Wednesday, March 31, 2010

"La testigo clave" en el caso Cabañas

Homero Campa y Raúl Monge



MÉXICO, D.F., 27 de marzo (Proceso).- Contratadas como “bailarinas exóticas”, decenas de jóvenes extranjeras son introducidas al país y orilladas a prostituirse. El Instituto Nacional de Migración regulariza a muchas, pero niega que esta práctica legalice el tráfico de personas. Una de ellas estaba con El JJ momentos antes de que disparara al futbolista Salvador Cabañas. Es la “testigo clave”.








FOTO: ARCHIVO

La bailarina Diana aparece en la escena del ataque al jugador Salvador Cabañas en el Bar- Bar. En la imagen la cubana se topa con el guardaespaldas del JJ.



Diana Hernández Díaz e Ismary Caraballo Maset lanzan un grito de júbilo cuando empiezan los acordes de Baby, te quiero, la canción de éxito del cantante Nigga:

Y es que te quiero ohuuuu

Baby, te quiero ohuuuu

Desde que te he conocido yo vivo tan feliz

El reggaeton las arrebata. No es necesario que pasen a la pista para demostrarlo. Desde su mesa, ubicada en la parte baja del Bar-Bar, exactamente al lado de las escaleras, agitan sus cuerpos, palmean y corean la canción:

Ay cómo quisiera en este instante abrazarte

Y mil canciones al oído cantarte

A tu vida muchas cosas regalarle

Es que tú me enamoraste

Pasan de las 4 de la madrugada del lunes 25 de enero y las jóvenes cubanas llevan tres horas de estar “en la gozadera”. Llegaron con otra amiga, Anays Leyva López, quien se encuentra junto a la barra del bar con su novio Auyuri.

Desde una mesa contigua, Amancio Rojas Hernández ya tomó con su celular varias fotografías de Diana e incluso ya se acercó a ella para pedirle su teléfono y para invitarla a un partido de futbol, pues su cuñado es Salvador Cabañas, el estrella del equipo América, que está sentado ahí, en una mesa cercana, platicando con su esposa María Alonso Mena.

Diana no sabe de futbol ni le interesa. Le pide a su amiga Ismary que le dicte el número telefónico al “muchacho” porque ella no se lo sabe. Lo despide amablemente y sigue bailando.

Ismary dice que ya le cansaron los zapatos. Se los quita y Diana la imita. Suben a los bancos de su mesa y sacuden frenéticamente las caderas.

Es que tú eres un lucero que guía mi vida

Si no te tengo en mi canción no existe melodía

Tú me haces falta baby de noche y de día

Sin tu inspiración no existiría esta poesía

En una mesa ubicada a unos tres metros de la suya, José Jorge Balderas Garza, alias El JJ, le comenta algo a uno de sus guardaespaldas. Éste se acerca a las jóvenes cubanas. Les dice que va de parte del JJ para invitarlas a su mesa.

–Pero si estamos descalzas –comenta Ismary.

–Ese no es problema –responde el guardaespaldas.

El tipo se agacha y sin dificultad levanta en sus brazos a Ismary, atraviesa la pista cargándola y la deposita en la mesa del JJ. Luego regresa y hace lo mismo con Diana.

El JJ estaba con cinco personas: dos mujeres y tres hombres, dos de éstos eran guardaespaldas; el tercero escuchaba atento sus palabras. Se fue de la mesa un rato después.

–¿Qué quieren tomar? –ofrece solícito El JJ.

Diana pide un güisqui. Ismary prefiere comer un entremés de carnes frías.

Las jóvenes ya habían estado en el Bar-Bar en al menos siete ocasiones. Ahí, Diana conoció al JJ, pero asegura que sólo cruzó unas palabras con él. Y eso porque se lo pidió Ihosvany (Díaz Díaz), el capitán de meseros, de origen dominicano y quien introdujo a las chicas cubanas al ambiente del Bar-Bar.

En las declaraciones ministeriales de las tres chicas cubanas (averiguación previa FAO/AO-4/T1/00147/10-01, integrada por el delito de “homicidio calificado en grado de tentativa” cometido contra Salvador Cabañas) no aparece lo que ellas hablaron con El JJ. Sólo cuentan que éste se desapareció durante un rato. Diana va al baño, en el primer piso, y al salir se encuentra con uno de los guardaespaldas del JJ que después supo se llama Eduardo García Alanís.

–Oye, preséntame a tu amiga Anays –le pide él.

–Está con su novio en la barra –le comenta ella.

