Monday, October 26, 2009


Reservas naturales en el siglo IX

2009-10-26

Impacto Ambiental
Juan José Morales

Aunque a la selva frecuentemente se le cuelga el calificativo de infierno verde para sugerir que es un medio ambiente extremadamente inhóspito, los antiguos mayas no solamente supieron vivir en ella sino también de ella, pues les suministraba alimentos y toda clase de productos. Y fue la suya no una simple cultura de sobrevivencia, sino una gran civilización.

La clave de su buen éxito fue, por un lado, que supieron conocer y aprovechar inteligentemente todas las posibilidades que la selva ofrece, sin pretender destruirla para reemplazarla con otros ecosistemas. Por otro lado, ese aprovechamiento racional implicó medidas de protección basados en lo que ahora se llamaría criterios conservacionistas y manteniendo parte de ella en calidad de —usemos el término actual— áreas naturales protegidas. Fue sólo cuando la civilización comenzó a declinar en la zona sur del área maya —donde se encuentran las selvas más densas—, que se abandonaron esas prácticas de protección y manejo racional, sin que se sepa bien a bien si aquello fue causa o efecto. Es decir, si la crisis de la cultura maya ocurrió porque se dejó de proteger y conservar la selva, o si se dejó de hacerlo porque —a consecuencia de otros factores— se debilitaron las estructuras culturales y de gobierno.

Todo esto se desprende de los resultados de recientes investigaciones realizadas en la zona de Tikal en Guatemala, en el sur de la península de Yucatán. En un informe de investigación aparecido en la edición de junio de la revista Journal of Archaeological Science, el paleobotánico David Lentz, de la Universidad norteamericana de Cincinnati, y sus colaboradores, dicen haber encontrado evidencias de que en el apogeo de la civilización maya, ciertos sectores de la selva se mantenían intocados, sin talarlos para practicar la agricultura de roza, tumba y quema, ni para extraer de ellos productos forestales. Se les consideraba bosques sagrados o arboledas sagradas, y de ellos sólo se obtenían pequeñas cantidades de madera de árboles seleccionados de zapote, para los dinteles de los templos y otras construcciones.
Adicionalmente —aunque no era esa su propósito principal—, tales arboledas ayudaban a evitar la erosión y a retener el agua de las lluvias en los varios depósitos que había en los alrededores de Tikal, y que eran cruciales para abastecer a los pobladores de la ciudad durante la temporada de secas.
Pero, según los investigadores, a fines del período Clásico, hubo una serie de guerras entre las ciudades-estado de Tikal y Calakmul, al cabo de las cuales, y después de que la primera cambió de manos un par de veces, el monarca triunfante, Jasaw Chan K’awiil, inició una reconstrucción en gran escala de Tikal, con más y mayores edificios. Tales construcciones demandaban considerables cantidades de material, en particular grandes troncos de zapote. El resultado fue la sobreexplotación de los bosques sagrados. Agotados los buenos árboles de zapote, hubo que echar mano de troncos de inferior calidad, como los de palo de tinte.
Como consecuencia de la deforestación —dice el estudio—, los bosques sagrados quedaron muy deteriorados y sobrevinieron problemas de erosión y azolvamiento de las corrientes y los depósitos de agua, lo cual repercutió seriamente sobre la vida de la ciudad.
Aunque los investigadores no lo dicen, pues su estudio se refiere específicamente a Tikal, es probable que en otras ciudades-estado mayas hubiera áreas naturales protegidas similares, que también se vieron afectadas durante la declinación y abandono de los grandes centros urbanos.
En todo caso, la lección que de esto puede sacarse, es que la protección y la conservación del medio ambiente no es una cuestión romántica o una especie de lujo, ni mucho menos un impedimento al desarrollo sino, al contrario, algo esencial para el progreso y la estabilidad.

kikpachoch@yahoo.com.mx




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