Friday, October 10, 2008






Howard Zinn*

Es triste ver a ambos partidos apresurarse a lograr un acuerdo para gastar 700 mil millones de dólares del dinero de los contribuyentes para echarlos por el caño de las enormes instituciones financieras, que son notables por dos características: su incompetencia y su ambición.

Hay una solución mucho mejor para la actual crisis financiera. Pero requiere descartar lo que ha sido la “sabiduría” convencional durante demasiado tiempo: que la intervención del gobierno en la economía (“mucho gobierno”) debe ser evitada como la peste, porque el “libre mercado” es de toda la confianza como guía hacia el crecimiento y la justicia mediante la economía. Por cierto, es bastante cómica la visión de un Wall Street que ruega al gobierno que lo ayude, sobre todo a la luz de su prolongada devoción por un “libre mercado” que no regule el gobierno.

Pero encaremos una verdad histórica: nunca hemos tenido un “libre mercado”; siempre hemos tenido que el gobierno interviene en la economía y, de hecho, tal intervención ha sido bien recibida por los capitanes de la industria y las finanzas. Estos titanes de la riqueza hipócritamente se quejan de “mucho gobierno” sólo cuando el gobierno amenaza con regular sus actividades, o cuando se dan cuenta de que algo de la riqueza de la nación es destinado a la gente más necesitada.

Nunca se han quejado de “mucho gobierno” cuando les sirve a sus intereses.

Comenzó siglos atrás, cuando los llamados Padres Fundadores se reunieron en Filadelfia, en 1787, a redactar la Constitución. Un año antes habían ocurrido rebeliones de agricultores en el oeste de Massachussets y otros estados (la Rebelión de Shays), cuyas fincas eran expropiadas por no pagar impuestos. Miles de agricultores rodearon los juzgados e impidieron que sus hogares fueran subastados.

Las cartas que se enviaban esos primeros padres en aquel entonces nos dejan ver con claridad que se preocupaban de que tales levantamientos se salieran de las manos. El general Henry Knox escribió a su hermano de armas, George Washington, quejándose de que el soldado ordinario que luchó en la revolución pensara que por haber contribuido a la derrota de Inglaterra merecía una tajada igual de la riqueza del país, o que “la propiedad de Estados Unidos debería ser la propiedad común de todos”.

Al cuadrar la Constitución, los Padres Fundadores crearon “mucho gobierno”, uno lo suficientemente poderoso como para derrotar la rebelión de los granjeros, recuperarle a sus dueños los esclavos evadidos y apagar la resistencia india conforme los colonos se movieron al oeste.

El primer gran rescate financiero fue la decisión de aquel nuevo gobierno de reintegrar el pleno valor de bonos casi nulos que tenían los especuladores. Éstos fueron pagados imponiendo contribuciones a los granjeros ordinarios, y si eso topaba con una resistencia, había un ejército nacional para apagarla –y eso fue lo que se hizo cuando los granjeros de Pennsylvania se levantaron contra las leyes fiscales.

Desde el mero comienzo, en las primeras sesiones del primer Congreso, el gobierno interfirió con el “libre mercado” estableciendo aranceles para subsidiar a los manufactureros y se hizo socio de los bancos privados con el fin de establecer un banco nacional.

Este papel de mucho gobierno, de respaldo a los intereses de la clase empresarial, continuó a todo lo largo de la historia nacional. Así, en el siglo XIX, el gobierno nacional subsidió canales de agua y la marina mercante. En la década anterior a la Guerra Civil y durante ésta, el gobierno nacional dio aproximadamente 40 millones 500 mil hectáreas de tierra gratis a los ferrocarriles, junto con préstamos considerables para mantener en el negocio a los interesados. Los 10 mil chinos y los 3 mil irlandeses que trabajaron en el ferrocarril transcontinental no obtuvieron tierras gratis, únicamente horas largas con poca paga, accidentes y enfermedades.

El principio de que el gobierno ayuda a los grandes negocios y rehúsa poner la misma generosidad a disposición de los pobres es algo que comparten ambos partidos: los republicanos y los demócratas. El presidente Grover Cleveland, un demócrata, vetó un decreto que le daría 100 mil dólares a los agricultores texanos para ayudarlos a comprar semillas durante una sequía, diciendo: “la ayuda federal en tales casos (…) alienta la expectativa de un cuidado paternalista por parte del gobierno y debilita la entereza de nuestro carácter nacional”. Pero ese mismo año utilizó sus excedentes de oro para pagarle a los ricos poseedores de bonos 28 dólares por encima del valor de cada uno –un regalo de 5 millones de dólares.

