Tuesday, October 28, 2008


Asia Times

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Seamos realistas, las armas nucleares son el elefante en la sala del que a nadie le gusta hablar. Así que encaremos el tema desde la perspectiva menos amenazadora del impresionante prisma del planeador.

El planeador se ve como si estuviera suspendido sobre la pista, pero en realidad va aullando hacia el fotógrafo a más de 200 kilómetros por hora en una maniobra conocida como pase bajo a alta velocidad. El piloto comienza a 2000 pies (609 metros) de altitud y a más de un kilómetro de la pista de aterrizaje. Después baja en picado para convertir la altura en velocidad y pasa rozando la pista. A continuación, realiza una subida pronunciada para reconvertir parte de esa velocidad en altura para poder dar vuelta y aterrizar. Como el planeador no tiene motor, uno se puede preguntar cómo el piloto logra estar seguro de lograr suficiente altura en la subida para poder dar vuelta y aterrizar con seguridad. Las leyes de la física nos dicen exactamente como la altura es convertida en velocidad y vice versa. Aunque hay una pérdida debido a la resistencia del aire al planeador, es una cantidad conocida que el piloto toma en cuenta comenzando a una altitud superior a la requerida para la fase del aterrizaje.

Sin embargo, es importante leer la letra pequeña en la garantía ofrecida por las leyes de la física. Sólo vale si el aire es estacionario. Si hay un poco de viento la diferencia es insignificante, pero si el movimiento del aire es extraordinariamente fuerte todo es posible – lo que le pasó a un amigo mío que había ejecutado con toda seguridad la maniobra muchas veces antes. Pero esa vez dio contra una corriente descendiente muy fuerte y continua. Las leyes de la física mantenían su validez, pero el modelo del aire estacionario ya no era aplicable y no tenía modo de conocer su predicamento hasta que se acercó a la pista de aterrizaje a una velocidad mucho menor de la necesaria para un aterrizaje seguro. Logró aterrizar sin daño para su persona o su planeador, pero quedó tan afectado que ya no realiza esa maniobra.

Aunque la mayoría de los pilotos de planeador realizan a veces pases bajos (y algunos finales de carrera los requieren), he optado por no hacerlos porque los considero una maniobra segura en un 99,9%, que no es tan segura como suena. Una maniobra segura en un 99,9% es una maniobra que se puede ejecutar con seguridad 999 veces de 1.000, pero una vez en 1.000 te puede matar.

A pesar de que es obvio que son equivalentes, una probabilidad en 1.000 de morir suena mucho más arriesgada que un 99,9% de seguridad. La perspectiva se arruina cuando se reconoce que la tasa de fatalidad es una por 1.000 por cada ejecución de la maniobra. Si un piloto hace 100 veces una maniobra segura en un 99,9%, tiene aproximadamente una probabilidad de 10% de matarse. Peor todavía, el temor que siente las primeras veces se disipa a medida que gana confianza en su pericia. Pero confianza es en realidad complacencia, conocida por los pilotos como nuestro peor enemigo.

Una situación similar existe con las armas nucleares. Mucha gente apunta a la ausencia de una guerra global desde el inicio de la era nuclear como prueba de que esas armas aseguran la paz. El misil MX fue incluso bautizado Peacekeeper [mantenedor de la paz]. Tal como las leyes de la física son utilizadas para asegurar que un piloto que ejecuta un pase bajo gane suficiente altura para hacer un aterrizaje seguro, una ley de disuasión nuclear es invocada para calmar toda inquietud sobre la posible muerte de miles de millones de personas inocentes: Ya que la Tercera Guerra Mundial significaría el fin de la civilización, nadie se atrevería a comenzarla. Cada lado es disuadido de atacar al otro por la perspectiva de una destrucción segura. Por eso nuestra actual estrategia es llamada disuasión nuclear o destrucción mutuamente asegurada (MAD).

Pero, de nuevo, es importante leer la letra pequeña. Es verdad que nadie en su sano juicio comenzaría una guerra nuclear, pero cuando la gente está muy estresada se comporta a menudo de modo irracional y decisiones aparentemente racionales pueden llevar a sitios a los que nadie quiere llegar. Ni el presidente de EE.UU. John F Kennedy, ni el primer ministro ruso, Nikita Jruschov, querían estar al borde del abismo nuclear durante la crisis de los misiles en Cuba de 1962, pero es exactamente lo que hicieron.

Otros casos menos conocidos en los que nos libramos por un pelo ocurrieron en la crisis de Berlín de 1961, en la Guerra de Yom Kippur de 1973 y en el ejercicio Able Archer de la OTAN de 1983. En cada uno de esos episodios, la ley de las consecuencias no intencionadas se combinó con el peligro de la toma irracional de decisiones bajo estrés para crear una situación extremadamente peligrosa.

