Wednesday, July 16, 2008



Armando Hart Dávalos

Carlos Marx y Federico Engels dijeron que la historia se presenta primero como tragedia y después como comedia. Recordé este pensamiento cuando observé por la televisión la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y Gobierno recientemente celebrada en Santiago de Chile.

Benito Juárez, Benemérito de las Américas.

La conquista y dominación colonial europea de América durante varios siglos significó una tragedia. ¡Cuánta sangre y saqueo acompañó a aquella empresa y sus secuelas perviven hasta hoy!

Las posiciones expuestas por el gobierno español y por algunos representantes de las oligarquías latinoamericanas acabaron generando una comedia, o mejor, escenas tragicómicas. Fidel caracterizó lo acontecido como un Waterloo ideológico.

Pero más allá de las repercusiones mediáticas de lo ocurrido quiero ir, sobre todo, a la raíz de las contradicciones que allí se revelaron y a sus fundamentos históricos. La respuesta radical de los representantes de los gobiernos revolucionarios, que han emergido en el continente con fuerza creciente marcó un cambio cualitativo en el carácter de esas Cumbres y nos señala que ha llegado la hora de estudiar el nuevo pensamiento filosófico, político y social que necesita el mundo, y esto se puede hacer desde la América Latina y el Caribe. Para ello es indispensable considerar los antecedentes y orígenes de la historia transcurrida. Veamos:

Si en las centurias anteriores el sistema prevaleciente en España no fue capaz de promover y desarrollar, con los colosales recursos extraídos del saqueo de sus colonias de América, una clase burguesa en la península mucho menos favoreció el surgimiento de esa clase social en sus posesiones americanas. Después se plegó al dominio del imperialismo norteamericano y ha intentado jugar el papel de socio menor en este continente, repitiendo fórmulas gastadas que han demostrado la más completa ineficacia.

¿Y qué efectos tendrá esta incapacidad del sistema dominante en España y Europa sobre el proceso ulterior de la historia? El presidente Chávez señaló el resultado de esta incapacidad de las antiguas metrópolis coloniales europeas. Los latinoamericanos hemos optado hoy, y así lo afirmó el líder bolivariano, por llevar adelante los procesos de cambio por vía pacífica acogidos a los principios jurídicos y democráticos, tal como ha sucedido en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Pero también ha subrayado que si se cierran esas vías volvería a tener vigencia aquel llamado del Che a crear varios Viet Nam en este continente.

Por esto es importante estudiar los fundamentos históricos y sociales del drama contemporáneo revelado en Santiago de Chile. Allí se mencionaron las ideas de la Revolución Francesa. Nosotros, desde este lado del mundo, nos sentimos herederos de lo mejor de esa tradición europea. Acá ella fue recogida, enriquecida y transformada a favor de los intereses de los pobres y explotados, dando lugar al nacimiento de un liberalismo latinoamericano y caribeño que difiere sustancialmente el europeo-norteamericano. Debemos, por tanto, considerar la existencia de dos liberalismos que parten de fundamentos ideológicos y teóricos diferentes.

Partiendo de nuestra memoria histórica, vamos a exponerles cómo apreciamos desde Cuba y nuestra América este fenómeno:

Existe una crisis muy profunda en la cultura llamada occidental, derivada de la quiebra de lo que fueron sus fundamentos históricos. Las tres columnas vertebrales de la cultura occidental: el cristianismo, la modernidad científica y el socialismo, las tres entraron en aguda crisis. Un descrédito y una confusión comparable a lo que se produciría en la física y en las ciencias naturales en general, si nos privamos de Newton, de Einsten, de Mendeléiev o de Pasteur, por solo nombrar algunos.

Con estas premisas podemos estudiar el pensamiento liberal europeo, que parte de los enciclopedistas del siglo XVIII y, desde luego el pensamiento liberal surgido en nuestras tierras americanas, que tiene a aquel como antecedente, pero que evolucionó hacia formas más radicales, porque la real composición de las sociedades de nuestro hemisferio fue distinta a las de la vieja Europa.

El primero secuestró en provecho de los explotadores la consigna Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa, limitando su alcance social e internacional. Y esto fue así porque su origen está en la defensa del derecho de propiedad extendido además a la propiedad de los esclavos. El segundo, el de América Latina y el Caribe, nació en defensa de los esclavos a partir, sobre todo de la Revolución de Haití entre los finales del siglo XVIII y principios del XIX. De esta forma, el liberalismo latinoamericano abarcaba la totalidad de los seres humanos y constituía una conquista de redención universal.

En Estados Unidos, incluso, se mantuvo el derecho a la esclavitud cien años después de la independencia y sus secuelas aún están presentes en esa sociedad. En Nuestra América, el pensamiento liberal que, como digo, nació con la Revolución de Haití, y buscó la abolición de la esclavitud, se extendió hacia el mundo entero. Este era el pensamiento fundamental de Francisco de Miranda, Simón Bolívar, y en Cuba, de Félix Varela y José de la Luz y Caballero.