El escolta del JJ le pide que esperen a su jefe. Diana dice que mejor lo espera abajo. Y regresa a la mesa. Ni Ismary ni Diana escuchan disparo alguno. Explican que unos minutos después los guardias de seguridad del bar suben presurosos las escaleras. De golpe se acaba la música y se prenden las luces. Uno de los guardaespaldas recoge la chaqueta del JJ sin decirles una palabra.

–¿Qué pasó? ¿Ya van a cerrar? –pregunta Ismary a uno de los meseros.

–No pasa nada, pero es mejor que se vayan.

* * * *

Las cubanas Diana Hernández Díaz, de 23 años; Ismary Caraballo Maset, de 23, y Anays Leyva López, de 21, consideradas por la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal como testigos clave en el intento de homicidio contra Cabañas, ingresaron a México el 3 de diciembre del año pasado por el aeropuerto de Cancún.

Llegaron al país con todos los documentos en regla, incluidas sus respectivas formas migratorias FM-3, en el que aparece inscrito su estatus de “no inmigrante visitante con actividades lucrativas”. Así lo hace constar Gustavo Garrido, subdirector de Información y Registro Nacional de Extranjeros del Instituto Nacional de Inmigración (Inami) en un oficio que envió el pasado 27 de enero a Reyes Sánchez Mendoza, agente del Ministerio Público que integró la averiguación previa del caso Cabañas.

De hecho, Diana formó parte de un grupo de 10 cubanas y dos cubanos cuyo ingreso al país fue autorizado por el Inami desde el pasado 9 de septiembre.

De acuerdo con un oficio “confidencial” enviado por José Luis Aguilar Avilez, subdirector de Asuntos Migratorios de la dependencia, a Carlos Giralt, encargado de la Dirección de Servicios Consulares de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Inami autorizó el ingreso de este grupo de cubanas y cubanos para que pudieran realizar durante un año “actividades lícitas y honestas en los ámbitos del entretenimiento y de restaurantes”. El oficio precisa: “Prestarán sus servicios como meseros, edecanes, hostes, modelos y bailarinas”.

Desde septiembre de 2008, el Inami ha autorizado el ingreso al país de 73 extranjeros que realizan actividades de “entretenimiento y servicio en restaurantes”. Se trata de 19 ciudadanos de Rusia, 20 de Ucrania, seis de Bielorrusia, nueve de Moldavia, 18 de Cuba y uno de Colombia. La mayoría son mujeres y son contratadas como bailarinas.

Al mismo tiempo, el Inami ha regularizado el estatus migratorio de decenas de extranjeros que ingresaron al país como turistas, pero que trabajan en bares y centros nocturnos.

* * * *

A Diana Hernández Díaz siempre le gustó bailar. Desde chiquita participaba en los festivales de su escuela en La Habana. De acuerdo con su currículum, en 2004 entró de llenó al oficio: tomó un curso de “baile casino” con Juan Gomes Barroso, músico del grupo Moncada, y un taller de danza con el maestro Tony Méndez. Se integró pronto a cuerpos de baile que se presentaban en teatros, peñas y algunos hoteles turísticos en La Habana y Varadero.

Luego formó parte de la compañía cubana Ignacio Piñeiro, dedicada a representación artística. Ahí Diana integró junto con tres bailarinas un grupo que se hizo llamar “Las chicas de miel”, debido a que las cuatro eran rubias, según contó su madre María del Carmen Díaz a Juan Balboa, corresponsal de Proceso en La Habana.

María del Carmen afirma que su hija no fue contactada por empresario mexicano alguno. Asegura que su contrato lo consiguió la compañía cubana Ignacio Piñeiro. Eso sí, Diana realizó sus trámites migratorios en la embajada de México en Cuba. Su madre la acompañó a hacerlos.

Sin embargo, Alejandro Martínez Grey, accionista y administrador de Fuerza y Excelencia Algar, envió el 21 de julio de 2009 una carta a Diana para “ofrecerle trabajo en nuestra empresa”.

“Las funciones que desempeñaría –le dice en la misiva– serían las propias para desarrollar nuestro negocio y están vinculadas a un restaurante bar con show (…) y por las cuales percibirá 9 mil pesos mensuales”.

Diana llegó el 3 de diciembre y su primer lugar de trabajo fue el Bada Bing, un centro nocturno ubicado en Santa Fe, propiedad de Fuerza y Excelencia Algar. Pero a los pocos días las autoridades de la Delegación Cuajimalpa lo cerraron y el 3 de febrero pasado impusieron sanciones administrativas a sus propietarios por infringir disposiciones de la Ley de Establecimientos Mercantiles del Distrito Federal, entre ellas “ por incitar a la prostitución (…)”.