Debido a que la última fecha en la que nos salvamos por poco de una catástrofe nuclear fue 1983, podría haberse esperado que el fin de la Guerra Fría hubiera eliminado la espada nuclear colgaba sobre la cabeza de la humanidad. Aparte del hecho de que otras crisis potenciales como la de Taiwán no fueron afectadas, una mirada más de cerca muestra que la Guerra Fría, en lugar de terminar, simplemente pasó a hibernar. En Occidente, la vuelta a despertar de ese espectro es usualmente atribuida a un nacionalismo ruso resurgente, pero como en la mayoría de los desacuerdos, la otra parte ve las cosas de modo muy diferente.

La perspectiva rusa ve un comportamiento irresponsable de EE.UU. cuando reconoce a Kosovo, colocar misiles (aunque sean defensivos) en Europa Oriental, y expande la OTAN directamente hasta la frontera rusa. Para nuestros propósitos actuales, la última de esas preocupaciones es la más relevante porque tiene que ver con leer la letra pequeña – en este caso, el Artículo 5 de la carta de la OTAN, que señala que un ataque contra cualquier Estado miembro de la OTAN será considerado como un ataque contra todos.

Una serie de antiguas repúblicas y Estados clientes soviéticos han sido incorporados a la OTAN en parte por ese motivo y por eso el presidente George W Bush presiona para que sean admitidas Georgia y Ucrania. Una vez que esas naciones estén en la OTAN, piensan, Rusia no se atrevería a volver a subyugarlas ya que provocaría la devastación nuclear por EE.UU., que se vería obligado contractualmente a ayudar a la víctima.

Pero, tal como las leyes de la física dependen de un modelo que no es siempre aplicable durante un pase bajo de un planeador, la ley de disuasión que parece garantizar la paz y la estabilidad depende del modelo. En el modelo simplificado, un ataque por Rusia no sería provocado. Pero ¿y si Rusia se sintiera provocada a realizar un ataque y si una perspectiva diferente llevara a Occidente a ver el ataque como no provocado?

La Primera Guerra Mundial fue provocada precisamente por una tal situación. El asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria por un nacionalista serbio llevó a Austria a exigir que se le permitiera entrar a territorio serbio para ocuparse de las organizaciones terroristas. Esta exigencia no era disparatada ya que el interrogatorio de los asesinos capturados había mostrado la complicidad de los militares serbios y posteriormente se determinó que el jefe de la inteligencia militar serbia era un líder de la secreta sociedad terrorista Mano Negra. Serbia veía las cosas de otra manera y rechazó la demanda. El resultado fue la guerra entre Austria y Serbia, y obligaciones de alianza similares al Artículo 5 produjeron entonces un conflicto global.

Cuando escribí por primera vez este artículo en mayo de 2008, informaciones que pasaron casi desapercibidas sobre una disputa entre Rusia y Georgia señalaron que “ambas partes advirtieron que se acercaban a una guerra.” Cuando lo estaba revisando, en agosto, el conflicto había escalado hasta llegar a ser noticia de primera plana sobre una guerra de baja intensidad, no declarada. Si Bush tuviera éxito en sus esfuerzos por llevar a Georgia a la OTAN, enfrentaríamos la desagradable alternativa de renegar de nuestras obligaciones contractuales o amenazar con acciones que arriesgarían con destruir la civilización. Un riesgo similar existe entre Rusia y Estonia, que ya es miembro de la OTAN.

Vuelvo por un momento al vuelo sin motor; aunque no hago pases bajos no critico a otros pilotos de planeadores que deciden hacerlos. Más bien, los aliento a tener conciencia aguda del riesgo. Un piloto amigo tiene más de 16.000 horas de vuelo, ha estado haciendo pases bajos en exhibiciones aéreas durante más de 30 años, no las hace en condiciones turbulentas, asegura que mantiene contacto por radio con un observador de confianza en tierra quien vigila el tráfico, y usualmente las hace con viento descendiente de modo que sólo tiene que dar una vuelta "tear drop" para aterrizar. Que un piloto tan experto tenga tanto cuidado dice algo sobre el riesgo de la maniobra. El peligro no es tanto que se hagan pases bajos sino llegar a la complacencia si lo hemos hecho 100 veces sin incidentes.

Del mismo modo, no argumento contra la admisión de Georgia en la OTAN ni sugiero que Estonia deba ser expulsada. Llamo a que nos mantengamos muy conscientes del riesgo. Si lo hacemos, hay muchas más probabilidades de que encontremos medios para disminuir las verdaderas fuentes del riesgo, incluida la reparación del tejido en rápida desintegración de las relaciones ruso-estadounidenses. El peligro no es tanto que se admita a antiguas repúblicas soviéticas a la OTAN sino que nos mostremos complacientes respecto a nuestra capacidad de disuadir con medios militares a Rusia para que no emprenda acciones con las que no estamos de acuerdo.

¿Cómo podemos pasar del actual estado relativamente pacífico del mundo a la Tercera Guerra Mundial? La respuesta yace en el reconocimiento de que lo que se presenta como un solo estado actual del mundo es realmente mucho más complejo. Porque ese estado singular reúne todas las condiciones, fuera de la Tercera Guerra Mundial: se compone realmente de una serie de subestados – situaciones mundiales fuera de la Tercera Guerra Mundial, con diferentes grados de riesgo:

La sociedad tiene razón en parte cuando se piensa que una transición de nuestra condición actual a una guerra generalizada es imposible porque, la mayor parte del tiempo, ocupamos uno de los subestados que están muy lejos de la Tercera Guerra Mundial o que tienen poca o ninguna probabilidad de pasar a ese estado sin retorno.

