Las siete vacas, flaquísimas
Guillermo Almeyra
El supuesto País de Jauja cayó en el periodo atroz de las plagas y las vacas flacas. La actual crisis financiera que sacude a Estados Unidos y al resto de los grandes centros capitalistas y afecta duramente a los de la periferia es apenas el comienzo de una gran recesión y de una depresión. Dar dinero a los banqueros es arrojarlo a un pozo sin fondo. Porque el problema consiste en que la reducción de los salarios reales y la carestía reducen el consumo, pues los consumidores superendeudados temen por su futuro y tratan de ahorrar y de consumir menos, las deudas no se pueden pagar y nadie se arriesga a dar crédito, las fábricas al no vender todos sus productos suspenden personal o lo despiden, la desocupación alimenta la espiral recesiva, los emigrantes son expulsados o pierden su trabajo, el consumo de petróleo y de otras materias primas es menor y su precio cae, llevando la crisis a los sectores capitalistas extractivos o agrícolas.
Con el derrumbe de la Unión Soviética y el boom capitalista en China, el capital había conseguido un enorme mercado de mano de obra cuyos salarios bajísimos servían para hacer bajar también los de los países industriales, sea llevándose las fábricas a China, Vietnam o los ex países “socialistas” de Europa oriental, sea chantajeando a los trabajadores locales con esa amenaza. Pero la transformación de China en una gran potencia que fabricaba productos de consumo baratos y en una gran potencia financiera que sostenía las finanzas de Estados Unidos e invertía en ese país, dio un duro golpe al capitalismo estadunidense. Sus productos de consumo no pudieron competir con los salarios chinos, sus fábricas y maquilas se trasladaron a Oriente incluso desde países con salarios bajísimos como México o Guatemala que se convirtieron en expulsores de mano de obra hacia Estados Unidos. Este se endeudó y tuvo un déficit comercial y también financiero creciente. El crédito baratísimo y la falta de controles sobre la especulación hipotecaria y financiera alentaron el crecimiento de la burbuja y la idea de los ciudadanos de que todo iba bien e iría aún mejor porque el país era sólido y una gran potencia y podía hacer cualquier cosa, sin excepción.
Todo eso se acabó tal como después de la guerra se acabó el poderío de la libra esterlina y de Inglaterra como primera potencia financiera e industrial mundial. Es cierto que la unificación capitalista del mercado mundial hace que si Rusia quiere vender gas y petróleo (y armamentos) debe preocuparse por evitar el colapso de los grandes países industriales y que si China quiere exportar y cobrar sus bonos estadunidenses debe preocuparse por el mantenimiento del consumo en Estados Unidos, de modo que los competidores de Washington están ligados al futuro estadunidense como ladrones atados por una misma cuerda. Pero el hecho es que Estados Unidos depende de China, de la Unión Europea, de Rusia y no éstos de aquél. La omnipotencia deja el paso a la negociación-competencia conflictiva de modo permanente. Washington está hoy en libertad vigilada.
Su futuro depende, como el de todas las otras potencias, de que el capitalismo no se derrumba por sí solo. O sea, de que no hay ninguna fuerza importante que comprenda aún que capitalismo, crisis, guerra y desastre ambiental son una sola y misma cosa, provocada por una misma clase y un mismo tipo de políticas y no son inevitables ni resultados de la perversidad del Señor.
Falta entonces el sepulturero del capitalismo. De modo que lo probable es que China, en vez de vender sus activos en dólares y poner sus reservas en otra moneda, sostendrá a Estados Unidos, tratando al mismo tiempo de sacar alguna ventaja de la crisis. Porque si no exportase bienes de consumo a Estados Unidos y a la UE, sus fábricas cerrarían, aumentaría la desocupación y podrían aparecer huelgas y sublevaciones campesinas. Pero, al mismo tiempo, la crisis en Occidente es sobre todo una crisis del sector que produce alta tecnología y bienes de producción, lo cual deja a China margen para su desarrollo en dicho sector pasando a ser una gran potencia tecnológica, financiera, industrial y comercial en algunos años más. En los 30, Franklin Roosevelt sacó a Estados Unidos del pozo mediante grandes obras públicas keynesianas, concesiones sociales importantes y la preparación de la guerra mundial. China podría, sola o con la ayuda militar y técnica de Rusia, combatir la contaminación, elevar los ingresos, crear una gran industria pesada y un gran sector tecnológico de punta. El centro del capitalismo mundial se desplazaría así en un futuro no muy lejano a Oriente y Estados Unidos volvería entonces a ser una gran potencia regional, aumentando su presión sobre un continente que amenaza con escapársele.
Sobre los efectos de la crisis en América Latina será necesario volver. Pero, en general, muchos países se verán afectados por la reducción de las remesas de los migrantes y sacudidos socialmente porque la migración será menor y se reducirá esa válvula de escape que evitaba explosiones sociales. Además caerá el precio de las materias primas agrícolas y minerales y algo el del petróleo, aunque éste sea más escaso porque sus precios menores harán muy costosos los desarrollos de los yacimientos de alta mar (como los brasileños). Por último se agudizará la disputa por los ingresos entre los diferentes sectores capitalistas, por un lado, y entre los capitalistas y los trabajadores y los pobres, por el otro, mientras la tendencia a la integración, al desarrollo del mercado interno y a “vivir con lo propio”, aumentará y la aceptación de la ideología neoliberal recibirá un duro golpe.
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