La expresión más alta la encuentro en el siguiente párrafo de Don Benito Juárez, Benemérito de las Américas, cuando dijo, en 1861, lo siguiente:

A cada cual, según su capacidad y a cada capacidad según sus obras y su educación. Así no habrá clases privilegiadas ni preferencias injustas(¼ )1

Socialismo es la tendencia natural a mejorar la condición o el libre desarrollo de las facultades físicas y morales2.

Estas ideas sirvieron como antecedente al pensamiento antiimperialista y universal de José Martí. El Apóstol vivió —como se conoce— en Norteamérica las dos últimas décadas del siglo XIX y estudió profundamente ese país. Es, de seguro, la personalidad que con mayor rigor conoció el ascenso del imperialismo yanqui en los tiempos anteriores a su advenimiento en 1898. Fue la intervención norteamericana en la guerra de Cuba contra España la que hizo alumbrar al imperialismo, tal como lo analizó después Lenin. Es más, el propio dirigente de la Revolución de Octubre señaló que el imperialismo y el neocolonialismo habían nacido en virtud de esa intervención. Esto es importante estudiarlo en una época como la actual cuando se está produciendo una crisis global del sistema clasista de las sociedades que llamaron "de occidente". Aquí está el fondo del problema que se debatió en Santiago de Chile.

Nos asombra y apena que haya tal desconocimiento en algunos dirigentes españoles sobre la historia transcurrida en estos dos siglos. Se habló también en la Cumbre de Santiago que Europa había dado a Carlos Marx. Es cierto, Marx, Engels y Lenin son la cúspide más alta que alcanzó el pensamiento filosófico europeo. Desde luego, tras la muerte de Lenin, otros pensadores europeos hicieron aportes de importancia, pero el desarrollo de las ideas socialistas después de la desaparición del gran líder soviético, lo asumimos a beneficio de inventario, es decir, sin cargar con las deudas.

Nuestra visión difiere de la de Europa porque hemos recogido lo mejor de su tradición y la hemos enriquecido con dos siglos de historia, y es bueno que España y Europa conozcan el pensamiento surgido a partir de Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Félix Varela, Benito Juárez, José Martí, Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui, José Ingenieros, Aníbal Ponce y tantos y tantos más.

En cuanto al marxismo, fue Engels quien señaló que había que asumirlo como un método de investigación y de estudio, y Lenin, por su parte, afirmó que el marxismo es una guía para la acción. Con ese método y esa guía podemos abordar los problemas concretos de nuestro tiempo, pero como ellos mismos señalaron no existe una fórmula de aplicación general para todas las situaciones y países. Nos corresponde a nosotros a partir del desarrollo concreto de nuestras sociedades y de la tradición intelectual y política de nuestra región encontrar de manera creadora las vías y formas más adecuadas que abran cauce a ese socialismo verdadero del siglo XXI al que aspiran nuestros pueblos.

Cualquier análisis que realicemos debe partir de nuestra historia y de los vínculos que a lo largo de los siglos se han forjado entre los países latinoamericanos y caribeños, y que hacen de nuestra región la de mayor vocación hacia la integración poseedora de un patrimonio espiritual de una riqueza impresionante.

Por último, también en Santiago de Chile se dijo que no debíamos considerar a un enemigo externo como la causa de nuestros males. Sobre esto podemos responder que es criminal inventar un enemigo inexistente como ha hecho el presidente Bush para justificar su guerra en Iraq y Afganistán y contra el terrorismo, pero también es criminal intentar escamotear la existencia de un enemigo real en nuestra región, que como previó Martí, cayó sobre las tierras de América imponiendo su dominación y saqueo. Allí estaba, en la misma ciudad donde se reunía la Cumbre Iberoamericana, el Palacio de la Moneda, símbolo del derrocamiento de un presidente democráticamente elegido, Salvador Allende, como consecuencia del golpe auspiciado por la CIA y el gobierno norteamericano. Y Chávez, con su contundente testimonio sobre el golpe de Estado en Venezuela, vino a confirmar, una vez más, la existencia de ese enemigo real, actuante, que no se resigna a los cambios y pretende perpetuar, a sangre y fuego, su sistema de dominación en este continente.

Con estos antecedentes históricos, en la Cumbre de Santiago de Chile se enfrentaron los dos liberalismos: el nuestro, precursor del socialismo y el otro, representando los designios imperiales en su fase decadente. Ella pasará a la historia como símbolo de los cambios que tiene lugar en América Latina. Ahora, los indios, los pobres, los marginados de siempre han entrado definitivamente como actores, con derecho propio, en ese escenario político y no reconocen otro monarca que la verdad y la justicia.

1Tomada de "Benito Juárez, documento, discurso y correspondencia", obra en 15 tomos, compilada por Jorge L. Tamayo, editada por Presidencia de la República Mexicana entre 1972 y 1975.

2Ibídem

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