Pero es posible pasar de nuestro actual subestado a uno ligeramente más acercado al borde, y luego a otro aún más cercano. Como describo a continuación, precisamente una tal secuencia de pasos condujo a la crisis de misiles de Cuba y podría llevar a una crisis actual de magnitud similar involucrando a Estonia, Georgia, o a algún otro punto conflictivo cuyas señales de advertencia estamos ignorando.

La crisis de misiles de Cuba sorprendió a Kennedy, a sus asesores y a la mayoría de los estadounidenses porque veíamos los eventos desde una perspectiva estadounidense y por ello pasamos por alto las señales de advertencia, visibles desde la perspectiva rusa. Por suerte, ese punto de vista fue registrado por Fyodr Burlatsky, uno de los escritores de discursos y cercano consejero de Jruschov, así como alguien que estaba en la primera línea del movimiento soviético de reforma. Aunque todas las perspectivas son limitadas, la de Burlatsky merece nuestra atención como una ventana valiosa hacia un mundo que tenemos que comprender mejor:

“Desde mi punto de vista la crisis de Berlín [de 1961] fue una obertura para la crisis de los misiles de Cuba y en cierto modo llevó a Jruschov a colocar misiles soviéticos en Cuba... A su juicio [que EE.UU. insistiera en salirse con la suya en ciertos temas] representaba no sólo un ejemplo de la política tradicional de violencia de los estadounidenses, sino también una subestimación del poderío soviético...Jruschov estaba furioso porque los estadounidenses... seguían portándose como si la Unión Soviética siguiera muy rezagada... No se daban cuenta de que la Unión Soviética había acumulado inmensos arsenales [de armas nucleares] para un devastador ataque de represalias y que todo el concepto de la superioridad de EE.UU. había perdido en gran parte su significado...Jruschov pensaba que era necesaria alguna poderosa demostración de poderío soviético... Berlín fue la primera prueba de fuerza, pero no produjo el resultado deseado, [mostrar a EE.UU. que la Unión Soviética era su igual]. [Burlatsky 1991, página 164]

[En 1959 Fidel Castro llegó al poder y EE.UU.] fue hostil a la victoria de los revolucionarios cubanos desde el comienzo... En esos días Castro no era ni comunista ni marxista. Fueron los propios estadounidenses los que lo empujaron hacia la Unión Soviética. Necesitaba apoyo económico y político y ayuda con armas, y encontró las tres cosas en Moscú. [Burlatsky 1991, página 169]

En abril de 1961, los estadounidenses apoyaron una incursión de emigrantes cubanos. La derrota de la Bahía de Cochinos [Playa Girón] llevó los sentimientos anticubanos en EE.UU. hasta el límite. En el Congreso y en la prensa hicieron llamados a una invasión directa de Cuba... En agosto de 1962 se firmó un acuerdo [con Moscú] sobre entregas de armas a Cuba. Cuba se preparaba para la autodefensa en caso de una nueva invasión. [Burlatsky 1991, página 170]

La idea de desplegar los misiles vino del propio Jruschov... Jruschov y [el ministro soviético de defensa] R Malinovsky... iban paseando por la costa del Mar Negro. Malinovsky mostró hacia el mar y dijo que en la otra orilla, en Turquía, había una base de misiles nucleares estadounidenses [que había sido recientemente establecida]. En cosa de seis o siete minutos, misiles lanzados desde esa base podían devastar centros importantes en Ucrania y en el sur de Rusia... Jruschov preguntó a Malinovsky por qué la Unión Soviética no tendría derecho a hacer lo mismo que EE.UU. ¿Por qué, por ejemplo, no podría desplegar misiles en Cuba? [Burlatsky 1991, página 171]

A pesar de la similitud entre los misiles cubanos y turcos, Jruschov se dio cuenta de que EE.UU. consideraría ese despliegue como inaceptable y por ello lo hizo en secreto, disimulando los misiles y esperando enfrentar a EE.UU. con hechos consumados. Una vez que los misiles fueron operativos, EE.UU. no los atacaría o a Cuba sin provocar una horrible represalia nuclear. (Los misiles turcos tenían un propósito similar desde un punto de vista estadounidense.) Sin embargo, Jruschov no previó adecuadamente lo que podría suceder si, como ocurrió, era atrapado con las manos en la masa.

Respecto a la crisis de los misiles en Cuba, los subestados que nos llevaron al borde de la guerra nuclear pueden ser identificados ahora como:

  • Conflicto entre EE.UU. y la Cuba de Fidel Castro.

  • La exigencia de Rusia de ser tratada como un igual desde el punto de vista militar y que se le haya negado esa condición.

  • La crisis de Berlín.

  • La invasión de Playa Girón.

  • El despliegue estadounidense de misiles en Turquía.

