México SA
■ Peligrosa aventura, asistir a los centros de abasto
■ El país, deficitario en alimentos
Aterrorizados por lo que pueda sucederles en su intento por llenar la bolsa del mandado, millones de consumidores asisten a los centros de abasto para enfrentar, en la medida de lo posible, la desatada escalada de precios que sacude el país, en medio del bombardeo propagandístico de la maquinaria oficial que ofrece bienestar a manos llenas.
Ir a los centros de abasto se ha convertido en una peligrosa aventura para el grueso de la población. Intentar cumplir con la delicada tarea de alimentar a la familia es una prueba cotidiana que cada día menos mexicanos superan, ante el embate de la carestía y el incremento sostenido del faquirismo.
Por lo mismo, no sin temor por el elevado costo que implica la acción, millones de mexicanos han decidido salir a las calles en busca del paraíso prometido en 2006 por un candidato chaparrito, pelón y de lentes, y en pos de de lo que la propaganda oficial llama “un México para vivir mejor”.
En efecto, les prometieron empleo, y en el México real la tasa de desocupación no cede; les prometieron reducción de tarifas eléctricas y disminución en los precios de las gasolinas y el diesel, pero donde ellos viven estos combustibles cada día son más caros (es tal el descaro, que ni siquiera tiene la cortesía de anunciar los aumentos); les aseguraron que el subsidio a los combustibles no se eliminaría, y resulta que cotidianamente lo recortan; les ofrecieron un “México seguro”, y el crimen organizado despacha como en su casa; les vendieron la idea de “un país sin impunidad y libre de corrupción”, y el nene Mouriño aún despacha en Bucareli, y, en fin, les garantizaron “un México para vivir mejor”, y el saldo resulta espeluznante.
Cómo estará la cosa, que hasta el que no hace mucho presumía tremendas “golizas” al crimen organizado hoy “coincide” con la ciudadanía en su exigencia para que alguien ponga orden en el holgado desmadre que prevalece en el país. Cómo estará, que hasta Felipe Calderón tiene la cara dura de sumarse a esas voces, al “justo reclamo de miles y miles de ciudadanos, un justo reclamo de ciudadanos indignados de la delincuencia e impunidad han dicho basta. Yo coincido con esa voz ciudadana que nos exige a todas las autoridades que nos coordinemos para dar resultados, generar justicia y seguridad elemental a los mexicanos”.
Y en medio del “justo reclamo”, la creciente inflación que carcome el de por sí enclenque ingreso de millones de mexicanos que de plano ya no ven por dónde, mientras la Secretaría de Hacienda les presume que “el proceso de apertura de la economía se ha traducido en una reducción considerable de la pobreza en todas sus acepciones y en una mejora en la distribución del ingreso”.
Es tal la torcida dinámica del país, que de una crisis salta a otra sin mayor consideración ni margen de reposo: de la relativa al empleo, se brincó a la de falta de crecimiento; de allí a la de la inseguridad, para velozmente pasar a la de los de los altos precios de los alimentos, de la inflación en general, etcétera, etcétera, sin medianamente resolver alguna de las etapas. Es tan rápido todo, que el país ya regresó a la crisis de la inseguridad y el avance del crimen organizado, y retorna por una razón elemental: porque nunca se resolvió; se tapó con discursos y “golizas” marca Onan, de tal suerte que se pasa a la siguiente crisis sin enmendar la previa y en espera de la siguiente. Así, hasta que la bomba social reviente.
En vía de mientras, el monitoreo permanente de la FAO sobre el alza de los precios de los alimentos indica que no obstante el crecimiento de la oferta de productos, el alza se mantiene, con el consecuente deterioro de los estratos sociales más débiles. Para el caso mexicano, explica que los sectores socioeconómicos más bajos destinan 46 por ciento de su ingreso a la compra de alimentos, mientras los más ricos sólo 18.6 por ciento, lo que representa el mayor rango de diferencia ente uno y otro extremo en toda América Latina. De hecho, el costo de vida para los mexicanos más depauperados es tres veces mayor al del extremo contrario, el indicador más elevado en toda la región.
Para redondear el panorama, señala el organismo de Naciones Unidas, México forma parte de las naciones latinoamericanas con saldo deficitario en la balanza de alimentos, “privilegio” que comparte con naciones como El Salvador, Venezuela, Jamaica, Barbados, Santa Lucía y Granada. Tal saldo supera uno por ciento del producto interno bruto.
El organismo indica que en América Latina y el Caribe los elevados precios de los alimentos se han reflejado de forma más clara a través del incremento de la inflación regional, la cual cerró 2007 en 6.3 por ciento, poco más de un punto porcentual mayor respecto al año previo. Este hecho junto con otros factores han afectado las proyecciones de crecimiento económico, las cuales se han ajustado a la baja en parte por el efecto derivado de los incrementos en las tasas de interés que algunos bancos centrales han aplicado para controlar dicha inflación.
El balance comercial neto de alimentos muestra que principalmente los países de el Caribe, junto con México y Venezuela, son deficitarios en alimentos, a diferencia de lo que sucede con la gran mayoría de países de Sudamérica, cuyo saldo no sólo es positivo, sino que en los casos de Uruguay, Argentina y Paraguay se ubica en alrededor de 10 por ciento del PIB.
Respecto al análisis de los precios de los alimentos, es indudable que la región no ha quedado aislada de los movimientos abruptos en los precios internacionales, particularmente en lo que va de 2008. Considerando 16 economías de la zona, el promedio de inflación acumulada en enero-mayo de 2008 general y de alimentos se ubica en 5 y 7.2 por ciento, respectivamente, en tanto que en los últimos 12 meses la variación de cada uno de los índices fue de 11.1 y de 17.5 por ciento, en cada caso.
Las rebanadas del pastel
Por lo visto, el inquilino de Los Pinos no tarda en salir a la calle en busca del candidato chaparrito, pelón y de lentes para que le cumpla, y “sumarse” (como si él no tuviera nada que ver) al “justo reclamo” de millones de mexicanos que exigen empleo, precios accesibles, salarios con poder de compra real, seguridad social, crecimiento económico sostenido, desarrollo, productos y servicios de calidad, educación ídem, fin de la impunidad, gobiernos que gobiernen, autoridades que protejan el interés ciudadano y demás urgencias de una población que sólo obtiene una respuesta: discursos.
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