El miércoles 24 de marzo Ismael Rivera, presidente de la Asociación Nacional de la Industria de Discotecas, Bares y Centros de Espectáculos, mostró durante una conferencia de prensa dos videos en los que Carlos Sánchez Cervantes, subdirector de área de la Delegación Cuajimalpa intentó sobornar a los propietarios de Fuerza y Excelencia Algar con un millón de pesos y una cuota mensual de “150 mil o 200 mil” a cambio de autorización para reabrir el antro.

Fuerza y Excelencia Algar fue constituida el 6 de marzo de 2009, según consta en la escritura pública 2263. Uno de sus principales accionistas es Guillermo Fridman Ramos, quien a su vez es apoderado de otras dos empresas: Diversiones de Santa Fe, S.A. de C.V., y Especialistas en Diversiones, S. A. de C.V.

De acuerdo con documentos del Registro Público de la Propiedad, la primera es la razón social de Butcher’s Club Santa Fe y la segunda de la cadena de table dance Solid Gold, donde terminaron Diana y sus amigas.

El Butcher’s Club –ubicado sobre la autopista a Toluca– es un “club exclusivo” frecuentado por yuppies y ejecutivos de la zona de Santa Fe. Jóvenes extranjeras (rusas, checas, ucranianas, búlgaras, venezolanas) y alguna que otra mexicana los atienden, solícitas.

* * * *

La noche del 25 de enero, la noticia de que Diana Hernández Díaz era testigo en el intento de homicidio del futbolista Cabañas llegó al Butcher’s Club. Sus compañeras temían que ello atrajera a la policía. Le pidieron al gerente “Pepe Carrera” que Diana no fuera al club.

Eso lo cuenta la venezolana Angélica Felicia del Carmen Nieves Hidalgo en una denuncia por “trata de personas y delincuencia organizada” que presentó el 5 de febrero ante la Fiscalía Central de Investigación de Delitos Sexuales, perteneciente a Procuraduría de Justicia del DF, que abrió la averiguación previa FDS/FDS-6/T3/0081/10-02.

Angélica cuenta que llegó a México el 13 de enero, contratada como “bailarina exótica” por María Luisa Rocha Bautista, de la agencia Body Hunter Puebla. La venezolana sostiene que Rocha le prometió un salario de 4 mil dólares durante tres meses, así como vivienda, alimentación, descansos los fines de semana y realizarle los trámites para obtener los documentos que legalizaran su estancia.

Un chofer de la agencia fue por ella al aeropuerto internacional Benito Juárez. También recogió a otras dos chicas que, al igual que Angélica, iban a trabajar como bailarinas. El chofer las llevó a un edificio de cuatro plantas color mamey, de frente estrecho pero alargado hacia el fondo, en el número 14 de la calle Estocolmo, en la Zona Rosa.

Angélica afirma que ahí viven 50 extranjeras que trabajan como bailarinas en el Butcher’s Club y en las cuatro filiales del Solid Gold. Sostiene que cada una debe pagar 300 pesos diarios de alquiler. Asegura que guardias privados vigilan la entrada del edificio y que otros hombres y mujeres maduros se encargan de controlar el lugar. A ellos, las chicas les llaman “papis”; a ellas, “mamis”.

De ahí salen cada noche a trabajar a los diferentes antros, en taxis ejecutivos. En su primer día, a Angélica le tocó el Solid Gold de Naucalpan. Afirma que apenas bailó una vez. Durante la semana siguiente la llevaron al Butcher’s Club. No pasaba de los tres bailes al día.

Dice que se sentía engañada. Sostiene que no era lo que le habían “prometido”. Habló con la “mami” Claudia para que la dejaran regresar a su país. Ésta le dijo que cómo no, pero que primero tenía que pagar lo que debía de vivienda, de comida y del boleto de avión.

–Si quieres ganar dinero tienes que bailar más canciones y hacer todo con el cliente –le recomendó Claudia.

–¿Cómo? ¿Me tengo que prostituir?

–Sí, para ganar más dinero.

Angélica refiere que cada baile tenía un costo de 250 pesos, 150 pesos para la chica y el resto para el antro. La tarifa para sostener relaciones sexuales “completas” ascendía a 10 mil pesos, comenta.

“Como yo no acepté prostituirme, no me era posible tener mayores ingresos. No tenía dinero ni para comer”, afirma Angélica.

Luego comenta que Iván, uno de los “papis”, amenazaba a las chicas. Les decía que si no salían a trabajar avisaría a los agentes de Migración, pero que “antes nos violarían y hasta podrían matarnos”.

La venezolana afirma que a las 13 horas del 4 de febrero “escapó” del edificio de la calle Estocolmo. Dijo a los guardias que su laptop tenía un virus y que debía arreglarla. En la calle echó a correr y pidió luego ayuda a una patrulla.


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