  • El despliegue de misiles rusos en Cuba.

Los actores involucrados en cada paso de la situación no percibieron su conducta como demasiado arriesgada. Pero sintetizada y vista desde la perspectiva de su oponente, esos pasos llevaron al mundo al borde del desastre. Durante la crisis, hubo subestados adicionales, por suerte no considerados, que hubieran hecho aún más probable la Tercera Guerra Mundial.

Como un solo ejemplo: la intensificación de la fuerte presión después del descubrimiento de los misiles en Cuba, señalada por Burlatsky, para que se corrigiera el fiasco de Playa Girón y se removiera a Castro mediante una poderosa fuerza de invasión estadounidense. Pero los que argumentaban a favor de la invasión ignoraban el hecho – que no se conoció en Occidente hasta muchos años más tarde – de que los rusos tenían en Cuba armas nucleares para uso en el campo de batalla y llegaron a estar cerca de autorizar a su comandante en la isla para que las utilizara sin aprobación previa de Moscú en caso de una invasión estadounidense.

Análisis de riesgos

Me he preocupado de prevenir una guerra nuclear durante más de 25 años, pero un extraordinario nuevo enfoque sólo se me ocurrió el año pasado: la utilización del análisis cuantitativo de riesgos para estimar la probabilidad del fracaso de la disuasión nuclear. Este enfoque es un poco como Superman disfrazado de un Clark Kent de apacibles maneras, pero antes de que pueda explicar por qué es extraordinario, tenemos que explorar lo que es y superar un bloque mental crucial que ayuda a explicar el por qué nadie había pensado anteriormente en aplicar esa valiosa técnica.

Para comprender ese bloque mental, imaginad que alguien nos diera una moneda de mentira, cargada de manera que cara y cruz no sean igualmente probables, y tengamos que estimar la probabilidad de que muestre cara al ser tirada al aire. ¿Qué aprendemos si lanzamos 50 veces al aire la moneda y sale cruz cada vez? El análisis estadístico dice que podemos tener una confianza moderada (un 95% para ser precisos) en que la probabilidad de que salga cara se encuentre en algún sitio entre un 0 y un 6% por sorteo, pero eso deja demasiada incertidumbre.

Pensando en los 50 años en los que la disuasión ha funcionado sin falla como los 50 sorteos de la moneda, nos sentimos moderadamente confiados en que la probabilidad de una guerra nuclear esté en algún sitio entre un 0 y un 6% por año. Pero existe una gran diferencia entre una probabilidad en mil millones por año y un 6% por año, y ambos se encuentran en ese rango. Con una probabilidad por mil millones por año, unos pocos años más de seguir con los negocios como si tal cosa sería un riesgo aceptable. Pero un 6% corresponde a aproximadamente una en 16 probabilidades, en cuyo caso nuestra actual estrategia nuclear sería equivalente a jugar a la ruleta nuclear – una versión global de la ruleta rusa – una vez por año con un revólver con un barrilete para 16 cartuchos.

La analogía de la moneda oculta la posibilidad de sacar mucha más información de la fuente histórica – la moneda bilateral corresponde a los dos Estados. El desglose de un gran estado en subestados más pequeños ilustró el peligro oculto en el modelo de dos Estados. Del mismo modo, el análisis de riesgos desglosa una falla catastrófica de la disuasión nuclear en una secuencia de fallas más pequeñas, muchas de las cuales han ocurrido y cuyas probabilidades pueden, por lo tanto, ser calculadas. Las técnicas modernas de análisis de riesgos lograron importancia por primera vez con las preocupaciones por la seguridad de reactores nucleares, y en particular con el Informe Rasmussen de 1975 producido para la Comisión Reguladora Nuclear. En “Análisis de Riesgos-Beneficios,” Richard Wilson y Edmund Crouch señalan: “[El informe Rasmussen] utilizó el análisis de árbol de fallas... Este nuevo enfoque tuvo originalmente detractores, y por cierto el que no haya sido ... utilizado puede haber contribuido a que ocurriera el Accidente de Three Mile Island. Si se hubiera aplicado... el procedimiento de árbol de fallas... probablemente el incidente de Three Mile Island podría haber sido evitado.” [Wilson y Crouch 2001, páginas 172-173]

Un árbol de fallas comienza con una falla inicial que fatiga el sistema. Para un reactor nuclear, una falla inicial podría ser la falla de una bomba de enfriamiento. A diferencia de la falla catastrófica que nunca ha ocurrido (asumiendo que estamos analizando un diseño diferente del de Chernobyl), semejantes fallas iniciales ocurren con suficiente frecuencia para que su tasa de ocurrencia pueda ser estimada directamente. El árbol de fallas tiene entonces varias ramas en las cuales la falla inicial puede ser contenida con consecuencias menos que catastróficas, por ejemplo mediante la activación de un sistema de enfriamiento de respaldo. Pero si una falla ocurre en cada una de las ramas (por ejemplo, que fallen todos los sistemas de respaldo de enfriamiento), entonces el reactor falla catastróficamente. Se calculan las probabilidades para cada rama del árbol de fallas y la probabilidad de una falla catastrófica es obtenida como producto de las probabilidades de las fallas individuales.