Cleveland enunciaba el principio del “individualismo rudo” –aquel que reza que debemos hacer nuestras fortunas por nosotros mismos, sin ayuda del gobierno. En un artículo de 1931, aparecido en Harper’s Magazine, el historiador Charles Beard catalogó con sumo cuidado 15 instancias en que el gobierno nacional había intervenido en la economía en beneficio de los grandes negocios. Beard escribió: “Por 40 años o más no ha habido un presidente, sea republicano o demócrata, que no haya hablado contra la interferencia del gobierno para luego respaldar medidas que añaden más interferencia a la enorme colección de las ya acumuladas”.

Después de la Segunda Guerra Mundial la industria de la aviación tuvo que ser salvada mediante infusiones de dinero gubernamental. Después vinieron las asignaciones por escasez de crudo para las compañías petroleras y el enorme rescate financiero de la corporación Chrysler.

El razonamiento tras la toma de 700 mil millones de dólares de los contribuyentes para subsidiar a las enormes instituciones financieras es que, de algún modo, nos dicen, esa riqueza va a ser derramada en la gente que la necesita. Pero nunca ha funcionado.

La alternativa es simple y poderosa: tomar esa enorme suma de dinero y darla directamente a la gente que la necesita. Que el gobierno declare una moratoria a los embargos y le conceda ayuda a los dueños de casas para ayudarlos a pagar las hipotecas. Que se cree un programa federal de empleos para garantizarle trabajo a la gente que lo quiere y lo necesita, y para los cuales el “libre mercado” no ha llegado aún.

Tenemos un precedente histórico y que tuvo éxito. El gobierno, en los primeros días del Nuevo Trato, puso a millones de personas a trabajar y reconstruyó la infraestructura de la nación. Cientos de miles de jóvenes, en vez de irse al ejército para escapar de la pobreza, se unieron al cuerpo civil de conservación, que construía puentes y carreteras, limpiaba bahías y ríos. Miles de artistas, músicos y escritores fueron empleados por el programa federal de las artes para pintar murales, producir obras de teatro y escribir sinfonías.

El Nuevo Trato (desafiando los gritos de “socialismo”) estableció la seguridad social, que junto con el decreto de derechos de los soldados, se convirtió en un modelo de lo que el gobierno puede hacer por su pueblo.

Eso podemos llevarlo más allá, con la “seguridad en salud” –atención a la salud gratis, para todos, administrada por el gobierno federal, pagada del tesoro nacional, dándole la vuelta a las compañías de seguros y a otros privatizadores de la industria de la salud. Esto funciona en otros países.

Todo eso es más de 700 mil millones. Pero el dinero está ahí. En los 600 mil millones del presupuesto militar, una vez que decidamos que ya no seremos una nación que emprende guerras. Y en las abultadas cuentas de banco de los súper ricos, una vez que los convirtamos en ricos ordinarios mediante impuestos vigorosos a sus ingresos y su riqueza.

Cuando suba el grito, sea de los republicanos o los demócratas de que esto no debe hacerse porque implica “mucho gobierno” (fue Bill Clinton quien prometió una era “donde ya no hubiera más ese mucho gobierno”), la ciudadanía debería soltar la carcajada. Y luego agitar y organizarse, según los principios de lo que la Declaración de Independencia prometía: que es la responsabilidad del gobierno garantizar derechos iguales para todos: “vida, libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Es ésta una oportunidad de oro para Obama para distanciarse de McCain y de los fosilizados líderes del Partido Demócrata, dándole vida a su lema de “cambio” y entonces barrer en su camino al cargo presidencial. Y si no actúa, será responsabilidad de la gente, como siempre ha sido, elevar un grito que se escuche por el mundo entero para forzar a los políticos a actuar.

Traducción: Ramón Vera Herrera

*Este texto apareció originalmente en The Nation el 9 de octubre. Se publica en La Jornada en su versión castellana con permiso expreso del autor.






Spend the Bailout Money on the Middle Class


By Howard Zinn
This article appeared in the October 27, 2008 edition of The Nation.

October 8, 2008

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It is sad to see both major parties agree to spend $700 billion of taxpayer money to bail out huge financial institutions that are notable for two characteristics: incompetence and greed. There is a much better solution to the financial crisis. But it would require discarding what has been conventional wisdom for too long: that government intervention in the economy ("big government") must be avoided like the plague, because the "free market" can be depended on to guide the economy toward growth and justice. Surely the sight of Wall Street begging for government aid is almost comic in light of its long devotion to a "free market" unregulated by government.


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Let's face a historical truth: we have never had a free market. We have always had government intervention in the economy, and indeed that intervention has been welcomed by the captains of finance and industry. These titans of wealth hypocritically warned against "big government" but only when government threatened to regulate their activities or when it contemplated passing some of the nation's wealth on to the neediest people. They had no quarrel with big government when it served their needs.

