José Saramago
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Me ausento de este espacio durante veinticuatro horas, no por necesidad de descanso o falta de asunto, simplemente para que la última crónica se mantenga un día más en el lugar en que está. No estoy seguro de que lo merezca por la forma en que dije lo que pretendía, sino para darle un poco más de tiempo mientras espero que alguien me informe donde está la izquierda…
Hace alrededor de tres o cuatro años, en una entrevista a un diario sudamericano, creo que argentino, entre la retahíla de preguntas y respuestas solté una declaración que inmediatamente supuse que iba a causar agitación, debate, escándalo (hasta este punto llegaba mi ingenuidad), comenzando por las huestes locales de la izquierda y a continuación, quien sabe, como una onda que se expandiera en círculos, en los medios internacionales, tanto políticos, sindicales o culturales que de la dicha izquierda son tributarios. En toda su crudeza, sin escamotear su propia obscenidad, la frase, puntualmente reproducida por el periódico, era la siguiente: “La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en que vive”. A mi intención, deliberadamente provocadora, la izquierda así interpelada, respondió con el más gélido de los silencios. Ningún partido comunista, por ejemplo, empezando por aquel del que soy miembro, salió a la palestra para rebatir o simplemente argumentar acerca de la propiedad o la falta de propiedad de las palabras que pronuncié. Con mayor razón, tampoco ninguno de los partidos socialistas que se encuentran en los gobiernos de sus respectivos países, pienso, sobre todo, en los de Portugal y España, consideró necesario exigir una aclaración al atrevido escritor que había osado lanzar una piedra al putrefacto charco de la indiferencia. Nada de nada, silencio total, como si en los túmulos ideológicos donde se refugian no hubiese nada más que polvo y telarañas, como mucho un hueso arcaico que ya ni para reliquia serviría. Durante algunos días me sentí excluido de la sociedad humana como si fuese un apestado, víctima de una especie de cirrosis mental que provocaba que no diera pie con bola. Llegué a pensar que la frase compasiva que andaría circulando entre los que así callaban sería más o menos ésta: “Pobrecillo, ¿qué se podría esperar de él con esa edad?” Estaba claro que no me encontraban opinante con la estatura adecuada.
El tiempo fue pasando, pasando, la situación del mundo complicándose cada vez más, y la izquierda, impávida, seguía desempeñando los papeles que, en el poder o en la oposición, les habían sido asignados. Yo, que mientras tanto había hecho otro descubrimiento, el de que Marx nunca había tenido tanta razón como hoy, supuse, cuando hace un año reventó la burla cancerígena de las hipotecas en los Estados Unidos, que la izquierda, allá donde estuviera, si todavía le quedaba vida, abriría por fin la boca para decir lo que pensaba del asunto. Ya tengo la explicación: la izquierda no piensa, no actúa, no arriesga ni una pizca. Pasó lo que pasó después, hasta lo que está ocurriendo hoy, y la izquierda, cobardemente, sigue no pensando, no actuando, no arriesgando ni una pizca. Por eso no es de extrañar la insolente pregunta del título: “¿Dónde está la izquierda?” No doy albricias, he pagado demasiado caras mis ilusiones.
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