Aplicando el análisis de riesgos a la falla catastrófica de la disuasión nuclear: una amenaza percibida por cualquiera de las partes es un ejemplo de falla inicial. Si una de las dos partes ejerce un cuidado adecuado en sus reacciones, una falla inicial semejante puede ser contenida y la crisis se acaba. Pero el árbol de fallas que consiste de una medida y de una contra-medida puede fallar catastróficamente y resultar en la Tercera Guerra Mundial si ninguno de los lados está dispuesto a retroceder del abismo nuclear, como casi sucedió en la crisis cubana de 1962. Cada rama o falla parcial corresponde a mover a uno o más subestados hacia el desastre.

Como la disuasión nuclear nunca ha fallado por completo, la probabilidad asignada a la última rama en el árbol de fallas involucrará subjetividad y contendrá más incertidumbre. La confianza en el resultado final será aumentada mediante la incorporación de una serie de opiniones expertas y la utilización de un rango en lugar de un solo número para esa probabilidad, así como mediante el suministro de justificaciones de las diferentes opiniones.

La crisis de los misiles de Cuba provee un buen ejemplo de cómo estimar esa probabilidad final. Kennedy estimó las probabilidades de que la crisis llegara ser nuclear como “algo entre una en tres y uno a uno.” Su secretario de defensa Robert McNamara escribió que no esperaba vivir hasta el fin de la semana, ya que apoyaba un cálculo similar al de Kennedy. Al otro extremo, McGeorge Bundy, quien fue uno de los asesores de Kennedy durante la crisis, calculaba que esas probabilidades eran de 1%.

En un análisis de riesgos preliminar de la disuasión nuclear recientemente publicado, utilicé una gama de 10% a 50%. Descarté el cálculo de 1% de Bundy porque la invasión de Cuba fue una opción frecuentemente considerada, pero ningún estadounidense sabía de las armas nucleares rusas para campo de batalla que habrían sido utilizadas con gran probabilidad en esa eventualidad. Como ejemplo de razonamiento defectuoso por esa falta de información, Douglas Dillon, otro miembro del grupo asesor de Kennedy, escribió: “Parecía que operaciones militares se hacían cada vez más necesarias... La presión aumentaba demasiado... Personalmente, no me gustaba la idea de una invasión [de Cuba] ... No obstante, las apuestas eran tan elevadas que pensamos que simplemente tendríamos que seguir adelante. No todos nosotros teníamos información detallada sobre lo que hubiera seguido, pero no pensábamos que existiera algún riesgo real de un conflicto nuclear.” (Blight & Welch 1989, página 72.)

La secuencia de pasos enumerados anteriormente como conducentes a la crisis cubana es un ejemplo de un árbol de fallas que casi condujo a una falla catastrófica, y el reexamen de esos pasos a la luz de eventos similares de la actualidad muestra que, contrariamente a la opinión pública que ve la amenaza de la guerra nuclear como un fantasma del pasado, el peligro está al acecho en la sombra, esperando hasta que de nuevo pueda sorprendernos saltando repentinamente frente a nosotros como lo hizo en 1962:

Primer paso: Conflicto entre EE.UU. y la Cuba de Fidel Castro: Los actuales conflictos entre Rusia y una serie de antiguos Estados clientes de la Unión Soviética son semejantes. Por ejemplo, como señalé anteriormente, Bush presiona para que Georgia se convierta en miembro de la OTAN a pesar de que Rusia y Georgia acaban de librar una guerra por problemas que siguen sin ser resueltos.

Segundo paso: Rusia exige ser tratada como igual desde el punto de vista militar y se le niega esa condición: Lo mismo vale actualmente. Incluso a pesar de que Rusia tiene 15.000 armas nucleares, EE.UU. se considera la única superpotencia restante, llevando incluso al antiguo presidente Mikhail Gorbachev a decir recientemente: “Hay sólo una cosa que Rusia no aceptará... la posición de un hermano chico, la posición de una persona que hace lo que alguien le dice que haga.” Repetidas declaraciones estadounidenses de que derrotamos a Rusia en la Guerra Fría echan leña a ese fuego ya que los rusos sienten que fueron participantes igualitarios en la terminación de ese conflicto.

Tercer y cuarto paso: La Crisis de Berlín y la Invasión de Playa Girón: Varias crisis potenciales se engendran (por ejemplo: Chechenia, Georgia, Estonia y Venezuela) que tienen un potencial semejante.

Quinto paso: El despliegue estadounidense de misiles balísticos intercontinentales en Turquía: Un sistema de defensa con misiles que estamos planificando para Europa Oriental tiene una similitud ominosa con esos misiles turcos. Aunque esos nuevos misiles son vistos en EE.UU. como defensivos, que no constituyen un problema, los rusos los ven como ofensivos y como parte de un cerco militar estadounidense. En octubre de 2007, el presidente ruso de aquel entonces, ahora primer ministro, Vladimir Putin advirtió: “Acciones semejantes de la Unión Soviética, cuando colocó cohetes en Cuba provocaron la crisis de los misiles en Cuba.” Dos meses después, Gorbachev cuestionó el objetivo declarado de EE.UU. de contrarrestar una posible amenaza de misiles iraníes: “¿Qué clase de amenaza iraní veis? Este es un sistema creado contra Rusia.”