It started way back when the founding fathers met in Philadelphia in 1787 to draft the Constitution. The year before, they had seen armed rebellions of farmers in western Massachusetts (Shays's Rebellion), where farms were being seized for nonpayment of taxes. Thousands of farmers surrounded the courthouses and refused to allow their farms to be auctioned off. The founders' correspondence at this time makes clear their worries about such uprisings getting out of hand. Gen. Henry Knox wrote to George Washington, warning that the ordinary soldier who fought in the Revolution thought that by contributing to the defeat of England he deserved an equal share of the wealth of the country, that "the property of the United States...ought to be the common property of all."

In framing the Constitution, the founders created "big government" powerful enough to put down the rebellions of farmers, to return escaped slaves to their masters and to put down Indian resistance when settlers moved westward. The first big bailout was the decision of the new government to redeem for full value the almost worthless bonds held by speculators.

From the start, in the first sessions of the first Congress, the government interfered with the free market by establishing tariffs to subsidize manufacturers and by becoming a partner with private banks in establishing a national bank. This role of big government supporting the interests of the business classes has continued all through the nation's history. Thus, in the nineteenth century the government subsidized canals and the merchant marine. In the decades before and during the Civil War, the government gave away some 100 million acres of land to the railroads, along with considerable loans to keep the railroad interests in business. The 10,000 Chinese and 3,000 Irish who worked on the transcontinental railroad got no free land and no loans, only long hours, little pay, accidents and sickness.

The principle of government helping big business and refusing government largesse to the poor was bipartisan, upheld by Republicans and Democrats. President Grover Cleveland, a Democrat, vetoed a bill to give $10,000 to Texas farmers to help them buy seed grain during a drought, saying, "Federal aid in such cases encourages the expectation of paternal care on the part of the government and weakens the sturdiness of our national character." But that same year, he used the gold surplus to pay wealthy bondholders $28 above the value of each bond--a gift of $5 million.

Cleveland was enunciating the principle of rugged individualism--that we must make our fortunes on our own, without help from the government. In his 1931 Harper's essay "The Myth of Rugged American Individualism," historian Charles Beard carefully cataloged fifteen instances of the government intervening in the economy for the benefit of big business. Beard wrote, "For forty years or more there has not been a President, Republican or Democrat, who has not talked against government interference and then supported measures adding more interference to the huge collection already accumulated."

After World War II the aircraft industry had to be saved by infusions of government money. Then came the oil depletion allowances for the oil companies and the huge bailout for the Chrysler Corporation. In the 1980s the government bailed out the savings and loan industry with hundreds of billions of dollars, and the Cato Institute reports that in 2006 needy corporations like Boeing, Xerox, Motorola, Dow Chemical and General Electric received $92 billion in corporate welfare.

A simple and powerful alternative would be to take that huge sum of money, $700 billion, and give it directly to the people who need it. Let the government declare a moratorium on foreclosures and help homeowners pay off their mortgages. Create a federal jobs program to guarantee work to people who want and need jobs.

We have a historic and successful precedent. The government in the early days of the New Deal put millions of people to work rebuilding the nation's infrastructure. Hundreds of thousands of young people, instead of joining the army to escape poverty, joined the Civil Conservation Corps, which built bridges and highways, cleaned up harbors and rivers. Thousands of artists, musicians and writers were employed by the WPA's arts programs to paint murals, produce plays, write symphonies. The New Deal (defying the cries of "socialism") established Social Security, which, along with the GI Bill, became a model for what government could do to help its people.

That can be carried further, with "health security"--free healthcare for all, administered by the government, paid for from our Treasury, bypassing the insurance companies and the other privateers of the health industry. All that will take more than $700 billion. But the money is there: in the $600 billion for the military budget, once we decide we will not be a warmaking nation anymore, and in the bloated bank accounts of the superrich, once we bring them down to ordinary-rich size by taxing vigorously their income and their wealth.

When the cry goes up, whether from Republicans or Democrats, that this must not be done because it is "big government," the citizens should just laugh. And then agitate and organize on behalf of what the Declaration of Independence promised: that it is the responsibility of government to ensure the equal right of all to "Life, Liberty, and the pursuit of Happiness."

This is a golden opportunity for Obama to distance himself cleanly from McCain as well as the fossilized Democratic Party leaders, giving life to his slogan of change and thereby sweeping into office. And if he doesn't act, it will be up to the people, as it always has been, to raise a shout that will be heard around the world--and compel the politicians to listen.

Howard Zinn is the author of A People’s History of the United States and, most recently, A Power Governments Cannot Suppress. more...

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