista Mario Menéndez Rodríguez, encarcelado en febrero de 1970 bajo la acusación se ser parte de un grupo cercano al guerrillero Genaro Vázquez Rojas. A finales del año siguiente salió exiliado a Cuba, como resultado de un canje de varios presos políticos por el rector de la Universidad de Guerrero, retenido por la Asociación Nacional Revolucionaria. A lo largo de 324 números editados, la revista difundió extensamente materiales sobre la Revolución cubana y sus dirigentes

Eduardo del Río, Rius, publicó en 1978 su libro ABChe, una biografía del internacionalista que, en el estilo clásico del autor, combinaba la ilustración con pequeños textos escritos. Y, aunque años más tarde se volvería crítico de la experiencia cubana, había editado Cuba para principiantes, uno de los libros más leídos sobre la revolución isleña en el mundo. Ambos materiales desempeñaron un muy importante papel en la divulgación de la vida del Che entre un amplio universo de lectores.

Distintos artistas e intelectuales encontraron en El socialismo y el hombre en Cuba un texto que reivindicaba el principio de autodeterminación de los artistas, es decir, del principio de la no intervención de los dirigentes políticos por sobre el campo estético. Una herramienta de acción nada despreciable en tiempos de realismo socialista.

RETRATO QUE MIRA


Campaña de Greenpeace: Cualquiera que
se haga socio ya está luchando.
Únete a la lucha

La puerta de “La Guadalupana”, la clínica del caracol de Oventic donde se atienden enfermos, está flanqueada por una pintura del Che Guevara y otra de Emiliano Zapata.

En territorio zapatista, los indios rebeldes construyen la autonomía sin pedir permiso a nadie. Con paciencia, se hacen cargo de su educación, del abasto, de la impartición de justicia, de proyectos agroecológicos, de la salud. Desde allí, el revolucionario argentino mira cómo la semilla que sembró hace casi medio siglo germina en la laboriosa marcha de las hormigas que se inspiran en su ejemplo.

La relación del Che con el zapatismo tiene una larga historia. En 1984, diez años antes del levantamiento armado que los dio a conocer en México y el mundo, los rebeldes montaron un campamento guerrillero al que bautizaron como Che Guevara. Desde allí, en onda corta, escuchaban la emisora Radio Habana Cuba.

A raíz del alzamiento han nacido más de tres decenas de municipios rebeldes, que no tienen reconocimiento gubernamental pero que representan a las comunidades y sus pobladores. Con ellos ha surgido una nueva nomenclatura. Algunos han sido nombrados con fechas históricas del movimiento, o con el nombre de personajes claves en la formación de la guerrilla o en la historia del México de abajo. Hay, por supuesto, un municipio que responde al nombre de Che Guevara.

Cada 8 de octubre, Día del Guerrillero Heroico, las comunidades autónomas celebran a su modo al comandante caído. Hay bailes, música de marimba y palabras. En los discursos se recuerda, sobre todo, la dimensión moral del médico revolucionario, su compromiso, su estar donde tenía que estar. En los campamentos se estudia su vida y su obra. La ética guevarista atraviesa por igual a insurgentes y bases de apoyo. No hay figura revolucionaria que tenga en aquellas latitudes el tamaño del médico que dejó de serlo.

Los zapatistas aseguran que su consigna de “Para todos todo, nada para nosotros” es una consigna ética que toman del reconocimiento y la ascendencia ética proveniente del Che. Reivindican ser parte no exclusiva de su herencia de rebeldía, de su aspiración a un mundo mejor, de su deseo de un ser humano mejor y de la necesidad de luchar por construir ese mundo y por convertirse en un hombre mejor.

“Cuba –ha dicho el subcomandante Marcos– no era, para las comunidades que después serían zapatistas, un país extranjero. Era, es, un pueblo que levantaba, y levanta, la dignidad como sólo la levantan los de abajo, es decir, con decisión y firmeza, mascullando entre dientes el 'aquí no se rinde nadie'.”

Según el subcomandante, el Che es parte de una generación que todavía no acaba de nacer. Su “gran aportación, con su gran herencia, es el valor ético de una propuesta que le valió el reconocimiento no sólo de los sectores de izquierda sino también de la derecha y sus enemigos. Es la consecuencia con una forma de pensar y de vivir hasta las últimas consecuencias con esa forma de pensar.” El Che, dice, “está más cerca de nosotros de lo que piensan muchos”.

CHE, ZAPATA Y JARAMILLO

José de Molina, el cronista musical de las luchas populares en México fallecido en 1998, conocido como el guerrillero de la palabra, le rindió un sentido homenaje en la canción que lleva por nombre “Che Guevara”.

Sin embargo, más que en esta pieza, la intensidad con la que se vive en nuestro país el proceso de “naturalizar” al Che, de volverlo propio, puede verse en la forma en la que el público acostumbra a cantar una de sus piezas más conocidas y celebradas: el himno que compuso a la memoria del líder campesino morelense Ruben Jaramillo, el heredero de Emiliano Zapata asesinado por el gobierno en 1962. Una y otra vez, tanto en los múltiples conciertos que Molina brindó mientras vivía como en las interpretaciones de sus piezas que otros músicos realizan, la imaginación popular sustituye la estrofa original de la canción que dice “Tres jinetes en el cielo, cabalgan con mucho brío/ esos tres jinetes son:/ Dios, Zapata y Jaramillo” por “Tres jinetes en el cielo/ cabalgan con mucho brío/ esos tres jinetes son:/ Che, Zapata y Jaramillo.” De esta manera, convierte al revolucionario argentino-cubano en parte del santoral laico, nacional y popular; es decir, lo hace suyo.

A pesar de que, como lo señala Fernández Retamar, el acento del Che no es “ni argentino ni mexicano ni cubano ni español” sino una mezcla de todos, a ochenta años de su nacimiento, como lo muestran los zapatistas chiapanecos, o los libreros de ocasión de la colonia Roma, o tantos y tantos jóvenes, el Che continúa cabalgando en los cielos de México.


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