Sexto paso: El despliegue de los misiles en Cuba por Jruschov: Aunque todavía no existe un paso análogo actual, ha habido serios temblores de advertencia. En julio de 2008. Izvestia, periódico ruso utilizado a menudo para filtraciones estratégicas del gobierno, informó que si EE.UU. sigue adelante con su despliegue de misiles de defensa europeos orientales, bombarderos rusos con armas nucleares podrían ser basados en Cuba. Durante audiencias de confirmación del Senado como jefe de estado mayor de la Fuerza Aérea, general Norton Schwartz, respondió: “Debiéramos mantenernos fuertes e indicar que es algo que cruza un umbral, cruza una línea roja.” Aunque el Ministerio de Exteriores ruso descartó posteriormente las informaciones de Izvestia como falsas, existe un parecido peligroso con eventos que condujeron a la crisis de los misiles en Cuba.

El que todavía no estemos ante un abismo nuclear no basta para quedarse tan tranquilos. En términos de la secuencia de fallas que pueden convertir una maniobra segura en un 99,9% en un accidente fatal, ya nos encontramos en un punto peligroso del proceso y, como en el planeo, tenemos que reconocer que la complacencia es nuestro verdadero enemigo.

¿Hasta qué punto son peligrosas las armas nucleares?

Han llegado a rechazar incluso cambios menores en nuestra postura respecto a las armas nucleares por ser demasiado arriesgados, a pesar de que nunca se ha calculado el riesgo básico de nuestra actual estrategia. Poco después de reconocer ese agujero abierto en nuestros conocimientos, hice un análisis preliminar de riesgos que indica que basarnos en armas nucleares para nuestra seguridad es miles de veces más peligroso que construir una planta de energía nuclear junto a nuestro hogar.

Del mismo modo, imaginaos que construyan dos plantas de energía nuclear a cada lado de vuestra casa. Es todo lo que cabe junto a ella, así que ahora imaginad un anillo de cuatro plantas construidas alrededor de las primeras dos, luego otro anillo mayor alrededor de ellas, y otro y otro hasta que haya miles de reactores nucleares rodeándoos. Ese es el nivel de riesgo que mi análisis preliminar indica que todos enfrentamos ante una falla de la disuasión nuclear.

Aunque el análisis que condujo a esa conclusión involucra más matemáticas de lo adecuado para este sitio, un enfoque intuitivo transmite la idea principal. En la ciencia y la ingeniería, cuando se trata de calcular cantidades que no son bien conocidas, utilizamos a menudo cálculos de “orden de magnitud.” Sólo calculamos la cantidad a la potencia de diez más próxima, por ejemplo 100 o 1.000, sin preocuparnos por valores más precisos como ser 200, que sería redondeado a 100.

En este enfoque intuitivo primero pregunta a la gente si piensa que el mundo podría sobrevivir 1.000 años que fueran semejantes a 20 repeticiones de los últimos 50 años. ¿Piensa que podríamos sobrevivir a 20 crisis de misiles en Cuba, más todas las fallas por poco que hemos presenciado? Cuando formulo esa pregunta, la mayoría de la gente no cree que podamos sobrevivir 1.000 años en esas circunstancias.

Luego pregunto si piensan que podamos sobrevivir otros 10 años haciendo las cosas tal cual las hemos presenciado, y la mayoría dice que probablemente podamos lograrlo. No hay una garantía, pero lo hemos hecho durante 50 años, así que las probabilidades son buenas que podamos lograrlo durante 10 años más. En el enfoque del orden de magnitud, ahora hemos definido el horizonte del tiempo para una falla de la disuasión nuclear como mayor de 10 años y menor de 1.000. Eso deja 100 años, como la única potencia de 10 en medio. Por lo tanto, la mayoría de la gente estima que podemos sobrevivir algo como 100 años, lo que implica una tasa de falla de aproximadamente 1% por año.

Sobre una base anual, eso equivale a que la dependencia de armas nucleares sea una maniobra segura en un 99%. Como maniobras seguras en un 99,9% en el vuelo sin motor.

Eso no es tan seguro como parece y no es causa para complacencia. Si seguimos dependiendo de una estrategia con una tasa de falla de un 1% por año, eso significa hasta un 10% en una década y en una destrucción casi segura dentro de la duración de las vidas de mis nietos. Como el cálculo sólo era seguro en una orden de magnitud, el riesgo real podría llegar a ser hasta tres veces mayor o menor. Pero incluso un tercio de un uno por ciento por año asciende aproximadamente a una tasa de fatalidad de un 25% para un niño nacido hoy, y un 3% por año significaría, con una gran probabilidad, condenar a ese niño a una muerte nuclear temprana.

Considerando las consecuencias catastróficas de una falla de la disuasión nuclear, los estándares usuales para la seguridad industrial requerirían que el horizonte del tiempo para una falla se ubicara mucho más allá de un millón de años antes de que el riesgo sea aceptable. Incluso un horizonte del tiempo de 100.000 años, significaría tanto riesgo, como hacer un salto en caída libre por año, pero con todo el mundo sujeto al arnés del paracaídas. Y un horizonte del tiempo de 100 años equivale a hacer tres saltos en paracaídas al día, cada día, con todo el mundo en peligro.

Aunque mi análisis preliminar y el enfoque intuitivo que he descrito suministran evidencia significativa de que seguir tal cual significa demasiado riesgo, son necesarios análisis de riesgos exhaustivos para corregir o confirmar esas indicaciones. Por lo tanto, una declaración endosada por destacados individuos [1] “solicita urgentemente a la comunidad científica internacional que emprenda análisis de riesgos exhaustivos de la disuasión nuclear y, si los resultados lo sugieren, suenen la alarma para alertar a la sociedad ante el riesgo inaceptable que enfrenta, así como para iniciar una segunda fase del esfuerzo por identificar soluciones potenciales.”

Este esfuerzo de segunda fase contará con la ayuda de los estudios iniciales porque, aparte de calcular el riesgo de una falla de la disuasión nuclear, identificarán los mecanismos disparadores más probables, permitiendo así que se oriente la atención hacia donde es más necesaria. Por ejemplo, si parece probable que un incidente terrorista nuclear sea un mecanismo disparador probable para una guerra nuclear generalizada, habrá que orientar una atención muy necesaria para impedir esa falla pequeña, pero catastrófica.

Aunque declaraciones definitivas sobre el riesgo que enfrentamos tienen que esperar los resultados de los estudios exhaustivos propuestos, para facilitar el planteamiento, el resto de este artículo asume la conclusión alcanzada en mi estudio preliminar – de que el riesgo es de lejos demasiado grande y que hay que reducirlo urgentemente.

La posibilidad positiva

A mediados de los años setenta, Whit Diffie, Ralph Merkle y yo inventamos la criptografía de clave pública, una tecnología que ahora asegura Internet y que nos ha hecho obtener numerosos honores. Sin embargo, cuando concebimos por primera vez la idea, muchos expertos nos dijeron que no podíamos tener éxito. Su escepticismo era comprensible porque una clave pública contradecía la sabiduría acumulada de cientos de años de conocimiento criptográfico: ¿Cómo podía ser pública la clave si su secreto era todo lo que impedía que un oponente leyera mi correo? Lo que olvidaban es que “la clave” podía convertirse en “dos claves”, una clave pública para cifrar y una clase secreta para descifrar. Todos podrían cifrar mensajes utilizando mi clave pública, pero sólo yo podía comprenderlos descifrándolos con mi clave secreta.

Tal como muchos expertos criptográficos pensaron que no podríamos dividir la clave y utilizaron argumentos basados en años de sabiduría acumulada que no eran aplicables a la nueva posibilidad, a la mayoría de la gente le cuesta imaginar un mundo en el que la amenaza nuclear sea una reliquia del pasado. Aunque no hay una garantía de que exista un cambio radical semejante para terminar con la amenaza planteada por las armas nucleares, esta sección provee evidencia de que nuestras probabilidades de sobrevivir son mayores de lo que pensamos.

Primero: Hay que agregar un tercer estado en el que el riesgo de catástrofe nuclear haya sido reducido miles de veces de su nivel actual, para que represente un nivel aceptable.

Para que el riesgo sea verdaderamente aceptable, ese nuevo estado debe ser un estado sin retorno – su riesgo no sería aceptable si el mundo pudiera transicionar de vuelta a nuestro actual estado con su riesgo inaceptable. En ese nuevo cuadro, nuestro subestado actual se encuentra cerca del medio del actual estado del mundo. No estamos cerca de la Tercera Guerra Mundial, pero tampoco estamos cerca de un nivel aceptable de riesgo.

Por difícil que haya sido para la gente imaginar la criptografía de clave pública antes de que desarrolláramos un sistema viable, también tiene dificultades para imaginar un mundo que sea mucho mejor de lo que ha vivido en el pasado. La evolución del movimiento para abolir la esclavitud en EE.UU. suministra una buena ilustración de esa dificultad.

En 1787, la esclavitud estaba incluida en la Constitución de EE.UU. En 1835, una turba atacó en Boston al abolicionista William Lloyd Garrison y lo arrastró medio desnudo por las calles. En Illinois, en 1837, una turba atacó a otro abolicionista, Elijah Lovejoy. El año siguiente, la chusma incendió en Filadelfia el edificio en el que se realizaba una convención contra la esclavitud. En ese entorno o subestado, poca gente podía imaginar el fin de la esclavitud dentro de 30 años, mucho menos que ciudadanos de Massachusetts, Illinois y Pensilvania darían sus vidas para ayudar a lograr ese noble objetivo.

Aunque era casi imposible de imaginar en 1787 – o incluso en los años treinta del Siglo XIX – ahora sabemos que, hubo una secuencia de subestados que condujeron a un nuevo estado en el que no sólo fue abolida la esclavitud, sino que no tuvo posibilidad de volver. Los disturbios anti-abolicionistas de los años treinta del Siglo XIX – probablemente vistos por la mayoría entonces como evidencia de las barreras insuperables para terminar con la esclavitud – fueron en realidad una señal de se había llegado a un nuevo subestado y que el cambio comenzaba a tener lugar.

No hubo disturbios semejantes en 1787 porque el movimiento abolicionista era casi inexistente. Al llegar la década de los 30 del Siglo XIX, la abolición comenzó a ser vista como una amenaza seria para los partidarios de la esclavitud, lo que condujo a los disturbios.

La historia muestra que la gente tiene una tremenda dificultad para imaginar posibilidades tanto negativas como positivas que son ampliamente diferentes de su experiencia. Por ello, aunque tuviera una bola de cristal y pudiese predecir la secuencia de subestados (pasos) que nos llevarán al estado de riesgo aceptable, muy pocos me creerían. Como ejemplo de la dificultad, imaginad la reacción si alguien, antes de la llegada al poder de Gorbachev, hubiera predicho que un líder de la Unión Soviética eliminaría la censura, estimularía el libre debate y no utilizaría la fuerza militar para impedir que algunas repúblicas se separaran de la unión. En el mejor de los casos, un tal vidente habría sido visto como extremadamente ingenuo.

Tuve una versión más moderada de ese problema en septiembre de 1984, cuando inicié un proyecto diseñado para promover un diálogo significativo entre las comunidades científicas estadounidense y soviética en un intento por desactivar la amenaza de guerra nuclear, que entonces era considerada muy aguda. Estaba consciente de las limitaciones que imponía la censura soviética, pero creía que a pesar de ello existía alguna oportunidad para el flujo de información, primordialmente unidireccional. Habían pasado ocho años desde mi último viaje a la Unión Soviética y esa visita había sido una experiencia reveladora. Aunque no lo sabía entonces, me estaba reuniendo con personas que iban a la vanguardia del naciente movimiento reformista que seis meses después llevaría al poder a Gorbachev, y algunas de ellas lo asesorarían directamente.

La censura era todavía la ley del país, de modo que los científicos con los que me reuní no podían estar de acuerdo con aquellos puntos de vista míos que contradecían la línea del partido. Pero tampoco los disputaron. Sentí que se estaba engendrando algo muy diferente, pero al volver a EE.UU., me vieron a menudo como extremadamente ingenuo por creer que conversaciones significativas fueran posibles con personas de alguna importancia dentro del sistema soviético.

Los pasos conducentes a un mundo verdaderamente seguro sonarían igualmente ingenuos a la mayoría de la gente en la actualidad. Es por lo tanto contraproducente fijar un mapa de ruta demasiado explícito con ese objetivo. ¿Pero cómo se puede juntar apoyo sin un plan explícito para alcanzar el objetivo? Hasta que me di cuenta de la aplicabilidad del análisis de riesgos, no vi como podía ser logrado, pero el análisis de riesgos suministra un mapa implícito, más que explícito. Ni un solo paso aislado puede reducir mil veces el riesgo, de modo que si el enfoque del análisis de riesgos puede ser arraigado en la conciencia de la sociedad, habrá que emprender un paso tras el otro hasta que se llegue a un estado con un riesgo aceptable. Pasos posteriores, que hoy serían rechazados por imposibles (y probablemente lo sean en la situación actual) no necesitan ser descritos, pero son latentes, esperando a ser descubiertos como parte de ese proceso.

Por lo tanto, el primer paso crítico es que la sociedad reconozca el riesgo inherente en la disuasión nuclear.

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Martin Hellman, profesor emérito de ingeniería eléctrica, Universidad Stanford. El reputado matemático es mejor conocido por la invención de la criptografía de clave pública, base de las transacciones seguras en Internet, entre otras. Hellman ha trabajado durante más de 25 años por reducir la amenaza planteada por las armas nucleares y su actual proyecto es descrito en NuclearRisk.org. Es piloto de planeadores con más de 2.600 horas en el aire.

Nota

1. Profesor Kenneth Arrow, Stanford University, Premio Nobel de Economía 1972; Mr D James Bidzos, presidente el consejo de administración y director ejecutivo interino, VeriSign Inc; Dr Richard Garwin, IBM fellow emeritus, ex miembro del Consejo Asesor Científico del presidente, y del Consejo de Ciencia de la Defensa; Almirante

Bobby R Inman, USN (en retiro), University of Texas en Austin, ex Director de la Agencia Nacional de Seguridad y Director Adjunto de la CIA; Profesor William Kays,

ex decano de ingeniería, Stanford University; Profesor Donald Kennedy, presidente emérito de Stanford University, ex jefe de la FDA; Profesor Martin Perl, Stanford University, Premio Nobel de Física, 1995.

(Copyright 2008 Martin Hellman.)

http://www.atimes.com/atimes/Front_Page/JJ23Aa01.html

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